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lunes, 23 de abril de 2012

CAPÍTULO 13: TODOS LOS FINALES COMIENZAN POR UN PRINCIPIO


CAPÍTULO 13: TODOS LOS FINALES COMIENZAN POR UN PRINCIPIO
El hecho de respirar comenzaba a hacerle tan duro como subir una cuesta empujando una roca que doblara su peso. Sentía como gruesas gotas de sudor le descendían por la cara y el cuello. Algunas de ellas se le metían en los ojos y resultaban molestas por la sal que contenían. Pero le resultaba imposible mover los brazos ni un poco.
Cada pizca de energía que le quedaba la gastaba en asegurarse de que podía seguir respirando y liberando una fiera batalla dentro de su propia mente. A lo largo de su vida como un Asesino extraordinario había invadido decenas de mentes y las había destruido desde dentro, pero nunca se había enfrentado a una situación tan dura y complicada. Era como estar peleando contra su reflejo en un espejo. Y una lucha así estaba preparada para que fuera él quien perdiera, ya que su reflejo – o el alma oscura, en este caso – no tenía que esforzarse por mantener vivo un cuerpo a la vez que peleaba.
Tenía dos opciones para perder: entregar su cuerpo o morir.
La batalla duró tres días. Tres largos días durante los cuales Kiv permaneció despierto en todo momento. Hasta que… sus ojos se cerraron, víctima del agotamiento.
El alma oscura, que ya dominaba todo el cuerpo del joven, se hizo con su mente y redujo su conciencia a un pequeñísimo resquicio mientras se adueñaba de todos los recuerdos y conocimientos de su morador.
El alma dejó que el cuerpo descansara, hecho un ovillo en el fondo de la esfera. De todos modos tenía que esperar a que Eclipse apareciera y lo liberara. Entonces comenzaría una nueva vida. La vida de un Asesino. A cualquier alma oscura le gustaría aquello.

Al día siguiente, Eclipse apareció por la mazmorra. Parecía inquieta. Había pasado todo el día anterior preparando la partida de Shina, que creía haber encontrado el escondrijo de aquel mago que andaba buscando – aunque Eclipse todavía desconocía porqué tenía tantas ganas de encontrarlo.
Cuando vio los iris de mercurio de “Kiv” se dio cuenta de que era un nuevo Kiv, una versión mejorada y más despiadada que la anterior. Una auténtica máquina de matar que acabaría con la chica “luminosa” y las demás sin titubear.
Sonrió con suficiencia y deseó que todo funcionase bien, ya que si era así escribiría un estudio sobre el funcionamiento de las almas oscuras que pasaría a la historia.
-¿Estás listo? – le preguntó.
Él se incorporó, algo tembloroso porque su cuerpo acusaba la falta de agua y comida, e inclinó la cabeza ante su reina.
-Estoy listo para hacer todo lo que me ordenéis, majestad. Os debo esta nueva vida, y haré lo que sea para merecerla.
-Bien dicho. Ya sabes donde están las cocinas, ve y come cuanto quieras. Y después, tráeme a la Elegida de la Luz. Quiero su cadáver a mis pies.
-Y así se hará.


Los rastrillos que aislaban la capital de Seusash, Navette, se levantaron al mismo tiempo que la bandera que ondeaba sobre la torre más alta de la ciudad costera era retirada del mástil. La mujer hizo un gesto a sus tropas para que entrasen en la ciudad, que por fin sucumbía y caía a sus pies. Y lo había hecho sin derramar una sola gota de sangre.
Navette era conocida, además de por ser la capital, por ser un terreno que no pertenecía a ninguno de los siete condes de Seusash. Allí era donde los condes solían reunirse para tomar las decisiones que incumbían a todo el terreno de Seusash y donde decidían, cada año, quien era el Gobernador de Navette. De entre todas las personas de la capital, los condes escogían a una para convertirle en el Gobernador de la ciudad, aunque al menos cinco de ellos debían votar al mismo escogido.
Cuando la mayoría de sus gentes penetraron en la ciudad ella también entró. Nunca había estado en Navette y tenía ganas de verla para comprobar si lo que había leído sobre la ciudad y su mítico puerto era cierto.
Tras las gruesas murallas de perfectos bloques de piedra gris clara había, dispuestas en calles paralelas y perpendiculares, casas de dos o tres alturas, con paredes impecablemente blancas y puertas de madera sólidas. Las calles estaban empedradas y limpias – parecía imposible que las calles de una ciudad así estuvieran tan limpias.
