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domingo, 8 de abril de 2012

CAPÍTULO 10: EL DIARIO DEL MAGO


CAPÍTULO 10: EL DIARIO DEL MAGO
Con lentitud, parpadeó, deslumbrada por la luz rojiza del atardecer. Sentía la arena y la gravilla molestando bajo su espalda. Tras un par de parpadeos rápidos, las borrosas figuras que veía rodeándola comenzaron a adquirir una forma más definida. Y cuando sus pupilas consiguieron estrecharse, percibió los colores con total claridad.
Sentía el cuello tensionado, y se dio cuenta de que tenía la cabeza apoyada sobre las rodillas de Ralta, que al verla volver en sí había cambiado su expresión preocupada por una sonrisa de alivio. Bob y Furia también estaban allí, al igual que algunos paseantes curiosos y preocupados por lo ocurrido. Siril se encontraba algo alejada de aquel pequeño círculo, hablando con un hombre uniformado, seguramente un policía.
-¿Estás bien? – le preguntó alguien.
Tary asintió con lentitud, intentado recordar que había ocurrido.
-¿Qué me ha pasado? – quiso saber, incorporándose con cuidado, ayudada por Bob.
-Parecía que te ahogabas… Nos has dado un buen susto, no respirabas – le contó Ralta.
Inmediatamente, Tary recordó aquella desagradable sensación de no poder tomar aliento porque había demasiado aire que podía respirar.
-Ya recuerdo…
-Será mejor que te llevemos a casa. Tus padres estarán preocupados – dijo Siril, que ya había terminado de hablar con el policía.
-Claro – murmuró Tary, levantándose ayudada por sus amigas.
Se despidió de Bob de nuevo, con un delicado beso, y se fue sujeta con cuidado por Siril y Ralta. Una vez llegaron a casa de Tary, ésta las invitó a pasar un momento porque tenía que contarles qué había pasado.
Les comentó que Kiv la había tenido en jaque, pero que cuando ella había empezado a ahogarse y a llamar la atención él había desaparecido. También les contó las extrañas sensaciones que había vivido al besar a Bob por primera vez.
-Y después, al despedirnos… Fue todavía más raro. Sentí que tenía magia. ¡La magia le recorría! Era algo muy… no sé cómo describirlo. Dulce, tal vez; puro, quizá.
-Que poetisa estás hecha – bromeó Ralta.
-¿Cuándo lo besaste por primera vez no sentiste si poseía magia? – preguntó Siril, rascándose bajo la barbilla.
-No. No tenía absolutamente nada. Estoy segura.
-Eso es muy raro – murmuró Furia –. ¿Acaso puede transmitirse la magia?
Los ojos de las otras tres chicas se giraron hacia Furia, que bajó la vista y se ocultó tras su pelo. Tantos ojos mirándola la ponían muy nerviosa.
-Pues si os digo la verdad… No tengo ni idea. Tendremos que ir a Shoz a consultar sobre todo esto – confesó Siril. Durante su “educación” en Shoz no les habían mencionado nada parecido.
-Antes de hacer nada, creo que me debéis una explicación. ¿Qué hacíais en el parque? ¿Estabais siguiéndome? – inquirió Tary. Las tres bajaron la cabeza y asintieron levemente. Tary resopló, evidentemente molesta –. ¿Por qué hicisteis eso?
-Porque estábamos preocupadas. Fuimos a Shoz para averiguar qué son las Veishas, y ya lo sabemos. Sabemos qué te hicieron – dijo Ralta, con suavidad –. Te obligaron a ver tus mayores temores… Nos dijeron que el hecho de que sigas viva es algo parecido a un milagro, pero que semejante tortura a la que te sometieron ha debido dejarte secuelas.
-Estoy bien – gruñó Tary.
-Tu cuerpo ahora está bien. Lo que debe de estar herido es tu mente, y tu alma – replicó Ralta –. Aunque cuando te rescatamos de Kiv también tenías heridas en los brazos. Así que debieron hacerte algo más que torturarte con una Veisha.
