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miércoles, 30 de mayo de 2012

CAPÍTULO 17: “NO SABRÁS QUIÉN SOY HASTA QUE NO TEMAS CONOCERME”


CAPÍTULO 17: “NO SABRÁS QUIÉN SOY HASTA QUE NO TEMAS CONOCERME”
Tras el breve ritual para Siril que tuvo lugar en Shoz, Tary, Ralta y Furia volvieron a sus respectivas casas con la sensación de que a partir de entonces nada más iba a ser igual. Tendrían que buscarse la vida para seguir mejorando el control de sus poderes, no iban a tener a Siril para que las sanara si se hacían daño. No iba a poder protegerlas nunca más. No iban a verla nunca más; y eso era lo que más les dolía.
Entre lágrimas, Tary le preguntó a Shaira que iba a pasar en su mundo ahora que su prima no estaba. Siril había muerto en otro mundo, así que no sabían cómo explicar eso a su padre.
“Pobre hombre, primero pierde a su mujer y después a su hija. No sé si lo soportará”, pensó Furia, entristecida.
-Siril simplemente será una desaparecida más en vuestro mundo. Habíais quedado con ella pero no apareció. No tenéis más que decir eso – les contestó Shaira.
Pasaron unos días sumidas en una tristeza que les hacía ver el mundo tras una cortina que volvía todo de un deprimente color gris. Bob era el único capaz de sacarle alguna sonrisa ocasional a Tary, aunque un día, fue la causa de un sobresalto.
-Escucha, Tary, tengo que contarte una cosa, pero no puedes decírsela a nadie más, ¿vale? – le dijo, muy serio.
-Claro. Dime.
Bob sacó de la mochila una pequeña rosa, que estaba algo aplastada, y se la dio a Tary.
-Es un bonito detalle – intentó sonreírle ella, aunque no se sintió con fuerzas. Le recordaba a las rosas que había creado para Siril y Ninz había quemado sin miramientos. Después de aquello, Shaira le había devuelto a Tary su talismán, aunque ya no era más que un adorno.
-Es una flor horrorosa – replicó Bob. Su madre tenía una floristería, y él sabía distinguir bien cual era un buen ejemplar y cual no. Puso las manos alrededor de la flor, como si quisiera protegerla –. Pero si hago así, puedo convertirla en la rosa más bonita que jamás hayas visto.
Retiró las manos y Tary comprobó que, efectivamente, aquella rosa no era la misma de antes. Su color era más vivo, su aroma, embriagador, y sus pétalos, perfectos. Tary no cabía en sí de asombro. “Entonces, ¿la magia es “contagiosa”?”, se preguntó.
-¿Te he asustado?
-En absoluto – le sonrió –. Me alegra saber que puedes hacer eso, porque así voy a poder explicarte muchas cosas. Así ya no sentiré que te estoy ocultando una parte de mí.
-¿Qué quieres decir?
-Pues que creo que yo soy la causa de que puedas hacer eso que haces con las flores. Así que prepárate porque voy a contarte muchas cosas que te van a parecer rarísimas.
Tary pasó más de una hora contándole a Bob todo lo relativo a sus poderes, su deber, Eclipse y Shina, lo que verdaderamente le había ocurrido a Siril, aquella voz que escuchaba en su cabeza… Aunque decidió omitir que Furia y Ralta eran sus otras compañeras – al menos hasta que consultase con ellas si querían que Bob conociese su verdad – y la tortura a la que la habían sometido cuando se quedó atrapada en Go – ya que le pareció mejor que él no conociese aquel desagradable hecho.
-¡Uao! Todo esto que me has contado es… demasiado – dijo Bob, procesando todo lo que acababa de escuchar. Miró embelesado las flores que Tary había hecho nacer de la nada con tan poco esfuerzo y que flotaban tranquilamente frente a él.
Bob podía embellecer las flores, pero no crearlas como Tary. Y ya ni hablar de hacer volar objetos. Después de hablar habían ido a un lugar apartado de la gente y allí Tary le había hecho volar.
-Eres increíble – le dijo, cuando sus pies volvieron a tocar el suelo.
-No. Lo increíble es lo que me está pasando. Para bien… y para mal.
Bob la abrazó para intentar reconfortarla, y pasaron el resto de la tarde juntos.


Al día siguiente, Ralta estaba esperando a Álvaro en la salida del instituto. Era extraño, pero se sentía tan lejos de todo el mundo que pasaba a su lado, y tan sola aun estando rodeada de gente. Pensaba en lo que Tary les había dicho durante el recreo: le había contado todo a Bob. Su amiga no parecía ser muy consciente de que eso le había hecho dar un paso de gigante en su relación con el chico, y deseó que las cosas no cambiaran entre ellos. “Eso podría traerle, traernos, problemas.”
Sin quererlo, volvió a pensar en Siril, y rememoró aquellos segundos tan confusos y, a la vez, lentos e interminables. No pasaba un día sin que no lo recordara y le diera las gracias por salvarles la vida con aquella rapidez con la que había actuado. Aquello había supuesto un antes y un después en su vida. Ya habían visto que el deber que acarreaban sus poderes era peligroso, pero morir… Ver a Siril morir había sido un bofetón demasiado duro para todas. Y Ralta ya se había dado cuenta de que Tary solía saltarse las últimas horas de clase para pasar más tiempo en el gimnasio – al parecer se había apuntado a algún curso antes de sus clases de gimnasia rítmica – y después practicaba con su magia hasta la extenuación. Ralta no había tenido valor para decirle nada cada día que aparecía por el instituto con unas marcadas ojeras, fruto de las pocas horas que dormía para realizar también las tareas de clase. Pero estaba preocupada.
Furia también parecía preocupada, y le avergonzaba reconocer que sus motivos podían parecer algo egoístas. Ahora que Siril no estaba con ellas sentía que no iba a lograr dominar su poder sobre el agua nunca. Ella le había apoyado tanto… Se sentía tan desamparada y perdida sin los buenos consejos de Siril. A pesar de eso, seguía esforzándose y practicando día tras día en su bañera, donde tenía sus únicos momentos de tranquilidad.

