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sábado, 28 de enero de 2012

CAPÍTULO 3: EL SEGUNDO TALISMÁN

CAPÍTULO 3: EL SEGUNDO TALISMÁN
Eran las cinco pasadas cuando Tary salió del gimnasio. Revisó su móvil y vio media docena de llamadas perdidas de Ralta. La chica se preguntó qué demonios le pasaría a su amiga, ¿habría descubierto ya algo de aquel colgante? Decidió llamarla para salir de dudas, mientras caminaba por el parque de la rivera del rio que dividía en dos la ciudad.
-¿Ralta, qué te pasa? Me has llamado un ciento de veces.
-¡Tary! ¡Al fin! Ya me estaba desesperando…
-Ya sabías que hoy iba al gimnasio, las competiciones están cerca y tengo movimientos que mejorar.
-Perdóname por lo que voy a decirte ahora pero… ¡Al cuerno las competiciones! Esto que tengo que decirte es mucho más importante. 
-¡Oh…! Discúlpame – masculló Tary, algo molesta.
-Ven pronto a mi casa y hablamos, por favor.
-No puedo, Ralta. Va contra mi horario. Además, de lunes a jueves nada de quedar con las amigas. Puedes esperar hasta mañana, o contármelo ahora – le dijo Tary, con voz firme. Si vacilaba, Ralta lograría convencerla.
Tary recibió un gruñido al otro lado de la línea telefónica. A Ralta le costó horrores pronunciar las palabras:
-Está bien… Tú ganas. Prefiero contártelo mañana, cara a cara. Quiero ver qué cara pones – se rió Ralta –. Intenta vivir toda la tarde con la angustia de saber qué es. Si te rindes, ya sabes, me vienes a ver.
-Tranquila, Ralta, sobreviviré.
Tary colgó con tranquilidad y siguió caminando por la rivera. El aire todavía era cálido, y la puesta de sol le daba al ambiente un toque apacible y relajante. Se levantó un viento que llevaba la humedad del río hasta el rostro de Tary y mecía sus cabellos.
Sabía que tenía que volver a casa rápido. Casi siempre regresaba recorriendo el parque de la rivera a toda velocidad para no ir en autobús, embutida como una sardina enlatada, en las horas punta. Sin embargo, aquel día algo la invitaba a pararse y disfrutar de la tarde junto al río.
Dejó la bolsa de deporte y la mochila en el suelo y se apoyó en la barandilla, cerrando los ojos y dejando la mente vacía. Solo sentía la humedad en la piel y el rumor del agua en los oídos. Los pájaros revoloteaban y piaban entre los árboles. A parte de eso, nada más. Tary se sintió agradablemente sola en el mundo.
No supo el tiempo que había pasado cuando abrió los ojos, pero se sintió como si hubiera estado durmiendo durante más de una semana.
-Parece que se ha levantado más aire… – pensó Tary al sentir como sus cabellos se agitaban a su alrededor.
Se volvió hacia atrás para recoger sus cosas del suelo, pero se quedó petrificada, conteniendo el aliento. “Oh, madre mía, ¿qué es esto?” Justo delante de ella, el aire había comenzado a girar, cada vez a más y más velocidad, formando un remolino, que acabó por ser un pequeño tornado.
-Esto… esto es… – musitaba Tary mientras sus pies se acercaban al tornado con voluntad propia –. ¡No! ¡No! ¿Qué estoy haciendo? ¡Quieta! ¡Quieta!
A pesar de sus gritos entrecortados, no se detuvo. Siguió avanzando, hasta que acabó por colocarse dentro del tornado. El aire giraba a su alrededor violentamente, y sin embargo, parecía acariciarla, elevar cada uno de los cabellos de su melena hacia arriba, formando espirales trazadas con esmero. El giro del aire no la elevaba, estaba perfectamente fija al suelo, y su sonido no era atronador, como ella había esperado, sino dulce y musical.
Sintió como algo con un tacto frío le rodeaba el cuello. Por pura curiosidad, se llevó la mano a la garganta para palpar qué era, pero al hacerlo, el tornado desapareció de golpe y Tary cayó al césped de rodillas. Afortunadamente, consiguió apoyar las manos para evitar caer de bruces al suelo.
Algo confundida, se levantó, sintiendo un cosquilleo en las manos. Se las miró y se quedó sorprendida al ver unas diminutas hojas verdes. Aunque más se sorprendió al ver que, justo donde había apoyado las manos, estaban creciendo dos rosas a una velocidad vertiginosa.
-¿Esto… esto es…? – se preguntaba mientras se miraba las palmas de las manos. Le brillaban con un tono verdoso extraordinario –. Esto se parece mucho a lo que le pasó a Ralta. ¿Tendrá algo que ver?
Se preguntó si tal vez debería ir a casa de su amiga para hablarle de eso. Agitó los dedos, indecisa. Aquel brillo estaba desapareciendo de sus manos, retirándose hacia sus brazos y reuniéndose en su pecho. Se llevó la mano hacia donde se dirigía el brillo y se topó con algo que le colgaba del cuello. Una cadena plateada con un colgante.
-¡Un tornado! Como el que ha aparecido… – pensó, algo asustada.
Decidió no darle vueltas al asunto y esperarse al día siguiente y hablar con Ralta en el instituto, ya que consideraba que cosas tan extrañas como las que les estaban sucediendo eran mejor hablarlas cara a cara.
Tary emprendió el camino de vuelta a casa, con la intención de pasar el resto del día como si de un día normal se tratara. Sin embargo, Tary no se imaginaba cómo iba a cambiar su vida a partir de aquella tarde.


A la mañana siguiente, Tary y Ralta llevaron a Furia a su rinconcito del recreo, donde conversaron de temas banales, hasta que Furia dijo:
-Chicas, no tenéis buena cara, ¿os encontráis mal? Dicen que hay un virus que corre por ahí…
-Tranquila – sonrió Ralta –. Lo hacen todo las ojeras. He intentado disimularlas, pero solo he conseguido un tono de piel amarillo – Tary se rió de forma escandalosa, atrayendo la atención de varios pares de ojos –. Ayer estuve despierta hasta tarde.
-¿Haciendo qué? – preguntó Tary, con un tono picarón.
Ralta miró a su alrededor y les hizo un gesto para que se acercaran más a ella y a la pared. Se quedó mirando hacia la pared, extendió la mano derecha y, aunque al principio parecía no suceder nada, pronto sus amigas se dieron cuenta de que una especie de energía se acumulaba en la palma de Ralta, conformando una masa más o menos esférica que soltaba chispas y garrampas.
-Alucinante… – murmuró Furia, mirando hipnotizada como el color de aquella cosa fluctuaba entre azul y fucsia, pasando por el violeta.
-Y hay más. Anoche en mi cuarto encendí la lámpara sin tener que pulsar el interruptor, y esta mañana he pensado que ojalá hiciera un buen día. Al levantarme estaba todo el cielo encapotado, en cambio ahora luce un sol esplendoroso – Furia y Tary la miraron, atentas a sus palabras –. Pero eso no es todo… 
-¿Acaso puede haber algo más? – preguntó Tary, intrigada.
-Una mujer me habló en sueños. ¡Pero no era un sueño normal! – apostilló al ver la mofa creciendo en el rostro de Tary –. Se comunicará conmigo de esa forma. Me explicó cosas sobre este colgante y lo que representa. Y sobre sus poderes, que deberé usar para una “misión”. Pero creo que lo mejor será no contaros nada más, no sé si debería. Es información para mis compañeros.
-¿Tus compañeros? – preguntó Furia.
-Sí. Resulta que no solo yo voy a tener poderes. Tendré unos compañeros que me ayuden, pero antes tendrán que aparecer.
-Pues deja de buscar, Ralta, y empieza a contarme todo lo que te dijo esa mujer de tu sueño – exigió Tary.
-¿Y eso por qué? – le dijo, con algo de agresividad, ya que el tono de Tary le había parecido demasiado duro.
Vio que Tary se metía la mano por dentro de la camiseta y sacaba algo.
-¿Responde esto a tu pregunta?
A Ralta se le abrió la boca debido a la sorpresa y miró a su amiga, con los ojos como platos. Furia también observó asombrada el colgante de Tary.


