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viernes, 13 de abril de 2012

CAPÍTULO 11: LO QUE ERES CAPAZ DE HACER


CAPÍTULO 11: LO QUE ERES CAPAZ DE HACER
El hada se encogió sobre sí misma, cubriéndose bien con la fina capa que llevaba y escondiendo su larguísima y negra melena bajo la capucha. No quería que nadie pudiera reconocerla y dijera que la había visto por allí. Había sido muy discreta hasta entonces.
Escuchó los chirridos de las Veishas que habitaban en aquel oscuro bosque y deseó que quien tenía que ir a buscarla no tardase mucho más. Se removió en el sitio, inquieta, nerviosa, pero sin hacer ruido para no llamar la atención de las Veishas ni de bestias peores.
Vio que una figura se acercaba hacia donde ella se encontraba y sintió como todos sus músculos se tensaban, listos para salir corriendo de allí. Ella podía ser muy rápida si se veía en la necesidad de serlo.
Pero enseguida se dio cuenta de que no había necesidad. Los cabellos de la figura que se acercaba se retorcían como si se trataran de culebras, acariciando las ramas secas de los árboles, eran fácilmente reconocibles. Shina. Hacía tiempo que no sabía nada de ella. Cuando estuvieron frente a frente pudo ver que la mujer que tenía delante no era ni la mitad de la grandiosa bruja que un día conoció.
-Te veo desmejorada, Shina.
-En cambio yo te encuentro igual de eternamente joven, Yedaire.
-No soy eterna – sonrió débilmente el hada –, simplemente he encontrado el modo de mantenerme en la flor de la belleza. Moriré si me hieren. Y si no llegan a hacerlo, también moriré. Lo único que hago es retrasar la hora de mi muerte. Justo igual que tú.
-Joven, lista, bella… Te he llamado porque te necesito, Yedaire – el hada asintió, dando a entender que lo sabía –. Necesito dos cosas de ti.
-Soy todo oídos. Desde que me enteré de que eras libre esperaba noticias tuyas. No hay nada que desee más que ayudarte en lo que sea.
Shina sonrió con satisfacción, mostrando sus afilados y demoniacos dientes. Ya sabía que podía contar con Yedaire para cualquier cosa, y en aquellos instantes era una de los pocos aliados de los que podía disponer. Pero Yedaire era perfecta para lo que necesitaba.
Yedaire había sido llamada por Shoz para adiestrarla en su Escuela, pero tras un tiempo habían cambiado de idea porque consideraban que su poder era algo obsceno y desagradable y que una persona como ella no debería pertenecer a Shoz. Shina, que por aquel tiempo se preparaba como candidata a Irav había tratado de defenderla y que dejaran que el hada siguiera allí. Pero no la tuvieron en cuenta.
Después de aquello, hada y bruja siguieron en contacto y Yedaire le prometió total fidelidad a Shina por todos sus intentos por ayudarla. Y cuando Shina tomó la decisión de atacar Shoz y a su hermana, Yedaire trató de volver a Shoz a ayudar en la revuelta, pero le resultó imposible.
-Clamo venganza. No pienso dejar que todos esos amargados de Shoz salgan impunes por mis dos siglos de encierro. Antes podía contenerme y dejar que solo fuese un asunto entre mi hermana y yo. Pero ahora… ahora van a pagar todos por eso.
Yedaire asintió, atenta a cada palabra que brotaba de los labios de la bruja.
-Pero para enfrentarme a Shoz necesito a mis aliados de dentro, a los de fuera y, sobre todo, poder. Debo complacer los caprichos de la reina Eclipse de Go, que tiene el mismo carácter que una niña pequeña, y a la vez conseguir todo eso.
-Aquí es donde entro yo, ¿no?
-Aquí es donde entras tú. Necesito de tu habilidad para saltar de mundo a mundo para que me lleves a un lugar que se hace llamar La Tierra, y que además tú te encargues de algo allí.