Ralta levantó la cabeza para intentar abandonar sus ensoñaciones y lo que vio la dejó prácticamente muerta en el sitio. Entre los alumnos que charlaban en grupitos y los que se marchaban, él se mantenía erguido, ignorando al resto del universo.
Salvo a ella. La miraba de una forma tan serena y tranquila que Ralta cometió la imprudencia de quedarse prendada de ella. Los susurros curiosos de quienes les rodeaban desaparecieron y parecieron quedarse solos.
“Quería hablar contigo, si tienes un momento”, le dijo la fría voz de Kiv dentro de su cabeza.
“Si solo quieres hablar por qué no dejas que me mueva”, preguntó Ralta al darse cuenta de que él la había paralizado con la mirada.
“Soy un Asesino. Para mí el hecho de matar no es un espectáculo. Podría hacerlo delante de toda esta gente, pero… no me sentiría muy cómodo.”
La frialdad de aquellas palabras le habría hecho temblar como una hoja si no fuera porque no podía mover ni un solo músculo.
“No tienes intención de matarme, ¿verdad? Ni ahora, ni aquella noche, ni en el bosque de Go…”
“Ahora no quiero matarte, pero las otras dos veces sí. Aunque en el bosque no era yo – de eso ya te diste cuenta –, y aquella noche lo que pasó fue que… No sé qué pasó, me eché atrás.”
Ralta miró a su alrededor y se dio cuenta de que muchos les miraban extrañados. No era muy normal que las personas se miraran durante tanto rato a los ojos y estando tan lejos el uno del otro.
“Si no quieres llamar tanto la atención, deberías venir aquí y hablarme usando la boca, ¿no crees?”, le sugirió Ralta. Él la imitó y miró alrededor. Sí que era verdad que llamaban algo la atención, así que optó por hacerle caso a la chica y apoyo la espalda contra la pared, con aire relajado.
Ralta le examinó con la mirada. Se había cambiado de ropa y tenía un aspecto elegante con la camisa negra que vestía. Además, no vio ni rastro de la daga que siempre llevaba a la cintura. Aunque no por eso se sintió tranquila, ya que ya había visto como hacía aparecer y desaparecer su espada.
-No estés inquieta. Te doy mi palabra de que no voy a hacerte daño – le dijo, con una débil sonrisilla torcida –. ¿Tienes miedo?
-No lo sé – admitió Ralta –. Sí que me asustas, pero… ahora me siento a salvo.
-No deberías.
-¿Pero no has dicho que…?
-Sí que lo he dicho.
-¿Puedes dejarte de juegos? Me pones nerviosa…
-A mi me divierte – dijo Kiv, encogiéndose de hombros –. Supongo que… seré raro.
-Déjalo. ¿De qué querías hablar conmigo?
-Sólo iba a decirte que no voy a volver a intentar matarte, al menos por propia voluntad.
-¿¡¿Qué?!? ¿Por qué? – Ralta no se creía lo que estaba escuchando.
-No quiero matarte. Nunca antes me había pasado algo así, pero es que tú eres muy diferente del resto del mundo – la chica no pudo evitar sonrojarse, aunque no acababa de entender por qué él decía que era diferente.
-Pero… tú trabajas para Eclipse, ¿qué piensa ella de eso?
-Ella cree que ya me ha “arreglado”, así que no sabe nada.
Ralta notaba cierta tristeza en su voz, y no supo muy bien que decir ni hacer.
-¿”Arreglado”?
-Sí… Por eso en el bosque era “otra” persona y quería matarte. Fue humillante pedirte ayuda, que lo sepas – le dijo en voz baja, le avergonzara reconocerlo –. Pero hace unos días estaba espiando para Eclipse en Seusash y… tuve un pequeño accidente. Debería volver pronto allí y continuar con mi deber.
Ralta asintió, aunque no comprendía de qué le estaba hablando.
-Pero antes de irme… Quiero que sepas que no solo no voy a matarte, sino que quiero protegerte. No sé si eres consciente de por qué, pero quiero hacerlo. A no ser que tú no quieras. Porque ya sabes ciertas cosas de mí, y son cosas bastante malas, así que entendería que prefieras que yo esté lejos de ti y no te asuste más. Solo te digo una cosa: No sabrás quien soy hasta que no temas conocerme.
-Ya te has dado cuenta de que no me entero de nada, ¿verdad? – le preguntó Ralta.
-Tú piensa, por favor. En tres días me iré. Cuando tengas algo que decirme… estaré allí.
Le señaló el edificio en obras donde habían descubierto el portal hacia Go y donde ya habían hecho el intercambio de Tary por sus talismanes. Después la liberó de su parálisis y le tomó de la mano para depositar sobre ella un beso fugaz.
-¿Quién era ese? – le preguntó alguien por la espalda.
-¡Álvaro! No… no era nadie.
-¿En serio? Te ha besado en la mano… Que tío más raro – Ralta hizo una débil mueca para intentar sonreírle –. ¿Nos vamos, “peque”?
-Sí, claro, vámonos – dijo Ralta, algo ida.
Pasó la tarde algo ausente, intentando encontrar sentido a las palabras de Kiv, y sin terminar de entender lo que él había pretendido yendo a hablar con ella de esa forma. Lo cierto era que su corazón se había acelerado cuando le había visto, allí entre la gente, pero no había sido solo por miedo.
“¿Y ahora qué hago yo?”, pasó la tarde preguntándose.
“No sabrás quien soy hasta que no temas conocerme.” Las últimas palabras de Kiv se le habían quedado gravadas, pero tenía ni idea de a qué podía referirse. ¿Cuántas más cosas malas podía tener Kiv? ¿Realmente era tan horrible?
Por mucho que pensara y se repitiera que era un Asesino, el despiadado esbirro de Eclipse, que había intentado matarla en varias ocasiones y que había torturado a Tary, él le intrigaba muchísimo. Pero, ¿se atrevería a conocerle?
Después de pasar la tarde con Álvaro, tuvo la estúpida idea de llamar a Katie para volver a plantearle un supuesto sueño.
-¿Has vuelto a soñar con él?
-Sí… Y no sé qué hacer.
-Solo es un sueño, Ralta… – suspiró Katie –. Pero si yo fuera tú me arriesgaría y le conocería. Si eso puede hacerse con un sueño… Todo tiene un toque tan oscuramente romántico. Infórmame del siguiente capítulo de tus sueños, por favor.
-Te mantendré al tanto – prometió Ralta.
Después de colgar, se repantingó en el sofá para pensar con mayor claridad. “Arriesgarme…” Se levantó de un salto, dispuesta a ir a reunirse con Kiv, pero se topó con un pequeño impedimento.
-¿A dónde pensabas ir a estas horas, señorita?
-Mamá – musitó con una sonrisilla. Su plan de escape había fallado –. Iba a…
-A ningún sitio. Te has pasado todo el día fuera de casa sin dar un palo al agua, Ralta. Además, vamos a cenar dentro de poco.
-Sí, mamá – resopló, con frustración.
Kiv tendría que esperar a otro día. Pero cuando terminó de cenar y sus padres se fueron a dormir, ella supo que no iba a poder dejarlo estar y esperarse hasta el día siguiente. Le asustaba pensar en estar a solas con él, pero aún así ansiaba verle.
“Por favor, estoy mal de la cabeza… Debo de ser masoquista o algo así”, se dijo, saliendo a hurtadillas de casa en mitad de la noche.
Recorrió las calles, alumbrada por la luz tenue y artificial de las farolas, sintiéndose como una delincuente y preguntándose si estaba haciendo lo correcto. “¡Venga ya! Siempre has sido una chica de acción que no piensa en las consecuencias. Claro, que nunca había hecho algo que pudiera poner mi vida en peligro. Aunque Kiv ya me ha dicho que no quiere hacerme daño, pero ¿debo fiarme realmente de él? Dios… como sigas dándole vueltas a esto te echarás atrás…”
Teniendo aquella conversación consigo misma llegó hasta su destino. Suspiró al ver que estaba tan oscuro, pero ella era luz y no le supuso ningún problema valerse de su poder y encontrar un agujero por el que colarse. Recorrió la parte baja de la obra, pero no había ni rastro de Kiv.
“Tal vez pasa la noche en otro lugar…”, pensó Ralta, abatida.
Aunque después recordó que Kiv había subido al piso superior para buscar a Tary, ya que la había escondido allí arriba. No encontró algo digno de llamarse escaleras, pero sí que había algo parecido a un pegote de cemento con algunos ladrillos que podía cumplir con su misma función.
Logró alcanzar el primer piso sin más problemas que unos diminutos cortes en las manos por culpa de los ladrillos rotos y, efectivamente, allí estaba Kiv. Dormitaba sentado con la espalda contra un pilar y a su lado un rebullo de ropa y armas. Se quedó quieta, sin saber si marcharse, avanzar en silencio o despertarle.
“Está tan guapo dormido. Ni siquiera me da miedo…”, se dijo, sonriendo.
Kiv abrió los ojos justo en ese instante, haciendo que Ralta diera un respingo. Por el susto, la luz que brillaba en sus manos se apagó durante unos segundos.
-Siento haberte asustado – se excusó –. Al menos no me he levantado con la espada en la mano…
-Perdona por despertarte. Mejor vuelvo mañana.
-¡No! – Kiv en seguida se dio cuenta de que había sonado demasiado impulsivo –. No. Por favor, quédate. Normalmente tampoco duermo mucho, y si duermo me despierto casi con el mínimo ruido. Tengo el sueño muy ligero, y casi siempre duermo en tensión.
-Eso no puede ser bueno para tu salud…
Él no pudo evitar sonreírle, aunque fuera solo durante unas milésimas de segundo, mirándola embelesado. Ya se había dado cuenta de la luz que brotaba de los ojos verdes de Ralta, pero en aquellos momentos parecía que la luz surgía de cada parte visible de su piel. Y le encantaba aquella luz.
-Siéntate si quieres, aunque el suelo tampoco te parecerá muy cómodo – murmuró Kiv.
Sin saber muy bien lo que estaba haciendo, Ralta se sentó junto a él. El Asesino se removió en el sitio, incómodo por la proximidad de la chica que le miraba encandilada. Ralta tampoco era consciente del modo en el que miraba a Kiv, cuyo rostro iluminado por la luz que ella emitía parecía más suave, y sus facciones menos amenazadoras. Incluso sus ojos verdes parecían haber perdido su brillo retorcido y malévolo.