La bruja se había aseado bastante, y estaba más presentable. El mayor susto se lo había llevado al mirarse al espejo. El cristal no le devolvía el reflejo que esperaba encontrar, el de su joven y felino rostro. Vio sus cejas finas, ojos alargados, nariz afilada y labios prácticamente inexistentes que dibujaban sonrisas crueles. Todo eso seguía igual pero…
-Mi piel está arrugada, más fina y frágil… Como capas de cebolla – se dijo, tocándose con cuidado las mejillas –. Al menos mis ojos siguen iguales.
Sus ojos, amarillos con las pupilas rasgadas, como las de un gato, permanecían iguales, siendo su símbolo de identidad. También reparó en que sus uñas estaban muy largas, demasiado largas, y su pelo era grisáceo.
-Tiempo. El tiempo es la clave – musitó, mientras entraba en el baño que Eclipse le había ofrecido –. Necesito descansar y recuperarme. Han sido dos siglos muy largos – se sumergió en el agua, sintiéndose viva, relajada. La tierra, las piedras y el polvo resultantes del estallido de su cofre se hallaban en sus cabellos, y al meter la cabeza debajo del agua sintió que le pesaba mucho menos –. La magia volverá a fluir en mí, y volveré a ser como antes.
Tras bañarse, se sintió más joven. Nadie que no fuera ella lo habría notado, sin embargo, Shina lo veía. Su marca de la frente estaba empezando a cobrar color. Sus cabellos, liberados ya del peso de la tierra y el polvo, se agitaban alrededor de su rostro, como víboras hambrientas.
Se vistió con un vestido negro sencillo que Eclipse le había cedido y que se ceñía a su cintura con una cinta roja. Anduvo por los pasillos del castillo, recorriéndolo, haciéndolo suyo. Tenía la intención de pasar mucho tiempo allí. “Necesito recuperarme. Este mundo rebosa magia, así que no tardaré mucho en estar en forma aunque… Recuperar mis poderes especiales me llevará mucho más tiempo. Pero cuando eso ocurra… ¡Prepárate Shaira, porque me vengaré!”, pensaba Shina, mirando por un ventanal el paisaje.
Tras caminar largo rato por el castillo para desentumecerse, se dirigió hacia la estancia donde percibía la presencia de Eclipse. Aquello era una buena noticia, estaba recuperándose muy rápido. “Es la magia de este mundo…, no hay duda.”
Entró en el salón del trono, en el cual se hallaba Eclipse, al parecer esperándola, con un lobo negro a sus pies. Cuando se acercó, el animal gruñó, pero Eclipse lo hizo callar con un silbido.
-Ya creía que te habías perdido, o que te habías ahogado en el baño – se rió Eclipse, intentando bromear, aunque en realidad, estaba molesta –. No me gusta tener que esperar.
Mientras le hablaba, con un tono imponente y altivo, se echó una capa de terciopelo, de color medianoche, por encima. Shina estudiaba cada movimiento de la mujer. Era elegante, cruel, con una mirada inteligente y dedos de pianista.
No sería fácil engañarla; pero era avariciosa y ambiciosa, y eso le daría una gran ventaja a la hora de ofrecerle tratos. Shina sonrió, mostrando su dentadura sucia y afilada, y dirigió una mirada cuidadosa a la reina, para estudiar cómo reaccionaba ante su sonrisa. Eclipse entrecerró los ojos, al igual que el lobo, al que además se le erizó el pelo del lomo.
-Ya podemos hablar largo y tendido – dijo Eclipse, intentando serenarse. Aquella mujer la estaba poniendo un poco nerviosa; no pensaba perderla de vista ni un solo momento.
-¿Él tiene que estar? – preguntó Shina, refiriéndose al lobo.
Eclipse miro al animal, luego a la mujer, y por último, otra vez al lobo, al que le dijo:
-Márchate.
Shina se percató del momento de silencio que se creó entre el animal y la reina, como si tuvieran una conversación con sólo mirarse a los ojos. “Ya he descubierto uno de los secretos de esa bestia peluda, ¿qué más cosas oculta ese lobo?”, se preguntaba Shina, con mucha curiosidad. “Paciencia… el poder volverá muy pronto, y ya nada se me escapará”.
-¡He dicho que te marches! – berreó Eclipse.
El lobo enseñó los colmillos, pero se levantó con una lentitud pasmosa, como si quisiera regodearse de su osadía.
-Deberías adiestrar mejor a ese chucho – dijo Shina cuando éste hubo abandonado la estancia.
-Su orgullo es algo indomable, pero es fiel, y eso es lo único que me interesa. Vamos al grano. Poder. ¿Cómo piensas dármelo?
-Primero necesito un tiempo para recuperarme, todavía estoy débil. He pasado casi doscientos años encerrada – sonrió con amargura.
Eclipse la miró con incredulidad. “Doscientos años”, musitó.
-¿Cómo puedes…?
-Me alimento de magia. La magia me da la vida y me conserva. Si he sobrevivido todo este tiempo encerrada ha sido porque el propio cofre tenía magia. Yo me alimentaba de él, y él de mí. Todavía no sé muy bien como conseguí acumular más magia que el cofre para dirigirlo aquí.
-¿Por qué viniste a mi reino, a mi castillo? – quiso saber la reina.
-Solo me guié por mi instinto. Vine a un lugar rebosante de magia, por eso me estoy recuperando tan rápido. Pronto volveré a ser joven, como mi querida hermanita.
-Shaira… – murmuró Eclipse, recordando.
-Shaira – asintió la bruja.
-¿Qué tiene que ver ella con todo esto?
-Esa… mujer asquerosa – escupió Shina – tiene que ver con todo. Pronto vendrá gente a tu reino de parte de ella.
-¿Por qué? – quiso saber Eclipse – ¡Oh, no! Vendrán porque no está Rousse… ¡mierda! Si pretenden que renuncie al trono, no lo conseguirán.
Shina sonrió satisfecha. No se esperaba eso, pero le venía de perlas.
-Contarán con poderes, como los tuviste tú una vez.
-¿Cómo sabes eso? – preguntó algo alarmada Eclipse.
-Lo siento. La magia de Shoz sigue latiendo dentro de ti, y puedo reconocerla perfectamente. Tuviste la luz… Que irónico, ya no te queda nada de ella.
-A ti tampoco. Se supone que Shoz es un lugar de paz y luz. ¿Qué pintabas tú allí? – contrarrestó Eclipse.
-Maduré. Y sus ridículos rituales y costumbres me parecieron vomitivos y despreciables. No compartíamos los mismos ideales, ni pensamientos. Así que quise que fuera mío, y convertir Shoz en lo que yo deseaba – Shina hizo una breve pausa, mientras se detenía a mirar por un ventanal –. Obviamente, fracasé. Mi hermana fue elegida irav en vez de yo, pero después inicié una revolución que también fracasó.
Eclipse se dio cuenta de que se estaban desviando de los temas que a ella le interesaban. Ella quería poder, para defenderse de Shoz.
-¿Cuándo vendrá esa gente de Shoz aquí? – quiso saber.
-No lo sé con exactitud, pero no creo que tarden mucho. Por eso deberíamos de darnos prisa en obtenerlo.
-¿Obtener qué? – la forma en la que Shina había dicho “obtenerlo” le había intrigado sobremanera.
-Un Corazón. Un Corazón de piedra negra.
-¿Y eso para qué sirve? ¿Dónde podemos encontrarlo? – Eclipse sentía como se le aceleraba el corazón, ávida de más y más información.
-Todavía no tengo mis poderes, apenas tengo algo de magia. Déjame alimentarme de los ríos de magia que circulan bajo el suelo de tu tierra, y después ya podré emprender la búsqueda del Corazón.
-¿Vas a explicarme qué es eso de una vez? – casi gritó Eclipse impaciente, pasándose una mano por su mata de tirabuzones negros.
-El Corazón lo tienen las buenas personas. Personas con un alma blanca y pura. Al matarlas y realizar un hechizo que yo y pocas más personas conocemos, la pureza de su alma se condensa en un poder oscuro y tenebroso, capaz de muchas cosas. Creo que con eso bastará para deshacernos de los emisarios de Shoz – le explicó Shina, consciente de que era algo complicado de entender – Sé perfectamente cuál es el Corazón más poderoso de todos, pero todavía no me he conseguido hacer con él, a pesar de que lo intenté durante mi rebelión.  
-El de tu hermana – adivinó Eclipse.
-Exacto.
-¿Te llevará mucho tiempo encontrar uno?
-No lo creo. Esté en el mundo que esté, encontraré uno muy pronto. Me alimento de ellos, además de la magia. Y estoy bastante hambrienta. Es comprensible, ¿no? Llevo unos dos siglos en ayunas – se rió Shina.
-Está bien – Eclipse silbó y el lobo reapareció –. Acompaña a nuestra invitada a los sótanos. Allí el influjo de la magia es mucho mayor. Aliméntate de ella todo lo que quieres, yo no sé cómo funciona eso.
El animal, gruñó y enseñó los colmillos, pero aun así le hizo un gesto con la cabeza a Shina para que lo siguiera y salió con parsimonia de la habitación. La bruja se rió entre dientes y caminó detrás del lobo.
La siguió por pasillos y bajó por grandes escalinatas hasta una serie de galerías de piedra con un trazado irregular y complicado, pero que él parecía conocer a la perfección. Al final llegaron a una gran sala irregular, tallada en el interior de la cumbre sobre la que estaba edificado el castillo. En el centro había una pequeña poza. Shina se preguntó cómo podía ser posible que hubiera agua allí, y supuso que sería resultado del agua de lluvia que antiguamente se filtraba por las rocas de la montaña y se había acumulado allí. Sin embargo, estaba muy limpia. “Cosa de la magia”, sonrió Shina.
Se acercó al agua y metió las manos dentro. Al volverse vio que el lobo, aunque estaba tumbado en el suelo, no le quitaba ojo de encima y estaba en tensión.
-Tranquilo. Puedes marcharte ya – pero el lobo no se movió ni un ápice, ni siquiera pestañeó –. Voy a meterme dentro del agua, te agradecería que te marcharas.
El lobo gruñó, pero se puso las patas delanteras sobre el hocico para taparse los ojos. Shina se rió y volvió a desnudarse para meterse en el agua. La reacción de la magia del agua con su cuerpo fue inmediata. Toda la poza se llenó de burbujas y el lobo miraba intrigado.
-Bueno, esto me va a llevar un tiempo. Si me vas a estar vigilando todo el rato, tal vez podríamos conocernos un poco, ¿no te parece? – el lobo volvió a gruñir –. Tengo la intención de pasar mucho tiempo aquí con Eclipse. Creo que deberíamos llevarnos bien.
-No tengo intención de llevarme bien contigo, no quiero trabajar contigo y no me gustas nada. Solo vas a traernos problemas – era una voz fría, metálica y vacía, la que sonaba dentro de su cabeza.    
-Así que también sabes hacer eso, ¿eh? ¿Cuántos secretos guarda Eclipse en ti? ¿Cuánto poder se ha gastado para hacerte como eres?
-Eso no lo sabrás hasta que me conozcas. Y créeme, no quieras conocerme.
-¿Piensas que así vas a asustarme? – se rió Shina, mientras se sumergía bajo el agua, una y otra vez.
-El miedo solo te hace reaccionar de forma imprevisible, es mejor enfrentarse a alguien confiado.
-Como tú, ¿no? Se te ve demasiado confiado, orgulloso y soberbio – sonreía Shina, mostrándole sus afilados dientes –. Si me das problemas, será fácil acabar contigo.
-Por más piropos que me digas, no te vas a librar de mí, y menos aún, fácilmente.
-¿No piensas mostrarme tu otro cuerpo? – preguntó la bruja con curiosidad.
-Si vas a pasar tanto tiempo aquí, lo verás tarde o temprano.
-Espero impaciente descubrir tus secretos.
-Ya te lo he dicho, no quieras conocerme – la fría conciencia que había estado en su cabeza, se retiró, dando por finalizada su conversación.
El lobo permaneció toda la noche, vigilando a la mujer, que pasó todo el tiempo dentro del agua, rejuveneciendo poco a poco.


