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martes, 3 de abril de 2012

CAPÍTULO 9: RESPIRA HONDO


CAPÍTULO 9: RESPIRA HONDO
“Ven conmigo. Yo puedo ayudarte”, susurraba una voz seductora.
“¿Quién eres? ¿Por qué estás en mi sueño?”, le preguntó Tary.
“Estoy dentro de ti. Solo tienes que despertar mi poder. Te ayudaré a que consigas lo que buscas, lo que deseas… ¡Tu venganza!”.
Tary tembló asustada. Verdaderamente, aquella voz parecía provenir de su propio interior. Tampoco tenía claro si aquella “cosa” podía calificarse como voz. Sentía que era algo más que eso. Y no le gustaba nada.
“No me fío de ti”, dijo Tary.
Con la suavidad de la seda, la voz se rió, y Tary sintió que un escalofrío la recorría de arriba abajo. No supo que preferir, si las pesadillas o aquella extraña situación. Aquella risa no le sonaba divertida; más bien era amenazante.
“¿Por qué no? Yo estoy aquí porque me fio de ti. Sé que vamos a ayudarnos mutuamente.”
“¡Já! No voy a ayudarte sin saber qué o quién eres.”
“Estoy en tu cabeza, Tary.”
“¿Y qué? Eso no me demuestra nada. Es más, peor me lo pones. La última persona que entró en mi mente es a la que más odio.”
“Le odias porque entró sin permiso y violó toda tu privacidad y tu vida. Yo me limitó a estar en un lugar muy, muy pequeñito, ya que todavía no me permites moverme. Además yo tengo tu permiso porque voy a ayudarte a matarlo.”
“Sigo sin fiarme de ti… Hablas demasiado, y no sé si me dices la verdad o no son más que mentiras. Ya no me fio de nada…”
“Te entiendo perfectamente, Tary.” La voz hizo una pausa y, durante un momento, la chica creyó que todo había sido un sueño del que iba a despertarse. “Por eso voy a darte parte de mi fuerza, para que te recuperes.” 
Tary no tuvo tiempo de reusar. La transferencia comenzó, primero con lentitud y después, como un torrente. No era agradable, pero dentro de todo lo que llevaba sufriendo aquellos días… era de lo mejor.
Enseguida pudo ponerse en pie sin tambalearse, y caminar sin tener que apoyarse en las paredes. No le fallaban las rodillas, el dolor del pecho había remitido y, por primera vez en varios días, tuvo apetito.
-Gracias… – musitó ella, asombrada y profundamente agradecida.
“No me las des… Acéptame. Ya has visto lo que puedo hacer. Imagínate lo que llegaríamos a ser juntos.”
“Eso ya se verá…”, pensó Tary, mientras se dirigía a la cocina y arramblaba con toda la comida que aparecía por delante de ella.

A pesar de que temía que aquellas nuevas fuerzas la abandonaran, lo cierto es que aguantó todo el día en pie; y además aquella presencia no volvió a dar señales de vida.
Aprovechó para adecentarse a ella misma y a la descuidada casa. También llamó a una compañera de clase para interesarse por los temas dados y los deberes que les habían puesto durante aquellos días. Por último, contestó los mensajes de Bob, en los que podía palparse lo preocupado que estaba por ella. Tras un intercambio de mensajes de texto, quedaron en verse a la tarde siguiente en el parque.


Aquella tarde de viernes, Ralta, Furia y Siril habían quedado para ir a casa de Tary y hablar con ella sobre las Veishas y lo que le habían hecho. Sin embargo, lo que menos se esperaban era encontrarse con que Tiffany les abriera la puerta.
-Hola, chicas – las saludó la pequeña, sonriente –. ¡Prima Siril!
De un saltito se abrazó a su prima.
-¿Dónde está Tary, peque?