Cerca de la puerta de acceso este estaba la torre más alta de la ciudad, donde era tradición que viviese el Gobernador con su familia, y donde se llevaban a cabo todas las reuniones de los condes de Seusash y otros actos importantes. Era un edificio de piedra grandioso, de planta cuadrada y visible desde cualquier parte de la ciudad. Al contrario de lo que cabría esperar de una torre así, no estaba diseñada para la defensa de Navette ya que muchos de sus pisos contaban con exquisitas vidrieras de millones de colores.
Para la defensa tenían varias torres, más pequeñas, de piedra oscura que contrastaba con el resto de edificios, haciéndolos más llamativos para que la población los encontrase enseguida en caso de emergencia.
Sin embargo, una de las cosas más impresionantes de la ciudad era su puerto, aunque parecía imposible que una ciudad situada en lo alto de un acantilado tuviera puerto. La ciudad estaba inapreciablemente hundida hacia el centro, donde una amplia escalera de caracol bajaba un par de alturas, penetrando en la tierra. Bajo tierra, bajo Navette, el mar se extendía y formaba una inmensa cueva: el puerto de Navette. Aunque los barcos solo podían zarpar cuando la marea bajaba y no embestía el acantilado con tanta violencia esa no era razón como para que no hubiera decenas de barcos amarrados allí.
La mujer suspiró. Ya tendría tiempo de bajar a verlo cuando arreglara ciertos asuntos con el actual Gobernante. Caminó por las calles hasta que llegó a la torre, en cuya plaza aguardaba el grueso de sus tropas. Todos se apartaron para abrirle el camino hasta las puertas de madera pintada de azul cielo y delante de la cual la esperaba un hombre, grande como un armario y con melena y barba negras, recogidas en coletas.
-¡Nionee! – le gritó la mujer, avanzando hacia él dando grandes zancadas – Hacía muchos años que no te veía, grandísimo idiota.
El hombre hizo un amago de sonrisa ante el insulto de la conquistadora, aunque ya sabía que se lo decía de broma – o al menos eso pensó él a juzgar por la sonrisa con la que se dirigía a él la mujer.
-Por favor, Edel, no me humilles más. Has obtenido mi ciudad, ¿qué más quieres?
-Sé que he herido tu enorme orgullo masculino – dijo ella, poniendo los brazos en jarras y mirando alrededor –, una vez más. Discúlpame.
Nionee gruñó algo entre dientes. Recordaba perfectamente el día en que se habían conocido, el día en que Edel le había humillado delante de una veintena de hombres más. Fue en la Academia de Armas de Nogo, donde ella era la única mujer entre cientos de alumnos. Allí Edel tenía que compartir habitación con sus veintitrés compañeros de curso.
-¡Anda ya! ¿Y esta princesita mimada va a luchar aquí con nosotros? – se rió Nionee, burlándose de la joven Edel, que por aquel entonces tenía casi diecisiete años. Él ya había cumplido los veinte y era tan grande como en la actualidad.
Edel se acercó a él por la espalda y lo inmovilizó contra el suelo antes de que pudiera darse cuenta. Cuando Nionee intentó resistirse, Edel le arrebató la daga que él llevaba en la cintura y le amenazó con ella.
-Esta “princesita mimada” va a patearos el culo como le deis la espalda durante un solo segundo, perdedores – dijo Edel, amenazándolos a todos.
Aquel había sido un momento verdaderamente humillante para Nionee, y al que habían seguido otras muchas humillaciones en combates, ya que Edel siempre fue la mejor espadachín del curso. Y eso no les sentaba nada bien a los hombres. Solo hubo uno a quien nunca le importó que Edel fuera tan buena con las armas, aunque claro, él estaba en un curso superior.
-¿Asildur no viene contigo? – le preguntó al ver que Edel estaba sola. Cerca de ella estaba una chiquilla que, a su parecer, no podía tener más de catorce años, un hombre grande y moreno, y una mujer de ojos cansados y expresión dura que bajó la mirada.
Edel miró de reojo a aquella mujer y suspiró.
-Murió.
-Lo siento – murmuró Nionee, entristecido por la noticia. Habían sido buenos amigos, pero sus caminos se separaron cuando, sin esperar a terminar su formación, él y Edel se habían hecho a la mar junto con casi un millar de mercenarios a los que el rico Asildur había pagado. La pareja perseguía un sueño, una utopía: conquistar el mundo para regirlo de tal forma que no existiese la guerra, ni la injusticia, y todo el mundo pudiera ser feliz.
-Bueno, olvídalo y acógenos en mi ciudad, Nionee – dijo Edel, encogiéndose de hombros y quitándole hierro al asunto.
