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miércoles, 18 de abril de 2012

CAPÍTULO 12: LAS SERPIENTES TIENEN EL CORAZÓN NEGRO


CAPÍTULO 12: LAS SERPIENTES TIENEN EL CORAZÓN NEGRO
Le pareció que solo eran retazos de un sueño, pedazos perdidos que no pertenecían a ningún lugar, salvo a su subconsciente. Parecía que volaba, puesto que no sentía suelo bajo sus pies, corría una suave brisa, y algo suave – probablemente plumas – le acariciaba la cara. Después la situación cambiaba. Un olor intenso embotaba sus sentidos y lo paralizaba. De nuevo, las cosas eran distintas. Sintió el suelo. Se arrastraba por el suelo. Mejor dicho, le arrastraban, sujeto por los brazos. Tenía el cuerpo entumecido, pero aquello daba igual; solo se trataba de un sueño.
No tenía ni idea de cuánto tiempo había dormido, pero la cabeza le daba vueltas. Abrió los ojos con lentitud, parpadeando para poder ver con nitidez. Apenas entraban unos pocos rayos de luz pero estos bastaron para que la cabeza le doliese horriblemente.
Recordó la noche en la que su maestro lo reconoció como un igual y le llevó a una taberna. Fue la primera vez que probó el licor. El dolor de cabeza que sentía en aquellos instantes era bastante más intenso que el de aquella vez.
Kiv intentó apretarse las sienes para aliviar el dolor pero se topó con que unas cadenas le impedían mover los brazos. “Interesante”, se dijo, algo molesto. Liberó el alma del lobo e inició la transformación. Sin embargo, aquel truco no le funcionó: las cadenas seguían atándolo. Soltó un quejido lastimero.
No le cupo ninguna duda de que estaba bajo el poder de Eclipse. Volvió a recuperar su forma humana, ya que se sentía mucho más cómodo con ella, y aguardó con paciencia a que la reina se dignase a bajar a las mazmorras y le explicase la razón por la que se había tomado tantas molestias por llevarlo a Go de vuelta.
Pasó un par de horas esperando hasta que por fin apareció Eclipse. Le miraba con seriedad y cierto enfado. Kiv suspiró, sabiendo que la mujer iba con ganas de gritar y de demostrarle que ella era superior a él – llevaba una espesa capa confeccionada con plumas que a la reina le encantaba vestir cuando impartía castigos para demostrar su grandeza.
-¿Te has divertido? – le preguntó Eclipse, cruzando los brazos por delante del pecho.
Kiv alzó una ceja, bajó la barbilla y decidió ignorarla. Lo mejor que podía hacer era callar. La reina se acercó más a él y le hizo alzar el rostro con un cetro repleto de piedras preciosas. Ella no tenía por qué temer el poder mental de su Asesino, ya que hacía ya tiempo que había logrado que su mente fuese un bastión inexpugnable para él.
-Mírame. ¿O es que no quieres que vea lo que has hecho? – le gruñó la mujer.
-Mira todo lo que quieras… Me da igual que te guste o no – contestó Kiv con desdén.
En cuanto se miraron a los ojos se creó un canal unidireccional entre los iris verdes del Asesino y los violetas de la reina de Go. Un canal que solo Eclipse controlaba y que le servía para saber qué hacía su esbirro y así asegurarse de que cumplía con sus órdenes. Y así fue como vio lo que Kiv había hecho durante su pequeña escapada a la Tierra sin su permiso.
-Eres… eres… ¡un jodido imbécil! ¡Eso es lo que eres! – bramó Eclipse, golpeándolo bajo la barbilla con el cetro. Kiv pareció no inmutarse, solo parpadeó con lentitud –. ¿No vas a decir nada?
-¿Para qué? En mi cabeza está todo, así que no tengo nada que añadir – dijo él, encogiéndose de hombros.
A Eclipse se le crisparon los dedos; nerviosa e irritada, arrojó a un lado su precioso cetro y le dio una bofetada a Kiv. Él solo hizo un amago de sonrisa.
-No vais a conseguir nada así, salvo estropearos vuestras delicadas manos de pianista, majestad – las palabras del Asesino brotaron de su boca con una frialdad que enfureció más a Eclipse, que soltó un gruñido iracundo.
-Me da igual que mates por capricho. Lo que no consiento es que te tomes la molestia de ir hasta la casa de una de nuestras enemigas y la dejes con vida. ¡Ni siquiera puedo entenderlo! ¿Por qué hiciste semejante gilipoyez?
-Todas las razones están en mi cabeza, ya os lo he dicho. Observad cuanto queráis, mi señora – siseó él.
-Sabes que solo veo imágenes sin sonido, no descifro tus pensamientos, Kiv – dijo cogiéndolo del cuello.