-Lo conozco. Un lugar asqueroso, poco recomendable para un hada – sonrió sombría. La idea de ir allí la disgustaba, pero no pensaba negarse –. Tampoco será un buen lugar para ti. No hay magia de la que puedas alimentarte y estás, como te he dicho antes, bastante desmejorada.
-No tienes que preocuparte por nada. Será todo rápido. Por mi parte está todo acordado y no tendré problemas. Y tu objetivo también es sencillo. Solo tienes que atraer a Go a cierto jovencito con problemas para respetar las órdenes de su reina, y por lo que me ha parecido, también tiene problemas para contener lo que tiene entre las piernas en los pantalones.
Una sonrisa comenzó a dibujarse en el rostro perfecto del hada y un adorable rubor le subió a las mejillas. Se acarició el pelo pensando en su futura víctima.
-Y ese jovencito… ¿cómo es?
-Te guiaré hasta cerca suyo, pero lo reconocerás cuando lo veas porque no es… “normal”. Aunque no creo que te defraude, Yedaire.
El hada se pasó la lengua por los labios, dejándoselos brillantes y jugosos.
-No puedo esperar – la dulce voz del hada se asemejó a un susurro de placer. 


Yedaire saltó de mundo a mundo, dejando que Shina fuera quien guiara. Cuando sintió que sus pies tocaban el suelo de nuevo comenzó a toser de forma descontrolada. Le faltaba aire, y lo poco que conseguía introducir en sus pulmones le daba la sensación de que era pegajoso y rancio. Supo que habían llegado a su destino.
Estaban en un paseo que circulaba a la orilla del mar. Las olas golpeaban, varios metros abajo, contra la pared de piedra, y las finas gotas de cada embestida del mar mojaban las baldosas del suelo. El suelo estaba frío por eso; y Yedaire se frotó los pies contra las piernas para coger algo de calor. Miró a Shina, que tenía la cabeza levantada hacia el cielo, pero los ojos cerrados.
-Con este cielo encapotado parece que se masque la tragedia – susurró la bruja, sonriendo ligeramente y abriendo sus ojos amarillos –. Espera por aquí, él vendrá pronto.
-¿Cómo puedes saber eso?
-Le gustan los días oscuros y fríos, y el agua. Además siento su repelente esencia de perro acercándose – le respondió, acariciándose la marca triangular de la frente –. En un mundo tan pobre en magia es fácil encontrar a personas extraordinarias.
»Él también puede hacerlo, así que me marcho antes de que me sienta y sospeche algo. Recuerda, atráelo hasta Go y déjalo fuera de juego. Luego llévaselo a Eclipse y te habrás ganado su favor. Cuento contigo.
-Puedes confiar en que lo haré bien – dijo Yedaire, inclinando ligeramente la cabeza.
Shina sonrió, se subió a la barandilla de piedras y desde allí saltó al agua.
El hada se asomó, pero no la vio emerger. Esperó que, fuese lo que fuese a hacer Shina, todo le fuera bien. Después de unos segundos, ella misma fue a resguardarse en algún lugar para esperar a que apareciera aquel muchacho.
No tardó. Por el paseo caminaba un chico joven mirándose los pies y con las manos metidas en los bolsillos. A cualquiera podría parecerle alguien vulnerable por aquella forma de caminar; sin embargo, Yedaire podía ver a través de eso, y veía una fuerza extraordinaria que le hacía ser, tal y como Shina le había contado, alguien fuera de lo normal.
El viento de tormenta comenzaba a arreciar y las olas golpeaban más fuerte contra las piedras, mojando de pies a cabeza al chico. Yedaire también se mojó a pesar de estar algo escondida. Se pasó la lengua por los labios, lamiendo las gotas de agua que se le habían quedado pegadas y se estremeció al pensar en lo que iba a hacer en cuanto aquel misterioso joven se acercara más hacia ella.