Mientras entraban en la torre que presidía Navette, una bandera – de una elegante tela que cambiaba de color según como incidía en ella la luz – ascendió por el mástil del que habían retirado la bandera insignia de la capital.
Navette había caído. 


Mucho antes de que las imágenes comenzaran a cobrar forma en su mente, Tary supo que era una pesadilla, un horrible recuerdo que no podría detener hasta que terminase. Todo estaba oscuro, pero se notaba como una fuerte energía surgía de la nada y cubría el cielo. Ralta y ella echaron a correr, asustadas. Sin embargo, Furia se quedó inmóvil, con los pies clavados en el suelo por el miedo. La energía se cernía sobre su amiga mientras ellas seguían corriendo sin darse cuenta de que la habían dejado atrás.
Solo se dieron cuenta de que Furia no las seguía cuando la escucharon chillar a pleno pulmón. Se volvieron y la vieron envuelta en llamas. Pero algo iba mal. El fuego, que no debería dañarla, la estaba quemando, consumiendo; y en el aire se respiraba un asfixiante olor a carne quemada.
Como ya había adivinado, Tary solo pudo despertarse cuando el cuerpo de Furia había quedado reducido a cenizas. Muerta a causa de su propio poder.
Se incorporó de la cama, bañada en sudor y jadeando. La primera vez que tuvo aquella pesadilla – que era el recuerdo de algo que ya le habían obligado a ver cuando la Veisha la torturó – se despertó gritando de terror. Miró el reloj de la mesilla y decidió que para media hora que le quedaba de dormir, era mejor levantarse. Se duchó para aliviarse y deshacerse del sudor que la pringaba, bajó a desayunar y se marchó mucho antes de lo normal.
Cuando llegó al instituto ni siquiera el conserje había llegado allí y lo había abierto, así que decidió irse a dar una vuelta para hacer tiempo y retirar de su cabeza la imagen de Furia consumiéndose en sus propias llamas. Bajó unas cuantas calles hasta la zona del paseo que discurría a la orilla del mar.
Se apoyó en la valla y respiró el frío y salado viento procedente del océano. El frío consiguió relajarla mucho más que la ducha de agua caliente que se había dado en casa. Miró hacia abajo y vio arena en el fondo del acantilado. “Debe de ser por la marea baja”, suspiró Tary.
Sonrió al ver como los peces saltaban por fuera del agua. Le parecieron graciosos, hasta que descubrió por qué saltaban. Una sinuosa figura brillaba bajo el agua, lanzada a toda velocidad hacia los peces. Se inclinó más hacia delante para observar mejor. Tary miró atónita como aquella cosa devoraba a los animalitos y después asomaba la cabeza fuera del agua y fijaba sus ojos de reptil en ella.
-¡Tú! – la mandíbula le colgaba y le temblaba, asustada por volver a ver aquella enorme serpiente. El mareó la invadió y sintió como sus pies se separaban del suelo y, antes de que pudiera hacer nada, estaba cayendo hacia el mar. La conciencia estaba a punto de abandonarla, pero consiguió invocar su poder y flotar en el aire a un par de palmos del suelo.
Mareada, se puso en pie, y se apoyó contra la rasposa pared de piedra. Escudriñó el agua en busca de la serpiente. Si seguía en el agua y se acercaba a ella… En aquellos momentos era una presa fácil y tenía que salir de allí cuanto antes. Pero no vio nada, y todavía le quedaba tiempo antes de que las clases empezaran.
-Y este sitio no está nada mal – se dijo, encogiéndose de hombros. Colgó la mochila sobre una roca que salía junto con sus botas y se sentó sobre una roca plana para dejar los pies a remojo –. Al menos, ahora que la marea está baja; porque cuando empiece a subir será otra cosa.
Cerró los ojos al sentir el viento acariciándole el rostro y haciendo que su cabello se agitase siguiendo el ritmo de las suaves olas que barrían la arena. El aire que llegaba del mar parecía traerle historias, voces, olores, de todas las partes del mundo. Era una sensación extraña, nueva, totalmente diferente a lo que había vivido hasta entonces. Era como si todo el planeta pudiese difundir sus vivencias a través del aire que todos respiraban. Sonrió, feliz de sentir algo tan hermoso como aquello, y abrió los brazos para abrazar todo aquello que el mar y el viento le llevaban. Quería que le llegara al corazón.
