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sábado, 28 de abril de 2012

lunes, 23 de abril de 2012

CAPÍTULO 13: TODOS LOS FINALES COMIENZAN POR UN PRINCIPIO


CAPÍTULO 13: TODOS LOS FINALES COMIENZAN POR UN PRINCIPIO
El hecho de respirar comenzaba a hacerle tan duro como subir una cuesta empujando una roca que doblara su peso. Sentía como gruesas gotas de sudor le descendían por la cara y el cuello. Algunas de ellas se le metían en los ojos y resultaban molestas por la sal que contenían. Pero le resultaba imposible mover los brazos ni un poco.
Cada pizca de energía que le quedaba la gastaba en asegurarse de que podía seguir respirando y liberando una fiera batalla dentro de su propia mente. A lo largo de su vida como un Asesino extraordinario había invadido decenas de mentes y las había destruido desde dentro, pero nunca se había enfrentado a una situación tan dura y complicada. Era como estar peleando contra su reflejo en un espejo. Y una lucha así estaba preparada para que fuera él quien perdiera, ya que su reflejo – o el alma oscura, en este caso – no tenía que esforzarse por mantener vivo un cuerpo a la vez que peleaba.
Tenía dos opciones para perder: entregar su cuerpo o morir.
La batalla duró tres días. Tres largos días durante los cuales Kiv permaneció despierto en todo momento. Hasta que… sus ojos se cerraron, víctima del agotamiento.
El alma oscura, que ya dominaba todo el cuerpo del joven, se hizo con su mente y redujo su conciencia a un pequeñísimo resquicio mientras se adueñaba de todos los recuerdos y conocimientos de su morador.
El alma dejó que el cuerpo descansara, hecho un ovillo en el fondo de la esfera. De todos modos tenía que esperar a que Eclipse apareciera y lo liberara. Entonces comenzaría una nueva vida. La vida de un Asesino. A cualquier alma oscura le gustaría aquello.

Al día siguiente, Eclipse apareció por la mazmorra. Parecía inquieta. Había pasado todo el día anterior preparando la partida de Shina, que creía haber encontrado el escondrijo de aquel mago que andaba buscando – aunque Eclipse todavía desconocía porqué tenía tantas ganas de encontrarlo.
Cuando vio los iris de mercurio de “Kiv” se dio cuenta de que era un nuevo Kiv, una versión mejorada y más despiadada que la anterior. Una auténtica máquina de matar que acabaría con la chica “luminosa” y las demás sin titubear.
Sonrió con suficiencia y deseó que todo funcionase bien, ya que si era así escribiría un estudio sobre el funcionamiento de las almas oscuras que pasaría a la historia.
-¿Estás listo? – le preguntó.
Él se incorporó, algo tembloroso porque su cuerpo acusaba la falta de agua y comida, e inclinó la cabeza ante su reina.
-Estoy listo para hacer todo lo que me ordenéis, majestad. Os debo esta nueva vida, y haré lo que sea para merecerla.
-Bien dicho. Ya sabes donde están las cocinas, ve y come cuanto quieras. Y después, tráeme a la Elegida de la Luz. Quiero su cadáver a mis pies.
-Y así se hará.


Los rastrillos que aislaban la capital de Seusash, Navette, se levantaron al mismo tiempo que la bandera que ondeaba sobre la torre más alta de la ciudad costera era retirada del mástil. La mujer hizo un gesto a sus tropas para que entrasen en la ciudad, que por fin sucumbía y caía a sus pies. Y lo había hecho sin derramar una sola gota de sangre.
Navette era conocida, además de por ser la capital, por ser un terreno que no pertenecía a ninguno de los siete condes de Seusash. Allí era donde los condes solían reunirse para tomar las decisiones que incumbían a todo el terreno de Seusash y donde decidían, cada año, quien era el Gobernador de Navette. De entre todas las personas de la capital, los condes escogían a una para convertirle en el Gobernador de la ciudad, aunque al menos cinco de ellos debían votar al mismo escogido.
Cuando la mayoría de sus gentes penetraron en la ciudad ella también entró. Nunca había estado en Navette y tenía ganas de verla para comprobar si lo que había leído sobre la ciudad y su mítico puerto era cierto.
Tras las gruesas murallas de perfectos bloques de piedra gris clara había, dispuestas en calles paralelas y perpendiculares, casas de dos o tres alturas, con paredes impecablemente blancas y puertas de madera sólidas. Las calles estaban empedradas y limpias – parecía imposible que las calles de una ciudad así estuvieran tan limpias.
Cerca de la puerta de acceso este estaba la torre más alta de la ciudad, donde era tradición que viviese el Gobernador con su familia, y donde se llevaban a cabo todas las reuniones de los condes de Seusash y otros actos importantes. Era un edificio de piedra grandioso, de planta cuadrada y visible desde cualquier parte de la ciudad. Al contrario de lo que cabría esperar de una torre así, no estaba diseñada para la defensa de Navette ya que muchos de sus pisos contaban con exquisitas vidrieras de millones de colores.
Para la defensa tenían varias torres, más pequeñas, de piedra oscura que contrastaba con el resto de edificios, haciéndolos más llamativos para que la población los encontrase enseguida en caso de emergencia.
Sin embargo, una de las cosas más impresionantes de la ciudad era su puerto, aunque parecía imposible que una ciudad situada en lo alto de un acantilado tuviera puerto. La ciudad estaba inapreciablemente hundida hacia el centro, donde una amplia escalera de caracol bajaba un par de alturas, penetrando en la tierra. Bajo tierra, bajo Navette, el mar se extendía y formaba una inmensa cueva: el puerto de Navette. Aunque los barcos solo podían zarpar cuando la marea bajaba y no embestía el acantilado con tanta violencia esa no era razón como para que no hubiera decenas de barcos amarrados allí.
La mujer suspiró. Ya tendría tiempo de bajar a verlo cuando arreglara ciertos asuntos con el actual Gobernante. Caminó por las calles hasta que llegó a la torre, en cuya plaza aguardaba el grueso de sus tropas. Todos se apartaron para abrirle el camino hasta las puertas de madera pintada de azul cielo y delante de la cual la esperaba un hombre, grande como un armario y con melena y barba negras, recogidas en coletas.
-¡Nionee! – le gritó la mujer, avanzando hacia él dando grandes zancadas – Hacía muchos años que no te veía, grandísimo idiota.
El hombre hizo un amago de sonrisa ante el insulto de la conquistadora, aunque ya sabía que se lo decía de broma – o al menos eso pensó él a juzgar por la sonrisa con la que se dirigía a él la mujer.
-Por favor, Edel, no me humilles más. Has obtenido mi ciudad, ¿qué más quieres?
-Sé que he herido tu enorme orgullo masculino – dijo ella, poniendo los brazos en jarras y mirando alrededor –, una vez más. Discúlpame.
Nionee gruñó algo entre dientes. Recordaba perfectamente el día en que se habían conocido, el día en que Edel le había humillado delante de una veintena de hombres más. Fue en la Academia de Armas de Nogo, donde ella era la única mujer entre cientos de alumnos. Allí Edel tenía que compartir habitación con sus veintitrés compañeros de curso.
-¡Anda ya! ¿Y esta princesita mimada va a luchar aquí con nosotros? – se rió Nionee, burlándose de la joven Edel, que por aquel entonces tenía casi diecisiete años. Él ya había cumplido los veinte y era tan grande como en la actualidad.
Edel se acercó a él por la espalda y lo inmovilizó contra el suelo antes de que pudiera darse cuenta. Cuando Nionee intentó resistirse, Edel le arrebató la daga que él llevaba en la cintura y le amenazó con ella.
-Esta “princesita mimada” va a patearos el culo como le deis la espalda durante un solo segundo, perdedores – dijo Edel, amenazándolos a todos.
Aquel había sido un momento verdaderamente humillante para Nionee, y al que habían seguido otras muchas humillaciones en combates, ya que Edel siempre fue la mejor espadachín del curso. Y eso no les sentaba nada bien a los hombres. Solo hubo uno a quien nunca le importó que Edel fuera tan buena con las armas, aunque claro, él estaba en un curso superior.
-¿Asildur no viene contigo? – le preguntó al ver que Edel estaba sola. Cerca de ella estaba una chiquilla que, a su parecer, no podía tener más de catorce años, un hombre grande y moreno, y una mujer de ojos cansados y expresión dura que bajó la mirada.
Edel miró de reojo a aquella mujer y suspiró.
-Murió.
-Lo siento – murmuró Nionee, entristecido por la noticia. Habían sido buenos amigos, pero sus caminos se separaron cuando, sin esperar a terminar su formación, él y Edel se habían hecho a la mar junto con casi un millar de mercenarios a los que el rico Asildur había pagado. La pareja perseguía un sueño, una utopía: conquistar el mundo para regirlo de tal forma que no existiese la guerra, ni la injusticia, y todo el mundo pudiera ser feliz.
-Bueno, olvídalo y acógenos en mi ciudad, Nionee – dijo Edel, encogiéndose de hombros y quitándole hierro al asunto.
Mientras entraban en la torre que presidía Navette, una bandera – de una elegante tela que cambiaba de color según como incidía en ella la luz – ascendió por el mástil del que habían retirado la bandera insignia de la capital.
Navette había caído. 