El elfo recorrió los pasillos, con suelos de mármol y delicadas cristaleras a modo de paredes, que colgaban a cientos de metros de altura, entre torre y torre. Finalmente llegó a la torre en la que se encontraba Shaira. Ascendió por las gigantescas escaleras de caracol que la rodeaban para llegar a la parte superior, donde se encontraba la irav, mirando el cielo con aire soñador.
Carraspeó levemente para hacerse notar, y Shaira se volvió hacia él, intentando esbozar una sonrisa que fuera lo suficientemente convincente.
-Guwass – saludó la irav al elfo de largos cabellos azabache. Era el único que había recibido los dones de un unicornio, y así lo demostraba la marca en forma de sol rojo que llevaba en el cuello –. ¿Sucede algo?
-Shaira, ya tenemos Elegida para el talismán del tornado. Parece que esta vez van a ser todo mujeres – sonrió.
-Seguro que Atrava está contenta con eso, aunque todavía nos falta el Elegido del fuego – le dijo Shaira mientras lo miraba con detenimiento. Guwass, Atrava y Serun eran los tres elfos encargados de vigilar los movimientos de las Gotas. Las Gotas eran esferas de luz que representaban el poder y el estado de cada uno de los talismanes. Eran los tres únicos elfos que habitaban en Shoz, y a Shaira le resultaban fascinantes. Por eso les tenía tanto cariño a aquellos tres jóvenes elfos. Los tres eran hermosos, de rasgos felinos y armoniosos, al igual que sus cuerpos; con largas melenas negras y ojos oscuros, rebosantes de conocimiento acumulado.
-Tengo la sensación de que os ocurre algo, irav – adivinó Guwass.
-A vosotros no os puedo engañar ni un poquito, ¿verdad? – el elfo negó con la cabeza y sonrió levemente –. Estoy muy preocupada. Shina recupera fuerzas demasiado deprisa… Aunque tardará tiempo en recuperar sus poderes especiales, dentro de nada ya será muy peligrosa. Temo por nosotros, pero sobre todo, temo por esas chicas que ya están destinadas a defendernos. No es que no confíe en que puedan acabar con mi hermana… Pero es que ella es demasiado poderosa.
-Confiad en que sean Elegidos dignos de nuestro poder y hagan todo lo necesario; ya sea acabar con Shina, o por lo menos corregir el destino que ha cobrado Go. Hemos descuidado mucho ese mundo, y están sufriendo. Si por lo menos arreglan eso, habrán cumplido con parte de su misión. Y si perecen, lo habrán hecho con honor y cumpliendo con su deber.
El tono sereno y firme de Guwass impresionó a Shaira. Casi no recordaba que él había sido capitán de uno de los ejércitos de Efilia, la tierra de los elfos, antes de recibir los dones de un unicornio. Entonces había abandonado las armas y se había pasado a la magia. Pero aun así conservaba su seriedad y mente fría de soldado, y sobre todo, su concepto sobre el honor y una muerte honorable como soldado, siempre cumpliendo las órdenes de su superior. 
-Serán dignos – asintió Shaira, con una sonrisa.