-Era de esperar de una mente corriente, majestad – sonrió él, con malicia.
-¿Contra qué intentas rebelarte? – le preguntó Eclipse, atónita por su comportamiento, más arrogante de lo normal.
-Quiero la libertad de poder hacer lo que me plazca. No me dejaste matar a la Elegida que estuvo en nuestro poder y me culpaste de que las cuatro siguieran vivas. ¡Ellas usan la magia! Enfréntate tú a ellas. Asesinaré a quien me ordenes, pero no lidiaré con brujas.
-Ya has matado a magos y brujos antes… No repitamos un tema que ya está zanjado.
-Deshazte de la bruja. Es un incordio y no la aguanto.
-No voy a deshacerme de Shina. Es mi pasaporte hacia el poder absoluto. ¿Qué más ridículas cosas te molestan? – él no le respondió. Había cerrado los ojos para ignorarla. Sin embargo, Eclipse aun no había terminado –. ¿Por qué no mataste a la Elegida de la Luz? Estaba dormida, indefensa, y tú estabas respaldado por las sombras, que es cuando mejor haces tu trabajo.
Kiv calló, pero Eclipse aguardó. Sabía que él iba a contestarle, sólo estaba buscando una forma de darle una explicación. Cuando por fin desplegó los labios, habló con los ojos cerrados, sumergido en sus propios recuerdos y razonamientos de por qué la había dejado vivir.
-Tú encuentras una belleza especial en tu colección de flores congeladas. Hay quien ve maravillas en el contorno de una montaña, en las formas de las nubes en el cielo, o en las ondas que se forman cuando una piedra rompe la calma de un estanque.
-¿Desde cuándo piensas de una forma tan… ridículamente poética? Hablas como un juglar – interrumpió Eclipse, entre divertida y sorprendida.
-Yo he visto por fin algo hermoso en el mundo, y es el aura que desprende esa chica. Es luminosa, como un faro en mitad de la nada. Admiro el arte, y no pienso acabar con una maravilla así. Si la quieres muerta tendrás que matarla tú, porque yo no puedo destruir algo tan bello y único.
»Además, puede que sea interesante… Una pelea entre la Elegida de la Luz actual y su predecesora. Suena bonito.
-Eres idiota. Un rey se protege con todas las piezas a su servicio, sean peones o sea la reina. Lo que de verdad importa en el juego es que el rey esté a salvo. Y la vida es más importante que el juego. Así que no digas que yo, que soy el rey de esta partida, va a enfrentarse a un peón de Shoz. Es ridículo.
»En cambio tú… – susurró acariciándole a Kiv la mejilla con el dorso de la mano. Las piedras angulosas de sus anillos le arañaron la piel –. Tú eres el alfil que se sitúa a mi vera. Tú te deslizas entre las filas enemigas con una facilidad humillante para nuestros enemigos, ¿no crees?
-Solo soy un utensilio para ti, nunca me has considerado más que un arma asesina. ¿Te has parado a pensar que puedo ser más que eso?
-¿A quién quieres engañar, Kiv? Tú mejor que nadie sabes que no puedes vivir sin matar. Tienes la mente fría de un asesino, las habilidades con las armas de un guerrero imbatible, el alma feroz y salvaje de un lobo y el corazón negro de una serpiente.
Kiv hizo una mueca, pero no contestó; y eso le dio la razón a Eclipse, que sonrió con extrema satisfacción. Le cogió de la barbilla y acercó su rostro hacia ella.
-Pero tranquilo – le susurró, con un tono malévolo –, esa incapacidad tuya de acabar con “obras de arte” va a terminarse ahora mismo. Recuperaré a mi Asesino obediente.
Eclipse se separó de él y alzó las manos, realizando unos pases mágicos. Un humo denso inundó la celda e hizo toser a Kiv. Cuando éste se retiró una gran esfera de cristal ocupaba la mayor parte de la estancia, irradiando una especie de tinieblas que bajaban la temperatura del lugar.
-¿Te acuerdas de esto? – Kiv se pegó a la pared de piedra y miró hacia otro lado, temblando como un animal espantado. Eclipse soltó una carcajada al ver su reacción –. Debería traerte buenos recuerdos. Al fin y al cabo, gracias a esto eres como eres.
Kiv miró con terror la esfera de dos metros de radio. Un cristal negro la dividía exactamente en dos mitades: en la izquierda no había nada, pero dentro de la derecha flotaba una sustancia de un color oscuro, mitad líquida, mitad gaseosa. Eclipse puso una mano sobre la perfecta superficie de la esfera y con la otra hizo un débil gesto. Una fuerza invisible tiró de Kiv a la vez que las cadenas lo liberaban y lo llevó hasta la mitad vacía de la esfera.