Mucho antes de que las imágenes comenzaran a cobrar forma en su mente, Tary supo que era una pesadilla, un horrible recuerdo que no podría detener hasta que terminase. Todo estaba oscuro, pero se notaba como una fuerte energía surgía de la nada y cubría el cielo. Ralta y ella echaron a correr, asustadas. Sin embargo, Furia se quedó inmóvil, con los pies clavados en el suelo por el miedo. La energía se cernía sobre su amiga mientras ellas seguían corriendo sin darse cuenta de que la habían dejado atrás.
Solo se dieron cuenta de que Furia no las seguía cuando la escucharon chillar a pleno pulmón. Se volvieron y la vieron envuelta en llamas. Pero algo iba mal. El fuego, que no debería dañarla, la estaba quemando, consumiendo; y en el aire se respiraba un asfixiante olor a carne quemada.
Como ya había adivinado, Tary solo pudo despertarse cuando el cuerpo de Furia había quedado reducido a cenizas. Muerta a causa de su propio poder.
Se incorporó de la cama, bañada en sudor y jadeando. La primera vez que tuvo aquella pesadilla – que era el recuerdo de algo que ya le habían obligado a ver cuando la Veisha la torturó – se despertó gritando de terror. Miró el reloj de la mesilla y decidió que para media hora que le quedaba de dormir, era mejor levantarse. Se duchó para aliviarse y deshacerse del sudor que la pringaba, bajó a desayunar y se marchó mucho antes de lo normal.
Cuando llegó al instituto ni siquiera el conserje había llegado allí y lo había abierto, así que decidió irse a dar una vuelta para hacer tiempo y retirar de su cabeza la imagen de Furia consumiéndose en sus propias llamas. Bajó unas cuantas calles hasta la zona del paseo que discurría a la orilla del mar.
Se apoyó en la valla y respiró el frío y salado viento procedente del océano. El frío consiguió relajarla mucho más que la ducha de agua caliente que se había dado en casa. Miró hacia abajo y vio arena en el fondo del acantilado. “Debe de ser por la marea baja”, suspiró Tary.
Sonrió al ver como los peces saltaban por fuera del agua. Le parecieron graciosos, hasta que descubrió por qué saltaban. Una sinuosa figura brillaba bajo el agua, lanzada a toda velocidad hacia los peces. Se inclinó más hacia delante para observar mejor. Tary miró atónita como aquella cosa devoraba a los animalitos y después asomaba la cabeza fuera del agua y fijaba sus ojos de reptil en ella.
-¡Tú! – la mandíbula le colgaba y le temblaba, asustada por volver a ver aquella enorme serpiente. El mareó la invadió y sintió como sus pies se separaban del suelo y, antes de que pudiera hacer nada, estaba cayendo hacia el mar. La conciencia estaba a punto de abandonarla, pero consiguió invocar su poder y flotar en el aire a un par de palmos del suelo.
Mareada, se puso en pie, y se apoyó contra la rasposa pared de piedra. Escudriñó el agua en busca de la serpiente. Si seguía en el agua y se acercaba a ella… En aquellos momentos era una presa fácil y tenía que salir de allí cuanto antes. Pero no vio nada, y todavía le quedaba tiempo antes de que las clases empezaran.
-Y este sitio no está nada mal – se dijo, encogiéndose de hombros. Colgó la mochila sobre una roca que salía junto con sus botas y se sentó sobre una roca plana para dejar los pies a remojo –. Al menos, ahora que la marea está baja; porque cuando empiece a subir será otra cosa.
Cerró los ojos al sentir el viento acariciándole el rostro y haciendo que su cabello se agitase siguiendo el ritmo de las suaves olas que barrían la arena. El aire que llegaba del mar parecía traerle historias, voces, olores, de todas las partes del mundo. Era una sensación extraña, nueva, totalmente diferente a lo que había vivido hasta entonces. Era como si todo el planeta pudiese difundir sus vivencias a través del aire que todos respiraban. Sonrió, feliz de sentir algo tan hermoso como aquello, y abrió los brazos para abrazar todo aquello que el mar y el viento le llevaban. Quería que le llegara al corazón.
Un fortísimo sonido la sobresaltó. Abrió los ojos y vio que detrás de ella se extendía una pequeña polvareda y su mochila se había caído al suelo. Se levantó de la piedra y observó atónita, cuando el polvo se posó, como en la pared de piedra del acantilado habían aparecido unas profundas grietas.
-¿He hecho yo esto? – se preguntó, mirándose las manos. En efecto, emitían un leve brillo. Había desatado su poder y aquellas grietas eran el efecto –. Genial. Simplemente, genial.
Se puso las botas y se echó la mochila a la espalda al ver que tenía poco tiempo para llegar a clase a la hora. Invocó el viento y flotó con suavidad hasta la calle, poniendo cuidado en que no hubiese nadie mirando, y emprendió la carrera hasta el instituto pensando en la cara que pondrían sus amigas al ver lo que era capaz de hacer ahora.


Siril había decidido no ir aquel lunes a clase, sin embargo no por eso había dejado de madrugar. En realidad, se había levantado mucho antes de lo normal, y llevaba cinco horas en Shoz, documentándose un poco más. No había parado a comer ni un momento, y solo se levantaba de la silla para coger otro libro más.
En la biblioteca se encontró a Koren, que le puso al día de lo que había pasado con Tary y Shina, y el libro en cuestión. Así que, aunque se había llevado los libros de la universidad para estudiar allí, decidió ponerse a investigar sobre todo aquello.
Shina no podía buscar otra cosa más que poder, ¿pero para qué? ¿Tan importante era aquel mago sobre el que Koren no quería hablarle?
Lo primero que sentó en claro era que Shina quería el poder para entrar en Shoz y destruirles a todos. Pero sentía que algo le fallaba.
-Nadie puede almacenar un poder infinito. Así que Shina debe de tener algo en mente, algo para lo que va a destinar el poder que saque de ese mago – dijo, pasando las finas páginas de un grueso volumen sobre la historia de Shoz –. Se supone que ese mago tiene un grandísimo poder. No obstante ha mantenido escondido ese libro en el corazón de Shoz, donde nadie sospecharía de su existencia. ¿Cómo va a conseguir que el mago que le entregue su poder?
Se golpeó levemente la cabeza con el nudillo, forzándose a pensar, a que se le ocurriera algo; pero era inútil. No se le ocurría nada, pero por lo que todo el mundo en Shoz decía, si Shina se había propuesto encontrar a aquel hombre y obtener lo que fuese de él, lo conseguiría. Sin lugar a dudas.
Continuó buscando algo sobre un mago extremadamente poderoso, pero parecía que nunca hubiera existido nadie así en Shoz.
-Algo falla. Tienen tantísima información sobre todo, pero este hombre no aparece, ni quieren hablar de él. Tuvo que pasar algo muy malo como para que lo hayan eliminado de su historia. Aunque eliminando un recuerdo no se puede cambiar la realidad…
Tendría que buscar un cabo suelto, un punto en la historia que flojeara, algo, el más mínimo detalle que quedase incompleto y descolgado, pero eso requeriría muchísimas horas de búsqueda. Se frotó los ojos, cansada. Tenía que forzar la vista para que las letras no bailasen sobre el papel y se resistieran a ser leídas.
-¡Vamos, piensa! La historia queda plasmada de otras formas aunque no sea de una forma tan exacta, ¿no? – de repente se sintió verdaderamente como su tuviera una bombilla sobre la cabeza y ésta se encendiese a la vez que su rostro se iluminaba al creer que podía haber hallado la solución –. ¡Los artistas! Ellos siempre expresan los problemas de la vida y la sociedad en sus obras. Como por ejemplo…
Cerró el libro y se levantó de un brinco. Cargó con él hasta su lugar correspondiente de la estantería y salió corriendo como una bala en busca de la sección de literatura y poesía. Durante su adiestramiento en Shoz les habían enseñado algunas personalidades famosas que habían pasado por allí a lo largo de la historia, y el único poeta que recordaba era Dack-Banther.
Cuando llegó a la sección que buscaba se topó con un pequeño problema en el que no había pensado. Dack-Banther había sido un grandísimo artista, y toda una balda, de más de dos metros de largo, estaba poblada con todos sus volúmenes.
Siril frunció el ceño. No tenía tiempo como para leerse más de dos metros de poesía, así que tendría que hacer una criba y cruzar los dedos para no dejarse justo el libro en el que podía estar la respuesta.
Lo primero que hizo fue documentarse un poco más sobre él, y así aprendió que Dack era descendiente de demonios y que su aspecto era realmente temible, pero que, en contraste, tenía una personalidad extremadamente dulce y sensible. Por lo que Siril sabía, los demonios eran bastante longevos – su vida media era de unos novecientos o mil años –, pero Dack-Banther no era un demonio completo, ni mucho menos, y había vivido solo trescientos años.
Supuso que Shaira y aquel mago no habían coincidido en Shoz, ya que de lo contrario ella seguro que le habría dicho algo, cualquier cosa.
-Y Shaira lleva en Shoz trescientos ochenta y nueve años, si recuerdo bien lo que nos contó – comentó pensativa, mientras buscaba las fechas exactas del nacimiento y la muerte de Dack-Banther. Una vez tuvo aquellos datos si hizo una idea de la época en la que Dack pudo escribir algo sobre aquel mago que, de ser tan poderoso como se suponía, se habría hecho notar.
Las fechas se correspondían con los comienzos de Dack en el mundo de la poesía, después de haber probado suerte con la pintura y darse cuenta de que nunca podía plasmar en un lienzo lo que el imaginaba en su cabeza.
Por suerte, en aquellos comienzos, los poemas eran cortos, ligeros y sencillos, pero sin dejar de ser hermosos. Al parecer, había ordenado los poemas según los sentimientos que despertaban en él a la hora de escribirlos; así que Siril buscó algunos que le transmitieran temor, miedo, o impresión.
Pasó dos horas leyendo, sin encontrar lo que buscaba, pero completamente hechizada por la belleza de los textos de aquel poeta medio demonio. Era fácil dejarse llevar por la lectura, y estaba segura de que las palabras Dack-Banther despertaban en ella los mismos sentimientos que él tenía mientras los escribía, aunque eso hubiese ocurrido muchos años atrás.
Al fin, encontró uno que le llamó la atención más que los otros, pero solo porque incluía una palabra que no había usado hasta entonces.
“Miedo, caos, ¡pánico!/ Todos corren,/ todos vuelan/ hacia un refugio incierto / lejos de esta lluvia.// Las cartas vuelan por doquier. /Las cartas sesgan vidas,/ y la sangre que derraman/ es tinta nueva que las fortalece. // Una figura se yergue,/ elegante,/ imbatible. / Asesino… asesino.// Alza las manos,/ las cartas bailan a su son./ Baila contento,/ mago del baile de cartas.”
-Mago… – susurró Siril. Tras siete horas allí era lo único que había encontrado, pero no podía estar segura de si aquello era verdad o solo era un escrito fruto de un sueño o de una fantasía.
Decidió preguntarle a Koren sobre aquello, pero haciéndole creer que ella ya había descubierto lo del “baile de cartas” que mencionaba el poema. Si colaba, genial; y si no, lo seguiría intentando. Algo tenían que hacer para pararle los pies a Shina, y aquello podía ser una pista valiosa. Cuando estaba a punto de irse a buscar a Koren, sintió que alguien iba a entrar en Shoz. Sonrió para sus adentros al comprobar que su percepción era tan buena.
-Ralta – dijo, con una sonrisa.
Sin embargo, su sonrisa se borró al instante. Su trayectoria se estaba desviando, y mucho. Algo o alguien la estaba arrastrando, sin que ella lo supiera, hacia otro lugar.
-¡Go!    