-¿Qué más os da lo que me hicieran? No quiero recordarlo – la voz de Tary se quebró.
-Da igual lo que digas, mañana iremos a Shoz las cuatro juntas – insistió Siril, con firmeza. Sabía lo cabezona que podía llegar a ser su prima, y no iba a dejar que se negara.
-Ya verás cómo te gusta, es un sitio precioso – le dijo Furia, con un intento de sonrisa.
-Está bien, veo que no puedo negarme… Podéis iros, chicas, quiero descansar un rato.
-Vale, Tary. Cuídate.
Las acompañó hasta la puerta y allí se despidieron. Cuando estaba a punto de cerrar la puerta, vio una sombra extraña mirándola desde la otra acera. Parecía embutida en una capa negra y se cubría el rostro con una capucha. Todo el cuerpo de Tary se crispó cuando le vio elevar un brazo y señalarla. Dejó que la magia fluyera lentamente hasta las palmas de sus manos, lista para defenderse si era necesario.
Pero no le hizo falta. Aquel encapuchado se limitó a lanzar un pedazo de papel hacia ella. Inclinó levemente la cabeza y pareció fundirse con las sombras.
Tary no entendía nada, así que se agachó a recoger el pedazo de papel que se encontraba a sus pies, no sin cierto temor. Le costó algo de tiempo entender lo que ponía; las letras, rojas e irregulares, apenas eran entendibles.
“En estos momentos no me interesa tu talismán puesto que me preocupan otras cosas, como mi propio bien. Y en esto Eclipse no tiene nada que ver. Ni que hacer para impedirnos que lleguemos a un acuerdo tú y yo, niña.
Te devolveré tu ridículo talismán si tú me traes a mi cierto objeto de Shoz. Es un libro muy especial, muy amado para mí.
Entra en la Biblioteca de Shoz y di estas palabras: “Natka-sur, eldano sivan torr”. Aparecerá un camino, solo visible a tus ojos, que te guiará hasta él. Después no te preocupes. Yo acudiré a ti y realizaremos el intercambio.
Espero que quieras recuperar tu magia pronto, o serás un objetivo fácil. No me importa que seas la última de tus amigas en morir.”
Entró en casa y leyó la nota cinco veces como mínimo antes de escribirse en un papel aparte las palabras que debía recitar y destruir aquella nota que era, sin duda, de Shina.
Tary hizo todo eso sin considerar siquiera la opción de no darle aquel misterioso libro a la bruja. Ella quería su talismán, y recuperar la fuerza y la magia que éste le transmitía.
“Mañana, conseguiré ese libro”, se dijo, tumbándose en la cama, totalmente agotada.


Apareció en un callejón oscuro, de algún barrio, de alguna ciudad. Simplemente se había dejado transportar a cualquier lugar, como una hoja seca, recién caída de un árbol, que queda atrapada en una corriente de aire.
Kiv sentía como la sangre le golpeaba las sienes con fuerza y se clavó las uñas en las manos al apretar los puños, tratando de calmar un poco la rabia que sentía. Aunque ya sabía bien que nada de lo que él hiciera apaciguaría el instinto homicida que había arraigado en su interior. El alma del lobo dentro de él parecía regocijarse con el derramamiento de sangre inminente.
“¿A quién matar?”, se preguntó. Los humanos de la Tierra eran bastante frágiles y, al menos en países como ese en el que se encontraba, no iban armados; ni siquiera sabían defenderse. “Necesito a alguien peligroso, alguien que suponga un rato.”
Salió del callejón y paseó un rato por la calle, bajo la mirada temerosa de algunos paseantes que le veían retorcerse las manos y susurrarse palabras en un idioma que ellos desconocían para tratar de calmarse. Mientras, su mente iba de persona en persona, buscando a su “víctima peligrosa”.
De pronto, se detuvo frente a un joven que no pasaría de unos veinticinco años.
-¿Qué haces, tío? Déjame pasar – le gritó.