-Se ha ido de paseo. Había quedado con alguien, pero yo creía que era con vosotras – la niña las obsequió con una sonrisa dulcísima que había aprendido a copiar de su hermana mayor. Era todo un encanto –. Acabamos de volver del viaje y estamos recogiendo todo, pero en un rato haremos la cena. ¿Os vais a quedar a cenar?
-Vamos a ir a buscar a Tary. Cuando volvamos con ella te lo diremos, ¿vale, peque? – le contestó Siril.
Tiffany las obsequió con otra adorable sonrisa, que hizo que se le estrecharan los ojos, se despidió de ellas y cerró la puerta.
Cuando estuvieron en la calle las tres se miraron, pensativas.
-¿Dónde puede estar esta chica? – refunfuñó Ralta, alzando la vista.
-En el parque, quizá. Está todo lleno de árboles, cruza el río, hay humedad y corre casi siempre la brisa. Creo que después de pasar tantos días encerrada en casa podría haber ido allí – dilucidó Siril.
-Gran idea. ¡Vamos!


El lobo trataba de deslizarse entre la gente, que se movía a un ritmo frenético, sin que llegaran a tocarle. Estar rodeado de personas no le resultaba cómodo, y normalmente el contacto humano le repugnaba. Allí invadían sin piedad su espacio vital, su sagrada esfera de soledad.
Sin embargo, eso le permitía acercarse a su objetivo pasando desapercibido y conocer más cosas de los humanos que habitaban aquel lugar.
Allí las gentes eran muy diferentes entre sí, pero a la vez guardaban ciertas similitudes en ciertos aspectos, como en la forma de vestir y peinarse, en el caso de los más jóvenes. Otra cosa que llamó la atención de Kiv, fue que en aquella extraña jungla nadie iba armado.
“Qué humanos tan confiados…”, pensó él, mientras esquivaba las piernas de la gente.
Reconoció un olor varios metros más adelante. Eran las jóvenes Elegidas. La chica del fuego, la que le había pegado y Ralta.
“Buscáis lo mismo que yo… pero esta vez no puedo fallar.”
Fue tras ellas con extremo sigilo, aunque no pudo evitar llamar la atención cuando un niño le había acariciado el lomo. Él, que no estaba acostumbrado a semejantes confianzas, se había vuelto hacia la criatura, gruñendo y mostrándole los dientes. El que debía de ser el padre del crío  lo alejó y trató de darle una patada.
Kiv reprimió las grandísimas ganas que sentía por desgarrarle la garganta al hombre de un mordisco como pudo. “No debes llamar más la atención”, se dijo. Levantó el hocico y se dio la vuelta, con lentitud y descaro, moviendo la cola de lado a lado, sin mostrarse asustado.
“¡Ja! Humanos ridículos… No duraríais ni un solo día en Go”, pensó con cierto aburrimiento.
Pasado aquel pequeño sobresalto, siguió avanzando hacia el olor de las chicas. Las vio detenidas, agachadas detrás de unos arbustos florales. Estaban mirando a lo lejos, espiando a Tary. Si quería escuchar sus pensamientos, tendría que acercarse más a ellas. Pero aun así sería difícil. Demasiadas conciencias a su alrededor.
Se acercó con sigilo hacia las chicas. Tuvo cuidado, pero se dio cuenta de que Ralta se movía mucho en el suelo, inquieta. Se escondió en cuanto notó que la chica iba a darse la vuelta.
“Me está buscando… Porque siente que estoy aquí”, murmuró para sí, entre maldiciones. “Conoce mi presencia, mi esencia… Y  no debería saberlo.”

Ajena a todos aquellos movimientos, Tary esperaba sentada en un banco del parque, contemplando como caían las hojas y flotaban sobre el agua en calma del pequeño lago artificial. El viento húmedo le acarició el rostro e hizo volar sus pensamientos más allá de la realidad. Todavía se sentía débil y temía que si se levantaba podría caerse al suelo, pero aquel ambiente le daba fuerzas y le hacía olvidar un poco el dolor y aquella extraña voz en su cabeza.