Tary se cansó de esperar. Si no se iba ya, llegaría tarde al complejo deportivo y ni siquiera tendría tiempo de comer. No podía aguardar más, así que Ralta y Furia tendrían que esperarse a otro día para ver el poder que acababa de descubrir.
“Menudo día han elegido para dejarles salir de clase tarde”, masculló Tary, mientras se dirigía hacia su parada de autobús. “Al menos podré comerme el bol de ensalada…”
Escasamente un par de minutos después de que Tary se marchara de la puerta de su instituto, Ralta salía de clase por fin, acompañada por Katie, que no paraba de hablar y decir cosas sin mucho sentido. Ralta hizo una mueca al ver que ya apenas quedaba gente en la entrada, y Tary no estaba entre las personas que quedaba.
-¡Jumm! Ha debido de hacérsele tarde, pero había dicho que tenía algo que enseñarme…
-Tary es muy estricta con sus horarios, ¿no? – preguntó Katie, dejando de parlotear.
Ralta asintió en silencio. Katie empezó a silbar despreocupadamente, mirando hacia el cielo. Una gota de lluvia le cayó justo en la nariz.
-Ya decía yo que hoy iba a llover… ¡Nos veremos mañana!
-Hasta mañana – musitó Ralta, que se había quedado un poco traspuesta en el sitio. Una mala sensación acababa de recorrerla de arriba abajo. Un sonoro trueno hizo que el suelo vibrara y muchos se asustaran.
“Será por la tormenta, por la lluvia o por este frío por lo que me siento mal”, se dijo a sí misma para calmarse. Sin embargo, desde que habían recibido sus talismanes, Ralta se estaba fiando más de las malas sensaciones, porque nunca parecían traer nada bueno.
Estiró el brazo, con la palma hacia arriba, para atrapar gotas de lluvia mientras caminaba. Sorprendentemente, éstas no eran frías.
“Que cosa tan rara… Yo estoy muerta de frío. Y la electricidad del ambiente me está poniendo los pelos de punta.” Miró hacia el cielo cuando un nuevo trueno hizo que todo volviera a vibrar, y vio como un rayo caía sobre ella.
Desconocía que aquello no iba a hacerle ningún daño, así que cerró los ojos y pensó en un lugar seguro; solo quería salir de allí. Un camino luminoso se abrió y la encaminó hacia Shoz, separándola de su mundo. Y saber que en cuestión de segundos aparecería en Shoz calmó a Ralta profundamente.
Sin embargo, cuando abrió los ojos, vio que no se encontraba donde esperaba. A su alrededor solo había árboles de gruesos troncos y cuyas copas se fundían unas con otras para no dejarle ver el cielo. Apenas llegaba luz solar al suelo, ni tampoco se adivinaba el linde del bosque entre los gruesos troncos de los árboles.
De repente volvió a recorrerla un terrible escalofrío y sintió como se le ponía la carne de gallina. “Alguien me está siguiendo”, pensó Ralta, poniéndose en guardia. Dejó que su magia fluyera hasta las palmas de sus manos, cargándose de energía para atacar. Giró sobre sí misma, escudriñando las sombras en busca de su perseguidor. Algo se movió entre los árboles.
“Tranquila, tranquila, ¡tranquila!”, se dijo, sintiendo como las chispas saltaban por sus dedos, esperando a convertirse en un torrente de energía que abandonara su cuerpo.
Vio un destello entre las sombras, y una figura salió de ellas a toda velocidad. La energía salió de ella con tanta fuerza que sintió como le ardían las manos; e incidió sobre la espada que portaba la misteriosa figura. El acero salió volando por los aires por la violencia con la que la energía chocó contra él.
-Kiv – musitó Ralta al reconocer el arma. Lo miró, agazapado como un felino. Sin embargo, notaba algo distinto en él. Su forma de moverse era distinta, menos elegante, y el color de sus ojos ya no era verde.
Ralta notó como todos sus músculos se tensionaban al verle acercarse, pero por mucho que invocase su magia, nada acudía a su llamada. No había sabido controlar la intensidad del primer golpe y se había agotado. Extendió la palma de la mano hacia él y dejó que brotase una intensa luz, cegándolo momentáneamente. Y se echó a correr entre los árboles. No sabía a dónde iba, apenas sí veía por donde pisaba, pero tenía que huir de él.
“¿Pero por qué ahora vuelve a intentar matarme? No entiendo nada…”, pensó, asfixiada. Le oía cerca de ella.
Algo cortó el aire y se hundió en la corteza de un árbol, demasiado cerca de Ralta. Y detrás de aquella arma fueron otras más, que tampoco lograron alcanzar su objetivo por lo denso que era el bosque y la luz que Ralta conseguía invocar para cegar a su enemigo mientras rogaba por poder recuperar energías para atacar y no tener que andar huyendo a la defensiva.
Ralta no sabía hacia dónde corría, ni tampoco se fijaba mucho en la dirección – ya tenía suficiente con poner atención a no tropezarse con las raíces y ramas caídas de los árboles, y mirando atrás para vigilar que todavía guardaba las distancias con Kiv –; además ella no estaba acostumbrada a correr, y enseguida se resintió. Los pulmones le ardían y sus piernas se negaban a dar un paso más cuando se topó con un muro entre la maleza. Parecía de una vieja casa, medio derruida por los salvajes árboles que reclamaban el pedazo de suelo que ocupaba.
La chica soltó una maldición al ver su camino de huida cortado, y se volvió hacia atrás, asustada. Notó la magia acumulándose de nuevo en sus manos, pero no tenía la suficiente intensidad como para hacerle realmente daño.
“Vamos, vamos”, se dijo Ralta, rogando para recoger energía más rápido.
Sin embargo, Kiv estaba quieto y se había llevado las manos a la cabeza. Temblaba, con una expresión extraña, y miraba fijamente a Ralta.
Dentro del cuerpo humano de Kiv, su verdadera alma hizo un grandísimo esfuerzo y lanzó un grito de ayuda, y peleó por dentro para conseguir el control de su cuerpo durante unos pocos segundos.
-¡Ayúdame, Ralta! – dijo, con la voz ahogada.
Ralta se dio cuenta de que al hablar le habían cambiado los ojos de color, volviendo a su verde original. Él sacudió la cabeza, como si tratara de despertarse y se golpeó con la empuñadura de la daga que sujetaba con la mano derecha.
Y después de aquellos extraños segundos, Kiv se irguió, aunque no tenía la misma postura fría y amenazante que había visto en él la primera vez.
“No es él. ¡No puede ser él! ¿Por qué me ha pedido ayuda?”, se preguntó Ralta, cada vez más confusa. Cuando Kiv dio un paso hacia delante, ella se sintió tan aterrorizada que se le escapó la energía en forma de un débil chorro.
El joven asesino lo evitó por los pelos haciéndose a un lado y se lanzó sobre Ralta con un siseo inquietante y sediento de sangre. Ralta cerró los ojos, no quería ver nada, y se encogió contra la pared. Pero no sintió nada, solo escuchó un chasquido – que no supo identificar de dónde venía – y el gruñido furioso e inhumano de Kiv.
Abrió los ojos, aun temerosa, y se encontró con algo que no esperaba. Furia estaba a su lado, lista para defenderla – aunque por la expresión de su rostro y las llamas que lamían su cuerpo, estaba muerta de miedo. Un poco más lejos estaba Siril, sentada en el suelo, jadeando, y delante de ella, Tary.
No tuvo tiempo ni de preguntarse qué estaban haciendo allí, ni cómo habían llegado tan a tiempo. Vio como Tary se agachaba y golpeaba con la palma de la mano el suelo, haciendo que temblara y se abriera en él una pequeña grieta que avanzó hacia Kiv, que saltó hacia atrás para alejarse.
Pero Tary no podía esperar más a lanzar otro ataque, así que abrió los brazos tal y como había hecho aquella misma mañana en el mar y dirigió su poder hacia Kiv. Éste pensó que lo más inteligente que podía hacer era huir, ya que percibió que la magia de Tary era algo demasiado poderoso, y él no podía competir contra algo así. Daría igual que pusiera por delante su espada, no lograría absorber tal cantidad de magia ni desviar el fortísimo hechizo que, sin duda, habría quebrado su preciosa arma.
-¡Mierda! – exclamó Tary al ver como Kiv desaparecía ante sus ojos, con una débil sonrisa torcida y siniestra.
Furia suspiró aliviada, y el fuego que la rodeaba desapareció. Se volvió hacia Ralta, que temblaba todavía, encogida contra la pared, y le pasó un brazo por los hombros para tratar de tranquilizarla. Siril no se había movido ni un poco, parecía que hasta respirar le estaba costando un esfuerzo tremendo. Más tarde, Ralta se enteró de que Siril había creado una barrera protectora para evitar que Kiv se abalanzara sobre ella y la matara. Pero claro, su poder protegía mucho mejor frente ataques mágicos que contra uno corporal, así que había tenido que emplear una cantidad de magia demasiado grande.
-¿Te encuentras bien? – le preguntó Furia con dulzura mientras le quitaba algunas ramitas y hojas de entre los rizos.
-Gracias a vosotras, sí. Tengo las piernas hechas polvo…
-Y la cara llena de arañazos. Debías de estar muy asustada – susurró Furia.
-Sigo muy asustada. Muchas gracias, chicas – intentó sonreír Ralta.
Miró hacia donde se encontraba Tary, que estaba ayudando a Siril a ponerse en pie. Estaba tan seria, que Ralta se sintió muy incómoda cuando la fulminó con sus ojos de miel y le dijo:
-Eres una irresponsable.
-No fue culpa mía – se excusó Ralta, cohibida –. Quería ir a Shoz pero no sé cómo acabé aquí.
-Eso es…
-Es verdad – dijo Siril, sujetándose las costillas –. La sentí viniendo a Shoz, pero algo la desvió y creí que podía ser una mala señal. Fue por eso que os he ido a buscar tan rápido.
-¿Cómo has podido encontrarnos? – preguntó Furia. Llevaba todo el rato preguntándose eso, ya que Siril había aparecido de repente a su lado en un semáforo y se la había llevado sin decirle ni una palabra.
-Igual que podéis aparecer en Shoz a voluntad, podréis aprender a encontrar vuestras almas y encontraros. Aprovecho para pediros perdón por haberos “raptado” de esa manera, sin daros explicaciones, pero como habéis visto no había tiempo.
Tary soltó un bufido.
-Has tenido mucha suerte de que Siril esté en todo… 
Las tres se dieron cuenta de que Tary estaba bastante enfadada, no solo con Ralta por haber estado en peligro, sino porque había tenido delante a Kiv y no le había dado tiempo de acabar con él. Había estado tan cerca… Tan cerca de saciar su sed de venganza. Kiv le había hecho tantísimo daño que… Tary apretó los puños, clavándose las uñas en la carne. Sentía tanta rabia. Además, no podía dejar de recordar la expresión con la que Ralta había mirado a Kiv justo antes de cerrar los ojos y encogerse contra la pared. Miedo, terror, pánico, pero también algo de admiración.
-Vámonos de aquí, este sitio me da malas vibraciones, y Kiv podría volver – dijo Siril.
Las tres asintieron y Siril las sacó de Go. Cada una apareció en el mismo lugar del que habían desaparecido tan solo unos minutos antes.