En cuanto estuvo dentro, Kiv se puso en pie y golpeó y arañó el cristal con desesperación. Incluso desenvainó la daga que siempre llevaba con él para tratar de destruirlo con ella y liberarse de aquella prisión invisible.
-¡No! ¡Sácame de aquí! ¡No cambies más mi alma! – gritó Kiv, presa del pánico.
Fuera, Eclipse no escuchaba nada. Con los labios curvados formando una sonrisa maléfica susurró unas palabras que hicieron que el cristal que separaba las dos mitades de la esfera desapareciera. Con una lentitud que a Kiv se le antojó humillante, la sustancia oscura cruzó el espacio vacío entre ellos y se pegó a su piel. Retroceder no servía de nada, golpearla tampoco.
-Por favor… – apenas fue consciente de que aquella súplica brotaba de sus labios mientras la sustancia oscura se deslizaba por su garganta.
La oscuridad se filtró hasta su sangre y recorrió todo su cuerpo hasta llegar al corazón, que dejó de latir unos segundos para recibir la siniestra sustancia en todo su esplendor.
Sístole. Diástole. El corazón del Asesino volvió a latir, y lo hizo arrancándole un grito de dolor. Un grito tan intenso que le destrozó la garganta. Los pinchazos de dolor que le asaeteaban el corazón se extendieron al resto de su cuerpo. Una horrible sensación de asfixia le invadía a pesar de que el aire entraba perfectamente en sus pulmones.
Cada inspiración, cada contracción de su corazón, cada mínimo gesto que realizaba ayudaba a que la oscuridad se extendiera dentro del él, llegando hasta el último recodo de su cuerpo. Antes de perder el sentido, invadido por el dolor y aquella sensación de asfixia que iba a más, vio como Eclipse no perdía detalle de su sufrimiento, gozando con cada grito de dolor.
“Por favor… Otra vez no…”, suplicó cerrando los ojos y perdiendo la batalla contra la oscuridad que se había adueñado de su cuerpo.
Cuando Eclipse se aseguró de que Kiv estaba inconsciente se marchó de allí. Era realmente escalofriante ver como la piel del joven mutaba entre la normalidad, una mata de pelo negro y unas finas escamas. Con cada cambio, el cuerpo del chico se quedaba rígido y después se relajaba tanto que caía al fondo curvo de la esfera hecho un guiñapo.
Pero lo que realmente estaba sucediendo ocurría dentro del joven, lo de fuera no era más que una burda y dolorosa manifestación de ello. Aquella sustancia negruzca era un alma oscura. Un alma oscura era un alma parásita, un alma que buscaba un cuerpo en el que vivir y alimentarse de su energía vital.
Aunque claro, esas almas oscuras tenían un origen. Éstas surgían de las personas con malos sentimientos en su interior: venganza, odio, depresión… Y cuando el cuerpo en el que vivían moría, el alma se liberaba y podían ser atrapadas por casi cualquiera para acabar convirtiéndose en un arma extremadamente difícil de manejar.
Sin embargo, Eclipse había dedicado los últimos catorce años de su vida, más que a gobernar su reino, a investigar las conexiones entre las almas y cómo manejarlas. Y Kiv era la prueba patente de que sus investigaciones habían sido un éxito. Había superado bastante bien la implantación de dos almas animales a su alma humana – salvo por su carácter cambiante y excesivamente agresivo en ocasiones. Si aguantaba también el alma oscura, el alma humana de Kiv quedaría suprimida.

Pasaron un par de días, y Eclipse por fin bajó a comprobar los resultados de su pequeño experimento. Cuando entró, Kiv estaba sentado de espaldas a ella, recostado sobre la superficie de la esfera. Pero estaba despierto.
-¿Qué tal estás, Kiv? – le preguntó con fingida dulzura. Él no contestó, sólo se cruzó los brazos sobre el pecho y se abrazó a sí mismo –. Mírame.
“¿Qué pretendes averiguar si te miro? No vas a encontrar nada nuevo. No he podido ir a ningún lado; apenas puedo respirar…”, la voz sonaba muy débilmente dentro de la cabeza de Eclipse. Era tan débil que tuvo que esforzarse para escucharla.
-Quiero saber si sigues resistiéndote o ya eres el Alma.
Apenas no se notaba, pero Kiv comenzó a moverse, arrastrándose, hasta quedarse mirado a la reina. Tenía la cabeza gacha y apretaba los ojos. Los dedos le temblaban con nerviosismo. “Vamos, mírame”, pensó Eclipse, sabiendo que él leería sus pensamientos.
Lentamente, alzó la cabeza y abrió los ojos – la poca luz de la estancia bastó para resultarle molesta. Bajó sus ojos se extendían unas marcadas ojeras, que junto con el sudor que le pegaba el cabello a la cara le daba un aspecto demacrado. Pero había algo más inquietante en su rostro: sus ojos. Fluctuaban entre su verde natural y un plateado que parecía mercurio que quería fundirse dentro de él.