“Da igual que no tenga mi talismán”, se dijo, acariciando los pétalos de una rosa. “Lo recuperaré y haré que Eclipse pague lo que se merece por quitármelo. Y ese chico… Lo mataré.”
Le temblaron las manos levemente, pero se le pasó en cuanto vio aparecer a Bob. Se le iluminó la mirada y una preciosa sonrisa cruzó su rostro. El leve rubor de sus mejillas le dio algo de color a su pálido y enfermizo rostro. Sintió que las fuerzas volvían a ella y se levantó sin problemas para saludarle, dándole dos besos.
-Hola, Tary – le saludó, con cierto temblor en su voz. Estaba nervioso, sonrojado y, aunque delante de cualquiera lo negaría, Bob era inmensamente feliz en aquellos momentos – ¿Qué tal estás? Tus amigas dijeron que estabas enferma y…
Tary le interrumpió poniéndole un dedo sobre los labios.
-¿Te parece bien si hablamos mientras paseamos? Me encanta este lugar.
-Claro. Vamos – tragó saliva cuando sintió que la mano de Tary aferraba la suya.

-Chicas, se van – informó Furia a Siril y Ralta – ¿Qué hacemos? ¿Les seguimos?
Siril alzó la vista para meditarlo unos segundos.
-Tary ha pasado unos días muy malos… No comprendo cómo ha podido recuperarse tan repentinamente, así que creo que será mejor que la sigamos y nos aseguremos de que está bien – les dijo Siril.
Furia y Siril se incorporaron con cuidado, dispuestas a seguir a Tary con la mayor discreción posible. Ralta, sin embargo, parecía buscar algo en otra dirección.
-¿Estás bien, Ralta? – le preguntó Furia, algo inquieta.
-Eh… Sí. Solo creía haber visto algo y… No sé – murmuró ella –. He tenido una sensación muy rara. Da lo mismo.

Desde detrás de otros arbustos, el lobo negro observó como las tres chicas se marchaban detrás de su compañera con un sigilo un tanto cuestionable. Tenía que moverse para no perderlas de vista, y adelantarse a ellas, si era posible, para atacar a Tary.
Fue a dar un paso y escuchó un gruñido tras él. Se giró con lentitud y se encontró frente a un perro que le enseñaba los dientes y se mostraba bastante hostil. “Estúpido animal”, pensó él, agachándose para esquivar el mordisco del perro.
En un par de segundos, el rabioso animal cayó muerto al suelo. Le costó algo más de esfuerzo de lo que acostumbraba penetrar en su mente y matarlo desde dentro, pero aquellas cosas solía hacerlas bajo forma humana.
“Al parecer, hoy las cosas no salen como a mí me gustan…”, refunfuñó.


Siril, Ralta y Furia no tuvieron que caminar mucho rato a escondidas. Al parecer, Tary no estaba tan recuperada y se cansó enseguida de andar. Bob y ella se sentaron en un banco y charlaron largo rato. Por los gestos que Tary hacía dedujeron que trataba de quitarle importancia a su recién pasada “enfermedad”. Después pasaron a una actitud mucho más relajada, pero cargada de nerviosismo, sobre todo por parte de Bob.
-¿Oís algo? – susurró Ralta, forzando el oído. Eso le resultó inútil, aquella tarde el parque estaba más concurrido de lo normal.
-¡Ralta! Estamos aquí para vigilar que Tary esté bien, no para espiarla – la reprendió Siril, haciendo que se agachara y quedara oculta detrás del arbusto.
-Yo creo que podríamos irnos. Tengo la sensación de que Bob cuidará bien de ella – sonrió Furia, señalando a la pareja.
-¡Oh! Es precioso – dijo Ralta, casi emocionada –. Su primer beso.