“Esa maldita niñata…”, pensó Kiv, acomodándose en el trono de Eclipse. Pasó las piernas por encima de uno de los reposabrazos y dejó que le colgara la cabeza por el otro, mientras jugueteaba con su daga. Ahora el alma negra controlaba su cuerpo, pero le gustaba aquel juguete tan arriesgado. Era una diversión que le forzaba a mantenerse concentrado ejecutando precisos movimientos para no herirse las manos. “No solo logra sobrevivir a la tortura de una Veisha, sino que eso la ha vuelto más fuerte y ahora quiere vengarse.”
Recogió la daga y se estiró, como un gato. “Esa chica acabará mal, muy mal… Espero que sepa que la estoy esperando.”
Las enormes puertas del salón del trono se abrieron y Eclipse entró, dando zancadas. Parecía enfadada, aunque algo más que de costumbre.
-¿Qué ha pasado? – preguntó Eclipse, separando las palabras, con ira contenida.
-Llegaron a tiempo para ayudarla. Sin la chica que las protege sería mucho más fácil acabar con ellas.
-Eso fue lo que me dijo Shina. Pero ya tenemos algo en mente, visto que eres un auténtico inútil.
Kiv la miró con los ojos entornados.
-¿Puedo pedirte algo?
Eclipse le miró con cierta sorpresa, pero le hizo un gesto con la mano para que hablase.
-Shina y tú podéis hacer lo que queráis con las chicas, menos con Tary. Soy un Asesino, y mi código me exige acabar con ella. No me dejaste matarla cuando tuve oportunidad, y por eso sigue viva. Quiero resarcirme.
-Lo siento, pero si todo sale a la perfección, me temo que las cuatro morirán de un solo golpe. Ahora solo tenemos que esperar a que Shina encuentre a ese dichoso mago y vuelva pronto y con el poder necesario para esto.
-¿No vas a contarme nada de vuestro plan? – inquirió Kiv, algo molesto por verse a un lado. Antes era con él con quien Eclipse contaba para todo. Ahora Eclipse se fiaba de todas y cada una de las palabras y las promesas de poder de Shina. Pero él no quería dejarse engañar. Una bruja, por pocos poderes que tuviera ahora, no podía ponerse al servicio de Eclipse por buena voluntad. Y mucho menos Shina, que tenía de todo, menos buenas intenciones.
-No. Es algo entre Shina y yo. Te mantendré alejado de las Elegidas de Shoz durante un tiempo. Ten – dijo Eclipse, tendiéndole un papel doblado –, lo envía tu maestro. Él está ocupado en el desierto y quiere que tú te encargues de viajar a Seusash y te informes del avance de Edel. Y si es posible, entra en Navette y espía. Necesitamos cualquier cosa para hacer frente a mi hermana. ¡No puedo dejar que entre en Go!
-De acuerdo. Estaré pronto de vuelta.
-No tengas prisa. Tómate el tiempo que necesites para hacer bien tu trabajo; esto es muy importante para todo el reino.
-Lo sé.
Kiv se incorporó con gracilidad y salió del salón para prepararse y partir cuanto antes hacia Navette. El alma negra dominaba bien los movimientos del cuerpo ahora que la auténtica alma de Kiv dormía en algún lugar muy, muy profundo. El hecho de haberse rebelado contra el alma negra para pedirle ayuda a Ralta le estaba pasando factura, y ahora dormía agotada.
Pero el alma negra no dudaba de que en cuanto descansara, volvería a intentar presentar batalla para recuperar el control de su cuerpo.