-¿Y bien? – preguntó él tras unos instantes en silencio.
-He decidido arriesgarme y conocerte – musitó Ralta, todavía embobada.
-Ya me imagino, si no, no estarías aquí ahora. Solo quiero saber por qué.
-¿Por qué…? – repitió ella, pensando una respuesta –. La verdad, no sé… Siento curiosidad. Me intrigas mucho y…
“Y eso me atrae”, añadió para sus adentros sin recordar que él estaría leyendo sus pensamientos.
-Qué razón tan estúpida – dijo Kiv, entre dientes –. Aunque lo importante es que hayas venido. Te lo agradezco; porque esta va a ser la primera vez que soy sincero con alguien.
Ralta alzó una ceja como muestra de incredulidad, pero se acomodó como pudo para prestarle toda su atención. “Espero que no hable de una forma tan confusa como antes…”
-Intentaré que lo entiendas – le dijo con una sonrisilla – Ya sé que a veces mi forma de pensar puede ser un poco turbadora y difícil de seguir, y que muy probablemente en tu mundo se me considere un psicópata, pero todo tiene una explicación.
-Pues empieza a explicarte o voy a acabar más perdida que antes.
-Vale. Lo primero que debes saber es que no soy normal – Ralta asintió con la cabeza –. Las personas normales tienen un alma y su recipiente material, es decir, su cuerpo. Sin embargo, dentro de mí hay cuatro almas, y tres de ellas son capaces de generar sus propios cuerpos.
»Hasta hace unos días solo tenía tres almas, pero Eclipse introdujo en mi cuerpo un alma parásita y oscura que suprime los instintos humanos… Por eso quise matarte. ¿Hasta aquí lo entiendes todo?
-Creo que sí. ¿Es por eso de las almas por lo que puedes transformarte en lobo?
-Sí.
-¿Y cuál es la otra alma con cuerpo?
-Una serpiente gigante de los hielos. Nos llaman sep – musitó él.
Ralta hizo una mueca. Los reptiles nunca habían estado entre sus animales favoritos, pero imaginarse una serpiente gigante… Se le pusieron los pelos de punta.
-¿Te… te duele cuando cambia tu cuerpo? – curioseó la chica, intimidada.
-Bastante… Pero es el precio que tengo que pagar por contar con el poder de la serpiente. Te sigo contando.
»Mi alma humana y mis almas animales tienen una… relación, por llamarlo de alguna manera, bastante buena, y eso me hace capaz de tener los sentidos tan desarrollados como los de un lobo y poder ejercer un control mental bastante similar al de un sep. Pero esto tiene una pequeña pega. Y es que también me afecta el carácter de los dos animales, especialmente el del lobo, al cual estoy mucho más ligado.
»Se me adiestró para ser un Asesino, matar en silencio, con frialdad y todo eso. Y eso lo sabe mi alma humana, pero no el lobo. Él es salvaje, disfruta cazando y la sangre le vuelve loco. Así que eso también pasa a mi forma de ser como humano y multiplica mis instintos animales.
-Pero ahora pareces muy normal…
-Además de que me estoy intentando reprimir, parte de la culpa es de tu mundo. Es tan asfixiante que ni el lobo ni el sep tienen fuerzas como para dominar mi carácter.
-Ah, entiendo – murmuró Ralta –. ¿Hay algo más?
-El lobo y el sep no se llevan del todo bien… Y al sep le disgusta bastante el contacto físico. Al tratarse de serpientes del hielo viven en cavernas, aisladas del mundo, salvo cuando salen de caza y durante su época de reproducción. Creo que relativo a mis almas, eso es todo. Tal vez por eso soy un poco inestable. O al menos, eso dice Eclipse.
-¿Cómo llegaste a ser Asesino de Eclipse? – le preguntó Ralta. No estaba segura de la relación que existía entre ambos, y se había planteado la posibilidad de que fueran madre e hijo. No obstante, le parecía que Eclipse rondaba los treinta y Kiv podía tener menos años de los que aparentaba. Tampoco era tan descabellado…
-Hay bastante gente que lo piensa… – murmuró él –. Pero no, no es mi madre. Y no sé como llegué hasta ella. Lo primero que recuerdo es estar en un lugar oscuro, con ella y mi maestro mirándome. Sospecho que eliminó los recuerdos de mi vida pasada para que yo pudiera empezar de cero.
-¿Tuviste un maestro?
-¿Qué te piensas? ¿Qué aprendí a matar yo solito? – se mofó Kiv –. No. Él es el último miembro del clan de Asesinos de Go, que fueron exterminados por ser considerados un peligro para la estabilidad del reino. Si tenías dinero suficiente, ellos liquidaban a quien tú quisieras sin dejar huella.
-Vaya… que escalofriante.
-Sí, supongo que lo sería. Aunque me gustaría conocer más Asesinos y poder medir mis habilidades con las de ellos. Tal vez mi maestro no sea tan bueno como pudieron haberlo sido otros miembros de su clan, y yo no sepa lo suficiente – dijo él, alzando la vista hacia el deprimente cielo en el que sólo brillaba una luna, a punto de ser Nueva.
-Entonces… ¿te gusta matar? – le preguntó Ralta, con voz temblorosa.
Kiv dejó de observar el cielo y la miró a los ojos, recuperando su brillo malévolo natural. Ella tragó saliva, asustada.
-Existo para matar.
La frialdad con la que Kiv había hecho aquella afirmación dejó helada a Ralta, que no pudo hacer nada más que mirar hacia otro lado, incapaz de soportar el peso de la mirada del Asesino.
-Y este es justo el momento en el que sales corriendo y ya no vas a querer saber nada más de mí. Porque podías soportar todo lo anterior, pero no esto, ¿verdad? – a Ralta no le salían las palabras. Había creído que él solo mataba por obligación, y porque sus almas se lo exigían de algún modo –. Si que mato por eso, pero me gusta lo que hago, y en muchas ocasiones disfruto arrebatando vidas. Creo que hay pocos placeres comparables a la sensación que te embarga cuando ves como se apaga la vida en los ojos de a quien matas.
-Estarás de broma… – consiguió articular Ralta.
-Te lo repito, esta es la primera vez que soy sincero con alguien.
-Eso es… horrible. No puedes pensar realmente así…
-Sí que lo hago. Y ahora estoy decidido a acabar con quien intente hacerte daño. No permitiré que se apague tu luz – la voz de Kiv parecía un afilado susurro –. Tu presencia luminosa marca un camino en mi mundo oscuro y, puede que suene egoísta, pero no quiero quedarme a oscuras otra vez, ahora que por fin he visto la luz.
-No… No es egoísta. Pero aún así…
-¿Alguna vez alguien te ha dicho que mataría por ti? – Ralta asintió. Era algo que su madre solía decirle para apoyarla –. Pero no sabes si realmente lo harían. Conmigo tendrás esa seguridad. Nadie te hará daño; te protegeré con mi vida. Tal vez así mis deudas de Asesino con la muerte queden solventadas.
-¿A qué te refieres?
-Reglas de los Asesinos. Mi maestro decía que para no enfadar a la Muerte, debemos sacrificar nuestro instinto asesino y perdonar a una víctima. Aunque a mí no me supone ningún esfuerzo dejarte vivir – añadió con una sonrisa.
-Entonces no te estás sacrificando…
-Cierto. Por eso he dicho “tal vez”.
-Tú eres un poco listillo, ¿no? – refunfuñó Ralta, a la que no se le pasó desapercibido el tono quisquilloso de Kiv.
-Lo siento, forma parte de mi ser – sonrió de nuevo.
Ralta no pudo evitar devolverle la sonrisa. “Pues por lo que estoy viendo, tiene una parte adorable”, se dijo. “Además, es tan… seductor. Y nunca nadie me había dicho nada igual.”
-Eso espero. No me gusta ser una copia de otra persona.
-¡Mierda! Lees mis pensamientos…
-No puedo evitarlo. Al igual que no puedo evitar lo que deseo hacer – susurró mientras se inclinaba sobre ella para besarla con pasión.
-Tú siempre tienes lo que quieres, ¿no? – inquirió Ralta cuando los labios de Kiv se lo permitieron.
-Todavía hay cosas que deseo y no he conseguido. Pero tiempo al tiempo.
Ralta se quedó un rato callada, y Kiv también. Si no tenía nada que decir, no lo decía. No solía acostumbrar a romper la belleza del silencio con tonterías. Además, pasaba la mayor parte del tiempo solo y no le era extraño pasarse días enteros sin hablar.
-¿Y ahora qué hago yo? – se preguntó de repente Ralta. Kiv advirtió en seguida de qué se trataba –. ¿Qué le digo a Álvaro? ¿Y a Tary? ¿Y qué hay entre tú y yo?
-¿Alguna pregunta más? – siseó él, en tono socarrón.
-¡Oye! No te burles… Necesito alguna respuesta, ¿sabes? – le gruñó Ralta, frunciendo los labios.
-Hacerte preguntas solo te crea ansiedad por conocer las respuestas. A veces es mejor darte con ellas en la cara que perseguirlas.
-¿Por qué dices eso? – preguntó ella, acortando la distancia que les separaba.
Cuando quedaron hombro con hombro, Kiv observó aquel espacio ausente con cierta incomodidad y suspiró.
-Experiencia propia.
-¿Te… molesta que me haya acercado más a ti? – le preguntó Ralta al darse cuenta de cómo había cambiado su expresión.
-No, creo que no. Es solo que estoy acostumbrado a ser yo quien controla todo. Y normalmente intimido a la gente, así que no suelen acercarse a mí – sonrió con cierta amargura –. Simplemente es algo nuevo y raro.
-Has estado muy solo.
Kiv se percató de que no era una pregunta, pero aún así asintió.
-Me gusta mi soledad. Lo único que va a cambiar es que mi soledad será algo más luminosa.
Ralta hizo una mueca pero no dijo nada, e intentó no pensar en ello para que Kiv no leyese nada en su cabeza. De nuevo se quedaron sumidos en el silencio, hasta que Ralta se dio cuenta de que debería volver a casa cuanto antes – siempre cabía la pequeña posibilidad de que su padre o su madre se despertaran y se dieran cuenta de que no estaba en su cama. Le deseó a Kiv buenas noches y se dispuso a irse, pero antes, él la retuvo unos minutos más con un beso mucho, mucho más apasionado que el anterior, que incluso hizo enrojecer a Ralta.