Kiv no se movió. Lo tenía delante, mirándolo a los ojos. “Qué error más tremendo”, se dijo para sí. Buceó en la vida de aquel joven de voz irritante y descubrió que lo que le había hecho fijarse en él era algo que repetía con frecuencia. En sus recuerdos más recientes aparecía una mujer, que gritaba hecha un ovillo en el suelo, con el rostro lleno de moratones y golpes.
-¿Qué clase de sentimiento te lleva a golpear de esa manera a una mujer que te ama, la mujer a la que tú “amas”? – el hombre comenzó a balbucear algo, sorprendido de que un completo desconocido supiese lo que había hecho minutos atrás –. No comprendo los sentimientos de los humanos, pero estoy seguro de que eso no es amor.
-¡Calla! – consiguió decir, dándole un empujón a Kiv para que le dejase pasar.
-Conozco a los cobardes como tú. Demuestran su “hombría” descargando su furia contra el mundo en personas más débiles que ellos porque son incapaces de enfrentarse a sus iguales.
-¿Qué sabrás tú, listillo? Tampoco tú debes de ser muy buena persona. No tienes cara de serlo – trató de pasar por un lado, pero Kiv se lo impidió y esbozó una sonrisa torcida ante el comentario del hombre.
-Tienes toda la razón. Soy una persona horrible, la peor del mundo, si me concedes ese grandísimo honor. Así que ahora, si no te importa, voy a matarte.
-Oye, tío, yo… – el hombre comenzó a retroceder, temblando asustado.
-Si no estuviera tan enfadado ni te enterarías de que estás muerto, pero me temo que voy a hacerte sufrir – susurró Kiv, con su voz afilada como un carámbano de hielo. Avanzó hacia el hombre, conduciéndolo, sin que él se diera cuenta, hasta otro callejón desierto –. No me gusta mancharme las manos de sangre, pero haré una excepción contigo.

Después de convertir a aquel maltratador en una masa de carne sanguinolenta, Kiv había tomado un tren siguiendo su instinto. Cuando el tren llegó a su destino, pasada la medianoche, se sorprendió de encontrarse en un lugar conocido.
Estaba en la ciudad en la que vivían las Elegidas.
Se preguntó qué clase de instinto le había llevado hasta allí. Pero no encontró respuesta, así que se dejó guiar por aquel extraño impulso. Recorrió las calles de la ciudad durante horas sin cansarse – estaba acostumbrado a pasar días enteros caminando.
Normalmente, cuando caminaba no pensaba, simplemente encadenaba un paso tras otro, como un autómata. Aquella noche era diferente. Sin haberlo deseado, el hombre al que había matado le había planteado una incógnita que a él nunca se le había pasado por la cabeza.
“Amor. ¿Qué demonios es eso?”, se preguntó.
Se dijo a sí mismo que no era nada que él conociera; nadie le había entregado nada similar. Eclipse le inspiraba obediencia, se entendían con solo una mirada, ella le había dado la vida que llevaba. Pero nunca había habido ninguna clase de amor entre ellos. Kiv sabía que si él moría, la reina lo lamentaría profundamente, pero no por una cuestión sentimental, sino porque si él moría se perdería el enorme trabajo y esfuerzo que Eclipse había depositado sobre su persona.
La otra persona importante en su vida era su maestro, al cual no le unía nada más que un profundísimo respeto y odio. La suya era una relación de rivalidad entre alumno y maestro.
A la bruja Shina ni siquiera la consideraba como persona. Aquella mujer con aspecto de demonio que rejuvenecía conforme absorbía magia le repugnaba y, aunque no quisiera reconocerlo, la temía.
Tampoco era amor lo que el hombre al que prácticamente acababa de asesinar sentía por su novia. Eso no era nada más que una extraña clase de afecto enfermizo, plagado de celos infundados y sentimientos de inferioridad.