miércoles, 18 de abril de 2012

CAPÍTULO 12: LAS SERPIENTES TIENEN EL CORAZÓN NEGRO


CAPÍTULO 12: LAS SERPIENTES TIENEN EL CORAZÓN NEGRO
Le pareció que solo eran retazos de un sueño, pedazos perdidos que no pertenecían a ningún lugar, salvo a su subconsciente. Parecía que volaba, puesto que no sentía suelo bajo sus pies, corría una suave brisa, y algo suave – probablemente plumas – le acariciaba la cara. Después la situación cambiaba. Un olor intenso embotaba sus sentidos y lo paralizaba. De nuevo, las cosas eran distintas. Sintió el suelo. Se arrastraba por el suelo. Mejor dicho, le arrastraban, sujeto por los brazos. Tenía el cuerpo entumecido, pero aquello daba igual; solo se trataba de un sueño.
No tenía ni idea de cuánto tiempo había dormido, pero la cabeza le daba vueltas. Abrió los ojos con lentitud, parpadeando para poder ver con nitidez. Apenas entraban unos pocos rayos de luz pero estos bastaron para que la cabeza le doliese horriblemente.
Recordó la noche en la que su maestro lo reconoció como un igual y le llevó a una taberna. Fue la primera vez que probó el licor. El dolor de cabeza que sentía en aquellos instantes era bastante más intenso que el de aquella vez.
Kiv intentó apretarse las sienes para aliviar el dolor pero se topó con que unas cadenas le impedían mover los brazos. “Interesante”, se dijo, algo molesto. Liberó el alma del lobo e inició la transformación. Sin embargo, aquel truco no le funcionó: las cadenas seguían atándolo. Soltó un quejido lastimero.
No le cupo ninguna duda de que estaba bajo el poder de Eclipse. Volvió a recuperar su forma humana, ya que se sentía mucho más cómodo con ella, y aguardó con paciencia a que la reina se dignase a bajar a las mazmorras y le explicase la razón por la que se había tomado tantas molestias por llevarlo a Go de vuelta.
Pasó un par de horas esperando hasta que por fin apareció Eclipse. Le miraba con seriedad y cierto enfado. Kiv suspiró, sabiendo que la mujer iba con ganas de gritar y de demostrarle que ella era superior a él – llevaba una espesa capa confeccionada con plumas que a la reina le encantaba vestir cuando impartía castigos para demostrar su grandeza.
-¿Te has divertido? – le preguntó Eclipse, cruzando los brazos por delante del pecho.
Kiv alzó una ceja, bajó la barbilla y decidió ignorarla. Lo mejor que podía hacer era callar. La reina se acercó más a él y le hizo alzar el rostro con un cetro repleto de piedras preciosas. Ella no tenía por qué temer el poder mental de su Asesino, ya que hacía ya tiempo que había logrado que su mente fuese un bastión inexpugnable para él.
-Mírame. ¿O es que no quieres que vea lo que has hecho? – le gruñó la mujer.
-Mira todo lo que quieras… Me da igual que te guste o no – contestó Kiv con desdén.
En cuanto se miraron a los ojos se creó un canal unidireccional entre los iris verdes del Asesino y los violetas de la reina de Go. Un canal que solo Eclipse controlaba y que le servía para saber qué hacía su esbirro y así asegurarse de que cumplía con sus órdenes. Y así fue como vio lo que Kiv había hecho durante su pequeña escapada a la Tierra sin su permiso.
-Eres… eres… ¡un jodido imbécil! ¡Eso es lo que eres! – bramó Eclipse, golpeándolo bajo la barbilla con el cetro. Kiv pareció no inmutarse, solo parpadeó con lentitud –. ¿No vas a decir nada?
-¿Para qué? En mi cabeza está todo, así que no tengo nada que añadir – dijo él, encogiéndose de hombros.
A Eclipse se le crisparon los dedos; nerviosa e irritada, arrojó a un lado su precioso cetro y le dio una bofetada a Kiv. Él solo hizo un amago de sonrisa.
-No vais a conseguir nada así, salvo estropearos vuestras delicadas manos de pianista, majestad – las palabras del Asesino brotaron de su boca con una frialdad que enfureció más a Eclipse, que soltó un gruñido iracundo.
-Me da igual que mates por capricho. Lo que no consiento es que te tomes la molestia de ir hasta la casa de una de nuestras enemigas y la dejes con vida. ¡Ni siquiera puedo entenderlo! ¿Por qué hiciste semejante gilipoyez?
-Todas las razones están en mi cabeza, ya os lo he dicho. Observad cuanto queráis, mi señora – siseó él.
-Sabes que solo veo imágenes sin sonido, no descifro tus pensamientos, Kiv – dijo cogiéndolo del cuello.
-Era de esperar de una mente corriente, majestad – sonrió él, con malicia.
-¿Contra qué intentas rebelarte? – le preguntó Eclipse, atónita por su comportamiento, más arrogante de lo normal.
-Quiero la libertad de poder hacer lo que me plazca. No me dejaste matar a la Elegida que estuvo en nuestro poder y me culpaste de que las cuatro siguieran vivas. ¡Ellas usan la magia! Enfréntate tú a ellas. Asesinaré a quien me ordenes, pero no lidiaré con brujas.
-Ya has matado a magos y brujos antes… No repitamos un tema que ya está zanjado.
-Deshazte de la bruja. Es un incordio y no la aguanto.
-No voy a deshacerme de Shina. Es mi pasaporte hacia el poder absoluto. ¿Qué más ridículas cosas te molestan? – él no le respondió. Había cerrado los ojos para ignorarla. Sin embargo, Eclipse aun no había terminado –. ¿Por qué no mataste a la Elegida de la Luz? Estaba dormida, indefensa, y tú estabas respaldado por las sombras, que es cuando mejor haces tu trabajo.
Kiv calló, pero Eclipse aguardó. Sabía que él iba a contestarle, sólo estaba buscando una forma de darle una explicación. Cuando por fin desplegó los labios, habló con los ojos cerrados, sumergido en sus propios recuerdos y razonamientos de por qué la había dejado vivir.
-Tú encuentras una belleza especial en tu colección de flores congeladas. Hay quien ve maravillas en el contorno de una montaña, en las formas de las nubes en el cielo, o en las ondas que se forman cuando una piedra rompe la calma de un estanque.
-¿Desde cuándo piensas de una forma tan… ridículamente poética? Hablas como un juglar – interrumpió Eclipse, entre divertida y sorprendida.
-Yo he visto por fin algo hermoso en el mundo, y es el aura que desprende esa chica. Es luminosa, como un faro en mitad de la nada. Admiro el arte, y no pienso acabar con una maravilla así. Si la quieres muerta tendrás que matarla tú, porque yo no puedo destruir algo tan bello y único.
»Además, puede que sea interesante… Una pelea entre la Elegida de la Luz actual y su predecesora. Suena bonito.
-Eres idiota. Un rey se protege con todas las piezas a su servicio, sean peones o sea la reina. Lo que de verdad importa en el juego es que el rey esté a salvo. Y la vida es más importante que el juego. Así que no digas que yo, que soy el rey de esta partida, va a enfrentarse a un peón de Shoz. Es ridículo.
»En cambio tú… – susurró acariciándole a Kiv la mejilla con el dorso de la mano. Las piedras angulosas de sus anillos le arañaron la piel –. Tú eres el alfil que se sitúa a mi vera. Tú te deslizas entre las filas enemigas con una facilidad humillante para nuestros enemigos, ¿no crees?
-Solo soy un utensilio para ti, nunca me has considerado más que un arma asesina. ¿Te has parado a pensar que puedo ser más que eso?
-¿A quién quieres engañar, Kiv? Tú mejor que nadie sabes que no puedes vivir sin matar. Tienes la mente fría de un asesino, las habilidades con las armas de un guerrero imbatible, el alma feroz y salvaje de un lobo y el corazón negro de una serpiente.
Kiv hizo una mueca, pero no contestó; y eso le dio la razón a Eclipse, que sonrió con extrema satisfacción. Le cogió de la barbilla y acercó su rostro hacia ella.
-Pero tranquilo – le susurró, con un tono malévolo –, esa incapacidad tuya de acabar con “obras de arte” va a terminarse ahora mismo. Recuperaré a mi Asesino obediente.
Eclipse se separó de él y alzó las manos, realizando unos pases mágicos. Un humo denso inundó la celda e hizo toser a Kiv. Cuando éste se retiró una gran esfera de cristal ocupaba la mayor parte de la estancia, irradiando una especie de tinieblas que bajaban la temperatura del lugar.
-¿Te acuerdas de esto? – Kiv se pegó a la pared de piedra y miró hacia otro lado, temblando como un animal espantado. Eclipse soltó una carcajada al ver su reacción –. Debería traerte buenos recuerdos. Al fin y al cabo, gracias a esto eres como eres.
Kiv miró con terror la esfera de dos metros de radio. Un cristal negro la dividía exactamente en dos mitades: en la izquierda no había nada, pero dentro de la derecha flotaba una sustancia de un color oscuro, mitad líquida, mitad gaseosa. Eclipse puso una mano sobre la perfecta superficie de la esfera y con la otra hizo un débil gesto. Una fuerza invisible tiró de Kiv a la vez que las cadenas lo liberaban y lo llevó hasta la mitad vacía de la esfera.
En cuanto estuvo dentro, Kiv se puso en pie y golpeó y arañó el cristal con desesperación. Incluso desenvainó la daga que siempre llevaba con él para tratar de destruirlo con ella y liberarse de aquella prisión invisible.
-¡No! ¡Sácame de aquí! ¡No cambies más mi alma! – gritó Kiv, presa del pánico.
Fuera, Eclipse no escuchaba nada. Con los labios curvados formando una sonrisa maléfica susurró unas palabras que hicieron que el cristal que separaba las dos mitades de la esfera desapareciera. Con una lentitud que a Kiv se le antojó humillante, la sustancia oscura cruzó el espacio vacío entre ellos y se pegó a su piel. Retroceder no servía de nada, golpearla tampoco.
-Por favor… – apenas fue consciente de que aquella súplica brotaba de sus labios mientras la sustancia oscura se deslizaba por su garganta.
La oscuridad se filtró hasta su sangre y recorrió todo su cuerpo hasta llegar al corazón, que dejó de latir unos segundos para recibir la siniestra sustancia en todo su esplendor.
Sístole. Diástole. El corazón del Asesino volvió a latir, y lo hizo arrancándole un grito de dolor. Un grito tan intenso que le destrozó la garganta. Los pinchazos de dolor que le asaeteaban el corazón se extendieron al resto de su cuerpo. Una horrible sensación de asfixia le invadía a pesar de que el aire entraba perfectamente en sus pulmones.
Cada inspiración, cada contracción de su corazón, cada mínimo gesto que realizaba ayudaba a que la oscuridad se extendiera dentro del él, llegando hasta el último recodo de su cuerpo. Antes de perder el sentido, invadido por el dolor y aquella sensación de asfixia que iba a más, vio como Eclipse no perdía detalle de su sufrimiento, gozando con cada grito de dolor.
“Por favor… Otra vez no…”, suplicó cerrando los ojos y perdiendo la batalla contra la oscuridad que se había adueñado de su cuerpo.
Cuando Eclipse se aseguró de que Kiv estaba inconsciente se marchó de allí. Era realmente escalofriante ver como la piel del joven mutaba entre la normalidad, una mata de pelo negro y unas finas escamas. Con cada cambio, el cuerpo del chico se quedaba rígido y después se relajaba tanto que caía al fondo curvo de la esfera hecho un guiñapo.
Pero lo que realmente estaba sucediendo ocurría dentro del joven, lo de fuera no era más que una burda y dolorosa manifestación de ello. Aquella sustancia negruzca era un alma oscura. Un alma oscura era un alma parásita, un alma que buscaba un cuerpo en el que vivir y alimentarse de su energía vital.
Aunque claro, esas almas oscuras tenían un origen. Éstas surgían de las personas con malos sentimientos en su interior: venganza, odio, depresión… Y cuando el cuerpo en el que vivían moría, el alma se liberaba y podían ser atrapadas por casi cualquiera para acabar convirtiéndose en un arma extremadamente difícil de manejar.
Sin embargo, Eclipse había dedicado los últimos catorce años de su vida, más que a gobernar su reino, a investigar las conexiones entre las almas y cómo manejarlas. Y Kiv era la prueba patente de que sus investigaciones habían sido un éxito. Había superado bastante bien la implantación de dos almas animales a su alma humana – salvo por su carácter cambiante y excesivamente agresivo en ocasiones. Si aguantaba también el alma oscura, el alma humana de Kiv quedaría suprimida.