Kiv respiró hondo para aspirar una mayor cantidad de aquel aire frío y húmedo. La salpicadura de la ola le había empapado entero, pero el agua no le molestaba. Es más, le gustaba. Siempre que podía nadaba entre las olas, en mares fríos y salvajes. Nadar le relajaba y le enfriaba la mente, le ayudaba a pensar con mayor claridad.
La marea ahora estaba alta, pero cuando bajaba se dejaba ver un poco de arena en el fondo, una pequeña playa. Un lugar bastante peligroso y al que nadie se atrevía a bajar. Salvo él. Un riesgo como aquel no era un verdadero riesgo para él.
Apoyó las manos sobre el barandado de piedra y miró como el mar embestía, salpicando el paseo una y otra vez sin piedad. Dejó la mente en blanco, intentando pensar solo en las saladas gotas de agua que se deslizaban por su rostro, unas caricias realmente agradables. Pero ahí estaba. Alguien le observaba. Y desde cerca.
“¿Quién eres? ¿Qué quieres de mi?”, preguntó Kiv, enviando las cuestiones a la mente de la persona que estaba allí.
Escuchó un ligero movimiento tras él y se volvió con lentitud. Lo que menos esperaba encontrarse era un hada de larguísimos cabellos negros. El hada no dijo ni una palabra. Le guiñó uno de sus enormes y rosados ojos, con los carnosos labios curvándose hasta formar una preciosa sonrisa. Le tendió la mano y le lanzó una flor, del mismo tono rosa que sus ojos.
Él se agachó para recogerla del suelo y la olió. Una ola lo golpeó por la espalda y mojó la flor, haciendo que el olor de ésta fuera más intenso. Un olor embriagador. Kiv aspiró con fuerza para que aquel aroma llegase hasta cada recodo de su cuerpo. Los labios se le entreabrieron.
El hada amplió su sonrisa y se le estrecharon los ojos; sabía que el pececillo había mordido el anzuelo y solo le quedaba recoger el sedal. Se llevó los dedos a la boca, pidiendo silencio, y le lanzó un beso para después desaparecer.
Y sin poder pensar en otra cosa que no fuera el aroma del hada, que embotaba todos sus sentidos, Kiv la siguió de vuelta a Go. 

“No ha podido ser tan fácil”, se dijo Yedaire, medio escondiéndose detrás de un árbol a esperar que Kiv apareciera en su bosque. “Tarda demasiado… Igual me da algo más de juego.”
De pronto sintió frio en su espalda, y se giró un poco con cuidado. Era él.
La miraba con cierta frialdad, aunque parecía dudar. Se fijó en que aferraba una daga con demasiada fuerza.
Yedaire se rió para sus adentros. “Así que aún te queda algo de voluntad como para estar dispuesto a matarme… ¿Tendrá miedo?”, se preguntó a si misma mientras le dedicaba una caída de pestañas y se mordía el labio inferior. Pudo escuchar como la respiración del chico se aceleraba un poco; sin embargo aferró con más fuerza su arma.
Se giró completamente, quedando cara a cara con él. Con una lentitud cuidadosamente estudiada, Yedaire se inclinó hacia él para poder susurrarle al oído:
-No necesitas eso para poseerme.
La voz del hada, que hasta ese instante no había escuchado, se le antojó música celestial, más suave que un débil arroyo bajando por la montaña, más dulce que el canto de los pájaros, más delicada que el aletear de una mariposa. Era imposible resistirse a algo similar. Envainó la daga y se abalanzó sobre el hada, pensando en que las suaves curvas que se adivinaban bajo su fino vestido y sus seductores labios iban a ser suyos.
Ella dejó que la besara, pero solo un poco. Lo detuvo con solo un gesto y comenzó a correr entre los árboles.
-Atrápame si puedes – le retó, guiñándole el ojo.