Tras un rato fantástico charlando juntos, Bob sentía que debía contarle a Tary sus sentimientos cuanto antes. Desde que se habían conocido en aquel inesperado choque en su carrera hacia el autobús, Bob estaba seguro de que nunca iba a conocer a ninguna chica como ella. Tenía “algo”, que la hacía ser especial. Era algo que hacía que hasta las cosas más sencillas, como una sonrisa, se convirtieran en maravillas dignas de ver.
Y aquellos días en los que no había podido verla se le habían hecho eternos y pesados. Además, la preocupación se había adueñado de él y solo deseaba poder tenerla delante, abrazarla y comprobar que estaba bien.
Ahora la tenía delante y podía decirle todo lo que sentía. Sin embargo, sentía que no podía hablar. Las palabras que tanto había ensayado se resistían a tomar forma y salir de su garganta.
-Tary, escucha, quería decirte que… yo… – se aclaró la garganta, nervioso – Esto, yo… tú… Dios, no sé cómo decirlo.
Ella sonrió con amabilidad y le acarició la mano para transmitirle confianza.
-Tranquilo. Yo también.
Se inclinó lentamente hacia él y sus labios se encontraron, mezclándose con una dulzura y ternura que ellos creían imposible. El tiempo dejó de existir, sumergiéndolos en una sensación de vacío de lo más agradable. Solo estaban ellos, su beso, el rumor del río y el olor de las rosas en el aire.
Tary se sintió mejor que nunca. Una fuerza inusitada parecía sostenerla e inundarla de un poder que nunca había sentido. Sin embargo, esa sensación de poder desaparecía, fluyendo fuera de ella. Aunque no por eso la situación dejó de ser maravillosa.
Los chicos se separaron con un suspiro y se abrazaron, cada uno mirando al infinito, sumidos en sus propios pensamientos, cargados de felicidad.
“Disfruta de estos momentos, en cuanto te separes de ese chico estarás muerta”, le susurró una voz heladora en su cabeza.
El vello del cuello se le puso de punta y tragó saliva, aterrada. Todo su cuerpo se quedó rígido, crispado, y lentamente miró a su alrededor, buscando a Kiv.
Se topó con la verde mirada de un lobo negro, tumbado en el suelo casi a sus pies, y sintió que la invadía un terror que creía imposible de volver a sentir. El reciente beso de Bob fue sustituido por el repugnante recuerdo de Kiv, sus labios congelados, su lengua serpenteante…
-¿Tary, te encuentras bien? – le preguntó Bob, preocupado por el modo en el que la chica había comenzado a temblar.
-No… Está ese… – tartamudeó ella, señalando al lobo.
Bob miró al lobo y vio solo un simple perro, con unos ojos realmente escalofriantes, pero un perro al fin y al cabo.
-Tranquila, no parece que vaya a hacernos nada. Aunque su dueño no debería dejarlo suelto por aquí.
-Asesino – dijo Tary, en un tono tan bajo que Bob no alcanzó a escuchar. Sin embargo, Kiv sonrió, complacido.  


Cientos de miles de imágenes pasaban a toda velocidad por delante de los ojos plateados de la irav, que con gesto sereno trataba de comprenderlas todas. La inmensa mayoría de aquellas imágenes eran problemas, injusticias, muerte y depresión.
“Es todo tan triste”, se dijo, alicaída.
Uno de los requisitos indispensables para llegar a ser irav de Shoz era poder ver todo el horror de todos los mundos y no desmoralizarse ni volverse loco contemplándolos.
Shaira estaba acostumbrada a observar malas situaciones. Su hermana Shina y ella venían de uno de los mundos que se encontraban más sumidos en el pánico. Su pueblo, los inuyasi, había permanecido inmerso en una guerra civil interminable.
Nunca nadie había movido un dedo por detener aquella guerra. Sin embargo, Shaira se había prometido que si llegaba a ser la líder de Shoz haría algo para solucionar aquello; aunque era un objetivo un tanto egoísta.
La ilusión de las imágenes se rompió y la luz inundó la estancia a través de la grandiosa cúpula de cristal que coronaba el techo.