Cuando volvió a casa, entró a hurtadillas, se puso el pijama y se recogió el pelo en una coleta para dormir más cómoda. Al tumbarse en la cama no pudo evitar preguntarse cómo podía dormir Kiv en un suelo frío y no en una cama cómoda y calentita. “Pero bueno, él es un tío frío y duro. Frío y duro de verdad…” Se arropó a sí misma para sentirse embargada por la calidez de su funda nórdica mientras recordaba los apasionados besos de Kiv; notaba como el rubor que antes había aflorado en sus mejillas se extendía por toda su piel y la arrastraba a unos sueños en los que predominaban los ojos verdes del Asesino.
Cayó profundamente en los brazos de Morfeo, olvidándose de la inquietud que le habían provocado antes las palabras de Kiv: “Lo único que va a cambiar es que mi soledad será algo más luminosa.” ¿Qué sentía Kiv por ella? Tal vez su subconsciente se lo preguntase mientras dormía, porque cuando se levantó a las siete para ir a clase se encontraba terriblemente cansada. O tal vez fuese solo por el hecho de haber dormido menos debido a su escapada nocturna.

Ella no fue la única que no durmió bien. Tary, como acostumbraba, durmió poco más de cinco horas, alterada por pesadillas que ya se sabía de memoria y que ya apenas la asustaban. Aunque desde que Siril las había dejado, los sueños parecían haber cobrado fuerza, y además el final era algo diferente.
Veía el momento justo en el que el hechizo de Shina impactaba contra su prima; pero lo veía de frente, y no de espaldas, como realmente había ocurrido. Había tardado un par de días en darse cuenta de que justo antes de morir Siril movía los labios, como si tratara de decir algo. Y desde que se había percatado de ese detalle, se había obsesionado con intentar entender qué decía.
Para terminar de apañar la mala mañana de Tary, unos pocos minutos después de que se levantara de la cama, mientras se estaba vistiendo, un pajarillo chocó contra la ventana de su cuarto. Ella se quedó inmóvil. No era supersticiosa, ni tenía extrañas creencias o costumbres, pero el hecho de que un pájaro se estrellara contra su ventana lo asoció rápidamente a que algo malo iba a pasar. Recordó que la última vez, y también primera, que vio algo así fue el día en el que se rompió el tobillo.
“¿Acaso puede quedarnos algo peor que perder a Siril?”, se preguntó entristecida mientras se auto-convencía de que aquello no significaba nada.
Por desgracia, no le funcionó, y pasó el día con el miedo en el cuerpo. La ansiedad finalmente no le sirvió de nada, ya que fue un día terriblemente normal y aburrido en el que nada parecía fuera de lo común. Un día en el que podría haberse sentido como una chica corriente de no ser por las horas que pasaba en el centro deportivo y, algo más tarde, practicando con su poder a unos niveles que, cuando había comenzado a usarlos, jamás habría creído poder alcanzar.
Muchos más días fueron bastante corrientes. Parecía que Furia, Ralta y Tary habían dejado a un lado su deber como Elegidas de Shoz y pasado a ser muchachas de quince y dieciséis años normales y corrientes, que hablaban de temas insulsos durante sus ratos juntas en vez de comentar las maravillas que eran capaces de llevar a cabo. Con un ritmo similar, funesto y aburrido, pasaron las semanas que las llevaban al mes de diciembre, y con él, al fin del año.

domingo, 20 de mayo de 2012

Banda sonora, Tercera parte

Hoobastank - The reason
Evanescence - My inmortal
Carlos Nuñez - The moon says hello
Aerosmith - I don't wanna miss a thing 
Skillet - Hero  
The pretty reckless - Super hero
Black Veil Brides - Set the world on fire
Within Temptation - Forsaken
Avenged Sevenfold - Remenissions
The Used - I come alive

Cada vez añado más canciones, aunque debo deciros que de Linkin Park, Within Temptation y The Used ¡me sirven casi todas!