-No te resistas al alma… o acabará por matarte.
-¿Qué más da que muera? ¿Acaso tengo algo que perder? No pienso rendirme. Desde que soy un Asesino no he perdido ningún enfrentamiento, no voy a hacerlo ahora. Y menos contra alguien incorpóreo. Mi mente es mi santuario, y daré mi vida por protegerla.
-Acabarás cayendo… Y claro que tienes algo que perder, ¡tu vida!
-Mi vida solo te resulta útil a ti… A veces me pregunto qué fui en el pasado…
-¿Melancolía? Así facilitarás la invasión del Alma – Eclipse sonrió.
Él dejó caer la cabeza, agotado. Había hablado demasiado cuando ya le costaba un esfuerzo tremendo respirar mientras mantenía a raya al alma negra. Eclipse se encogió de hombros y se marchó, no sin antes repetirle a Kiv que se rindiera.

Bajó varios pisos más hasta que llegó a la poza, donde ya sabía que encontraría a Shina. Desde su vuelta de la Tierra no había salido de allí para reponer las energías que había agotado allí. Al parecer, a la bruja le afectaba mucho estar en lugares en los que no podía absorber magia alguna.
Eclipse se había enfadado muchísimo cuando Shina le contó que había cambiado el talismán del aire por un libro. No comprendía que tenía de interesante o poderoso aquel mísero cuadernito. Pero Shina le insistía en que debía ver aquel libro como su clave para conseguir más poder. Un poder que, por lo que la bruja decía, ni los cuatro talismanes juntos le procuraría. La entrega del talismán que brevemente había tenido en su poder era una inversión.
Sin embargo, a Eclipse todo aquello no acababa de convencerla.
-¿Puedes explicarme por qué es tan interesante esto? – preguntó Eclipse, arrebatándole el libro que leía mientras se bañaba. Shina gruñó al ver interrumpida su lectura –. ¿Y por qué lo lees tantas veces? ¿Cuántas veces van ya? ¿Cinco? ¿Seis?
-Si me dejas terminar será la sexta – resopló la bruja, estirando el brazo para que Eclipse le devolviera su lectura. Sin embargo, ésta no se lo devolvió.
Comenzó a ojearlo, con cierto interés aunque sin llegar a comprender nada. Pasó las páginas con cuidado, como hacía con todos los libros. “El diario del mago”, susurró la reina, leyendo la portada.
-Así es. Es el diario de un mago. Un mago que busca y atrapa seres muy poderosos, y todo lo que hace queda recogido en este libro. De esta manera puedo seguir su pista y tratar de encontrarle.
-¿Buscas un mago? – preguntó Eclipse, confusa. Cada vez entendía menos cosas, pero algo le decía que hacía bien confiando en la retorcida inteligencia de la bruja. Aunque había una cosa que simplemente no le cuadraba –. Hay algo que… ¿Qué hacía un libro así en Shoz?
Shina sonrió de forma enigmática mientras recuperaba el libro.
-A veces el mejor lugar para esconder algo valioso, y peligroso, es en un sitio en el que pueda estar a la vista de cualquiera.
-Uhm… Eso es cierto – concedió Eclipse. Se recogió el pomposo vestido que llevaba y se sentó en la orilla de la poza, frente a Shina –. Y… ¿has descubierto algo?
-Todavía nada en claro… No ha atrapado a nadie recientemente, así que tendré que pensar como él para poder encontrarle. La última entrada es de hace unos cuantos años, y estuvo en Éfilia, la tierra de los elfos que, si no me equivoco, está bastante lejos de aquí, ¿no es así?
-Así es – asintió Eclipse –. Los barcos más rápidos hacen el trayecto en unos siete meses, si el estado del mar está de su parte. Éfilia es una tierra lejana, muy lejana. Supongo que es eso lo que hace que los elfos tengan tantos secretos.
-A este mago le gustan los lugares aislados y poco concurridos, al fin y al cabo, es el mayor criminal de Shoz.
Eclipse alzó una ceja. “¿Otro criminal de Shoz? Y pensar que ese era un sitio tranquilo… No podía estar más equivocada”, pensó.
-Encuéntralo y obtén de él lo que sea, pero no falles. Ya he perdido mi oportunidad de estudiar la magia con la que funcionan los talismanes de Shoz – suspiró la reina, poniéndose en pie y dejando a Shina a solas con su lectura.