Un fortísimo sonido la sobresaltó. Abrió los ojos y vio que detrás de ella se extendía una pequeña polvareda y su mochila se había caído al suelo. Se levantó de la piedra y observó atónita, cuando el polvo se posó, como en la pared de piedra del acantilado habían aparecido unas profundas grietas.
-¿He hecho yo esto? – se preguntó, mirándose las manos. En efecto, emitían un leve brillo. Había desatado su poder y aquellas grietas eran el efecto –. Genial. Simplemente, genial.
Se puso las botas y se echó la mochila a la espalda al ver que tenía poco tiempo para llegar a clase a la hora. Invocó el viento y flotó con suavidad hasta la calle, poniendo cuidado en que no hubiese nadie mirando, y emprendió la carrera hasta el instituto pensando en la cara que pondrían sus amigas al ver lo que era capaz de hacer ahora.


Siril había decidido no ir aquel lunes a clase, sin embargo no por eso había dejado de madrugar. En realidad, se había levantado mucho antes de lo normal, y llevaba cinco horas en Shoz, documentándose un poco más. No había parado a comer ni un momento, y solo se levantaba de la silla para coger otro libro más.
En la biblioteca se encontró a Koren, que le puso al día de lo que había pasado con Tary y Shina, y el libro en cuestión. Así que, aunque se había llevado los libros de la universidad para estudiar allí, decidió ponerse a investigar sobre todo aquello.
Shina no podía buscar otra cosa más que poder, ¿pero para qué? ¿Tan importante era aquel mago sobre el que Koren no quería hablarle?
Lo primero que sentó en claro era que Shina quería el poder para entrar en Shoz y destruirles a todos. Pero sentía que algo le fallaba.
-Nadie puede almacenar un poder infinito. Así que Shina debe de tener algo en mente, algo para lo que va a destinar el poder que saque de ese mago – dijo, pasando las finas páginas de un grueso volumen sobre la historia de Shoz –. Se supone que ese mago tiene un grandísimo poder. No obstante ha mantenido escondido ese libro en el corazón de Shoz, donde nadie sospecharía de su existencia. ¿Cómo va a conseguir que el mago que le entregue su poder?
Se golpeó levemente la cabeza con el nudillo, forzándose a pensar, a que se le ocurriera algo; pero era inútil. No se le ocurría nada, pero por lo que todo el mundo en Shoz decía, si Shina se había propuesto encontrar a aquel hombre y obtener lo que fuese de él, lo conseguiría. Sin lugar a dudas.
Continuó buscando algo sobre un mago extremadamente poderoso, pero parecía que nunca hubiera existido nadie así en Shoz.
-Algo falla. Tienen tantísima información sobre todo, pero este hombre no aparece, ni quieren hablar de él. Tuvo que pasar algo muy malo como para que lo hayan eliminado de su historia. Aunque eliminando un recuerdo no se puede cambiar la realidad…
Tendría que buscar un cabo suelto, un punto en la historia que flojeara, algo, el más mínimo detalle que quedase incompleto y descolgado, pero eso requeriría muchísimas horas de búsqueda. Se frotó los ojos, cansada. Tenía que forzar la vista para que las letras no bailasen sobre el papel y se resistieran a ser leídas.
-¡Vamos, piensa! La historia queda plasmada de otras formas aunque no sea de una forma tan exacta, ¿no? – de repente se sintió verdaderamente como su tuviera una bombilla sobre la cabeza y ésta se encendiese a la vez que su rostro se iluminaba al creer que podía haber hallado la solución –. ¡Los artistas! Ellos siempre expresan los problemas de la vida y la sociedad en sus obras. Como por ejemplo…
Cerró el libro y se levantó de un brinco. Cargó con él hasta su lugar correspondiente de la estantería y salió corriendo como una bala en busca de la sección de literatura y poesía. Durante su adiestramiento en Shoz les habían enseñado algunas personalidades famosas que habían pasado por allí a lo largo de la historia, y el único poeta que recordaba era Dack-Banther.
Cuando llegó a la sección que buscaba se topó con un pequeño problema en el que no había pensado. Dack-Banther había sido un grandísimo artista, y toda una balda, de más de dos metros de largo, estaba poblada con todos sus volúmenes.
Siril frunció el ceño. No tenía tiempo como para leerse más de dos metros de poesía, así que tendría que hacer una criba y cruzar los dedos para no dejarse justo el libro en el que podía estar la respuesta.
Lo primero que hizo fue documentarse un poco más sobre él, y así aprendió que Dack era descendiente de demonios y que su aspecto era realmente temible, pero que, en contraste, tenía una personalidad extremadamente dulce y sensible. Por lo que Siril sabía, los demonios eran bastante longevos – su vida media era de unos novecientos o mil años –, pero Dack-Banther no era un demonio completo, ni mucho menos, y había vivido solo trescientos años.