CAPÍTULO 16: VOLVEREMOS A ENCONTRARNOS


CAPÍTULO 16: VOLVEREMOS A ENCONTRARNOS
Furia se aseguró de que el pestillo del baño estaba echado y se acercó al lavabo, lleno de agua. Dejó que un suspiro se le escapara de entre los labios mientras colocaba las palmas de las manos sobre el lavabo. Estaba nerviosa. Pero Siril le había aconsejado que lo mejor que podía hacer era relajarse, no preocuparse y tomárselo con calma. Además le había dicho que cerrara los ojos para imaginar mejor lo que quería lograr.
Cerró los ojos e imaginó que el agua ascendía por tubos invisibles hasta mojar sus manos. Se concentró, lo deseó con toda su alma. Con lentitud, abrió los ojos, esperando ver agua flotando; sin embargo… no había agua.
-He vuelto a evaporarla… – resopló, abatida.
No movía el agua, ni la creaba, ni la congelaba; solo la evaporaba. Era frustrante. Utilizaba el fuego prácticamente sin pensar nada. Incluso aparecía a su alrededor sin que ella lo llamara; si se asustaba de su piel brotaban llamas que actuaban como una medida de defensa instantánea.
Tary dominaba sus poderes a la perfección, además era rápida y resistía bastante más que Furia y Ralta debido a sus años entrenándose para ser gimnasta rítmica. Como siempre, seguía siendo precisa y disciplinada, y eso hacía que las demás no notasen que se estaba forzando demasiado. Ansiaba perfeccionar sus poderes para poder ejecutar su venganza, aunque sabía que no podía luchar ella sola contra Shina, Eclipse y Kiv. Era este último hacia el que más odio sentía, ya que cada vez que se miraba los antebrazos recordaba su tortura.
Ralta también estaba progresando. Estaba aprendiendo a controlar mejor la magia que gastaba a la hora de atacar, aunque contaba con la ventaja de ser la que más rápido recuperaba la energía. Habían pasado dos semanas desde que Kiv la atacó y seguía preocupada por lo que Kiv le había dicho.
-¡Ayúdame, Ralta!
Aquel grito ahogado resonaba todavía en su cabeza. Había visto como sus ojos cambiaban de color y tenía la certeza de que no era él, de que algo le ocurría. Y por alguna extraña razón, tenía la sensación de que debía ayudarle a recuperarse.
Tal vez por eso se estaba esforzando en lograr un control tan perfecto de la magia como el de Tary. O tal vez por esa mirada severa que de vez en cuando ella les dirigía, como si quisiera exigirles que se pusieran a su altura.
En aquellas últimas dos semanas, todas se estaban esforzando mucho en mejorar, entrenando sin descanso. Ralta incluso se había arriesgado a probar su poder en público. Aquella semana iban a pasar las clases de educación física corriendo alrededor del patio, y Ralta odiaba correr. Había mirado a las blanquísimas nubes que cubrían el cielo y, apretando los puños, deseó que descargaran toda su agua con fuerza.
Y así había ocurrido. La clase de educación física quedó suspendida y todos pudieron volver a entrar en el instituto para resguardarse de la repentina lluvia.
Siril por su parte había dejado de ir a la universidad. Pasaba las mañanas en Shoz y por las tardes las ayudaba con sus entrenamientos de magia mientras les enseñaba las costumbres de Shoz. Cada día que pasaba estaba más segura de algo malo se avecinaba. Había compartido sus sensaciones con Shaira, y la Irav estaba totalmente de acuerdo con ella.  
-Hace pocos días sentimos desatarse una magia intensísima; mucho más fuerte que la que Shina provocar en su estado actual – le comentó Shaira –. Y no hay muchas personas con un poder semejante…
-Podría ser el mago “del baile de cartas”. Shina le buscaba, ¿no?
La Irav se quedó lívida.
-¿Cómo… cómo sabes de él? – preguntó, descolocada. Se suponía que Shoz se había deshecho de todo lo relativo a Elehdal para que nadie supiera de él y así mantener a la gente lejos de él. Nadie deseaba que otro miembro de Shoz le buscara y acabara infectado por las blasfemias del mago.
-Aparecía en un poema – Siril se lo recitó de memoria. Tenía aquellas palabras gravadas en la cabeza y se las repetía constantemente, buscándoles un significado –. ¿Realmente sucedió algo así? ¿Caos, asesinatos?
-Sí, pero es algo que ha querido borrarse de nuestra historia. Yo sé más bien poco sobre ese hombre. Y la persona que mejor le conoce es Shina – Shaira suspiró y dejó que sus brazos cayeran muertos a ambos lados de su cuerpo –. Si es cierto que esa magia surgió del mago, solo pudo ser por Shina. Y si Shina le ha encontrado no me cabe ninguna duda de que habrá absorbido parte de su poder.
-¿Shina puede hacer eso? – preguntó Siril, sorprendida.
-Ella se alimenta de la energía y el poder, pero no le durará mucho. Así que lo que esté tramando lo llevará a cabo dentro de pocos días. Y hay algo más – el rostro de Siril mostró desconsuelo –. Dentro de dos días las lunas de Go se alinearán.
-¿Y eso que quiere decir?
-Si Shina no estuviera con Eclipse no pasaría absolutamente nada. Pero la conozco lo suficiente como para estar segura de que mi hermana le habrá contado a Eclipse la energía mágica que desprenden los astros cuando se colocan de determinadas maneras. Y desde siempre, el hecho de ser el rey o reina de Go permite almacenar y usar esa magia.
-Entonces tenemos que evitar que Eclipse se haga con ese poder a toda costa.
-Exacto. Y según las últimas noticias que tenemos, Eclipse reunió a cientos de jóvenes. Al parecer quiere un nuevo esbirro entre sus filas; y teniendo en cuenta lo que le gusta experimentar con almas…
-¿Almas?
-¿Conoces a Kiv, no? – Siril asintió con malestar al recordar que él era quien le había causado tanto dolor a su prima –. Él es su gran obra maestra. En su cuerpo humano guarda tres almas corrientes y ahora un alma oscura. Eso le llevó un gasto de magia tremendo. Es una suposición, pero como ahora tiene a Shina para prestarle poder, va a aprovecharlo para crear a otro… monstruo.
-Irav, no comprendo por qué Shina va a enseñarle a Eclipse a absorber magia. No entiendo por qué actúa así.
-Es difícil entenderla, pero ella siempre actúa por un motivo concreto, y esta vez nosotros somos ese motivo. Para llegar a Shoz necesita poder, y si se encuentra junto a una persona poderosa eso le resultará más fácil. No creo que Eclipse sea consciente de todo lo que está pasando, está demasiado ciega, y el punto fuerte de Shina siempre ha sido manipular a las personas.
-Es todo demasiado complicado, Irav – musitó Siril, descorazonada ante todo lo que estaba escuchando –. Yo… no sé si me siento preparada para poder seguir con esto.
-Siril – empezó a decirle Shaira, tomándole con delicadeza las manos –, fuiste elegida de entre los más de tres mil candidatos que habíais sido adoptados por Shoz. Creo que eso ya es una buena razón como para creer que puedes con esto y mucho más. Además, esas chicas te necesitan. Guíalas, dentro de dos días a Go, e impedid que Eclipse recoja la magia de las lunas. Cambiad el destino de ese mundo, y de todos los demás. ¿Crees que podrás hacerlo?
Siril permaneció en silencio, con lágrimas a punto de derramarse por su rostro. Después empezó a asentir con lentitud.
-Haré lo que sea necesario para impedir que se hagan con esa magia.
Shaira le pasó el dorso de la mano bajo la barbilla y le sonrió de forma adorable. Estaba segura de que lo haría.


Siril prefirió no contarles nada hasta que pasaron los dos días. Las citó a las tres, sin falta, a las ocho de la tarde en su casa. Les explicó su conversación con Shaira y lo que supuestamente Eclipse y Shina iban a llevar a cabo. Tanto Tary como Ralta se mostraron ansiosas por entrar en acción, pero Furia… Ella se limitó a asentir tras su cortina de pelo y a seguirlas.
Llegaron a un lugar de Go en el que no habían aparecido nunca.
-He intentado que llegáramos cerca de donde Shina haya preparado lo necesario para el ritual de Eclipse – les susurró Siril.
Las cuatro lunas brillaban sobre el cielo – cada una en una fase lunar distinta – describiendo una perfecta línea recta e iluminando una amplia explanada de césped esmeradamente cuidado. Varios metros a lo lejos se vislumbraba la luz procedente de varias antorchas que trazaban una estrella de cinco puntas inscrita en un círculo. Todavía estaban demasiado lejos como para ver que en el centro de la circunferencia estaba sentada Eclipse.

-¿Vas a tardar mucho más? – preguntó Eclipse, inquieta.
Shina llevaba un buen rato pintando sobre su pálida piel cientos de antiguos símbolos del poder. También le había añadido a la estrella de cinco puntas el círculo y varias piedras canalizadoras sobre los vértices del pentágono interno de la estrella. Estaba haciendo todo lo que podía para que Eclipse recogiese mucha más magia que la que recogería una reina de Go corriente.
-Ya está – contestó Shina, satisfecha –. Ahora simplemente relájate y entra en trance. Abre las puertas de tu cuerpo para que la magia de las lunas sea tuya. Llámala.
-¿Así de simple?
-Así de simple. Mantén la concentración en todo momento, yo me encargaré de todo. ¿Confías en mí?
Eclipse cogió aliento.
-Confió en ti.
Shina sonrió, orgullosa, en cuanto vio que los ojos violetas de Eclipse se quedaban blancos, mirando hacia el cielo. Enseguida, los símbolos que había pintado en su cuerpo comenzaron a brillar con un tono azulado. Había empezado su plan maestro. 
Cerró los ojos y dejó que su percepción se extendiera por la explanada hasta localizar lo que estaba esperando. “Ya llegan”, se dijo, sin apenas poder contener la emoción. “Se acercan… Y vienen las cuatro.”
Cuando abrió los ojos ya podía verlas, y como ya había decidido, no les dio tregua. Antes de que pudieran ser conscientes de ello, la energía destructora de Shina voló directa a ellas, como una gran esfera de maldad concentrada. Después de eso, la bruja se sintió cansada, había usado gran parte de la magia de Elehdal en un solo golpe. Pero era un golpe tan potente y repentino que sería suficiente para aniquilarlas en cuestión de segundos.
“Es un poder bien invertido. Ni tan siquiera van a poder acercarse a Eclipse”, pensó, cayendo al suelo de rodillas. Puso las manos sobre el césped y absorbió de él toda la energía que contenía, dejándolo seco y muerto.