viernes, 20 de enero de 2012

En primicia y en exclusiva (porque en vez de apuntarme la idea en un cuaderno la subo aquí) voy a describir a un personaje que se me ocurrió el otro día y que no aparecerá, calculo yo, hasta el tercer o cuarto libro. Sí, lo sé, soy demasiado optimista pensando en que voy a conseguir llegar hasta allí. Pero oye, si no tenemos ilusiones, ¿qué nos queda?
Bueno dicho personaje no tiene todavía nombre (admito sugerencias). Es un medio reima medio humano hijo de la Tierra, con cierta belleza andrógena y que reuniría como cualidades fundamentales los llamados "7 pecados capitales". Además, lo único que le emociona en la vida es la posibilidad de morir. Por eso pasa la mayor parte del tiempo comiendo unas flores venenosas que causan alucinaciones.
En fin, un puñetero loco (como casi todos mis personajes).
Ya lo tengo plasmado (soy feliz! xD) y ya no se me olvidará.
Un abrazo en la distancia.

martes, 17 de enero de 2012

Eclipse





Os presento a Eclipse, Reina de Go.
Treinta años. Pelo negro rizado, ojos violetas.
Infantil y caprichosa en muchos aspectos, si las cosas no son como ella las quiere se enfada con mucha facilidad. Es avariciosa, siempre quiere más poder del que ya tiene. Es muy inteligente, aunque en ocasiones le ciega su propia avaricia y orgullo. Le encanta tocar el piano y jugar al ajedrez.
Podría considerársela una experta en la "unión de almas".

CAPÍTULO 2: EL PRIMER TALISMÁN


CAPÍTULO 2: EL PRIMER TALISMÁN
En la Tierra había millones de lugares donde podían haber llegado los talismanes, incluso podrían haber llegado a distintos continentes. Si eso hubiera ocurrido, la dificultad para encontrarse entre ellos se habría incrementado. Sorprendentemente, los cuatro se dirigieron a la misma ciudad, Luewno. Se encontraba en la costa, pero muy cercana a las montañas. Era una ciudad relativamente pequeña, pero eso no quería decir que el encuentro entre los cuatro elegidos de los talismanes fuese más fácil. Sin embargo, esta vez… 

En uno de los institutos de aquella ciudad iban a coincidir los Elegidos de los talismanes. Cientos de jóvenes charlaban entre ellos en grupitos, ya fuera en el recreo o en la cafetería, al calor de una buena taza de leche caliente o un café para despabilarse.
Shaira había presenciado desde Shoz como el primero de los talismanes, el de la sabiduría, llegaba a su destino. Al ver quién era, sonrió. Sabía que esa chica llegaría hacer grandes cosas por Shoz, con o sin talismán.
Desde Shoz seguía observando, con mucho interés, la marcha de los talismanes. El talismán del rayo era el único que llevaba un tiempo moviéndose en una zona reducida, mientras que los otros dos todavía vagaban por el cielo, sin encontrar a sus respectivos destinatarios.
El talismán del rayo llevaba un tiempo moviéndose sobre aquel instituto. Shaira hizo que la imagen descendiera, para ver a todos aquellos jovencitos y preguntarse quién iba a recibir semejante responsabilidad. Los talismanes solían escoger a personas jóvenes, pero a Shaira no le había gustado mucho eso. Eran débiles, inseguros, temperamentales, impulsivos y en muchas ocasiones, la sensación de poder los volvía soberbios.
Vio los rostros de decenas de jóvenes, pero solo uno le llamó la atención. Una chica que estaba hablando con una amiga. Tendría unos dieciséis años, de rostro ovalado, sonrisa afable, labios carnosos, mejillas sonrosadas, cabello largo, negro como el carbón y rizado y estatura y complexión media. Sin embargo, lo que le llamó la atención a Shaira de ella fueron sus ojos. Unos grandes ojos de un tono verde pálido, con un brillo especial.
“Lo tiene”, se dijo a sí misma, sorprendida. No todo el mundo podía apreciar aquel brillo especial en los ojos de la gente como aquella chica, pero normalmente la gente desarrollaba un sentimiento de cariño y protección hacia las personas así. Sin duda alguna, el talismán la estaba buscando a ella.
A las personas como aquella chica los solían llamar ángeles, aunque en realidad no lo fueran. Aunque sí que compartían la luz y la presencia tranquilizadora. Shaira se preguntó de dónde habría salido semejante chica en un mundo sin magia, y estuvo segura de que sería una gran Elegida.
Miró con cariño a la chica. Ella sería el puente entre Shoz y las otras Elegidas; su aura le había gustado. “Pero primero, tendrá que recibir su talismán”, sonrió Shaira, alejándose de allí, igual que había llegado, dejando a la chica de los ojos brillantes y a su amiga, con la que hablaba animadamente. 
-Tengo que ponerme las pilas con la literatura… – suspiraba la chica de los ojos verdes –. No sé por qué se me da tan mal. ¡Ni por qué a ti te sale todo bien! Para cosas así, te odio, Tary.
Su amiga le dirigió una sonrisa espléndida y encantadora.
-La clave es la organización, Ralta. Así puedo tener tiempo para hacer deberes, estudiar, ir a los entrenamientos, quedar contigo…
-Y yo que no hago nada de eso, no consigo sacar tiempo de ningún sitio – gimoteó Ralta, intentando darle pena a su amiga; pero lo único que consiguió fue hacer que Tary riera, agitando su melena castaña.
-Sacarías tiempo si no pasaras tanto tiempo con Álvaro, picarona.
A Ralta se le borró la sonrisilla divertida de la cara.
-Solo vamos de paseo… No sé, creo que no vamos a llegar a más.
-¡Pero si sois la pareja perfecta! Solo lleváis un par de semanas saliendo.
-A veces pienso que no deberíamos haber empezado…
Las dos se quedaron calladas, viendo a la gente pasar. Muchos saludaban a Tary. Era una chica bastante conocida, que se hacía querer por todos, pero a ella aquellos rankings de popularidad en los que aparecía le importaban bien poco. Era Ralta la que se preocupaba por esas cosas. Siempre le había gustado coquetear con los chicos, le parecía divertido, pero ninguno había sido un novio para ella.
Cuando Ralta había empezado a salir con Álvaro, su mejor amigo de toda la vida, creía haber hecho algo bien. Pero comenzaba a darse cuenta de que, aunque lo quería mucho y se entendían a la perfección, le faltaba algo.
Una chica pasó por delante de ellas a toda velocidad, con la cabeza hundida entre los hombros, cuando sonó el timbre que indicaba el fin del recreo. Tary le dirigió una mirada curiosa.
-Esa chica es nueva; viene a mi clase – dijo, con una débil sonrisa – Debe de ser difícil llegar a un lugar donde no conoces a nadie.
-Podríamos ayudarla un poco, ¿no crees? – propuso Ralta, contenta.
-¡Sí! – exclamó Tary, sorprendiendo a su amiga – Parece bastante tímida y creo que agradecerá que seamos nosotras las que tomemos la iniciativa.
-Será mejor que entremos en clase… – suspiró Ralta –. Intenta hablar con ella.
-Dalo por hecho – le sonrió Tary. Al sonreír, mostró sus perfectos dientes y se le estrecharon los ojos, de una forma adorable.  