Shaira descendió hasta que sus pies descalzos se sumergieron en el agua que recubría el suelo de la sala. El bajo del largo vestido se empapó, pero eso no le importó ya que en cuanto saliera de allí se secaría solo.
-Iro – saludó Shaira, con educación, a quien había roto la ilusión.
-Shaira. Siento interrumpirte, pero ya llevabas aquí mucho rato. Además, los elfos me han pedido que te llame para que vayas con ellos. Algo extraño sucede en su Sala – el hombre tenía una voz grave, serena, firme.
Aunque Iro no era precisamente un hombre corriente. Su apariencia de un hombre que rondaba los cincuenta años y su largo cabello lacio y castaño parecían normales, pero sus ojos azules tenían un brillo especial. El brillo de un ángel.   
Abandonaron la sala y juntos caminaron a buen paso hasta la Sala de las Gotas, donde los tres elfos aguardaban.
Guwass y Atrava hablaban en élfico muy bajito y tan deprisa que era imposible distinguir ni una sola palabra. Shaira había intentado convencerles en numerosas ocasiones de que le enseñasen élfico, pero ellos se negaban en redondo. El idioma de los elfos había sido siempre uno de sus grandes secretos, y no iban a confiárselo a nadie, ni aunque quién se lo pidiera fuese la irav de Shoz.
Serun estaba sentado en el suelo, escribiendo a toda velocidad en un cuaderno sin mirar al papel, totalmente centrado en seguir con la vista una Gota plateada que volaba en círculos por toda la sala. En comparación con las otras tres Gotas, aquella estaba loca. 
Shaira siguió con la mirada también la trayectoria perfectamente circular de la Gota, con una débil sonrisa en sus labios. Guwass se le acercó en silencio e hizo una corta inclinación de cabeza.
-No sabemos qué le ocurre – murmuró el elfo –. Ha empezado hace poco, de repente. No habíamos visto nunca parecido.
-Es simple, lo que ocurre es que sois demasiado jóvenes. El movimiento de esa Gota indica que acaba de entregar su “don”. Los anteriores Elegidos no llegaron a entregarlo… El “don” se entrega por cariño, por lazos afectivos. Así que Tary acaba de consolidar un lazo muy fuerte.
-Su Gota estaba prácticamente apagada – intervino Atrava –. No entiendo cómo ha podido iluminarse así y entregar su “don”.
-El haber estado a punto de morir le ha hecho la más fuerte. Se ha enfrentado a sus miedos y sigue viva, pero torturada. Del dolor se obtiene el poder… pero es una forma sucia y peligrosa de obtenerlo – suspiró Shaira –. Se ha roto el equilibrio.
-Entonces el mal presentimiento que tenía Serun, ¿es real? – quiso saber la elfa, preocupada. Miró de reojo a su compañero, que continuaba escribiendo sin descanso.
Desde hacía un par de días lo veía algo deprimido y abatido. Él le había dicho que no era culpa suya, que era el sentimiento que le transmitía su Gota, la Gota de Tary.
-Tengo una mala sensación con esta chica… Espero que logre sobreponerse al dolor y su gota vuelva a iluminarse – le había contado.
-Es probable. Cada uno de vosotros está conectado a una de las chicas. Es normal que presienta los sentimientos de Tary. Pero tened mucho cuidado – les advirtió Shaira a los elfos –, cuando Tary recupere el talismán su gota brillará aun más. Será algo realmente deslumbrante.
-De acuerdo – asintió Guwass –. Tendremos cuidado y vigilaremos bien las Gotas.
La irav abandonó la Sala y emprendió el camino de vuelta a visionar imágenes. Mientras caminaba no pudo evitar dedicar sus pensamientos a las nuevas Elegidas. Desde el principio le habían parecido unas buenas chicas, pero… Ahora Tary tenía una profunda herida en el interior de su alma y podía ser fácilmente infectada por la oscuridad. Además, Furia, la Elegida del Fuego, no parecía tener lo que había que tener para dominar un poder como el que se le había adjudicado.