Aquella bola amarilla y negra atravesó la noche directa hacia las cuatro chicas, que cuando se percataron de lo que pasaba ya era demasiado tarde como para huir o intentar hacer cualquier defensa. Pero Siril todavía tenía una pequeña esperanza.
Ella era la que ya estaba delante. Ella era la defensa. Estiró los brazos hacia los lados, proyectando una barrera para cubrir a Tary y Furia, que estaban más alejadas de ella. Todo su cuerpo brillaba con un tono plateado que representaba todo el poder que estaba poniendo en juego. No iba a bastar, y Siril lo sabía. Aquella magia era demasiado corrosiva como para poder soportarla. “Y si no logro soportarla…” No quiso pensar en lo que podía pasarles a su prima y las demás. Solo le quedaba una opción.
“Puedo hacerlo. Se lo prometí a Shaira”, se dijo a sí misma para darse fuerzas. Shoz limpiaba los mundos de magia corrupta. “¡Y yo soy parte de Shoz! ¡Voy a limpiar la magia de Shina!”
La esfera mágica impactó contra ella. Nunca en la vida había sentido tanto dolor, recorriéndola de parte a parte, como un torrente de ácido. Purificar aquello… era imposible. Dolía. Dolía mucho. No lo quería dentro de su cuerpo. Intentó sacarlo, pero fue todavía peor. Cuando consiguió sacarlo fuera de ella, desintegrado, Siril ya había gastado toda su energía vital. Se desplomó sobre el suelo boca abajo, muerta.
Tary lo contempló, con la expresión desencajada y sin poderse creer lo que estaba viendo. Todo su cuerpo temblaba, en shock y sin saber cómo actuar. Quiso gritar de rabia, golpear el suelo hasta hacerse daño… pero estaba congelada.
La única que pareció reaccionar ante lo sucedido era Furia, que se precipitó sobre Siril para comprobar si seguía viva. Cuando la tocó, su piel ardía y tenía un horroroso color negruzco. Sintió que los ojos empezaban a escocerle y lágrimas de dolor pugnaban por aflorar.
-Chicas… – suplicó Furia, sin saber muy bien qué hacer.
Pero Tary seguía sin reaccionar y Ralta…
Ralta estaba empezando a emitir una luz cegadora de forma inconsciente. La energía de las lunas le estaba afectando y ella la estaba absorbiendo sin querer. Pero era tanta que no cabía dentro de su cuerpo.
-¡Furia, agáchate! – le gritó Ralta justo cuando un potente rayo de luz brotaba de su cuerpo, en la dirección contraria a la que había seguido la esfera de magia corrupta de Shina.

-¡¿Qué demonios…?! – comenzó a preguntarse Shina, cuando vio aquella luz.
Deberían estar las cuatro muertas, pero el poder de Shoz, el sacrificio del amor por los demás de Siril, había salvado a sus otras tres compañeras. La bruja frunció el ceño, tremendamente molesta. No podía ponerse a combatir en aquellas condiciones. Cualquier error podría hacer que un hechizo alcanzara a Eclipse, y en aquel estado, la reina era extremadamente vulnerable. Debía protegerla a toda costa, y para ello, lo más prudente era llevarla al castillo inmediatamente. Aunque antes tendría que desviar aquel rayo de luz.
Le dolió tener que gastar más magia en aquello, pero era necesario. Después entró en la estrella que había trazado y le puso una mano sobre el hombro a Eclipse.
-Todo va bien. Sigue concentrada – le susurró. Las dos desaparecieron de allí como si nada, dejando la muerte a su paso.

Tary escuchaba las voces de dos amigas muy débiles, como si estuviesen demasiado lejos de ella como para poder escucharlas con nitidez. Estaban preocupadas y se preguntaban si la magia de Shina habría llegado a alcanzarla.  Le habría gustado tranquilizarlas, pero no podía. ¿Qué decir? ¿Qué hacer? Si miraba al frente solo veía el cadáver de su querida prima.
“Es increíble como sufrís los seres humanos por los lazos que desarrolláis hacia otras personas”, le dijo aquella fría voz en su interior. Hacía días que no daba señales de seguir dentro de ella, pero ahí estaba.
“Cállate. No es el momento.”
“Tu prima ha muerto por salvaros… ¡Qué heroico!”
“He dicho que te calles.”
“Sabes que no puedo callarme, solo soy una voz en tu cabeza. ¿Y sabes qué más? – Tary no dijo nada; sabía que aquella voz seguiría hablando sin importarle su opinión –. Ella lo sabía.
“¿Quién sabía qué?”
“Siril. Sabía que iba a morir.”
“No digas idioteces. Si lo supiera no habríamos venido hasta aquí.”
“¡Oh, Tary! Hay tantas cosas que no conoces todavía… Pero pronto te darás cuenta de algo muy importante. Tu mayor enemigo puede ser quien más cerca está de ti.”
“¿Te refieres a ti? Porque eres una molestia.”
“¡Qué grosera! Ya acudirás a mi cuando sientas que todo está perdido. Tengo el poder que necesitas para ser fuerte, y lo sabes.”
“Solo sé que no me dejas en paz”, replicó Tary, temblando de ira. Detestaba de veras aquella voz, siempre tan insoportablemente misteriosa.
Pareció haberse disipado, pero de pronto susurró una última frase:
“Da igual cuanto la mires. Está exactamente igual que cuando la viste. La habías visto morir antes…”
-La vi morir… justo así – musitó Tary.
-¿Qué dices? – le preguntó Ralta.
-Digo que yo ya había visto la muerte de Siril. Fue cuando me torturaron… Os vi morir a todas, cientos de veces y de tantas formas distintas… – musitó Tary, cubriéndose el rostro con las manos y cayendo de rodillas sobre el césped –. ¡No quiero que se cumpla ninguna más!
Después se arrastró por el suelo hasta llegar a su prima y la abrazó, llorando a pleno pulmón. Por fin las lágrimas brotaban de sus ojos. Por fin se exteriorizaba su dolor y era capaz de reaccionar.


Los dos elfos pasaron por los pasillos de Shoz corriendo, buscando a Shaira. Solo se detenían para preguntar a aquellos con quienes se cruzaban  en su camino dónde podía estar la Irav. Muchos de los ancianos les reprendían por alterar de aquella forma la paz de Shoz, pero no tenían tiempo para excusarse. Al final llegaron a la enfermería, donde Shaira y Guna estaban visitando a Atrava y algunos jóvenes alumnos que habían salido heridos de sus prácticas.
Entraron como un vendaval, haciendo que la puerta casi se saliera de su marco.
-Guwass, Serun, ¿qué pasa? – preguntó Atrava.
Shaira no se sorprendió de que supiera que eran ellos sin poder verlos y se acercó a ellos para esperar su respuesta. Guwass se quedó callado y miró hacia otro lado. Le destrozaba ver a Atrava con los ojos vendados. Serun, aunque se encontraba sin aliento, habló.
-Algo grave, Irav. Mirad – dijo sacando de una bolsa de terciopelo una pequeña esfera que parecía de cristal y entregándosela a Shaira.
En cuanto la vio, a Guna se le escapó un quejido. Shaira la sostuvo como si fuera lo más precioso del mundo con delicadeza.
-¿Qué pasa? – insistió Atrava al no escuchar ninguna voz. Solo oía los débiles quejidos de Guna, intentando no llorar.
Serun le contestó en élfico, dándole más detalles de los que le había dado a Shaira. Después la Irav le puso en las manos la esfera de cristal. Atrava la estrechó contra su pecho. Le temblaba el labio inferior, y Serun supo que, de no tener quemados los ojos, su compañera estaría llorando.
-Adios, pequeña.
Tras un solemne silencio, Shaira tomó el control de la situación.
-Guna, organiza ya todo para celebrar que el alma de Siril se ha hecho una con Shoz. Y que vengan las tres Elegidas. Deben estar presentes.
-Estará todo listo en cuestión de minutos, Irav – dijo Guna, recobrando la compostura rápidamente.