“Supongo que solo sabes qué es, o cómo es, un sentimiento cuando lo vives en tus carnes. Es como matar a alguien, no sabes qué se siente hasta que matas al primero. Y luego se vuelve algo normal y poco excitante…”, resopló algo abatido.
En aquel instante, sus pasos se detuvieron. Salió de sus pensamientos y dedicó unos minutos a contemplar la calle del barrio residencial en el que se encontraba. Bonito, limpio, tranquilo… “De lo más corriente. Es decir, aburrido.”
Miró la casa que tenía delante. No parecía tener nada de lo normal, pero Kiv recordó enseguida ese lugar. Se esforzó y pudo percibir cuantas personas había en la casa.
“Cuatro. Y uno de ellos es la chica de los ojos luminosos.”
Esa chica, Ralta, se le había escapado, y se sentía herido en su orgullo por ello. Entrecerró los ojos y cruzó el jardín para pasar a la parte de atrás. Buscó una forma de entrar sin hacer ruido, pero aquellas casas terrestres no eran tan rudimentarias como la gran mayoría de las de Go. Sintió que una de las presencias de la casa se movía, bajaba del piso superior e iba a la cocina, frente a la cual se encontraba Kiv.
“Vamos, acércate más”, susurró el joven asesino, listo para asaltar la mente de quien estuviese allí y adueñarse de ella. No les separaban más de tres metros, pero le costó muchísimo esfuerzo penetrar en la mente del que resulto ser el hermano de la chica Elegida. Miró con odio el cielo con una sola Luna de la Tierra y lo maldijo por ser un mundo sin magia.
Tomó los hilos de la conciencia del chico y, como si fuera una marioneta, lo movió hasta la puerta y le ordenó abrírsela. Una vez dentro, Kiv le mandó volver a su cama mientras él buscaba la habitación de la chica.
Solo tenía que seguir la esencia de Ralta, como un rastro luminoso. Había guardado su sangre, podría encontrarla en cualquier lugar. Abrió una puerta, en silencio y apenas sin respirar.
Allí estaba. Dormida, hecha un ovillo entre sus suaves sábanas. Se llevó la mano a la espalda y desenfundó su daga. El metal no hizo sonido alguno al rozar; Kiv sabía cómo matar en el más absoluto silencio.
Sin embargo, Ralta se movió, se dio la vuelta y abrió los ojos. En la oscuridad pudo ver como la tenue luz de la luna que se colaba por las ventanas del pasillo se colaba hasta su cuarto, incidía sobre la daga e iluminaba el afilado rostro del asesino.
Ninguno dijo nada. Solo se miraban fijamente.
Ralta, presa de la impresión y el miedo apenas se atrevía a respirar. Kiv contemplaba la luz de los ojos de la chica como hipnotizado. Respiraban a la vez, parpadeaban a la vez, y los dos tragaron saliva a la vez, buscando la manera de reaccionar.
-¿Kiv…?
-Solo es un sueño. Vuelve a dormir – susurró él, enfundando la daga y marchándose.
Abandonó la casa y subió al tejado, dejando patente su habilidad felina para escalar. Con cuidado, se tumbó sobre las incómodas tejas, mirando las estrellas y preguntándose qué demonios acababa de ocurrir.
La había tenido delante, indefensa, muerta de miedo, y él con la daga en la mano. Y sin embargo, todas las ganas que tenía de sentir como la vida abandonaba a aquella chica mientras la tenía en brazos se habían evaporado en cuanto sus ojos verdes le habían fulminado.
El brillo de esos ojos era relajante, algo precioso e inigualable, era algo que nunca antes había podido contemplar. Kiv no creía que en el mundo pudiera existir nada similar. Solo con sumergirse en aquellos ojos había sentido que el mundo se detenía, que dejaba de ser un monstruo, que podía llegar a ser una persona distinta…
“Ridículo”, se dijo, enfadado consigo mismo. Pero entonces, ¿por qué no bajaba y terminaba con lo que no debería haber dejado a medias?