Supuso que Shaira y aquel mago no habían coincidido en Shoz, ya que de lo contrario ella seguro que le habría dicho algo, cualquier cosa.
-Y Shaira lleva en Shoz trescientos ochenta y nueve años, si recuerdo bien lo que nos contó – comentó pensativa, mientras buscaba las fechas exactas del nacimiento y la muerte de Dack-Banther. Una vez tuvo aquellos datos si hizo una idea de la época en la que Dack pudo escribir algo sobre aquel mago que, de ser tan poderoso como se suponía, se habría hecho notar.
Las fechas se correspondían con los comienzos de Dack en el mundo de la poesía, después de haber probado suerte con la pintura y darse cuenta de que nunca podía plasmar en un lienzo lo que el imaginaba en su cabeza.
Por suerte, en aquellos comienzos, los poemas eran cortos, ligeros y sencillos, pero sin dejar de ser hermosos. Al parecer, había ordenado los poemas según los sentimientos que despertaban en él a la hora de escribirlos; así que Siril buscó algunos que le transmitieran temor, miedo, o impresión.
Pasó dos horas leyendo, sin encontrar lo que buscaba, pero completamente hechizada por la belleza de los textos de aquel poeta medio demonio. Era fácil dejarse llevar por la lectura, y estaba segura de que las palabras Dack-Banther despertaban en ella los mismos sentimientos que él tenía mientras los escribía, aunque eso hubiese ocurrido muchos años atrás.
Al fin, encontró uno que le llamó la atención más que los otros, pero solo porque incluía una palabra que no había usado hasta entonces.
“Miedo, caos, ¡pánico!/ Todos corren,/ todos vuelan/ hacia un refugio incierto / lejos de esta lluvia.// Las cartas vuelan por doquier. /Las cartas sesgan vidas,/ y la sangre que derraman/ es tinta nueva que las fortalece. // Una figura se yergue,/ elegante,/ imbatible. / Asesino… asesino.// Alza las manos,/ las cartas bailan a su son./ Baila contento,/ mago del baile de cartas.”
-Mago… – susurró Siril. Tras siete horas allí era lo único que había encontrado, pero no podía estar segura de si aquello era verdad o solo era un escrito fruto de un sueño o de una fantasía.
Decidió preguntarle a Koren sobre aquello, pero haciéndole creer que ella ya había descubierto lo del “baile de cartas” que mencionaba el poema. Si colaba, genial; y si no, lo seguiría intentando. Algo tenían que hacer para pararle los pies a Shina, y aquello podía ser una pista valiosa. Cuando estaba a punto de irse a buscar a Koren, sintió que alguien iba a entrar en Shoz. Sonrió para sus adentros al comprobar que su percepción era tan buena.
-Ralta – dijo, con una sonrisa.
Sin embargo, su sonrisa se borró al instante. Su trayectoria se estaba desviando, y mucho. Algo o alguien la estaba arrastrando, sin que ella lo supiera, hacia otro lugar.
-¡Go!    


Tary se cansó de esperar. Si no se iba ya, llegaría tarde al complejo deportivo y ni siquiera tendría tiempo de comer. No podía aguardar más, así que Ralta y Furia tendrían que esperarse a otro día para ver el poder que acababa de descubrir.
“Menudo día han elegido para dejarles salir de clase tarde”, masculló Tary, mientras se dirigía hacia su parada de autobús. “Al menos podré comerme el bol de ensalada…”
Escasamente un par de minutos después de que Tary se marchara de la puerta de su instituto, Ralta salía de clase por fin, acompañada por Katie, que no paraba de hablar y decir cosas sin mucho sentido. Ralta hizo una mueca al ver que ya apenas quedaba gente en la entrada, y Tary no estaba entre las personas que quedaba.
-¡Jumm! Ha debido de hacérsele tarde, pero había dicho que tenía algo que enseñarme…
-Tary es muy estricta con sus horarios, ¿no? – preguntó Katie, dejando de parlotear.
Ralta asintió en silencio. Katie empezó a silbar despreocupadamente, mirando hacia el cielo. Una gota de lluvia le cayó justo en la nariz.
-Ya decía yo que hoy iba a llover… ¡Nos veremos mañana!
-Hasta mañana – musitó Ralta, que se había quedado un poco traspuesta en el sitio. Una mala sensación acababa de recorrerla de arriba abajo. Un sonoro trueno hizo que el suelo vibrara y muchos se asustaran.