Pasaron un par de días, y Eclipse por fin bajó a comprobar los resultados de su pequeño experimento. Cuando entró, Kiv estaba sentado de espaldas a ella, recostado sobre la superficie de la esfera. Pero estaba despierto.
-¿Qué tal estás, Kiv? – le preguntó con fingida dulzura. Él no contestó, sólo se cruzó los brazos sobre el pecho y se abrazó a sí mismo –. Mírame.
“¿Qué pretendes averiguar si te miro? No vas a encontrar nada nuevo. No he podido ir a ningún lado; apenas puedo respirar…”, la voz sonaba muy débilmente dentro de la cabeza de Eclipse. Era tan débil que tuvo que esforzarse para escucharla.
-Quiero saber si sigues resistiéndote o ya eres el Alma.
Apenas no se notaba, pero Kiv comenzó a moverse, arrastrándose, hasta quedarse mirado a la reina. Tenía la cabeza gacha y apretaba los ojos. Los dedos le temblaban con nerviosismo. “Vamos, mírame”, pensó Eclipse, sabiendo que él leería sus pensamientos.
Lentamente, alzó la cabeza y abrió los ojos – la poca luz de la estancia bastó para resultarle molesta. Bajó sus ojos se extendían unas marcadas ojeras, que junto con el sudor que le pegaba el cabello a la cara le daba un aspecto demacrado. Pero había algo más inquietante en su rostro: sus ojos. Fluctuaban entre su verde natural y un plateado que parecía mercurio que quería fundirse dentro de él.
-No te resistas al alma… o acabará por matarte.
-¿Qué más da que muera? ¿Acaso tengo algo que perder? No pienso rendirme. Desde que soy un Asesino no he perdido ningún enfrentamiento, no voy a hacerlo ahora. Y menos contra alguien incorpóreo. Mi mente es mi santuario, y daré mi vida por protegerla.
-Acabarás cayendo… Y claro que tienes algo que perder, ¡tu vida!
-Mi vida solo te resulta útil a ti… A veces me pregunto qué fui en el pasado…
-¿Melancolía? Así facilitarás la invasión del Alma – Eclipse sonrió.
Él dejó caer la cabeza, agotado. Había hablado demasiado cuando ya le costaba un esfuerzo tremendo respirar mientras mantenía a raya al alma negra. Eclipse se encogió de hombros y se marchó, no sin antes repetirle a Kiv que se rindiera.

Bajó varios pisos más hasta que llegó a la poza, donde ya sabía que encontraría a Shina. Desde su vuelta de la Tierra no había salido de allí para reponer las energías que había agotado allí. Al parecer, a la bruja le afectaba mucho estar en lugares en los que no podía absorber magia alguna.
Eclipse se había enfadado muchísimo cuando Shina le contó que había cambiado el talismán del aire por un libro. No comprendía que tenía de interesante o poderoso aquel mísero cuadernito. Pero Shina le insistía en que debía ver aquel libro como su clave para conseguir más poder. Un poder que, por lo que la bruja decía, ni los cuatro talismanes juntos le procuraría. La entrega del talismán que brevemente había tenido en su poder era una inversión.
Sin embargo, a Eclipse todo aquello no acababa de convencerla.
-¿Puedes explicarme por qué es tan interesante esto? – preguntó Eclipse, arrebatándole el libro que leía mientras se bañaba. Shina gruñó al ver interrumpida su lectura –. ¿Y por qué lo lees tantas veces? ¿Cuántas veces van ya? ¿Cinco? ¿Seis?
-Si me dejas terminar será la sexta – resopló la bruja, estirando el brazo para que Eclipse le devolviera su lectura. Sin embargo, ésta no se lo devolvió.
Comenzó a ojearlo, con cierto interés aunque sin llegar a comprender nada. Pasó las páginas con cuidado, como hacía con todos los libros. “El diario del mago”, susurró la reina, leyendo la portada.
-Así es. Es el diario de un mago. Un mago que busca y atrapa seres muy poderosos, y todo lo que hace queda recogido en este libro. De esta manera puedo seguir su pista y tratar de encontrarle.
-¿Buscas un mago? – preguntó Eclipse, confusa. Cada vez entendía menos cosas, pero algo le decía que hacía bien confiando en la retorcida inteligencia de la bruja. Aunque había una cosa que simplemente no le cuadraba –. Hay algo que… ¿Qué hacía un libro así en Shoz?
Shina sonrió de forma enigmática mientras recuperaba el libro.
-A veces el mejor lugar para esconder algo valioso, y peligroso, es en un sitio en el que pueda estar a la vista de cualquiera.
-Uhm… Eso es cierto – concedió Eclipse. Se recogió el pomposo vestido que llevaba y se sentó en la orilla de la poza, frente a Shina –. Y… ¿has descubierto algo?
-Todavía nada en claro… No ha atrapado a nadie recientemente, así que tendré que pensar como él para poder encontrarle. La última entrada es de hace unos cuantos años, y estuvo en Éfilia, la tierra de los elfos que, si no me equivoco, está bastante lejos de aquí, ¿no es así?
-Así es – asintió Eclipse –. Los barcos más rápidos hacen el trayecto en unos siete meses, si el estado del mar está de su parte. Éfilia es una tierra lejana, muy lejana. Supongo que es eso lo que hace que los elfos tengan tantos secretos.
-A este mago le gustan los lugares aislados y poco concurridos, al fin y al cabo, es el mayor criminal de Shoz.
Eclipse alzó una ceja. “¿Otro criminal de Shoz? Y pensar que ese era un sitio tranquilo… No podía estar más equivocada”, pensó.
-Encuéntralo y obtén de él lo que sea, pero no falles. Ya he perdido mi oportunidad de estudiar la magia con la que funcionan los talismanes de Shoz – suspiró la reina, poniéndose en pie y dejando a Shina a solas con su lectura.
Debía ocuparse de otros asuntos graves, como informarse del avance de las tropas de Edel hacia Go. Según las últimas noticias que habían llegado al reino, la capital de Seusash, Navette estaba a punto de caer – ya que llevaba unas cuantas semanas sitiada, tanto por tierra como por mar –, y los propios condes de los territorios que se habían rendido ante Edel exigían que Navette cesara su resistencia. Mientras tanto, los Condes Reinier y Erelo de Soral seguían pidiendo la ayuda del Reino de Go – a pesar de que Eclipse se había negado firmemente a enviar soldados a sus vecinos – ya que veían muy cercano su fin. 
Y no solo eso, las últimas cartas que había recibido de su Asesino, el maestro de Kiv, no eran muy alentadoras. Varios espías a su servicio habían muerto y los movimientos insurgentes en los Anillos estaban cobrando aliento.
Eclipse tenía demasiados problemas en la cabeza y si las cosas no empezaban a funcionar pronto… Tenía la sensación de que todo se derrumbaría sobre ella.  