Efectivamente, Guna cumplió su palabra, y en menos de media hora había movilizado a todo el mundo para reunirse en el grandísimo salón que ocupaba gran parte de la mitad inferior del edificio central de Shoz. Atrava había insistido en que quería estar presente, así que Guwass y Serun la guiaban entre la multitud, apartando con un gesto a todos aquellos que querían preguntarles por el estado de la elfa.
-Estaré ciega, pero no sorda, ni muda, ni soy estúpida – masculló Atrava en élfico –. Puedo mandarlos yo misma a paseo.
-Es mejor que no lo hagas, o creerán que tienes mal carácter – la reprendió Serun.
-No tengo mal carácter, solo me toca las narices que me vean como a una… no sé. No quiero ser una carga para nadie.
-Si lo prefieres te soltamos las manos para que andes tú sola – dijo Guwass.
-No. Es agradable sentir tu magia. Quiero teneros bien cerca de mí.
Tomaron asiento justo detrás de Shaira, a cuyos lados estaban sentados Ninz y Guna mirándose de reojo. Los cargos más altos también se sentaban cerca de Shaira, mientras que el resto de la gente ocupaba los cientos de asientos restantes.
A la señal de la Irav, seis magos se acercaron al centro de la sala e invocaron a las Elegidas, que cuando aparecieron allí se encontraban confusas y descolocadas.
Tary, que segundos antes estrechaba a su prima en el suelo, ahora abrazaba la nada.
-¡Siril! – gritó al ver que no estaba. Nada parecía estar donde había estado unos segundos antes. Tardó algo en darse cuenta de que ya no estaban en Go.
-Es Shaira – musitó Ralta. No obstante, era la única de las tres que había visto el rostro angelical de la mujer, aunque había sido en aquel sueño que tan lejano se le antojaba.
Al fin pudieron ponerle rostro a la representante de Shoz. Y era verdaderamente encantador, dulce y aniñado gracias a aquellos mofletes. Tary se preguntó cómo podía ser hermana de Shina siendo que eran prácticamente polos opuestos. El vestido blanco que llevaba, con delicados detalles en plateado y negro, se arrastró por el suelo cuando se acercó a ellas. Al parecer aquellos colores dominaban las vestimentas de la gran mayoría de los presentes.
-Bienvenidas, mis amadas Elegidas – las saludó Shaira –. Es un placer poder veros en persona, ya que os he estado observando de cerca. Lo que más siento es que tengamos que vernos por esta razón. Tary, si eres tan amable, ¿podrías entregarme eso que tienes en la mano?
Todas las miradas se quedaron fijas en Tary, que solo en ese instante fue consciente de que, entrelazado en sus dedos, guardaba el talismán de Siril. Extendió la mano y, con un soplo de aire, lo condujo hasta la Irav. Ella lo recogió con cuidado y lo mantuvo suspendido entre sus manos.
-Queridos presentes, estamos todos aquí para presenciar el movimiento del universo. El alma de Siril se unirá a Shoz tras haber estado fuera de él durante un tiempo. Todo forma un ciclo; y tras este paso se restablece el curso de la magia. Con la muerte de la sabiduría, el poder queda redistribuido y fijado para siempre. La tradición queda sellada.
Mientras había ido hablando, el talismán se fundía con el aire, desapareciendo. Pero eso a Tary parecía no llamarle la atención. Todos parecían haber quedado prendados de las palabras de Shaira, pero ella vio algo de lo que nadie más parecía consciente.
-Un momento. ¿Qué mierda está diciendo?
-Tary, calla, por favor – le susurró Ralta, cogiéndola del brazo. Pero Tary no le hizo ni caso, se liberó y dio un paso al frente.
-Me ha parecido entender que están celebrando que Siril haya muerto porque ahora ella ahora se “unirá a Shoz”. ¿Pueden explicarme qué significa eso? – se hizo un incómodo silencio que nadie parecía dispuesto a romper –. Siril sabía que iba a morir, y apuesto a que tú también lo sabías.
-No deberías señalar así a la gente, es de mala educación – musitó Furia, incomodada por la forma en la que Tary estaba señalando a Shaira.
-¡Me importa una mierda lo que sea de buena o mala educación! – gritó Tary –. Lo que de verdad me importa es saber si ellos creían que el destino de Siril era morir. ¿Por qué no nos dijeron nada? Podíamos evitarlo.
-El deber de Siril era protegeros – dijo Shaira, con dulzura –, y murió cumpliendo con su deber. Deberíais entenderlo y estarle agradecidas. Quería que disfrutarais de lo maravillosa que es la vida.
-No puedo entender cómo habla de esto con tanta naturalidad y tranquilidad. ¿Es que no se da cuenta de las cosas tan horribles que dice? La vida no puede ser maravillosa si ocurren cosas así. Y se supone que son ustedes quienes velan porque los mundos estén en paz…
-¿Cuestionas nuestra autoridad? – preguntó con cierta incredulidad Ninz.
“Te lo había dicho, ellos estaban cerca de ti y son tus enemigos. Shoz… ¿A saber cuantas más veces se ha repetido esto a lo largo de la historia?”, intervino la voz dentro de Tary.
-¿Lo habéis sentido, Irav? – preguntó Ninz. Shaira asintió con cierta preocupación –. Dentro de esta chica anida la oscuridad. Y como ya muchos sabéis, hizo un pacto con Shina. No creo que merezca ser una Elegida…
Los murmullos se extendieron entre los presentes. Tary fulminó a Ninz con la mirada, y apretó los puños contra las piernas. Sería tan fácil liberar su poder y estrellar a aquel metomentodo contra la pared.
“¿Y por qué no lo haces?”
“Cállate. Me pones de los nervios.”
-Tary tuvo que pactar con Shina para recuperar su colgante. No vimos que nadie hiciera nada por ayudarla, así que actuó por su cuenta. No veo que tiene eso de malo. Además, esto ya está hablado – dijo Furia, sorprendiendo a todos, incluso a si misma.
-Ahí la chica tiene razón – intervino Koren.
-Da lo mismo. Lo hizo a espaldas de Shoz, y eso debería ser suficiente razón como para echarla de aquí. Eso que tiene dentro es peligroso – protestó Ninz.
Al parecer había bastante gente de estaba de acuerdo con lo que el candidato a Irav decía, a pesar de la mala cara de Guna.
-Muy bien. ¿Es lo que quieres? Pues vale, es todo tuyo – dijo Tary, quitándose el talismán y lanzándoselo a Ninz, con tan buena suerte que le acertó entre ceja y ceja –. No lo necesito para nada.
Estiró el brazo hacia el frente y del suelo comenzó a brotar una columna de tierra alrededor de la cual se enredaba un rosal de flores blancas. Todos contuvieron el aliento, mientras Tary elevaba aquel monumento hasta que le fallaron las fuerzas.
-¿Ya estás contento?
Ninz le contestó con un gruñido. Tary le había hecho daño con el talismán, y no iba a quedarse sin hacer nada. Él también extendió la mano hacia el frente e hizo que un fuego negro prendiera las rosas. Guna se llevó las manos a la boca, consternada ante aquella destrucción.
-Imbécil – siseó Tary. Furia y Ralta la sujetaron por los brazos para contenerla y que no cometiera ninguna imprudencia –. Eso era un regalo para Siril.
-Te vendría bien saber que no eres la única capaz de hacer magia aquí. Solo eres una más, y no eres importante – le dijo Ninz, con frialdad. Supo que había dado hecho daño en cuanto vio la expresión dolorida de las tres chicas.
-Ninz, lárgate – le ordenó Shaira –. Has vuelto a pasarte de la raya.
El hombre alzó una ceja, mostrando su incredulidad ante lo que estaba escuchando.
-¿Te parece que me he pasado defendiendo el rumbo de Shoz? Yo solo hago lo que creo mejor para todos – preguntó Ninz.
-Lárgate – la voz de la Irav no admitía réplica.
Ninz se encogió de hombros y abandonó la sala caminando con la cabeza bien alta. Algunos de los presentes que estaban de su parte y consideraban exagerada la medida de Shaira se marcharon con él. Tras los murmullos que ocasionó su salida, la sala volvió a sumirse en un silencio absoluto y Shaira se acercó hasta las chicas, que ya habían dejado de sujetar a Tary. Quería hablar con ellas en un tono algo más confidencial.
-Tary, creo que puedo entender tu preocupación, pero intenta entendernos tú a nosotros, por favor. Siril fue elegida por el talismán como la persona más afín a vosotras de entre más de tres mil personas de cientos de mundos distintos. Preparamos a todas esas personas para que os enseñaran y os guiaran hasta que aprendierais lo necesario; y os protegieran por encima de todo.
»Todos estaban de acuerdo en ser capaces de entregar su vida por vosotras. Y Siril la que más. Eres su prima. Desgraciadamente, Siril ya había perdido a su madre y no iba a permitirse perderte a ti también. Siril hizo eso por propia voluntad, porque os quería muchísimo.
-Eso ya lo sé – gimoteó Tary –. Pero tengo la sensación de que ya sabía lo que iba a suceder, y aun así…
-No le des más vueltas, pequeña – le dijo Shaira a Tary con dulzura –. Ahora venid, vais a conocer a quienes guardan vuestras Gotas.
-¿Qué guardan nuestras qué? – preguntó Ralta, confusa.
Shaira les hizo un gesto a los elfos, que se acercaron a ellas. Un elfo con una agradable sonrisa que le dibujaba unas graciosas arruguitas alrededor de los ojos, otro más serio y de porte bizarro, y una elfa que llevaba los ojos vendados. Las chicas no supieron cómo reaccionar ante la incapacidad de esta última.
Atrava pareció darse cuenta de eso y les dirigió una sonrisita cálida.
-No os preocupéis por esto – dijo, estirándose una venda –, me valgo perfectamente con mis otros sentidos. Además, me alegro de estar ciega porque esto significó que Tary incrementó su poder.
-Yo…
-Tranquila. Al principio tuve miedo, pero ahora comprendo que era lo que tenía que pasar. Y no puedo ser más feliz.
Guwass miró hacia otro lado. Sabía que era mentira, aunque sonaba muy convincente. Atrava ya les había contado todas las cosas que iba a echar de menos por no poder verlas, y eso le partía su pétreo corazón de soldado.
-Chicas, y especialmente Ralta, ella es Atrava, Guardiana de la Gota de la Luz. Tary, este es Serun. Y Furia, él es Guwass.
Furia tragó saliva. La mirada del elfo era dura e intimidante, y no pudo evitar sentirse amedrentada. Serun se dio cuenta de aquel detalle y no tardó en romper el hielo.
-Sí que tiene cara de malas pulgas, pero tranquila, tiene un buen corazón.
-¡Ja ja! Gracias por el apoyo – masculló Guwass.
-De nada, compañero. ¡Pero es que intimidas a las chiquillas!
-Déjale, es encantador a su manera – añadió Atrava, mediando entre los dos elfos –. Los dos son un encanto, solo hay que cogerles el tranquillo.
Charlaron un rato los siete juntos, olvidando momentáneamente el dolor que sentían por la recientísima pérdida de Siril. Tuvieron algunos instantes divertidos, producto de lo opuestos que eran Guwass y Serun, sin ser conscientes de la conversación que estaba teniendo lugar en la torre de las habitaciones de los altos cargos de Shoz.