Debía ocuparse de otros asuntos graves, como informarse del avance de las tropas de Edel hacia Go. Según las últimas noticias que habían llegado al reino, la capital de Seusash, Navette estaba a punto de caer – ya que llevaba unas cuantas semanas sitiada, tanto por tierra como por mar –, y los propios condes de los territorios que se habían rendido ante Edel exigían que Navette cesara su resistencia. Mientras tanto, los Condes Reinier y Erelo de Soral seguían pidiendo la ayuda del Reino de Go – a pesar de que Eclipse se había negado firmemente a enviar soldados a sus vecinos – ya que veían muy cercano su fin. 
Y no solo eso, las últimas cartas que había recibido de su Asesino, el maestro de Kiv, no eran muy alentadoras. Varios espías a su servicio habían muerto y los movimientos insurgentes en los Anillos estaban cobrando aliento.
Eclipse tenía demasiados problemas en la cabeza y si las cosas no empezaban a funcionar pronto… Tenía la sensación de que todo se derrumbaría sobre ella.  


En una pequeña cafetería céntrica, sentadas alrededor de cuatro tazas de chocolate caliente, las tres chicas escucharon atentamente a Tary, que les contaba como había acudido al encuentro con Shina en mitad de la tormenta para recuperar su talismán. Había decidido no contarles nada a Furia y Ralta hasta que pudieran reunirse con Siril para así darles la noticia a la vez. Lo cierto era que todas se habían alegrado al verla mucho más recuperada de su debilidad tras haber conseguido su talismán, pero estaban bastante preocupadas por el hecho del pacto que su amiga y Shina habían hecho.
-¿Sabes para qué quería ese libro? No sabemos si era alguna pieza importante en Shoz… – dijo Siril, reflejando la otra preocupación que sentía –. Se te podría acusar de robo.
-No me importa nada que me acusen de robarlo – replicó Tary, encogiéndose de hombros con despreocupación –. Recibí este talismán de Shoz y me prometí a mi misma que lo protegería a toda costa. Me lo arrancaron del cuello, Siril, ¿en serio crees que iba a dejar escapar la oportunidad de recuperarlo?
-Supongo que hiciste lo que cualquiera haría – suspiró Ralta, soplando sobre su taza para enfriar un poco el chocolate.
-Sí… – concedió Siril, plegando los labios –. Aun así, deberías explicar esto en Shoz.
-¿Tengo que darles explicaciones de lo que hago para salvar mi pellejo? – preguntó Tary, algo molesta.
-No, no tienes. Pero deberías – le respondió su prima con una débil sonrisa apenada.
Tary resopló, pero no replicó y se limitó a dar cuenta de su chocolate. No hablaron más de aquellos asuntos e intentaron hablar de asuntos más banales, aunque ellas mismas se dieron cuenta de que era una conversación algo forzada y poco fluida. Al cabo de un rato, Siril se fue ya que tenía cosas que preparar para la universidad; y algo más tarde, Ralta.
-He quedado con Katie para empezar a hacer el trabajo de filosofía… Deseadme mucha suerte – les dijo a modo de despedida.
-¿Aún no lo habéis empezado? Te deseo que seas alguien capaz de pasar más de veinticuatro horas sin parar a dormir ni a comer porque hay que entregarlo el martes – sonrió Tary, dando a entender que ella lo había terminado hacía ya días.
Ralta vio como Furia asentía débilmente. Al parecer había sufrido el férreo estilo de trabajo de Tary, aunque eso le valdría una buena nota.
-Nosotros tenemos que entregarlo el jueves – le espetó Ralta a su amiga, sacándole la lengua, como una niña pequeña –. Para entonces ya tendremos algo decente. Nos veremos mañana en clase, chicas.
Cuando Ralta se fue, Tary y Furia se quedaron solas en la pequeña cafetería. Un silencio incómodo tomo asiento entre ellas. Para hacer algo, Furia apuró su taza de chocolate y jugueteó con los azucarillos, nerviosa.
-Furia, ¿te gustaría acompañarme a Shoz para que explique todo? – le preguntó la chica, acariciando su recién recuperado talismán con cariño.
-Creía que no querías darles explicaciones.
-Y no quiero. No lo veo necesario. Pero si lo hago, me gustaría hacerlo con alguien que me apoye al lado.
-Te acompañaré – sonrió Furia, aliviada por escuchar que Tary contaba con su apoyo.
-Genial – dijo, poniéndose en pie de un salto. Dejó el dinero para pagar sobre la mesa y agarró a Furia de la muñeca para arrastrarla hasta la calle. Una vez allí se fundieron con la gente que paseaba hasta llegar a un lugar apartado y así poder aparecerse en Shoz.