En una pequeña cafetería céntrica, sentadas alrededor de cuatro tazas de chocolate caliente, las tres chicas escucharon atentamente a Tary, que les contaba como había acudido al encuentro con Shina en mitad de la tormenta para recuperar su talismán. Había decidido no contarles nada a Furia y Ralta hasta que pudieran reunirse con Siril para así darles la noticia a la vez. Lo cierto era que todas se habían alegrado al verla mucho más recuperada de su debilidad tras haber conseguido su talismán, pero estaban bastante preocupadas por el hecho del pacto que su amiga y Shina habían hecho.
-¿Sabes para qué quería ese libro? No sabemos si era alguna pieza importante en Shoz… – dijo Siril, reflejando la otra preocupación que sentía –. Se te podría acusar de robo.
-No me importa nada que me acusen de robarlo – replicó Tary, encogiéndose de hombros con despreocupación –. Recibí este talismán de Shoz y me prometí a mi misma que lo protegería a toda costa. Me lo arrancaron del cuello, Siril, ¿en serio crees que iba a dejar escapar la oportunidad de recuperarlo?
-Supongo que hiciste lo que cualquiera haría – suspiró Ralta, soplando sobre su taza para enfriar un poco el chocolate.
-Sí… – concedió Siril, plegando los labios –. Aun así, deberías explicar esto en Shoz.
-¿Tengo que darles explicaciones de lo que hago para salvar mi pellejo? – preguntó Tary, algo molesta.
-No, no tienes. Pero deberías – le respondió su prima con una débil sonrisa apenada.
Tary resopló, pero no replicó y se limitó a dar cuenta de su chocolate. No hablaron más de aquellos asuntos e intentaron hablar de asuntos más banales, aunque ellas mismas se dieron cuenta de que era una conversación algo forzada y poco fluida. Al cabo de un rato, Siril se fue ya que tenía cosas que preparar para la universidad; y algo más tarde, Ralta.
-He quedado con Katie para empezar a hacer el trabajo de filosofía… Deseadme mucha suerte – les dijo a modo de despedida.
-¿Aún no lo habéis empezado? Te deseo que seas alguien capaz de pasar más de veinticuatro horas sin parar a dormir ni a comer porque hay que entregarlo el martes – sonrió Tary, dando a entender que ella lo había terminado hacía ya días.
Ralta vio como Furia asentía débilmente. Al parecer había sufrido el férreo estilo de trabajo de Tary, aunque eso le valdría una buena nota.
-Nosotros tenemos que entregarlo el jueves – le espetó Ralta a su amiga, sacándole la lengua, como una niña pequeña –. Para entonces ya tendremos algo decente. Nos veremos mañana en clase, chicas.
Cuando Ralta se fue, Tary y Furia se quedaron solas en la pequeña cafetería. Un silencio incómodo tomo asiento entre ellas. Para hacer algo, Furia apuró su taza de chocolate y jugueteó con los azucarillos, nerviosa.
-Furia, ¿te gustaría acompañarme a Shoz para que explique todo? – le preguntó la chica, acariciando su recién recuperado talismán con cariño.
-Creía que no querías darles explicaciones.
-Y no quiero. No lo veo necesario. Pero si lo hago, me gustaría hacerlo con alguien que me apoye al lado.
-Te acompañaré – sonrió Furia, aliviada por escuchar que Tary contaba con su apoyo.
-Genial – dijo, poniéndose en pie de un salto. Dejó el dinero para pagar sobre la mesa y agarró a Furia de la muñeca para arrastrarla hasta la calle. Una vez allí se fundieron con la gente que paseaba hasta llegar a un lugar apartado y así poder aparecerse en Shoz.

Por tercera vez, Furia se maravilló con la luminosidad de aquel mágico lugar. Sin embargo, Tary echó un vistazo a su alrededor y suspiró deprimida. Shoz se le asemejaba a un bosque en el que los árboles eran de plata. Podría ser igual de hermoso, reflejaría la luz del sol en todas direcciones y lo haría tan luminoso que los atardeceres parecerían algo burdo. Pero no sería más que un bosque muerto, una gran escultura, un complejo amasijo de metal.
Ahora que había recuperado su talismán, la débil sensación de asfixia que sentía al no percibir vida a su alrededor parecía haberse incrementado.
-¿Y ahora qué hacemos? Nosotras solo sabemos donde está la biblioteca. Y esto tiene pinta de ser gigantesco – preguntó Furia.
-Alguien vendrá aquí a buscarnos – respondió Tary, sentándose en el suelo. Furia la miró alzando una ceja, esperando una explicación para aquella afirmación –. Se supone que aquí tendrán algún control sobre quién entra o sale. Vendrán. Aunque tengan que venir desde la otra punta de Shoz y tarden horas, estaré esperándolos.
Furia sonrió por dentro al ver lo tenaz y cabezota que era su amiga, y se sentó junto a ella a esperar a que alguien fuera a buscarlas.
No tardaron en ver como una mujer iba a recibirlas. Era de mediana altura, cubría su cuerpo con un vestido de color verde pastel y era la mujer más rara que nunca habían visto. Sus facciones tenían un aire bastante humano – lo más distinto eran los ojos, que parecían un par de cerezas, redonditos y llenos de color –, aunque su piel tenía el aspecto y la textura de la corteza de un álamo. Sus cabellos, recogidos en una coleta caída, parecían láminas de hojas de ese mismo árbol – de un verde intenso por un lado y cubiertas de pelusa blanca por el otro.
Sin embargo, la sonrisa de la mujer estaba cargada de una ternura inigualable, y Furia y Tary se la devolvieron encantadas.
-Es un honor poder recibiros, Elegidas – la voz de aquella mujer era suave como el susurro del viento entre las copas de los árboles –. Me llamo Guna. ¿En qué puedo ayudaros?
-Encantada, Guna – dijo Tary, con cortesía –. Yo soy Tary, y esta es mi amiga Furia, que ha venido para acompañarme a explicarles algo que sucedió hace un par de días.
-Supongo que será porque has recuperado tu talismán – sonrió Guna –. La noticia nos trajo alegría, pero también ha habido cosas malas.     
-¿Y saben cómo lo recuperé? – ante esa pregunta el rostro de la extraña mujer se ensombreció.
-No. Y será mejor que tratemos ese tema en un lugar más cómodo y apropiado que un simple pasillo, Elegidas. Seguidme, por favor.
Las dos chicas siguieron a Guna por varios pasillos, rodeadas por el más absoluto silencio y aquella brillante luz que parecía bañar Shoz permanentemente. Tras unos cinco minutos de camino entraron en una sala demasiado grande para la pequeña mesa circular que había situada en el centro de la estancia, y que era el único mueble presente – exceptuando las ocho sillas que había dispuestas, exactamente cada cuarenta y cinco grados.
En aquellas sillas había sentadas dos ancianos con largas barbas blancas y un hombre algo más joven de melena pelirroja.
Guna les hizo un gesto a las chicas para que tomasen asiento en la mesa.
-Elegidas, os presento a los tres Comunicadores de la Irav Shaira, Nott, Ornek y Soleb.
-Encantadas – susurró Tary, esta vez su voz no sonó tan cortés. Aquellos tres hombres no le transmitían las mismas buenas vibraciones que Guna.
Furia se limitó a poner buena cara, inclinar levemente la cabeza a modo de saludo y sentarse rápidamente a la mesa para llamar menos la atención.
-Ahora mismo Shaira está ocupada, así que serán sus Comunicadores los que le transmitirán lo que nos cuentes ahora, Tary – le explicó la mujer con dulzura al ver que no se sentía muy cómoda.
Ella asintió y cogió aire. Pensaba soltarlo todo directamente, y sin rodeos. Cuanto más rápido lo hiciera, mejor. “Make it quick, make it painless”, pensó recordando la letra de una de sus canciones favoritas.
-Hice un trato con Shina para recuperar mi talismán. Yo le entregaba un libro de aquí, de Shoz, y ella me lo devolvía. Así de fácil.
Furia la miró asombrada. No podía haberlo explicado de una forma más sencilla y concisa. También los tres Comunicadores y Guna la miraban de hito en hito.
-¿Un libro? ¿De la Biblioteca de Shoz? – le preguntó con voz basta el anciano barbudo con cara de pocos amigos y que había respondido al nombre de Ornek.
-Yo no conozco otro sitio aquí, así que sí.
-No puede ser… Cada vez que un libro registrado sale de Shoz sin que Koren lo sepa se disparan todas las alarmas – dijo Nott, el pelirrojo.
-Koren supo que me estaba llevando algo. “Espero que sepas lo que haces”, me dijo. Supongo que se refería a que me estaba llevando el libro porque miró mi bolso – dijo Tary, recordando.
El otro anciano, Soleb, suspiró mientras se rascaba la calva.
-Iré a buscar a Koren. Esto tiene que explicarlo.
La espera hasta que Soleb regresó con el bibliotecario se les hizo eterna a las chicas. Furia se sentía tan cohibida que intentaba respirar con lentitud para intentar sentirse invisible a los ojos de los demás. Y Tary, extrañamente, también se sentía más incómoda de lo normal.
-Hola, pequeñas – las saludó Koren cuando entró por la puerta –. Preferiría veros en mi Biblioteca estudiando algo en vez de para tratar un tema como el que ya me han comentado.
-No deberías usar un tono tan alegre, Koren. No al menos hasta que nos des una buena explicación de todo – gruñó Ornek.
-Por supuesto que la tengo. Me fijé en que Tary quería llevarse un libro consigo sin pedirme permiso, ¡ni siquiera me consultó! Así que le dije que esperaba que supiera lo que estaba haciendo porque ella no tenía ni idea de que sonarían las alarmas y alguien iría a reclamarle que devolviera el libro. Seguro que te habrías llevado un buen susto, niña.
-Pero las alarmas no sonaron – apuntó el pelirrojo.
-No – asintió Koren –. Y si no lo hicieron fue porque ese libro no estaba registrado. ¿Cómo se titulaba?
-“El diario del mago” – respondió Tary, sin titubear.
Koren elevó los ojos hacia el techo y movió los labios mientras asentía, pensativo.
-No. Nunca ha habido un libro titulado así en el registro de Shoz.
-Para Shina era muy especial.
-¿”El diario del mago”? ¿Qué clase de mago escondería un diario en Shoz? – se preguntó Nott en voz alta.
Soleb golpeó la mesa con su huesudo y pálido puño. Parecía temblar de ira.
-Un mago bastardo y asqueroso…
-¿Crees que pudo haber sido él? – le preguntó Ornek.
-Estoy seguro de que ese diario es suyo. Además, hubo un tiempo en el que se dijo que Shina y él tuvieron algún tipo de relación. Eran solo rumores… pero ahora encajarían con el motivo por el que Shina quería ese libro. Aunque desconocemos su contenido.
-Debemos de informar a Shaira de esto inmediatamente – sentenció Nott –. Algo así no puede esperar.
Los tres Comunicadores salieron de allí a una velocidad que Furia había creído imposible para un par de ancianos. Las dos chicas se quedaron con Guna y Koren.
-¿Y ya está? – preguntó Tary.
-Eso parece. Has sacado un libro que no era de Shoz y por eso no pueden penalizarte. Supongo que lo único que has hecho ha sido descubrirnos su existencia – dijo Guna, con total sinceridad –. Si no hubiera sido a través de ti, Shina había encontrado otro modo de hacerse con él. Pero supongo que así es mejor. Al menos tenéis la oportunidad de vencerla todas juntas.
-Podéis iros, niñas – dijo Koren –. Ya habéis cumplido con lo que veníais a hacer aquí. A no ser que queráis acompañarme a la Biblioteca, aunque voy a tener mucho trabajo revisando que todos los libros que hay estén catalogados y no tengamos más material… llamémoslo “ilegal”.
-Bueno, pues nos marchamos – dijo Tary, incorporándose del sitio. Miró a Furia, que no se había movido del sitio y parecía nerviosa por algo.
-Yo me quedo un rato más. Aprovechando que ya estoy aquí… hay algunas cosas que me gustaría consultar en la biblioteca de Koren.
-Por supuesto, pequeña – sonrió el hombrecillo.
Tary miró a su amiga con cara de circunstancias, pero ella negó con la cabeza, esbozando una pequeña sonrisa con la que intentaba tranquilizarla. Suspiró algo preocupada, pero no dijo nada más y se fue. No podía evitar preguntarse qué era lo que Furia quería consultar, porque eso significaba que algo le preocupaba. Hablaría de aquello con Ralta y Siril. Pero decidió que no la agobiaría preguntando y dejaría que ella misma les explicara que la inquietaba.
Después de todo, ella misma les estaba ocultando a Siril, Ralta y Furia que todavía sentía un terrible dolor. Aparecía sobre todo mientras dormía, en forma de pesadillas, pero había conseguido dominar las ganas de gritar para tratar de liberar aquel dolor. Apretaba los dientes y aguantaba. No le quedaba otra si no quería preocupar a sus seres queridos.
Apareció sobre su cama y vio que el reloj luminoso de su mesilla marcaba casi las nueve de la noche. Se levantó de un brinco y corrió escaleras abajo hasta la cocina, donde su familia la aguardaba para cenar. En momentos así, su cerebro olvidaba que era una Elegida, que tenía un talismán que le había otorgado poderes extraordinarios, que tenía obligaciones que cumplir… Solo estaba su familia, reunida en torno a una cena preparada con cariño, con la que podía ser la persona que siempre había sido.