Muy cerca de los aposentos de la Irav, Ninz posaba un espejo que guardaba bajo la cama sobre la mesita. “Pronto, esa habitación será la mía”, pensó. Aquella era su única aspiración, y pensaba cumplirla, costara lo que costase – aunque eso supusiera controlar su mal genio. Dibujó sobre la superficie del espejo una sencilla flor de ocho pétalos encerrada en una circunferencia y esperó. Al cabo de unos pocos minutos, la flor se iluminó para luego desaparecer y ser sustituida por el rostro de una mujer.
-Ya creía que ni ibas a hablarme nunca – protestó ella, con voz áspera.
-No encontraba el momento, pero más te vale estar recuperándote rápido porque te juro que no aguanto más a Shaira. Un día de estos la… – Ninz cerró las manos sobre el aire, como si quisiera estrangular a alguien.
-Cálmate un poco. Tú eres muy importante, así que no cometas imprudencias. Necesito más tiempo. Puedo moverme por dentro de un mundo, pero no de uno a otro – le explicó – Absorbo poder poco a poco y mis percepciones mejoran. Pero lo que necesito es recuperar la proyección astral.
-¿Y no podríamos hacerlo sin tu proyección?
-No seas lerdo, Ninz. Es imprescindible. Acabaremos con Shaira, y tú serás el siguiente Irav, y así Shoz estará dominado. Es sencillo – sonrió mostrando sus afilados dientes –. ¿Qué tal mis seguidores?
-Somos más bien pocos… No llegamos a veinte. ¡Y pensar que hace años éramos casi ciento cincuenta!
-No importa la cantidad, sino cuanto se fía Shaira de vosotros. Esta vez llevamos nosotros las de ganar. No tengo ninguna intención de dejar que vuelvan a encerrarme.
-Todavía me parece increíble que pudieras escapar – murmuró Ninz, llevándose la mano a la frente dolorida. Notaba que el golpe con el talismán iba a hacer que le saliera un buen moretón.
-¿Por qué todo el mundo me subestima tanto? – se preguntó Shina, divertida –. ¿Qué te ha pasado en la cara?
-Nada… Supongo que sí que me pasé de la raya con esa chiquilla, Tary, la Elegida del Aire.
-A ella tampoco hay que subestimarla. Es la más poderosa de las tres.
-La verdad es que siento haber creado tanta discordia… Ella parece no confiar del todo en Shoz, no se traga las razones de Shaira.
-¿Hablas en serio?
-Sí. ¿Por qué lo preguntas? – quiso saber Ninz. El rostro de Shina reflejaba claramente que algo se le había pasado por la cabeza.
-Tal vez ella no deba morir, y quiera unirse a nosotros. No obstante, lleva dentro una semilla de oscuridad, ¿no?
Ninz asintió.
-Aunque no tengo ni idea de cómo sabes eso.
-Ha perdido a su tía, a su prima y fue torturada hasta el borde de la locura. Su alma, naturalmente, clama venganza; y eso hace crecer a un alma oscura. O sucumbe a ella y se une a nosotros, o morirá ella solita – Shina se relamió –. Cambiemos de tema. ¿Quién es por ahora el favorito para ser Irav, Guna o tú?
-Todo el mundo sabe que Guna es la niña mimada de Shaira – gruñó Ninz.
-Eso no es excusa. Tú eres mi niño mimado – siseó Shina – ¿Haces algo para ganarte el favor de la gente?
-Creo que ya hago suficiente estudiando… Aunque Guna parece tener tiempo para todo, incluso ayuda a los enfermos. Ahora pasa mucho tiempo con Atrava, la elfa que vigilaba las Gotas y que se quedó ciega cuando le devolviste a Tary su talismán. ¡Ayuda a enfermitos! Que manipuladora… – resopló Ninz.
-Ya sé que debes hacer. Te permitirá quedar como una buena persona interesada por el futuro de Shoz y además seguir mejorando tus estudios – Ninz la miraba expectante –. Pásate por la torre de los alumnos para ser su tutor.
-¡Joder! Sabes que detesto a los críos – refunfuñó él, cruzando los brazos por delante del pecho.
-Piénsalo bien, es una gran idea. Además puedes introducir en sus mentes simplonas ciertos interrogantes para los que Shaira no tiene respuesta, y nosotros sí. Serán mis seguidores potenciales.
-Odio a los críos – insistió Ninz.
-Vale, te lo estaba pidiendo de buenas, pero ahora… ¡o lo haces o en cuanto vuelva a Shoz serás el primero a quien mate! – cuando gritó, las pupilas se le estrecharon tanto que casi desaparecieron, y sus cabellos se agitaron como serpientes furiosas –. ¿Me he expresado con claridad?
-S-sí. Perfectamente, Shina.
-Así me gusta. Sabes que confío en ti, así que no me decepciones. Será mejor que dejemos aquí nuestra conversación; alguien podría detectarla. Cuídate, Ninz.
-Recupérate pronto – le deseó él, todavía temblando de miedo.
Cuando la imagen de Shina desapareció del espejo, se permitió suspirar aliviado. Era mucho mejor tener a la bruja como aliada de buen humor que contradecirla. Con pesadez se levantó y se encaminó hacia la torre de los alumnos para pedir que le asignaran algún grupo. Aquello iba a ser una pesadilla para él. “Odio a los críos”, se repitió, frustrado.