Cuando las clases terminaron, Ralta recibió un mensaje de Tary donde le decía que Furia, la chica nueva, y ella la estaban esperando fuera. La chica sonrió al ver que Tary había hecho uso de su encanto natural para convencer a la nueva de que las acompañara un rato. Antes de salir del recinto del instituto decidió pasarse por el baño para lavarse las manos, ya que las llevaba manchadas de tippex.
Se frotó con jabón las manos a conciencia y luego se acercó al seca-manos. Puso las manos bajo el chorro de aire caliente y sintió que había algo que no era normal. Se escuchó un chasquido metálico y todo se llenó de humo; un calambrazo que la sacudió por la columna vertebral. Para su sorpresa, Ralta sintió aquel calambrazo como algo agradable. El humo se retiró y Ralta se miró preocupada al espejo. No se veía ninguna quemadura, todo parecía en orden, salvo por…
-¿Y este colgante? – se preguntó Ralta, extrañada. Tomó con cuidado el colgante que le había aparecido en el cuello. Un rayo dorado. 
Confusa y algo asustada, Ralta salió fuera, donde la esperaba Tary con la que debía de ser Furia. Eran las únicas que permanecían allí esperando, y Tary parecía impaciente. La otra chica, permanecía algo encogida sobre sí misma, ocultándose tras una larga melena rubia. Se la notaba muy tímida.
-¡Aleluya! – exclamó Tary, levantando las manos hacia el cielo –. ¡Por fin has querido honrarnos con tu presencia!
-Ja, ja, ja – le contestó Ralta, intentando permanecer seria, pero le fue imposible – He tenido un problema en el lavabo… Me ha atacado el seca-manos.
Las dos chicas la miraron con incredulidad. Tary se rió a carcajadas y Furia pareció emerger de detrás de su pelo para mostrar una sonrisa divertida. Ralta se fijó en que tenía unos ojos extraños. Eran algo rasgados y contrastaban con el azul hielo de sus iris.
-¡No os he presentado! – dijo Tary, cayendo en la cuenta de su despiste al ver como Ralta miraba a Furia – Ralta, ésta es Furia. Furia, Ralta.
Las dos se dieron dos besos y se sonrieron con calidez.
-Bonito colgante – dijo Furia, intentando decir algo que diera pie a una conversación. Aunque Tary había sido muy amable se sentía bastante incómoda.
-¿Un regalo de Álvaro? – intentó adivinar Tary.
-Un regalo del seca-manos – le contestó Ralta. Tary y Furia la volvieron a mirar con incredulidad –. No me miréis así porque es verdad. Entré al baño, salieron chispas y humo del seca-manos y me apareció puesto este colgante.
-¿Por qué te pasan siempre a ti las cosas más raras del mundo? – le preguntó Tary, mirándola como si estuviera loca.
Ralta gruñó algo, enfadada, mientras jugueteaba nerviosamente con la cadena de su nueva joya. Apenas era consciente de que el colgante le estaba dando calambrazos, ya que ella los notaba como agradables cosquillas en los dedos. Sin embargo, Tary y Furia si que vieron como chispas de un color violáceo saltaban entre los dedos de Ralta.
-Decidme que no estoy alucinando… – susurró Tary, con los ojos fijos en el extraño colgante.
-Creo que estamos viendo lo mismo – le contestó Furia en voz baja, como hipnotizada por aquellas chispas que bailaban en torno al cuello de Ralta.  
-Esto no es normal, ¿verdad? – preguntó Tary, a lo que Furia negó con la cabeza.
Ralta miró hacia su colgante y vio como las chispas saltaban en torno a sus dedos, como si se divirtieran con el contacto de su piel. Soltó la cadena, impresionada.
-Esto es muy raro…
-Chicas, yo tengo que marcharme ya – dijo con timidez Furia –. Mis padres estarán esperando a que vaya a comer.
-¿Te vas por ahí, no? – le preguntó Tary, señalando hacia una calle. La chica le asintió con la cabeza –. Pues te acompaño. Hoy tengo entrenamiento y tengo que ir a coger el autobús por ahí.
-Vale, chicas. De esto ni una palabra a nadie… ¿prometido? – les dijo Ralta, temiendo que cualquiera pudiera enterarse del suceso tan raro que le había acontecido.
-Prometido – le sonrieron las dos a la par.
-Gracias. Intentaré ver qué es exactamente este colgante. ¡Hasta mañana!
Las tres se despidieron y Ralta se fue por una calle, justo en dirección contraria a la que siguieron Furia y Tary.  


A varias calles del instituto había un barrio residencial de típicas casas de base cuadrada, dos plantas y desván, y un bonito jardín. La casa de Ralta era una de esas casas clónicas, y estaba situada al lado de una pequeña cafetería, cerca de la parte más comercial del barrio. Ralta atravesó la verja blanca del jardín y entró en casa.
-¡Hola, cielo! – la saludó su madre –. Venga, siéntate ya a comer, ¡que se te enfría la sopa! No deberías venir tan tarde…
Ralta agachó la cabeza, como un cachorrillo que sabe que ha hecho algo mal. Ruth Mav era la presentadora del programa televisivo más popular de la ciudad y era muy estricta en lo que se refería a las horas de llegar a casa. Dejó el abrigo en la percha de la entrada y la mochila en el salón para hacer luego allí los deberes.
Se sentó a la mesa con su madre y su hermano Simon. Mientras devoraba su plato de sopa, acariciaba de forma inconsciente la cadena del colgante, aunque sin llegar a tocar el pequeño rayo dorado.
-¡Qué bonito! ¿Te lo ha regalado Álvaro? – se percató su madre.
-Mm… digamos que me lo he encontrado por sorpresa – contestó Ralta, para no mentir –. Muy rica la sopa.
-Es de sobre, ya sabes que mamá no sabe cocinar – sonrió Simon.
Aquel comentario le hizo ganarse una colleja de su madre que, justo después, corrió por la casa recogiendo cosas.
-¡No recordaba que tenía que ir al estudio por la tarde! – gritó Ruth desde el piso superior, respondiendo a la pregunta que Ralta le había hecho al verla revolotear por la casa a toda velocidad –. ¡Adiós, chicos! Volveré para cenar. Quiero la cocina recogida y la cena en la mesa, así que apañaros como queráis – les dijo desde la entrada. Al mirarse al espejo, Ruth soltó un gritito –. Vaya… ya me iré maquillando en los semáforos en rojo…
Salió de casa como una exhalación, dejando a sus hijos patidifusos. Simon estaba quieto, con la cuchara de sopa a mitad de recorrido, pero la devolvió al plato para decirle a su hermana:
-Tú friegas.
-Siempre igual…   
Ralta terminó de comer tranquila, fregó y se tumbó en la cama para descansar un poco. Se relajó tanto que acabó durmiéndose.
Desde lejos, Shaira, que había estado pendiente de los pasos del talismán del rayo, se preparó para aparecerse en el sueño de la chica. Se sentó en la plataforma circular que había en el centro de la salita, rodeada de agua que fluía llenando la estancia de su relajante sonido. Relajó los músculos y se centró en encontrarse con el talismán. “Voy hacia ti”, pensó ella, sintiendo como se separaba de su cuerpo.    