Kiv echó a correr tras ella, siguiendo el sonido de la canción que el hada recitaba y que era acompañado por el tintineo de las pulseras que llevaba en los tobillos. Corría y corría, y ella cantaba cada vez más alto. Pronto Kiv dejó de escuchar sus pasos sobre las hojas secas del suelo, los pájaros trinando, el rumor del viento susurrando entre los árboles… Solo existía aquella canción que inundaba sus oídos, y el perfume del hada, que penetraba por su nariz y embotaba su olfato.
Solo estaba ella. Ella por todas partes. Su rostro, la suavidad de su piel, el sabor de aquellos labios que tan apenas había podido degustar, su voz y su olor. Sus cinco sentidos bebían solo de ella, cada vez con más desesperación. En todas partes. Todo giraba a tal velocidad en torno a él que se sentía cada vez más y más mareado. Acabó por tropezar, y cada vez veía menos. Lo último que vio antes de perder el sentido fue la esbelta figura del hada acercándose a él, con una gran sonrisa dibujada en el rostro.
“No es un hada normal…”, se dijo.


Aquel aire frío y tormentoso también había llegado hasta la sierra que rodeaba la ciudad en la que vivían las nuevas cuatro Elegidas. Varios pueblecillos poblaban aquella sierra verde y salpicada de bosquecillos y riachuelos. En uno de aquellos pequeños y sencillos pueblos vivían los abuelos paternos de Ralta. Tenían una pequeña granja con un par de cabras, un gallinero, un huerto, unos cuantos perros y gatos y dos caballos.
A Ralta y Tary les gustaba subir allí una vez cada dos meses para hacer algo de senderismo y respirar algo de aire puro. Y después de su visita a la Biblioteca de Shoz casi se habían olvidado de que aquel fin de semana les tocaba. Aquella vez sin embargo, no fueron solas. Ralta consiguió convencer a Furia, y a los padres de ésta, de que fuera con ellas. Al principio Tary se mostró reticente, pero no por el hecho de que Furia las acompañara, sino porque no se sentía capaz de caminar largo rato. Con lo que Tary no había contado era con el poder de convicción de su amiga Ralta, que le ofreció uno de sus caballos para que ella pudiera montar e ir más descansada. Cedió.
Y en aquellos momentos las tres estaban volviendo por el sendero que las llevaría a la granja de los abuelos de Ralta tras un par de horas de relajada caminata. Apretaron el paso al ver que el cielo se oscurecía cada vez más y el viento arreciaba. Comenzaron a caer gotas de agua del cielo, tan frías que casi parecían estar congeladas. Se cubrieron con los chubasqueros que habían tenido la precaución de coger antes de salir y comenzaron a correr.
-¡Parad, chicas! ¡Parad! – les gritó Tary para hacerse oír entre el golpeteo de la lluvia.
-¿Qué pasa? No podemos parar, ¡está lloviendo a mares! – dijo Ralta, sin detenerse a mirar lo que Tary quería que vieran.
Ralta y Furia siguieron corriendo sin importarles mucho que Tary se hubiera detenido en medio de la tormenta, contemplando como el viento giraba a gran velocidad concentrado en un punto a casi un kilómetro de su posición.
“¿Eso es un tornado?”, se preguntó, forzando la vista para poder ver algo a través de la cortina de agua que le estaba cayendo encima. “Ya se me ha mojado hasta el tuétano de los huesos, ¿por qué no acercarme a verlo un poco mejor?”
Espoleó a Azufre, que así se llamaba el caballo negro como el carbón que montaba, para que emprendiera el galope en dirección contraria a la de sus amigas. Cuando estuvo más cerca del extraño fenómeno pudo distinguir que había alguien a los pies del tornado. El intenso aire no parecía poder levantarle del suelo y lanzarlo hacia el cielo oscurísimo y plagado de nubes.
-¡Shina! – le gritó a la tormenta, al saber quién podía ser aquella persona.