“Será por la tormenta, por la lluvia o por este frío por lo que me siento mal”, se dijo a sí misma para calmarse. Sin embargo, desde que habían recibido sus talismanes, Ralta se estaba fiando más de las malas sensaciones, porque nunca parecían traer nada bueno.
Estiró el brazo, con la palma hacia arriba, para atrapar gotas de lluvia mientras caminaba. Sorprendentemente, éstas no eran frías.
“Que cosa tan rara… Yo estoy muerta de frío. Y la electricidad del ambiente me está poniendo los pelos de punta.” Miró hacia el cielo cuando un nuevo trueno hizo que todo volviera a vibrar, y vio como un rayo caía sobre ella.
Desconocía que aquello no iba a hacerle ningún daño, así que cerró los ojos y pensó en un lugar seguro; solo quería salir de allí. Un camino luminoso se abrió y la encaminó hacia Shoz, separándola de su mundo. Y saber que en cuestión de segundos aparecería en Shoz calmó a Ralta profundamente.
Sin embargo, cuando abrió los ojos, vio que no se encontraba donde esperaba. A su alrededor solo había árboles de gruesos troncos y cuyas copas se fundían unas con otras para no dejarle ver el cielo. Apenas llegaba luz solar al suelo, ni tampoco se adivinaba el linde del bosque entre los gruesos troncos de los árboles.
De repente volvió a recorrerla un terrible escalofrío y sintió como se le ponía la carne de gallina. “Alguien me está siguiendo”, pensó Ralta, poniéndose en guardia. Dejó que su magia fluyera hasta las palmas de sus manos, cargándose de energía para atacar. Giró sobre sí misma, escudriñando las sombras en busca de su perseguidor. Algo se movió entre los árboles.
“Tranquila, tranquila, ¡tranquila!”, se dijo, sintiendo como las chispas saltaban por sus dedos, esperando a convertirse en un torrente de energía que abandonara su cuerpo.
Vio un destello entre las sombras, y una figura salió de ellas a toda velocidad. La energía salió de ella con tanta fuerza que sintió como le ardían las manos; e incidió sobre la espada que portaba la misteriosa figura. El acero salió volando por los aires por la violencia con la que la energía chocó contra él.
-Kiv – musitó Ralta al reconocer el arma. Lo miró, agazapado como un felino. Sin embargo, notaba algo distinto en él. Su forma de moverse era distinta, menos elegante, y el color de sus ojos ya no era verde.
Ralta notó como todos sus músculos se tensionaban al verle acercarse, pero por mucho que invocase su magia, nada acudía a su llamada. No había sabido controlar la intensidad del primer golpe y se había agotado. Extendió la palma de la mano hacia él y dejó que brotase una intensa luz, cegándolo momentáneamente. Y se echó a correr entre los árboles. No sabía a dónde iba, apenas sí veía por donde pisaba, pero tenía que huir de él.
“¿Pero por qué ahora vuelve a intentar matarme? No entiendo nada…”, pensó, asfixiada. Le oía cerca de ella.
Algo cortó el aire y se hundió en la corteza de un árbol, demasiado cerca de Ralta. Y detrás de aquella arma fueron otras más, que tampoco lograron alcanzar su objetivo por lo denso que era el bosque y la luz que Ralta conseguía invocar para cegar a su enemigo mientras rogaba por poder recuperar energías para atacar y no tener que andar huyendo a la defensiva.
Ralta no sabía hacia dónde corría, ni tampoco se fijaba mucho en la dirección – ya tenía suficiente con poner atención a no tropezarse con las raíces y ramas caídas de los árboles, y mirando atrás para vigilar que todavía guardaba las distancias con Kiv –; además ella no estaba acostumbrada a correr, y enseguida se resintió. Los pulmones le ardían y sus piernas se negaban a dar un paso más cuando se topó con un muro entre la maleza. Parecía de una vieja casa, medio derruida por los salvajes árboles que reclamaban el pedazo de suelo que ocupaba.
La chica soltó una maldición al ver su camino de huida cortado, y se volvió hacia atrás, asustada. Notó la magia acumulándose de nuevo en sus manos, pero no tenía la suficiente intensidad como para hacerle realmente daño.
“Vamos, vamos”, se dijo Ralta, rogando para recoger energía más rápido.
Sin embargo, Kiv estaba quieto y se había llevado las manos a la cabeza. Temblaba, con una expresión extraña, y miraba fijamente a Ralta.