Tary caminaba con Furia hacia la zona centro de la ciudad, entre el tráfico.
-¿Vives por aquí? – le preguntó Tary a su nueva amiga, con curiosidad. Era una zona de altos pisos con fachadas grises y zonas ajardinadas entre ellos.
-Sí, en ese edificio de allí. Acabamos de mudarnos, así que es mejor que nadie vea el caos que tenemos montado – sonrió con timidez.
Tary percibía el nerviosismo de Furia. “Sin duda es muy tímida”, pensó con cierta tristeza. Le dirigió una sonrisa agradable, para intentar transmitirle confianza.
-¿Te has mudado muchas veces?
-Más de las que a cualquiera le gustaría… – musitó Furia.  
-Debe de ser difícil hacer amistades si cambias de ubicación constantemente. Pero no te preocupes, con Ralta y conmigo puedes contar para lo que quieras – le dijo con amabilidad, adornando sus palabras con aquella sonrisa suya a la que nadie podía resistirse.
A Furia se le humedecieron los ojos y desvió la mirada, conmocionada. No sabía cómo lo había hecho, pero Tary había adivinado sus problemas, sus preocupaciones, y las había solventado con una sola frase.
-Muchas gracias, Tary. Apenas os conozco pero, me parecéis unas chicas excepcionales.
-No tienes porque darlas. Bueno, tengo que irme ya a por el autobús o no llegaré al gimnasio con tiempo suficiente para comer – echó a correr entre la gente al ver que se acercaba su autobús –. ¡Nos vemos mañana en clase! 


Era un sueño tranquilo, relajado,  que tenía algo de misterioso. Ralta paseaba por un bosque de árboles de cristal, sobrecogida por la belleza del lugar, acariciando las flores que colgaban de ellos con delicadeza. Había una figura cerca del arroyo que llenaba el lugar de una mística musicalidad. Ralta no tuvo miedo, aquel sitio era demasiado agradable como para que algo malo pudiera ocurrir. Además, la figura le estaba esperando.
-Hola, Ralta – la saludó la figura. Era una mujer. Llevaba un largo vestido, de un blanco que refulgía bajo la luz del sol, del mismo modo que lo hacían sus cabellos, que parecían hilos de oro blanco, recogidos en una coleta alta.
Ralta se acercó a ella, con confianza. Los gruesos labios de la mujer, se curvaron en una sonrisa satisfecha. Tenía una expresión agradable, y su rostro redondeado con abultados mofletes le daba un aspecto dulce e infantil. Sin embargo, sus grandes ojos poseían un brillo inteligente y sabio.
-Hola – dijo Ralta, respondiendo al saludo. Se sentó sobre una roca lisa junto a la mujer y la miró con expectación. Por alguna razón, sabía que había algo que esa mujer quería.
-Me llamo Shaira. Como ya has sospechado, tengo algo importante que contarte, Ralta – la chica asintió en silencio –. Este sueño que estás teniendo no es un simple sueño, recuerda eso. Yo existo de verdad, estoy en un lugar muy lejos de ti, pero ésta es la forma más rápida y sencilla de que pueda comunicarme contigo. Veo que ya tienes el talismán.
-¿Talismán…? ¿Usted lo envió? – preguntó Ralta, confusa.
-Algo así – sonrió Shaira –. Es complicado. Lo recibiste porque fuiste elegida por él, no fui yo. Pero fui yo quién lo liberó. Liberé cuatro talismanes – le contó mientras acariciaba el colgante de la chica con cariño, como quien acaricia algo que echa de menos.
-¿Entonces hay más? ¿Por qué? No entiendo nada…
-Porque os necesitamos, a ti y al resto de Elegidos de los talismanes. Ha habido un problema, y una malvada mujer, mi hermana, ha conseguido escapar de la prisión donde estaba retenida. Ahora ha acudido a la reina de un lugar que tú no conoces, para ofrecerle un trato. Querrá ganar tiempo hasta recuperar su poder y volver a mi mundo para vengarse de mí.
-¿Y qué puedo hacer yo? Solo soy una chica…
-Eres más que eso – replicó la mujer, aferrando el rayo del colgante – El rayo, fuerte y rápido, representa tu poder: control sobre la energía, la electricidad y el tiempo atmosférico.
-¿Qué? Espere un momento, ¿ha dicho “poder”? – Ralta estaba cada vez más inquieta y sorprendida por el cariz que estaba tomando la conversación. 
-Exacto, pequeña – al sonreírle, los ojos de Shaira se estrecharon hasta formar dos líneas negras –. Te estoy hablando de magia.
Ralta contuvo el aliento. ¿Era aquella la explicación a lo que le había ocurrido con el colgante? “Evidentemente, sí”, se dijo a sí misma.
-Magia – musitó, contemplando su talismán.
-Magia – asintió Shaira –. Tómatelo con calma. Necesitarás un periodo de adaptación a tu nueva situación y de aprendizaje y perfeccionamiento de tus poderes. No podría permitir que tú y tus compañeros os enfrentarais a Shina sin estar preparados.
-¿Cómo daré con mis compañeros? – preguntó Ralta, preocupada.
-El Elegido de la sabiduría, conocedor ya de antemano de los secretos de mi mundo, Shoz, será quién os busque y os reúna al resto. No debes preocuparte por eso. Será alguien de corazón puro y buenas intenciones cuya misión será protegeros.
-¿Y los otros dos? – la curiosidad empezaba a adueñarse de la chica.
-El portador del talismán del fuego, poseerá poder sobre el fuego y dominio sobre el agua. Una curiosa combinación, ¿verdad? Su espíritu es noble y valiente, aunque el poder del fuego es uno de los más destructores e intimidantes. Si no cae en manos de alguien con una gran confianza y fuerza de voluntad es posible que se vea sobrepasado por semejante poder. Además, el poder del fuego dificultará, sin duda, la parte que incumbe al agua en estado sólido; lo que causará una gran frustración en su portador. Será curioso ver qué sucede con algo así, ya que nunca había ocurrido nada parecido.  
Shaira hizo una pausa. Tal vez había hablado demasiado. Ralta la miraba fijamente, expectante.
-El tercer Elegido recibirá el talismán del tornado, y con él se le otorgarán poderes sobre el aire y controlará lo terrestre. Sin duda, unos poderes ideales para alguien temperamental e impulsivo – Shaira sonrió débilmente al recordar a la última Elegida que había poseído los poderes terrestres. Había sido tranquila, pausada, y solía pensar las cosas con frialdad y detenimiento, aunque siempre a una velocidad envidiable. Era una auténtica estratega militar. “Lo que se diría un bicho raro para estos poderes”, pensó Shaira.
Ralta y Shaira se miraron fijamente, en silencio, hasta que Ralta dijo:
-Estoy deseando conocerles. 
-Lo sé. Yo también.
-¿También les visitará en sueños para explicarles lo mismo que a mí?
-No. Solo me comunicaré contigo de esta manera. Cuando todos los talismanes lleguen a su destino, el Elegido de la sabiduría de Shoz será quien les busque y les explique todo lo que él ya sabe. Sin embargo, tendréis noticias mías cuando hablemos en sueños tú y yo, ¿de acuerdo?
-Supongo que sí – suspiró Ralta. Eran demasiadas cosas nuevas de repente.
-Ya es hora de que despiertes, si no, no tendrás tiempo de hacer tus deberes – le sonrió Shaira –. Nos veremos pronto, Ralta.

Ralta se levantó de golpe de la cama y al hacerlo, golpeó con la cabeza a su hermano en la frente.
-¡Ay! Pero que cabeza más dura tienes – se quejó Simon –. ¿No deberías estar estudiando?
-Sí… ¿Y tú qué se supone que haces en mi cuarto?
-Buscaba un CD.
-Pues encuéntralo y lárgate – resopló Ralta, intentando recordar su conversación en sueños con aquella mujer. Shaira.