Por tercera vez, Furia se maravilló con la luminosidad de aquel mágico lugar. Sin embargo, Tary echó un vistazo a su alrededor y suspiró deprimida. Shoz se le asemejaba a un bosque en el que los árboles eran de plata. Podría ser igual de hermoso, reflejaría la luz del sol en todas direcciones y lo haría tan luminoso que los atardeceres parecerían algo burdo. Pero no sería más que un bosque muerto, una gran escultura, un complejo amasijo de metal.
Ahora que había recuperado su talismán, la débil sensación de asfixia que sentía al no percibir vida a su alrededor parecía haberse incrementado.
-¿Y ahora qué hacemos? Nosotras solo sabemos donde está la biblioteca. Y esto tiene pinta de ser gigantesco – preguntó Furia.
-Alguien vendrá aquí a buscarnos – respondió Tary, sentándose en el suelo. Furia la miró alzando una ceja, esperando una explicación para aquella afirmación –. Se supone que aquí tendrán algún control sobre quién entra o sale. Vendrán. Aunque tengan que venir desde la otra punta de Shoz y tarden horas, estaré esperándolos.
Furia sonrió por dentro al ver lo tenaz y cabezota que era su amiga, y se sentó junto a ella a esperar a que alguien fuera a buscarlas.
No tardaron en ver como una mujer iba a recibirlas. Era de mediana altura, cubría su cuerpo con un vestido de color verde pastel y era la mujer más rara que nunca habían visto. Sus facciones tenían un aire bastante humano – lo más distinto eran los ojos, que parecían un par de cerezas, redonditos y llenos de color –, aunque su piel tenía el aspecto y la textura de la corteza de un álamo. Sus cabellos, recogidos en una coleta caída, parecían láminas de hojas de ese mismo árbol – de un verde intenso por un lado y cubiertas de pelusa blanca por el otro.
Sin embargo, la sonrisa de la mujer estaba cargada de una ternura inigualable, y Furia y Tary se la devolvieron encantadas.
-Es un honor poder recibiros, Elegidas – la voz de aquella mujer era suave como el susurro del viento entre las copas de los árboles –. Me llamo Guna. ¿En qué puedo ayudaros?
-Encantada, Guna – dijo Tary, con cortesía –. Yo soy Tary, y esta es mi amiga Furia, que ha venido para acompañarme a explicarles algo que sucedió hace un par de días.
-Supongo que será porque has recuperado tu talismán – sonrió Guna –. La noticia nos trajo alegría, pero también ha habido cosas malas.     
-¿Y saben cómo lo recuperé? – ante esa pregunta el rostro de la extraña mujer se ensombreció.
-No. Y será mejor que tratemos ese tema en un lugar más cómodo y apropiado que un simple pasillo, Elegidas. Seguidme, por favor.
Las dos chicas siguieron a Guna por varios pasillos, rodeadas por el más absoluto silencio y aquella brillante luz que parecía bañar Shoz permanentemente. Tras unos cinco minutos de camino entraron en una sala demasiado grande para la pequeña mesa circular que había situada en el centro de la estancia, y que era el único mueble presente – exceptuando las ocho sillas que había dispuestas, exactamente cada cuarenta y cinco grados.
En aquellas sillas había sentadas dos ancianos con largas barbas blancas y un hombre algo más joven de melena pelirroja.
Guna les hizo un gesto a las chicas para que tomasen asiento en la mesa.
-Elegidas, os presento a los tres Comunicadores de la Irav Shaira, Nott, Ornek y Soleb.
-Encantadas – susurró Tary, esta vez su voz no sonó tan cortés. Aquellos tres hombres no le transmitían las mismas buenas vibraciones que Guna.
Furia se limitó a poner buena cara, inclinar levemente la cabeza a modo de saludo y sentarse rápidamente a la mesa para llamar menos la atención.
-Ahora mismo Shaira está ocupada, así que serán sus Comunicadores los que le transmitirán lo que nos cuentes ahora, Tary – le explicó la mujer con dulzura al ver que no se sentía muy cómoda.
Ella asintió y cogió aire. Pensaba soltarlo todo directamente, y sin rodeos. Cuanto más rápido lo hiciera, mejor. “Make it quick, make it painless”, pensó recordando la letra de una de sus canciones favoritas.
-Hice un trato con Shina para recuperar mi talismán. Yo le entregaba un libro de aquí, de Shoz, y ella me lo devolvía. Así de fácil.
Furia la miró asombrada. No podía haberlo explicado de una forma más sencilla y concisa. También los tres Comunicadores y Guna la miraban de hito en hito.
-¿Un libro? ¿De la Biblioteca de Shoz? – le preguntó con voz basta el anciano barbudo con cara de pocos amigos y que había respondido al nombre de Ornek.
-Yo no conozco otro sitio aquí, así que sí.
-No puede ser… Cada vez que un libro registrado sale de Shoz sin que Koren lo sepa se disparan todas las alarmas – dijo Nott, el pelirrojo.