Dentro del cuerpo humano de Kiv, su verdadera alma hizo un grandísimo esfuerzo y lanzó un grito de ayuda, y peleó por dentro para conseguir el control de su cuerpo durante unos pocos segundos.
-¡Ayúdame, Ralta! – dijo, con la voz ahogada.
Ralta se dio cuenta de que al hablar le habían cambiado los ojos de color, volviendo a su verde original. Él sacudió la cabeza, como si tratara de despertarse y se golpeó con la empuñadura de la daga que sujetaba con la mano derecha.
Y después de aquellos extraños segundos, Kiv se irguió, aunque no tenía la misma postura fría y amenazante que había visto en él la primera vez.
“No es él. ¡No puede ser él! ¿Por qué me ha pedido ayuda?”, se preguntó Ralta, cada vez más confusa. Cuando Kiv dio un paso hacia delante, ella se sintió tan aterrorizada que se le escapó la energía en forma de un débil chorro.
El joven asesino lo evitó por los pelos haciéndose a un lado y se lanzó sobre Ralta con un siseo inquietante y sediento de sangre. Ralta cerró los ojos, no quería ver nada, y se encogió contra la pared. Pero no sintió nada, solo escuchó un chasquido – que no supo identificar de dónde venía – y el gruñido furioso e inhumano de Kiv.
Abrió los ojos, aun temerosa, y se encontró con algo que no esperaba. Furia estaba a su lado, lista para defenderla – aunque por la expresión de su rostro y las llamas que lamían su cuerpo, estaba muerta de miedo. Un poco más lejos estaba Siril, sentada en el suelo, jadeando, y delante de ella, Tary.
No tuvo tiempo ni de preguntarse qué estaban haciendo allí, ni cómo habían llegado tan a tiempo. Vio como Tary se agachaba y golpeaba con la palma de la mano el suelo, haciendo que temblara y se abriera en él una pequeña grieta que avanzó hacia Kiv, que saltó hacia atrás para alejarse.
Pero Tary no podía esperar más a lanzar otro ataque, así que abrió los brazos tal y como había hecho aquella misma mañana en el mar y dirigió su poder hacia Kiv. Éste pensó que lo más inteligente que podía hacer era huir, ya que percibió que la magia de Tary era algo demasiado poderoso, y él no podía competir contra algo así. Daría igual que pusiera por delante su espada, no lograría absorber tal cantidad de magia ni desviar el fortísimo hechizo que, sin duda, habría quebrado su preciosa arma.
-¡Mierda! – exclamó Tary al ver como Kiv desaparecía ante sus ojos, con una débil sonrisa torcida y siniestra.
Furia suspiró aliviada, y el fuego que la rodeaba desapareció. Se volvió hacia Ralta, que temblaba todavía, encogida contra la pared, y le pasó un brazo por los hombros para tratar de tranquilizarla. Siril no se había movido ni un poco, parecía que hasta respirar le estaba costando un esfuerzo tremendo. Más tarde, Ralta se enteró de que Siril había creado una barrera protectora para evitar que Kiv se abalanzara sobre ella y la matara. Pero claro, su poder protegía mucho mejor frente ataques mágicos que contra uno corporal, así que había tenido que emplear una cantidad de magia demasiado grande.
-¿Te encuentras bien? – le preguntó Furia con dulzura mientras le quitaba algunas ramitas y hojas de entre los rizos.
-Gracias a vosotras, sí. Tengo las piernas hechas polvo…
-Y la cara llena de arañazos. Debías de estar muy asustada – susurró Furia.
-Sigo muy asustada. Muchas gracias, chicas – intentó sonreír Ralta.
Miró hacia donde se encontraba Tary, que estaba ayudando a Siril a ponerse en pie. Estaba tan seria, que Ralta se sintió muy incómoda cuando la fulminó con sus ojos de miel y le dijo:
-Eres una irresponsable.
-No fue culpa mía – se excusó Ralta, cohibida –. Quería ir a Shoz pero no sé cómo acabé aquí.
-Eso es…
-Es verdad – dijo Siril, sujetándose las costillas –. La sentí viniendo a Shoz, pero algo la desvió y creí que podía ser una mala señal. Fue por eso que os he ido a buscar tan rápido.
-¿Cómo has podido encontrarnos? – preguntó Furia. Llevaba todo el rato preguntándose eso, ya que Siril había aparecido de repente a su lado en un semáforo y se la había llevado sin decirle ni una palabra.
-Igual que podéis aparecer en Shoz a voluntad, podréis aprender a encontrar vuestras almas y encontraros. Aprovecho para pediros perdón por haberos “raptado” de esa manera, sin daros explicaciones, pero como habéis visto no había tiempo.