Kiv había terminado con la vida de muchas personas a pesar de su juventud, pero tenía una sensibilidad especial por las cosas bellas y únicas, así que se sentía incapaz de matar a Ralta. Al menos hasta saber si existían más personas como ella. La luz que desprendía con solo una mirada debería ser conservada en caso de ser única.

En cuanto los primeros rayos de sol comenzaron a despuntar, Kiv se despertó. Sentía la espalda algo rígida y dolorida por lo incómodo de su “lecho”, pero en peores sitios había dormido. Se sentía cansado, como siempre que pasaba la noche en la Tierra. Era un mundo sin apenas fuerza, sin magia que alimentase el ambiente, un lugar en el que sus cualidades extraordinarias se veían disminuidas drásticamente.
Sin embargo sabía cómo conseguir nuevas fuerzas, y eso lo había descubierto la noche anterior. La chica de los ojos brillantes le llenaba de energía con solo una mirada. Solo tenía que asegurarse de que ella le mirara, solo una vez más.
Aunque había algo en su interior que le decía que si quería encontrarse con ella una vez más y no matarla, eso acabaría por convertirse en una costumbre.  


Tal y como habían acordado la tarde anterior, las cuatro Elegidas se reunieron en casa de Tary para ir juntas a Shoz. Siril les enseñó cómo hacer para viajar a aquel mágico lugar cuando quisieran; tan solo tenían que invocar el lugar, que se hallaba dentro de sus propios espíritus.
-¿Verdad que es precioso? – le preguntó Furia a Tary, maravillada como el primer día.
-Sí que lo es – suspiró la aludida, contemplando la belleza de aquel bastión de cristal y mármol blanco. Cualquiera que lo viera estaría de acuerdo en que ese lugar no era una obra humana, era algo mucho superior –. Pero le falla algo…
-¿Qué le falla? – preguntó Siril, algo dolida. Para ella, que había pasado un par de años yendo allí a diario, Shoz era el lugar más perfecto que existía en todo el universo.
-Está muerto. No tiene vida. Hay mucha luz, pero no tiene vida.
Siril hizo un mohín, pero prefirió no replicar y limitarse a guiarlas de nuevo hasta la grandiosa biblioteca de Shoz. Una vez allí, Ralta se fue a buscar al amable anciano que había encontrado la vez anterior.
-Volveré aquí con él en cuanto le encuentre. Mientras… haced lo que queráis – les dijo a sus amigas con una sonrisa.
-Yo voy a ver un poco esto por mi cuenta – dijo Tary con seriedad. Casi sentía el peso del pedazo de papel que llevaba en el bolsillo.
-Vale, yo también tengo que consultar algunas cosas – añadió Siril –. Intentaremos estar cerca de aquí para que nos encontremos fácilmente.
Cada una se fue por un lado, y Tary aprovechó para sacar el papelito de su bolsillo y leer las palabras anotadas en él. “Natka-sur, eldano sivan torr”, susurró. Todo pareció cubrirse de una espesa neblina de un tono verdoso, y entre ella brillaba, tal y como Shina dijo, un camino. Tary lo recorrió, fingiendo interés por aquellos pasillos que recorría.  
Al fin llegó hasta el libro que la bruja ansiaba tener, el que iba a servirle como trueque parar recuperar su talismán y, con él, su poder. Y no pudo sentirse más decepcionada. Ella había esperado encontrar un tomo grueso y polvoriento, de finas hojas sobadas, con la tinta desvaída por el paso del tiempo. Pero aquel libro era prácticamente todo lo contrario. Era pequeño, fino, de hojas blancas y en perfecto estado, adornado con una cadenita de pequeñas esferas de color hueso. “El diario del mago”, leyó el título. ¿Qué podría interesarle tanto a la bruja de aquel pequeño diario? Tary se encogió de hombros y lo metió en su bolso. Le echaría un vistazo en casa aunque no le interesaba demasiado, pero le picaba la curiosidad por saber que tenía de emocionante un librito tan pequeño.