“Yo acudiré a ti y realizaremos un intercambio.” Las palabras de la nota de la bruja le confirmaron que era ella. Aunque Tary no se había esperado que Shina realizase una aparición tan llamativa, pero parecía que a la bruja le gustaba ser un show. O tal vez era lo único que se le había ocurrido para llamar la atención de Tary.
Vio que la figura caminaba hacia ella. Conforme la bruja se acercaba, Azufre se alteraba y pifiaba.
-No les caigo bien a los animales. Su instinto de supervivencia se dispara en cuanto me acerco a ellos – soltó una carcajada que a Tary le habría puesto los pelos de punta si no fuera porque ya estaba congelada de frío –. Y hacen bien teniendo miedo.
La bruja y la chica se sostuvieron la mirada bajo la lluvia. Tary se fijó en que Shina llevaba su talismán enrollado entre los dedos, unos dedos huesudos y con uñas largas y afiladas.
-Yo he traído mi parte del trato – le dijo, viendo que miraba el talismán. Lo alzó a la luz de un relámpago que cruzó el cielo –. ¿Tienes tú lo que quiero?
-Lo tengo – le respondió, señalando el bolso empapado que llevaba –. Tú primera. El talismán es muy importante, y este libro no parece gran cosa.
-Le has echado un ojo, ¿eh?
-No son más que cuentos y leyendas de seres y personas extraordinarios. ¿Qué tiene eso de importante? ¿Es tan importante como para cambiarlo por mi talismán? ¡Me torturasteis para arrebatármelo!
-No tienes porqué saber que tiene ese libro de especial. Lo quiero. Y yo consigo lo que quiero – en voz más baja, añadió –. Aunque sea con doscientos años de retraso.
-¡Lánzame el talismán! – le gritó Tary, imperiosa.
Shina se lo lanzó y, en cuanto se rompió el contacto con la piel de la bruja, el tornado que giraba a su voluntad se debilitó hasta desaparecer. En cuanto Tary lo recibió, le lanzó el libro, que había intentado proteger con papel de periódico y una bolsa de plástico.
-Un placer hacer negocios contigo, chica. Espero que la próxima vez que nos veamos no sea para negociar, sino para pelear como brujas que somos.
Un nuevo relámpago cruzó el cielo, esta vez mucho más intenso que el anterior, e hizo que Tary alzara la vista para mirarlo. Cuando desapareció y todo volvió a oscurecerse, Shina ya no estaba allí. Se encogió de hombros, pensando que sería mejor así, y se puso el talismán.
Sintió como la fuerza y la magia volvían a llenarla, se sintió completa, capaz de volver a defenderse de lo que fuera. Se sintió especial. Brillaba de nuevo.


Atrava dejó el cuaderno de notas sobre una mesita y se estiró, alzando la cabeza hacia las gotas que flotaban por encima de ella, admirando siempre su belleza. Justo en ese instante vio como la Gota del aire parecía debilitarse. Se mordió el labio, nerviosa. Serun no estaba y él era el encargado de aquella Gota. Ni Serun ni Guwass estaban allí para ayudarla con eso. Con un resoplido fue hasta el escritorio de Serun y tomó su libro para anotar aquel nuevo dato.
Llegó hasta allí sin perder de vista a la Gota – ellos tres estaban acostumbrados a moverse por la Sala sin mirar nada que no fueran las gotas. De pronto, y de forma repentina, el Gota comenzó a iluminarse, a brillar, como un pequeño y agresivo sol. Atrava cerró los ojos, pero no era suficiente, la luz seguía penetrando a través de sus párpados. Se los tapó con las manos, sin evitar nada. Un dolor lacerante la atravesó, y soltó un chillido. Seguía viendo luz a su alrededor.
La elfa supo que tenía que salir de allí antes de que nadie más entrara y le sucediera lo mismo que a ella. Avanzó a ciegas y cruzó toda la sala corriendo, sujetándose el vestido para no tropezarse con el bajo. Cuando llegó a la puerta buscó el picaporte, salió y cerró la puerta detrás de ella a toda velocidad.