-Koren supo que me estaba llevando algo. “Espero que sepas lo que haces”, me dijo. Supongo que se refería a que me estaba llevando el libro porque miró mi bolso – dijo Tary, recordando.
El otro anciano, Soleb, suspiró mientras se rascaba la calva.
-Iré a buscar a Koren. Esto tiene que explicarlo.
La espera hasta que Soleb regresó con el bibliotecario se les hizo eterna a las chicas. Furia se sentía tan cohibida que intentaba respirar con lentitud para intentar sentirse invisible a los ojos de los demás. Y Tary, extrañamente, también se sentía más incómoda de lo normal.
-Hola, pequeñas – las saludó Koren cuando entró por la puerta –. Preferiría veros en mi Biblioteca estudiando algo en vez de para tratar un tema como el que ya me han comentado.
-No deberías usar un tono tan alegre, Koren. No al menos hasta que nos des una buena explicación de todo – gruñó Ornek.
-Por supuesto que la tengo. Me fijé en que Tary quería llevarse un libro consigo sin pedirme permiso, ¡ni siquiera me consultó! Así que le dije que esperaba que supiera lo que estaba haciendo porque ella no tenía ni idea de que sonarían las alarmas y alguien iría a reclamarle que devolviera el libro. Seguro que te habrías llevado un buen susto, niña.
-Pero las alarmas no sonaron – apuntó el pelirrojo.
-No – asintió Koren –. Y si no lo hicieron fue porque ese libro no estaba registrado. ¿Cómo se titulaba?
-“El diario del mago” – respondió Tary, sin titubear.
Koren elevó los ojos hacia el techo y movió los labios mientras asentía, pensativo.
-No. Nunca ha habido un libro titulado así en el registro de Shoz.
-Para Shina era muy especial.
-¿”El diario del mago”? ¿Qué clase de mago escondería un diario en Shoz? – se preguntó Nott en voz alta.
Soleb golpeó la mesa con su huesudo y pálido puño. Parecía temblar de ira.
-Un mago bastardo y asqueroso…
-¿Crees que pudo haber sido él? – le preguntó Ornek.
-Estoy seguro de que ese diario es suyo. Además, hubo un tiempo en el que se dijo que Shina y él tuvieron algún tipo de relación. Eran solo rumores… pero ahora encajarían con el motivo por el que Shina quería ese libro. Aunque desconocemos su contenido.
-Debemos de informar a Shaira de esto inmediatamente – sentenció Nott –. Algo así no puede esperar.
Los tres Comunicadores salieron de allí a una velocidad que Furia había creído imposible para un par de ancianos. Las dos chicas se quedaron con Guna y Koren.
-¿Y ya está? – preguntó Tary.
-Eso parece. Has sacado un libro que no era de Shoz y por eso no pueden penalizarte. Supongo que lo único que has hecho ha sido descubrirnos su existencia – dijo Guna, con total sinceridad –. Si no hubiera sido a través de ti, Shina había encontrado otro modo de hacerse con él. Pero supongo que así es mejor. Al menos tenéis la oportunidad de vencerla todas juntas.
-Podéis iros, niñas – dijo Koren –. Ya habéis cumplido con lo que veníais a hacer aquí. A no ser que queráis acompañarme a la Biblioteca, aunque voy a tener mucho trabajo revisando que todos los libros que hay estén catalogados y no tengamos más material… llamémoslo “ilegal”.
-Bueno, pues nos marchamos – dijo Tary, incorporándose del sitio. Miró a Furia, que no se había movido del sitio y parecía nerviosa por algo.
-Yo me quedo un rato más. Aprovechando que ya estoy aquí… hay algunas cosas que me gustaría consultar en la biblioteca de Koren.
-Por supuesto, pequeña – sonrió el hombrecillo.
Tary miró a su amiga con cara de circunstancias, pero ella negó con la cabeza, esbozando una pequeña sonrisa con la que intentaba tranquilizarla. Suspiró algo preocupada, pero no dijo nada más y se fue. No podía evitar preguntarse qué era lo que Furia quería consultar, porque eso significaba que algo le preocupaba. Hablaría de aquello con Ralta y Siril. Pero decidió que no la agobiaría preguntando y dejaría que ella misma les explicara que la inquietaba.
Después de todo, ella misma les estaba ocultando a Siril, Ralta y Furia que todavía sentía un terrible dolor. Aparecía sobre todo mientras dormía, en forma de pesadillas, pero había conseguido dominar las ganas de gritar para tratar de liberar aquel dolor. Apretaba los dientes y aguantaba. No le quedaba otra si no quería preocupar a sus seres queridos.