“Confío en que les vaya bien. Tiene que irles bien”, se dijo.
La historia de los Elegidos anteriores había resultado algo trágica, y no quería que nada parecido se repitiera. “Aiblis, Edel, Eclipse, Nero y Sarmantan.” Shaira les recordaba a la perfección. No habían sido capaces de encajar entre sí y las catástrofes habían sucedido una tras otra.
Sin embargo, los problemas de aquellos cinco Elegidos no habían trascendido demasiado y Shoz les había olvidado.
“Eso fue un grave error”, se lamentó Shaira. Se habían centrado en la educación en el ámbito mágico de las personas extraordinarias que habitaban Shoz y nadie se había dado cuenta del desastre que tuvo lugar en Go.
“Estas nuevas chicas puede arreglar los dos problemas: acabar con Shina y llevar a Go a la auténtica reina”, sonrió la irav, pensando en positivo.


Tary permanecía con la cabeza apoyada sobre el hombro de Bob, acariciándole el pelo con dulzura, mientras miraba con angustia un modo de escape. El lobo continuaba tumbado a sus pies, moviendo la cola con calma y disfrutando del momento.
“No puede hacerme nada… Al menos no delante de tanta gente”, se dijo, tratando de mantenerse serena.
“Podría levantarme ahora mismo y degollarte tan rápido que ni te darías cuenta de que estás muerta, niña”, le amenazó Kiv. Su voz sonaba firme y fría, pero como si se sintiese infravalorado. “Soy un hombre considerado, así que te doy la oportunidad de que ese pobre chico no tenga que verte muerta. Parece verdaderamente enamorado…”
“¡¿Qué sabrás tú de sentimientos, maldito desalmado?! No creas que me quedaré quieta esperando a que me mates. Pienso ponerte las cosas difíciles.”
“No me hagas reír. Apenas te mantienes en pie sola”, se burló Kiv, levantándose del suelo y acercándose a Bob, en busca de una caricia. El chico le pasó la mano por la cabeza, revolviéndole el fino pelo negro. “¿Quieres ver cómo le arranco la mano de un mordisco?”.
“No harías eso…”, murmuró Tary, sintiéndose rota.
“¿Acaso hay algo de lo que yo no sea capaz? Volviendo a lo que nos interesa, puedo transformarme en humano y matarte antes de que nadie se dé cuenta de lo qué está pasando. Y huiría y nadie me encontraría porque en tu mundo no existo. Sin embargo, en el hipotético caso de que lograses detenerme, ¿sabes qué conseguirías? Descubrirías al mundo tu secreto y tu magia. Vamos, que habrías sentenciado tu vida igualmente.”
»”Así que… ¿Qué me dices? ¿Hacemos las cosas fáciles, te aseguras de que el chico no tiene que presenciar nada de esto y pongo fin al sufrimiento por el que estás pasando; o quieres convertir esto en un baño de sangre inocente?”
Tary tragó saliva, presa del pánico.
-¡Qué perro tan bonito! Aunque no creo que tenga dueño, no lleva collar – dijo Bob, totalmente ajeno a la conversación.
La chica se mordió el labio y comenzó a llorar, en silencio. Empezaba a costarle respirar. Bob dejó de acariciar al perro y la miró, confuso.
-¿Qué te ocurre, Tary?
-No es nada… Solo es que no me encuentro muy bien, debe de ser una recaída – dijo, intentando sonreír para que él no se preocupara.
-Vale. Te acompañaré a casa.
-No… Llamaré a mi padre. Vendrá enseguida con el coche, así no te molesto más. Has sido muy bueno conmigo al aguantarme estando enferma.
-Para mí no ha sido ninguna molestia, Tary. Te llamaré mañana para saber qué tal estás, y espero verte el lunes en clase. Tú mejórate, ¿vale?