-¡Alsio ma trero este! – gritó una vez ya no veía todo blanco a su alrededor – ¡Ayuda, por favor! ¡Ayuda!
Guwass y Serun llegaron enseguida. En realidad, habían escuchado su chillido y salieron corriendo a su encuentro. Guwass llegó antes que Serun, al que parecía faltarle el aliento por haber seguido el ritmo de su compañero.
-Atrava, ¿qué ha pasado? – le preguntó el elfo, rodeándola con los brazos y ayudándola a sentarse en el suelo. A su compañero le dijo –: Ve a buscar a la Irav, rápido.
Serun cogió aire y salió corriendo, todo lo deprisa que podía.
-La Gota del Aire se ha iluminado de repente… Nunca había visto nada igual – contestó ella, hablando en élfico a una velocidad increíble –. Guwass, no veo nada… ¡No veo nada!
-Eso es porque la luz te ha golpeado muy fuerte, estás deslumbrada. Se te pasará enseguida, eso es todo – le dijo, abrazándola y besándola sobre el flequillo. Lo había dicho para tranquilizarla y porque él esperaba que así fuera, no porque lo supiera.
Esperaron sentados en el suelo, abrazándose con cariño, hasta que Serun volvió con Shaira y Guna. Aunque Atrava seguía sin ver, pudo imaginarse la cara de Serun al verla abrazada a Guwass, y se sintió algo mal por ello.
-Irav, Atrava ha… – comenzó a explicar Guwass. Pero calló con un gesto de Shaira.
-Lo primero es lo primero, elfo. Vamos a ocuparnos de Atrava y después ella nos contará todo en primera persona, ¿de acuerdo?
Los dos elfos asintieron, sin decir ni una palabra, y sujetaron a su compañera, uno de cada brazo. Guna pasó delante de ellos para guiarlos hasta el Centro de Sanación, donde ella pasaba mucho tiempo curando alumnos de la Academia. Guna era una dríade y había pasado su infancia con hadas y ninfas, de las que había aprendido técnicas de curación únicas que eran muy útiles. Al menos, esperaba que en aquel caso lo fueran. No había podido examinar los ojos de Atrava, pero las lesiones oculares eran siempre complicadas.
Shaira caminaba por detrás, cerrando la pequeña comitiva. Cada vez que veía a los tres elfos juntos más se preguntaba qué clase de relación existía entre ellos. Pero ellos eran de una raza muy discreta en lo concerniente a las relaciones personales, y ella respetaba demasiado la privacidad de todo el mundo como para preguntarles al respecto. Se limitó a suspirar y desear que Guna pudiera sanar a Atrava.

Con un gesto alicaído y de rabia contenida, Guna se dejó caer sobre una silla, exhausta. Había pasado más de tres horas tratando de sanar los ojos de Atrava, sin descanso y bajo la mirada angustiada y expectante de Serun y Guwass.. Sin embargo nada de lo que había hecho había funcionado.
-No tiene remedio… Todo el interior de sus ojos han sido quemados por la luz de la Gota, incluso está dañado el nervio. No hay nada que yo pueda hacer – dijo Guna, con dolor en la voz. Nunca antes había dado una noticia así, y no quería volver a darla.
Atrava sollozó en silencio mientras Serun golpeaba una estantería, tirando todos los libros al suelo. La reacción de Guwass fue menos ruidosa y llamativa que la de su compañero, ya que se limitó a apretarse los nudillos hasta hacerse daño.
Shaira vio la diferencia entre las reacciones de ambos elfos; porque eran totalmente opuestos en muchos sentidos. Guwass estaba acostumbrado a una disciplina férrea y apenas mostraba sus sentimientos en nada. En cambio Serun era despreocupado, alegre y expresivo. Serun estaba expresando la rabia y el dolor que sentía por Atrava; sin embargo, Guwass se los estaba tragando. Aunque Shaira duda si lo hacía por su forma de ser o porque no quería preocupar a Atrava formando una escandalera mayor.