El autobús estaba llegando. Tary se volvió hacia atrás y vio como estaba doblando la esquina. Si no corría, no llegaría a tiempo a la parada. “No quiero estar veinte minutos esperando otro autobús”, gruñó Tary mientras echaba a correr. Sujetó la mochila y la bolsa de deportes con fuerza para que no se balancearan tanto. Cruzó a todo correr un paso de cebra, pero se llevó a alguien por delante.
Tary se vio en el suelo y escuchó a alguien soltar una maldición.
-¡Mierda! Puto autobús… – masculló Tary.
-¡Oh! Mi autobús, ya lo he perdido – se quejaba alguien a su lado.
Tary se levantó, tambaleándose y recogió sus cosas deprisa, para quitarse de la calzada antes de que el semáforo diera paso a los vehículos. Le tendió la mano a quien había tirado al suelo y se disculpó.
-Lo siento mucho. Llevaba mucha prisa. Se me escapaba el autobús.
-A mi también – le contestó un chico que aparentaba ser más o menos de su misma edad.
“No está nada mal este castañito”, se sonrió Tary, mordiéndose el labio.
-¿Te… te he hecho daño? – le preguntó Tary, mientras se acercaban juntos a la parada. Se sentaron a esperar y Tary sacó un pequeño bol de ensalada para llevar –. Aprovecho la espera y como algo.  
El chico le sonrió y le dijo que estaba bien.
Comenzaron a charlar y a conocerse mientras esperaban al autobús y siguieron una vez hubieron montado en él. Descubrieron que iban al mismo instituto, aunque a distinto curso porque Bob, que así se llamaba el chico, tenía un año más que Tary. Era el primer día que Bob iba al mismo gimnasio que Tary para hacer natación.
-Supongo que nos veremos muchos días por allí – sonrió Bob.
-Si quieres, podríamos ir juntos – le propuso Tary, con cierta timidez.
Él asintió, sonrojándose ligeramente. Cruzaron una dulce mirada, pero justo en aquel momento en el que sus corazones se habían parado y habían empezado a latir como uno solo, el autobús se detuvo con un frenazo brusco.

martes, 3 de enero de 2012

CAPÍTULO 1: NUEVOS ELEGIDOS

CAPÍTULO 1: NUEVOS ELEGIDOS
El vacío se extiende hasta mucho más allá de lo imaginado. Y sin embargo, todo está restringido, todo está limitado. Unas barreras indefinibles separan la realidad de su propio universo y la aíslan para que no pueda llegar a escapar jamás. Allí, el tiempo deja de ser un paso continuo y arrastra al morador de esta nueva realidad sin descanso, sin dejarle ser consciente de cuántos días, meses, años han pasado en realidad desde que, a la fuerza y contra su voluntad, le introdujeron en ese agujero apartado del resto del mundo.
Todo parece eterno, estático, en un equilibrio perfecto e inamovible que le condena y le ata. Es la imposibilidad de escapar lo que te mata por dentro en una prisión así. Pero cuando un corazón tiene la determinación de escapar, nada – ni siquiera la prisión más perfecta jamás ideada – puede retenerle.
Hace uso de su fuerza, de un cúmulo de odio y energías que durante un tiempo indeterminado ha conseguido almacenar en su putrefacto corazón. En el vacío brilla la decisión en unos ojos felinos e inteligentes, sabiendo que su libertad queda cerca. Muy cerca. Solo necesita una cosa:
Alguien que rompa el equilibrio.


***


En un lugar del misterioso e infinito espacio se encuentra Shoz, una pequeña ciudad, la sede del bien, suspendida en medio de la nada. Un lugar en el que vive la magia más blanca y pura. Un lugar en el que los elegidos con el don mágico aprenden a usar su poder. Eso sí, cualquiera no puede entrar. Este lugar es gobernado por la irav Shaira desde hace casi doscientos años.
-Casi doscientos años aquí… y este va a ser el día más difícil de mi gobierno – pensó Shaira con tristeza, mientras enrollaba en su dedo índice un mechón de pelo – Ha pasado tanto tiempo… ¿cuánto, hermana? ¿Ochenta y siete?
Habían pasado ochenta y siete años desde que Shaira dejó de sentir la esencia de su hermana Shina en el corazón de Shoz, en la prisión más segura: un cofre de piedra mágico. Y sin embargo, un día, ochenta y siete años atrás, el cofre desapareció sin explicación. Shina había desaparecido del gigantesco mapa de almas de Shaira. La irav tenía la capacidad de saber dónde se encontraba cada persona del mundo, y no encontraba a su hermana. Desde aquel día había vivido con el temor de que regresara.
Se levantó del suelo, arrastrando el vestido blanco que llevaba, y llamó su amiga Guna para pedirle que convocase a todo el mundo en la Gran Sala de Shoz. Una petición tan precipitada sorprendió a la candidata a futura irav, pero Shaira intentó calmarla con una agradable pero falsa sonrisa.
Tras apenas media hora de espera, uno de los ángeles de Shoz le indicó que todos los habitantes se encuentran ya en la Sala esperándola. Shaira inspiró profundamente y se dirigió allí, escoltada por sus doce ángeles. Todos: estudiantes y maestros de magia, los futuros iravs, los Guardianes… Todos estaban allí. Tragó saliva y se dirigió a ellos:  
-Queridos amigos y compañeros, tengo que daros una noticia importante – comenzó a decir Shaira, con calma y tranquilidad, intentando suavizar la tensión presente en la Sala –. Tras muchos años desconociendo el paradero de Shina, tengo que deciros que ha vuelto a aparecer. Y si ha aparecido, es porque va a regresar. Dentro del Cofre de la Oscuridad es fuerte y dentro de poco lo dejará y será libre – el pánico se dispersó por la Sala. La gente gritaba, maldecía, lloraba… Shaira alzó las manos pidiendo silencio –. ¡Calma, por favor! Ya la encerramos una vez, podemos volver a hacerlo…
-Sí, ya se ha visto. La encerramos una vez, pero dentro de nada volverá a estar libre, ¿y qué pasará? ¿Volveremos a luchar, a ganar y después ella volverá a liberarse? Así nunca acabaremos – Shaira suspiró. Ninz, el joven que había hablado y había alterado a todos con sus palabras, conseguía acabar siempre con sus nervios. Era otro de los candidatos a irav, y Shaira rogaba cada día que no llegase al poder.
-Cálmate, Ninz – le ordenó, dirigiéndole una mirada severa –. No he acabado todavía – de fondo, Shaira oyó a alguien decir “¿Es que todavía hay más?”. Inconscientemente asintió mientras seguía hablando –. Shina ha llegado a Go.
De repente, todo el mundo contuvo la respiración. Aquello era demasiado. 
-Pensémoslo bien – prosiguió la irav sin hacer caso de los susurros plagados de dos nombres: Shina y Eclipse –. Los talismanes están listos para entrar en acción desde hace años. Con los nuevos Elegidos podremos solucionar dos problemas: Shina y el reinado de Eclipse.
Eclipse llevaba siendo uno de los quebraderos de cabeza de Shaira desde hacía catorce años, los mismos que habían pasado desde que dejó de ser una Elegida. Tal vez por fin se acabara su problema.
-¿Estamos todos a favor de liberar los talismanes? – preguntó Shaira. Las manos de todos los presentes se levantaron, indicando su aprobación. La irav les indicó a sus ángeles con un gesto que abrieran las puertas.
Los doce ángeles se dirigieron a las gigantescas y pesadas puertas de oro macizo que presidían la Sala. Tiraron todos a la vez y las puertas se abrieron, dejando salir los talismanes e inundando la estancia de luz. Shaira contó que eran cuatro y los observó volar en círculos por la sala. Un rayo dorado, símbolo de la energía, la luz y el tiempo atmosférico; un pequeño tornado de plata, simbolizaba el poder del viento, y también la tierra; una llama de un naranja intensísimo, fuego sin duda, aunque también el agua. “Curiosa paradoja”, pensó Shaira. Por último, se fijó en una víbora blanca, colocada en forma de S.
-A ti ya te conozco, pequeña. Cuida de tus compañeros, has sido educada para eso – pensó la irav, con una sonrisa en los labios.
Cuando los Elegidos recibieran los talismanes poseerían todo el poder que estos habían acumulado durante sus catorce años de letargo. Entonces lucharían por Shoz, por acabar con la amenaza de Shina, terminar con el reinado de Eclipse y defenderían allá donde fuesen los intereses de Shoz: paz y tranquilidad en todos los mundos.  
Tras pasar unos instantes dando vueltas por la Sala, los talismanes salieron por una ventana y se dirigieron a la zona de pasadizos de mundo a mundo. Revolotearon alrededor de ellos, como si dudaran de cuál escoger. Finalmente se decidieron y desaparecieron por uno.
-¡No! ¿Qué están haciendo? – gritó Ninz –. ¡Se dirigen a la Tierra!
-Vamos Ninz – dijo con calma Shaira –, no pasa nada. Hace 1000 años hubo Elegidos terrestres y...
-Fracasaron – le interrumpió de nuevo Ninz – Os advierto a todos, los humanos no podrán acabar con Shina, no confían en la magia. En su mundo no solo no existe la magia, ¡sino que está mal vista! No la aceptarán, y no podrán cumplir con su tarea. Estamos tirando por la borda un poder que nos sería muy útil en caso de que Shina regrese aquí para atacar.
Guna, observaba desde cerca a su competidor con mala cara. “Siempre pensando en poder… Lo quieres para ti. Ni siquiera has dejado que los Elegidos demuestren su valor. Estoy segura de que tienen el talento suficiente para darte un par de patadas…”, pensaba cabreada.
-Es cierto que fracasaron pero si los talismanes los han elegido es porque son las herederas de nuestra magia y hay que dejar que cumplan su misión. Solo podemos confiar en que la cumplan de forma adecuada y que no se pierda ninguna vida – sentenció Shaira, clavando en Ninz sus ojos blanquecinos. Éste agachó la mirada y se sentó en su sitio calladito. “Se sumiso ante tu superior”, se dijo, “demuéstrales a todos que puedes obedecer.” Ninz sabía perfectamente que no caía muy bien a algunos en Shoz por cuestionarlo todo. “No discutas nada. Sabes que nadie podrá con Shina…”