Tary soltó un bufido.
-Has tenido mucha suerte de que Siril esté en todo… 
Las tres se dieron cuenta de que Tary estaba bastante enfadada, no solo con Ralta por haber estado en peligro, sino porque había tenido delante a Kiv y no le había dado tiempo de acabar con él. Había estado tan cerca… Tan cerca de saciar su sed de venganza. Kiv le había hecho tantísimo daño que… Tary apretó los puños, clavándose las uñas en la carne. Sentía tanta rabia. Además, no podía dejar de recordar la expresión con la que Ralta había mirado a Kiv justo antes de cerrar los ojos y encogerse contra la pared. Miedo, terror, pánico, pero también algo de admiración.
-Vámonos de aquí, este sitio me da malas vibraciones, y Kiv podría volver – dijo Siril.
Las tres asintieron y Siril las sacó de Go. Cada una apareció en el mismo lugar del que habían desaparecido tan solo unos minutos antes.


“Esa maldita niñata…”, pensó Kiv, acomodándose en el trono de Eclipse. Pasó las piernas por encima de uno de los reposabrazos y dejó que le colgara la cabeza por el otro, mientras jugueteaba con su daga. Ahora el alma negra controlaba su cuerpo, pero le gustaba aquel juguete tan arriesgado. Era una diversión que le forzaba a mantenerse concentrado ejecutando precisos movimientos para no herirse las manos. “No solo logra sobrevivir a la tortura de una Veisha, sino que eso la ha vuelto más fuerte y ahora quiere vengarse.”
Recogió la daga y se estiró, como un gato. “Esa chica acabará mal, muy mal… Espero que sepa que la estoy esperando.”
Las enormes puertas del salón del trono se abrieron y Eclipse entró, dando zancadas. Parecía enfadada, aunque algo más que de costumbre.
-¿Qué ha pasado? – preguntó Eclipse, separando las palabras, con ira contenida.
-Llegaron a tiempo para ayudarla. Sin la chica que las protege sería mucho más fácil acabar con ellas.
-Eso fue lo que me dijo Shina. Pero ya tenemos algo en mente, visto que eres un auténtico inútil.
Kiv la miró con los ojos entornados.
-¿Puedo pedirte algo?
Eclipse le miró con cierta sorpresa, pero le hizo un gesto con la mano para que hablase.
-Shina y tú podéis hacer lo que queráis con las chicas, menos con Tary. Soy un Asesino, y mi código me exige acabar con ella. No me dejaste matarla cuando tuve oportunidad, y por eso sigue viva. Quiero resarcirme.
-Lo siento, pero si todo sale a la perfección, me temo que las cuatro morirán de un solo golpe. Ahora solo tenemos que esperar a que Shina encuentre a ese dichoso mago y vuelva pronto y con el poder necesario para esto.
-¿No vas a contarme nada de vuestro plan? – inquirió Kiv, algo molesto por verse a un lado. Antes era con él con quien Eclipse contaba para todo. Ahora Eclipse se fiaba de todas y cada una de las palabras y las promesas de poder de Shina. Pero él no quería dejarse engañar. Una bruja, por pocos poderes que tuviera ahora, no podía ponerse al servicio de Eclipse por buena voluntad. Y mucho menos Shina, que tenía de todo, menos buenas intenciones.
-No. Es algo entre Shina y yo. Te mantendré alejado de las Elegidas de Shoz durante un tiempo. Ten – dijo Eclipse, tendiéndole un papel doblado –, lo envía tu maestro. Él está ocupado en el desierto y quiere que tú te encargues de viajar a Seusash y te informes del avance de Edel. Y si es posible, entra en Navette y espía. Necesitamos cualquier cosa para hacer frente a mi hermana. ¡No puedo dejar que entre en Go!
-De acuerdo. Estaré pronto de vuelta.
-No tengas prisa. Tómate el tiempo que necesites para hacer bien tu trabajo; esto es muy importante para todo el reino.
-Lo sé.
Kiv se incorporó con gracilidad y salió del salón para prepararse y partir cuanto antes hacia Navette. El alma negra dominaba bien los movimientos del cuerpo ahora que la auténtica alma de Kiv dormía en algún lugar muy, muy profundo. El hecho de haberse rebelado contra el alma negra para pedirle ayuda a Ralta le estaba pasando factura, y ahora dormía agotada.
Pero el alma negra no dudaba de que en cuanto descansara, volvería a intentar presentar batalla para recuperar el control de su cuerpo.

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