Desde la biblioteca en la Ralta y su amiga Katie habían quedado para hacer el trabajo que tan retrasado llevaban se oyó como el reloj de la plaza daba las nueve. Ralta dejó caer la cabeza sobre un grueso tomo que había estado consultando y del que poco había sacado en claro. Estaba agotada, y Tary llevaba razón respecto a lo de que aquel trabajo era eterno.
-Hoy has estado más despistada de lo normal, Ralta – la reprendió Katie, que seguía llena de energía, aunque aburrida. Aquella chica era incansable y parecía ser siempre feliz. Tal vez por eso le caía tan bien a Ralta. Si tuviera que decir algún defecto de Katie diría que era una chica extremadamente cotilla.
-Tengo la cabeza en otras cosas… – se excusó, todavía con la cabeza entre las páginas del libro –. Es algo… peliagudo, y no se lo he contado a nadie.
-¿Ni a Tary?
-No, a Tary es mejor que no le diga nada de esto. La preocuparía todavía más.
-Sí que parece que últimamente vosotras y esa chica rubia, la que vino nueva, os traéis algo entre manos – comentó Katie mientras recogía sus papeles y cuadernos –. Reconozco que soy una cotilla y que meto las narices donde no me llaman, y que me encantaría saber qué te preocupa, pero ahora me limito a decirte que si quieres contármelo, yo estaré aquí para escucharte.
Katie observó de reojo como Ralta levantaba por fin la cabeza y cerraba el libro con un suspiro cansado.
-Lo cierto es que necesito contárselo a alguien – Katie acercó más su silla hacia Ralta para escucharla mejor, ya que hablaban en susurros para que no las echaran de la biblioteca –. La otra noche… tuve un sueño raro. Soñé que estaba dormida, pero por alguna razón me desperté, y vi que en mi cuarto había un chico, que ya había visto antes, y que iba a matarme mientras dormía. Estaba en mi cuarto, con una daga en la mano, pero cuando me vio despierta… no hizo nada. Solo se fue. Esto… me inquieta mucho.
-¿Y a quién no? Un asesino que te iba a matar mientras dormías… ¡Joder! Menos mal que solo era un sueño.
-Sí… menos mal – musitó Ralta. Se había inventado lo del sueño porque no podía contarle a Katie que aquello había pasado de verdad –. ¿Crees que puede significar algo? ¿Por qué se detuvo?
-No lo sé. Siempre has tenido sueños muy raros. Pero si quieres que lo interpretemos… ¿Cómo era el asesino? ¿Recuerdas algún detalle sobre él? ¿Había algún foco de luz o estaba todo oscuro?
Ralta meditó las respuestas durante unos segundos, pero cuando abrió la boca no contestó lo que había pensado decir, sino lo que pensaba de verdad:
-Él era guapísimo, con unos ojos verdes increíbles, pelo castaño, facciones afiladas, alto, delgado, se le ve musculoso en su justa medida, con la piel pálida… Es simplemente extraordinariamente guapo.
Katie no pudo evitar reírse en voz demasiado alta.
-Vamos, que miedo no pasaste. Más bien estarías deseando que se metiera en la cama contigo – consiguió decir, entre carcajadas ahogadas –. Me meteré en líos con la mafia para la que trabaje ese tío para que también venga a hacerme una visita nocturna.
Ralta hizo una mueca de disgusto y recogió sus cosas, molesta por los comentarios de Katie. Por suerte, su amiga se disculpó por si le había incomodado.
-No pasa nada. Después de todo, solo era un estúpido sueño. Será mejor que lo olvide y enfrente la realidad.
-¿Y Álvaro?
-¿Qué pasa con Álvaro?
-¿Piensas en él o en tu asesino tremendorro?
-Si te soy sincera… Quiero mucho a Álvaro porque más que nada es mi mejor amigo, pero no ha saltado la chispa entre nosotros. Ese otro chico es… intrigante.
-Siempre has hecho cosas raras y demasiadas locuras por los chicos, Ralta, pero no te enamores de un asesino con el que has soñado.
-No, tranquila, no lo haré.
Aunque ni ella misma sabía qué pensar. Tenía ganar de ver a Kiv y preguntarle: “¿Por qué te marchaste y me dejaste vivir?”  
Sí, poder verle para hacerle aquella pregunta se estaba convirtiendo en una enfermiza obsesión. Y nadie podía saber aquello.