Lejos, lejos, muy lejos de allí se encontraba Go, un pequeño pero poderoso continente en otro mundo. Allí tendría que reinar una bondadosa reina, pero no era así. Una de sus hermanas mayores había usurpado el trono enviando a su legítima reina a un lejano planeta llamado la Tierra. Eclipse de Sol era el nombre de esta tirana y para ella gobernar y hacer sufrir a su pueblo era un juego, pero a la vez era peligroso porque no tenía el suficiente poder mágico. Había pensado en llevar a Go de nuevo a su hermana, y ya tenía tras su pista a alguien.
Un día, se estaba relajando en lo alto de la torre norte del castillo. Las reuniones con los consejeros del reino eran estúpidas y agotadoras; eran lo peor de ser la reina. A lo lejos se asomaban los picos de los Anillos: el Anillo de Hielo, el Anillo de la Luz y el Anillo del Fuego. Los miró anhelante. “¿Cuándo vas a volver…?”
Sintió una presencia tras ella. Enfadada por ver interrumpidos sus pensamientos, le preguntó:
-¿Qué quieres?
-Ha aparecido algo extraño en los sótanos del castillo – la voz fría de su interlocutor seguía sorprendiéndola.
-¿Y qué? Deshazte de eso – le dijo haciendo un gesto con la mano para que se marchara. Él no se movió.
-Nadie puede acercarse. Nos echa hacia atrás – Eclipse se volvió hacia él, buscando una respuesta en sus ojos verdes –. Es un cofre de piedra. Lleva escritas en relieve letras que nunca había visto. He supuesto que os interesaría.
-Y me interesa – sonrió Eclipse –. Gracias por avisar.
El joven inclinó ligeramente la cabeza y se fue. Eclipse todavía permaneció unos instantes allí en la torre; después bajó a los sótanos.  
Allí encontró el cofre, custodiado a unos metros de distancia por cuatro guardias.
-Podéis iros, yo me ocupo de esto.
Los hombres se alejaron aliviados de no tener que permanecer más tiempo cerca de aquel cofre siniestro. Eclipse lo estudió en la distancia. En efecto, las letras y símbolos que había en el cofre eran de lo más extraño. Sin embargo, le sonaban. Los había visto hacía algo más de catorce años, en Shoz.
-¿Me mandan un cofre del tesoro desde Shoz? – se rió, escandalosamente mientras se acercaba al cofre –. ¡Ah! – dejó de reírse en cuanto sintió como todo su cuerpo se convulsionaba al atravesarla un violento calambrazo. Eclipse miró con ira el cofre.
Se preguntó qué clase de tesoro estaba protegido con semejante magia. Se armó de valor y se rodeó con un escudo protector. Dio un paso al frente y no sintió nada. Otro más, cosquillas en las yemas de los dedos. Uno más, el pelo comenzó a electrizársele. “Solo dos pasos más…” Otro, y comenzó a sentir dolor. Con un enorme esfuerzo, dio el último paso y tocó el cofre. Un calambrazo mucho más violento que el primero la recorrió con crueldad mientras el cofre de piedra estallaba. Por suerte para Eclipse, su escudo seguía funcionando; fue eso lo que la salvó de morir aplastada por las piedras que salieron disparadas. Todo el sótano se llenó de polvo, pero Eclipse creyó ver una figura humana saliendo de entre las piedras. Cuando por fin pudo ver claramente, la reina se sintió profundamente decepcionada. Tenía ante sí a una mujer con un rostro demacrado, pero de figura elegante e imponente y que, en su juventud, debió de ser bella.
- No hay joyas, ni riquezas, ni armas, ni poderes… - se lamentó Eclipse, agotada.
-En eso te equivocas – le dijo  la mujer con voz ronca –, vas a tener poderes y muchos.
-Tú, ¿quién eres? – le  preguntó Eclipse a la mujer.
-Yo soy Shina. La hermana de Shaira – le contestó ella, diciéndolo todo con eso.


La vibración del poder liberado por Shina al escapar de su prisión se dejó notar en Shoz con una violenta sacudida. Todos supieron a que se debía, pero aun así, Shaira prefirió reunir a sus delegados para comunicarles la noticia. Se creó una atmósfera de pánico y caos, ya que nadie sabía lo que ocurriría a partir de entonces.
-El poder de Shina va a unirse al de Eclipse, ¿qué va a ocurrir ahora? – se preguntaban muchos.
-No podemos saberlo, pero que no os domine el pánico. Mantengamos nuestra confianza en que los talismanes hayan llegado a los Elegidos y que descubran sus poderes. Pronto tendremos noticias – dijo Shaira, con voz serena.
Las palabras de la irav calmaron los murmullos de la gente, pero no apaciguaron los temores interiores de sus corazones, que se encontraban asustados. Todos sabían perfectamente de que era capaz Shina, y nadie quería que el caos que produjo casi doscientos años atrás se repitiese.