La Irav se acercó hasta la cama en la que estaba recostada la elfa y se sentó en el borde.
-Sé que no es el mejor momento para preguntarte esto porque acabas de sufrir un terrible accidente – dijo Shaira, tomándola de la mano –, pero necesitamos saber qué es lo que ha ocurrido exactamente.
La elfa terminó sus sollozos y asintió, temblando. Comenzó a hablar a toda velocidad, nerviosa y tartamudeando, y gesticulando mucho. Solo sus compañeros elfos la entendían puesto que estaba hablando en su idioma. Shaira era una admiradora de la cultura élfica, de su arte, su arquitectura y, sobre todo, su idioma. De entre todos los secretos y maravillas que aquella raza escondía, la lengua de los elfos era, sin lugar a dudas, el mayor de todos.
Shaira se limitó a escucharlos con atención, sin ser capaz de entender nada en absoluto.
-Atrava, respira, tranquilízate y recuerda que Shaira Irav y derma-Guna no pueden entenderte – le dijo Serun, intentando relajarse él también.
Guna se sonrojó ligeramente. “Derma” era un tratamiento que solía darse a personas muy respetadas y valiosas para Shoz. No se esperaba recibir semejante tratamiento.
La elfa suspiró e intentó calmarse lo suficiente como para poder usar una lengua con la que todos la entendieran. Le costó un rato, puesto que se encontraba en un estado en el que todavía no había asimilado que se había quedado ciega para siempre.
-Estaba yo sola en la Sala de las Gotas, pero normalmente nunca se queda nadie solo allí. Durante el día – las horas del día en la Tierra – estamos los tres juntos vigilando, aunque nunca pasa nada. Pero por la noche – bueno, tarde-noche, hacemos turnos para que uno de nosotros pueda descansar. Yo llevaba ya cuatro días sin hacer ningún turno de noche y, para compensarles sus horas de sueño perdidas les mandé a los dos a descansar.
»Como siempre, no pasó absolutamente nada, y yo ya llevaba más de dieciséis horas allí metida, sin salir a comer ni nada de nada. Pero cuando iba a irme para llamarlos, la Gota del Aire comenzó a apagarse. Corrí a anotarlo, pero no percibí ninguna clase de perturbación, ni ninguna razón por la que eso ocurrió.
»Y luego fue la luz. La Gota se iluminó con una fuerza sorprendente que me cegó. Menos mal que solo estaba yo allí. No quisiera que esto os hubiera pasado a vosotros, chicos.
Serun apretó los dientes con rabia y derribó de una patada la mesita sobre la que Guna dejaba todos los utensilios que había usado antes.
-Siempre tan escandaloso, Serun – le dijo la elfa, haciéndole gestos con las manos para que se acercara. Él obedeció y se sentó al otro lado de la cama. Atrava buscó con las manos su rostro y le dijo –: Lo peor de estar ciega va a ser no poder volver a ver tu sonrisa.
Al elfo le tembló el labio inferior, y se lo mordió, rompiendo a llorar como un niño. Shaira solo pudo sentir como se le rompía el corazón.
Atrava se giró hacia la esquina de la habitación en la que Guwass parecía haberse refugiado, sin decirle nada a nadie.
-Guwass, ¿estarás siempre conmigo?
-Hasta el final de los tiempos, Atrava. Sabes que estaré contigo incluso después de que muera – le contestó, con la voz firme de un soldado, aunque teñida de amargura.
Guna no pudo evitarlo y preguntó lo que todos se preguntaban:
-¿Cómo has sabido que estaba ahí?
Atrava sonrió débilmente.
-Guwass tiene el espíritu más fuerte que he visto nunca. Podría localizarlo en cualquier parte. Aun privada de vista.