Apareció sobre su cama y vio que el reloj luminoso de su mesilla marcaba casi las nueve de la noche. Se levantó de un brinco y corrió escaleras abajo hasta la cocina, donde su familia la aguardaba para cenar. En momentos así, su cerebro olvidaba que era una Elegida, que tenía un talismán que le había otorgado poderes extraordinarios, que tenía obligaciones que cumplir… Solo estaba su familia, reunida en torno a una cena preparada con cariño, con la que podía ser la persona que siempre había sido.


Desde la biblioteca en la Ralta y su amiga Katie habían quedado para hacer el trabajo que tan retrasado llevaban se oyó como el reloj de la plaza daba las nueve. Ralta dejó caer la cabeza sobre un grueso tomo que había estado consultando y del que poco había sacado en claro. Estaba agotada, y Tary llevaba razón respecto a lo de que aquel trabajo era eterno.
-Hoy has estado más despistada de lo normal, Ralta – la reprendió Katie, que seguía llena de energía, aunque aburrida. Aquella chica era incansable y parecía ser siempre feliz. Tal vez por eso le caía tan bien a Ralta. Si tuviera que decir algún defecto de Katie diría que era una chica extremadamente cotilla.
-Tengo la cabeza en otras cosas… – se excusó, todavía con la cabeza entre las páginas del libro –. Es algo… peliagudo, y no se lo he contado a nadie.
-¿Ni a Tary?
-No, a Tary es mejor que no le diga nada de esto. La preocuparía todavía más.
-Sí que parece que últimamente vosotras y esa chica rubia, la que vino nueva, os traéis algo entre manos – comentó Katie mientras recogía sus papeles y cuadernos –. Reconozco que soy una cotilla y que meto las narices donde no me llaman, y que me encantaría saber qué te preocupa, pero ahora me limito a decirte que si quieres contármelo, yo estaré aquí para escucharte.
Katie observó de reojo como Ralta levantaba por fin la cabeza y cerraba el libro con un suspiro cansado.
-Lo cierto es que necesito contárselo a alguien – Katie acercó más su silla hacia Ralta para escucharla mejor, ya que hablaban en susurros para que no las echaran de la biblioteca –. La otra noche… tuve un sueño raro. Soñé que estaba dormida, pero por alguna razón me desperté, y vi que en mi cuarto había un chico, que ya había visto antes, y que iba a matarme mientras dormía. Estaba en mi cuarto, con una daga en la mano, pero cuando me vio despierta… no hizo nada. Solo se fue. Esto… me inquieta mucho.
-¿Y a quién no? Un asesino que te iba a matar mientras dormías… ¡Joder! Menos mal que solo era un sueño.
-Sí… menos mal – musitó Ralta. Se había inventado lo del sueño porque no podía contarle a Katie que aquello había pasado de verdad –. ¿Crees que puede significar algo? ¿Por qué se detuvo?
-No lo sé. Siempre has tenido sueños muy raros. Pero si quieres que lo interpretemos… ¿Cómo era el asesino? ¿Recuerdas algún detalle sobre él? ¿Había algún foco de luz o estaba todo oscuro?
Ralta meditó las respuestas durante unos segundos, pero cuando abrió la boca no contestó lo que había pensado decir, sino lo que pensaba de verdad:
-Él era guapísimo, con unos ojos verdes increíbles, pelo castaño, facciones afiladas, alto, delgado, se le ve musculoso en su justa medida, con la piel pálida… Es simplemente extraordinariamente guapo.
Katie no pudo evitar reírse en voz demasiado alta.
-Vamos, que miedo no pasaste. Más bien estarías deseando que se metiera en la cama contigo – consiguió decir, entre carcajadas ahogadas –. Me meteré en líos con la mafia para la que trabaje ese tío para que también venga a hacerme una visita nocturna.
Ralta hizo una mueca de disgusto y recogió sus cosas, molesta por los comentarios de Katie. Por suerte, su amiga se disculpó por si le había incomodado.
-No pasa nada. Después de todo, solo era un estúpido sueño. Será mejor que lo olvide y enfrente la realidad.
-¿Y Álvaro?
-¿Qué pasa con Álvaro?
-¿Piensas en él o en tu asesino tremendorro?
-Si te soy sincera… Quiero mucho a Álvaro porque más que nada es mi mejor amigo, pero no ha saltado la chispa entre nosotros. Ese otro chico es… intrigante.
-Siempre has hecho cosas raras y demasiadas locuras por los chicos, Ralta, pero no te enamores de un asesino con el que has soñado.
-No, tranquila, no lo haré.
Aunque ni ella misma sabía qué pensar. Tenía ganar de ver a Kiv y preguntarle: “¿Por qué te marchaste y me dejaste vivir?”  
Sí, poder verle para hacerle aquella pregunta se estaba convirtiendo en una enfermiza obsesión. Y nadie podía saber aquello.

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