-Vale… – dijo Tary, emocionada por la ternura de Bob. “Aunque no creo que vuelvas a verme…”
Le dio un tímido besito sobre los labios y se fue por el camino del parque con lentitud.
“Bien hecho, niña”, ronroneó Kiv, satisfecho. “Ahora dime, ¿damos el espectáculo o prefieres morir más tranquila?”
“Prefiero que mi muerte sea algo privado… Pero te lo advierto, me resistiré.”
“Eso me importa una mierda, chiquilla. Si te resistes puedo fallar, y no te daré una muerte rápida e indolora.” 
“No creo que me duela más que lo que me hiciste…”
“Bah… Levántate y limítate a seguirme, niña.”  
Tary se dispuso a levantarse del banco. Le temblaban los brazos y le costaba respirar cada vez más. El lobo se hizo a un lado para dejarle espacio mientras vigilaba cada temblor de sus músculos con meticuloso cuidado.
-¡Tary! Tus amigas están aquí – le gritó Bob, volviéndose de repente y señalando a las tres chicas, escondidas detrás de un arbusto.
Las miradas de todos los viandantes se centraron en ellos, y Kiv sintió como se le ponían los pelos del lomo de punta por la tensión de ser el centro de atención. Tary giró en redondo para mirar a Bob, Ralta, Siril y Furia, pero apenas los distinguía.
Se le nubló la vista. Todo daba vueltas. Sin embargo, no sentía el dolor agudo en medio del pecho como de costumbre; aquel era un dolor distinto. Simplemente sentía que había demasiado aire, y eso le ocasionaba el no poder apenas respirar.
Cayó al suelo, mareada. Le pareció oír como sus amigos gritaban su nombre y corrían hacia ella. La gente que pasaba a su lado, convertidas en solo borrones difusos, también se arrodillaban para prestar su ayuda.
En medio de la confusión, el lobo negro gruñó, frustrado y furioso, y se desapareció de allí sin que nadie reparara en su presencia. No le importaba absolutamente nada lo que le pasara a la chica.


La bruja entrecerró los ojos y observó como Eclipse movía un alfil, amenazando a su reina blanca. Emitió un pequeño gruñido y suspiró, aburrida. No comprendía cómo podía gustarle tanto aquel ridículo juego. Shina no lograba ver dónde estaba aquella “magia del juego” de la que tanto le hablaba la reina.
Era un juego demasiado lento y sin acción. Las piezas se movían siguiendo unas reglas determinadas, un solo movimiento por turno… Era aburrido.
Cruzó con la uña el talismán del tornado con aire distraído mientras movía un caballo para proteger su reina con un movimiento no reglamentario.
Eclipse le pegó en la mano, para reprenderla por aquel movimiento.
-¿Qué se supone que haces?
-Es un caballo – masculló Shina –. Debería poder saltar hasta donde quisiera… Odio este juego.
-Calla y juega.
La bruja masculló algo por lo bajini y empezó a hacer girar el talismán, cada vez a mayor velocidad, alrededor de su dedo índice. Sintió como se desataba la magia y sonrió con verdadero placer. “Esto puede ser interesante…”
-Resulta increíble la conexión que se establece entre un Elegido y su talismán durante la primera temporada – murmuró Shina, mirando como hechizada el pequeño tornado plateado que giraba alrededor de su dedo. Después contempló a Eclipse, que solo tenía ojos para la siguiente jugada a ejecutar –. ¿No conservarás, por casualidad, tu talismán?
La reina se quedó congelada en la posición en la que se encontraba, sosteniendo una torre con delicadeza entre sus dedos, y muy lentamente se giró hacia Shina, entrecerrando los ojos.
-¿Te crees que soy estúpida? – inquirió Eclipse, con cierta ira contenida.
-No, claro que no. Era pura curiosidad… Ese talismán ya no tiene nada de magia dentro y no es más que un simple adorno, una baratija sin más.