-Te trajeron aquí porque tienes unos sentidos y percepciones extraordinarios, Atrava – le dijo Shaira, apretándole con cariño la mano –. Ahora que te falta un sentido, desarrollaras los otros muchísimo más. Estoy segura. Creo que fue el destino lo que hizo que la Gota del Aire se iluminase en tu presencia, ya que solo para ti la ceguera puede convertirse en una bendición.
-Con todos mis respetos, Irav, que digáis eso no apacigua el sentimiento de culpa que tengo en mi corazón por haber dejado sola a nuestra compañera – replicó Guwass, con seriedad.
-Entonces ven conmigo, Guwass. Acompáñame hasta la Sala de las Gotas y ayúdame a comprender qué le ha pasado a la del Aire – le pidió Shaira, poniéndose en pie.
-Con sumo gusto, Irav – dirigiéndose a su compañero, añadió –: Cuida de ella.
-Lo creas o no, siempre lo hago – le sonrió Serun, besando a Atrava sobre el flequillo, como antes había hecho Guwass.
Shaira y el elfo desanduvieron lo andado y regresaron a la Sala de las Gotas, donde parecía reinar una calma absoluta. Las cuatro gotas giraban en torno a la sala con calma y reposo, y todas lucían de manera regular; si bien era cierto que la Gota del Aire brillaba con mayor intensidad que las otras.
Guwass movió los dedos, como si atrajese algo hacia él mediante unos hilos invisibles. El libro de notas de Serun salió volando hacia él, que lo recogió con gracilidad. Shaira miró encantada como el pequeño sol rojo que el elfo llevaba en el cuello se iluminó débilmente mientras tenía lugar la magia.
-Apenas usas tu poder – comentó Shaira. Él se encogió de hombros –. Es agradable ver que no te has olvidado de él.
-Solo quiero ahorrarnos tiempo. Quiero volver pronto junto a Atrava.
Le entregó el libro a la Irav, que lo ojeó con rapidez, aunque ya tenía una teoría de lo que había ocurrido. No tardó en hacérsela saber al elfo.
-Tary ha pasado un tiempo sin su talismán, fue torturada de tal forma que me sigue pareciendo imposible que siga viva y no haya perdido la cordura. Todo por lo que pasó la ha fortalecido. Lo que sucedió cuando esa Gota se iluminó fue un hecho muy simple…
»Pero acaban de devolverle su talismán. Ha recuperado su poder. Y ahora es la más poderosa de las cuatro.
-Pero el talismán de la chica estaba en poder de Eclipse. ¿Quién se lo ha devuelto?
Shaira frunció el ceño y negó con la cabeza.
-Guwass, creo que esa no es la pregunta más interesante que puedes hacerte. ¿Qué razones podía tener esa persona para devolverle el talismán?
-Yo… No lo sé, Irav. Me temo que no se me ocurre nada – dejando caer los hombros, algo abatido. No tenía la cabeza como para pensar.
-Solo conozco a una persona con unas razones tan retorcidas que son imposibles de seguir por alguien que esté en plena posesión de sus facultades mentales – suspiró Shaira, mostrando una media sonrisa amarga –. Shina. Es ella quien está detrás de esto. 
-Shina… – susurró el elfo –. Tu hermana es bastante problemática, ¿no?
-Es una mujer cabezona. E inteligente. Debemos llevar mucho cuidado, y vigilar sus pasos. Lo primero que debemos averiguar es por qué le devolvió el talismán a Tary. De eso me ocuparé yo misma – dijo Shaira, para sosegarlo –. Tú vuelve con Atrava y dile a Serun que, sintiéndolo mucho, tendrá que venir aquí a vigilar la Gota del Aire.
Guwass asintió con la cabeza. Y al hacerlo se dio cuenta de que las cosas en Shoz iban a cambiar. Para mal. Para difíciles. Sentía que la sombra de Shina llegaba hasta ellos, clamando venganza por su largo encierro.

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