-Jaque – suspiró Eclipse, moviéndose –. Déjate de tonterías y céntrate en el juego. No quiero ganarte tan fácilmente.
En la puerta, justo en ese instante, apareció Kiv. Eclipse se fijó en que su esbirro no parecía estar de buen humor, le centelleaban los ojos con aquel brillo homicida que tan pocas veces veía. Si algo más lo alteraba… explotaría.
El joven miró con asco a la bruja, que estaba sentada de malas maneras en un precioso sillón de piel, jugando con el talismán de Tary. “Aire”, pensó él. Aquel giro hacía que el talismán desprendiera magia a raudales. Y solo con un vistazo comprendió todo lo que pasaba.
Aquel era el “algo” que le hizo explotar.
Dio un par de zancadas y derribó la mesa de ajedrez de una patada, fulminando a Shina con la mirada. A pesar del estruendo de las piezas de cristal, rompiéndose contra el suelo, la bruja no se inmutó en absoluto. Sin embargo, Eclipse se enfureció.
-¡¿Se puede saber qué mierda te pasa?! – bramó la reina, levantándose de su sillón.
-Estaba a punto de matarla… ¡Estaba a punto! – gritó él, fuera de sí –. Pero no… ¡Tenía que intervenir eso y joderlo todo!
-Yo no he hecho nada, niñato – ronroneó Shina, elevando una ceja y haciendo girar el colgante todavía más deprisa.
-No vuelvas a llamarme niñato, maldito bicho – dijo Kiv, con ira, separando cada sílaba.
Shina detuvo el giro del talismán y lo estrujó dentro de su puño para después tirarlo al suelo de madera, con tanta fuerza, que lo astilló. Se levantó del sillón con lentitud y se puso frente a Kiv, que temblaba de ira contenida.
-Tú… Tú te callas – siseó la bruja. Sin darle tiempo a reaccionar, le dio una bofetada, cargada de magia, que lo lanzó hasta una esquina de la pequeña salita.
Eclipse dejó caer sobre el sillón y observó, con cierto aburrimiento, como su esbirro esgrimía su espada para absorber las maldiciones que Shina le lanzaba.
-No sé porqué estáis empeñados en mataros… ¡Parad!
Kiv se detuvo de golpe, y la bruja le imitó. Se dirigió hacia la ventana y saltó desde allí, pensando “tengo que matar a alguien”.
Shina sonrió con desprecio.
-Odio a ese niñato.
-Lo sé, pero tendrás que aguantarte. Ahora se encuentra en un estado muy inestable… Es imposible saber qué va a hacer.
-¿Y qué más dará lo que haga?
-A ti te dará igual lo que haga, pero a mí no; al igual que me importa todo lo que tú hagas. Recuérdalo, me sirves a mí.
-Sí, claro – masculló Shina con desdén –. Voy a la poza otra vez; quiero mucha más magia.
Se marchó de la salita, teniendo cuidado de no pisar los cristales que cubrían el suelo, dejando a Eclipse acomodada en su sillón.
Apretó los dientes con fuerza. Se sentía terriblemente molesta porque las cosas no salían exactamente como ella las había planeado. Cada vez que se bañaba en la poza, daba la sensación de que el poder volvía a ella, pero sin embargo era solo una sensación pasajera. Además de eso, estaba aquel maldito chico, Kiv, que la sacaba de sus casillas. Al menos tenía la certeza de que Eclipse, a pesar de intentar resistirse, había caído en su red de ilusiones y palabras zalameras y estaba totalmente a su merced; tan solo tenía que satisfacer sus ridículos caprichos. “Como jugar al ajedrez…”, pensó Shina, bajando las escaleras que conducían al que había convertido en su pequeño santuario.
Pasó un largo rato metida en el agua, pensando en cómo conseguir un poder que durase más tiempo, un poder que realmente la satisficiese. Y se le ocurrió a quién debía acudir.   

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