En cuanto guardó el libro, la neblina desapareció de sus ojos y pudo volver a ver con normalidad. Le costó algo regresar al punto de reunión con sus compañeras porque todos los pasillos de estanterías le parecían iguales y no recordaba bien que camino había seguido para llegar hasta allí.
Cuando por fin lo encontró, Furia, Siril y Ralta aguardaban junto con un anciano un tanto extraño y muy pequeño.
-Tary, este es Koren. Koren, esta es nuestra amiga Tary – dijo Ralta, a modo de presentación.
Koren sonrió ampliamente y le tendió la mano a la chica para estrechársela, aunque antes la había examinado con cuidado. Ella era la que había sobrevivido a la tortura de una Veisha, y eso era algo muy inusual. A Tary no se le escapó la mirada escrutadora de aquel hombrecillo y reusó un poco de darle la mano, pero finalmente lo hizo.
-Tienes fuerza, chica, y se te ve bastante bien – le sonrió.
La chica entrecerró los ojos y masculló:
-Ya sé que soy fuerte, es lo que me ha mantenido con vida. No necesito que nadie me lo diga. Mejor ahórrese todo lo que fuera a decirme, ya me ha visto y, efectivamente, estoy viva. ¿Por qué no nos ayuda con algo más útil? – Siril golpeó a su prima con suavidad en las costillas para que dejase de hablar o, al menos, no fuese tan grosera – Cuéntenos cosas sobre Eclipse, sobre Shina, sobre Go y sobre Shoz. Queremos saber a qué nos enfrentamos para poder sobrevivir.
-Tienes toda la razón, joven Elegida. Venid conmigo a un lugar donde no molestemos a nadie con nuestras charlas y así podré ser de utilidad a Shoz.
Koren las guió por pasillos y escaleras y subieron hasta la zona más alta de la gigantesca biblioteca. Las chicas se asomaron a la baranda de plata y cristal, que dibujaba espirales que se entrelazaban entre ellas, creando infinidad de caminos.
-¡Uao! Si te caes de aquí… abajo no queda más que papilla – susurró Ralta, impresionada por la altura.
-No digas tonterías – la reprendió Siril, que se sentó muy seria junto a Koren.
Tary también se sentó, ansiosa por empezar a saber más. En realidad, por empezar a saber. Habían ido a ciegas todo el tiempo, sin saber exactamente a que se enfrentaban. Solo sabían que una bruja que llevaba dos siglos encerrada en Shoz se había liberado y llegado a Go, un mundo en el que una reina usurpadora cuidaba poco o nada de su reino.
-¿Por dónde queréis que empiece? – les preguntó Koren, dando un sorbito de la bebida que había sobre la mesilla alrededor de la cual se disponían los asientos.
-Supongo que Shina intentará aprovecharse del poder que tiene Eclipse como reina de Go, pero no entiendo por qué es reina esa mujer. Tal vez lo mejor sería saber más de ella y de Go – dijo Ralta, sentándose junto a Furia.
-Está bien. Os contaré lo que sabemos en Shoz sobre Eclipse y su familia. Escuchad con atención y os rogaría que no me interrumpierais, pierdo el hilo muy fácilmente. Las preguntas que tengáis mejor me las hacéis cuando acabe de hablar, ¿de acuerdo?
Las cuatro chicas asintieron y se prepararon para atender como nunca habían atendido.
-No creo que lo sepáis, pero Go forma parte junto con Seusash y Nogo de un continente. “Go” significa “mundo”, “Seusash” quiere decir “puente” – porque la tierra de Seusash actúa como tal entre Go y Nogo –, y “Nogo” vendría a significar algo así como “pedazos de mundo”, o “uniones del mundo” – cosa que tiene sentido porque Nogo está dividido en clanes que se reparten el territorio. Os enseñaré un mapa después… Creo que también estaría bien que supierais que Seusash está dividido en siete condados, gobernados por siete condes distintos y que se organizan muy bien entre ellos, es un sitio muy tranquilo.
»Sin embargo, la organización política de Go desde hace ya años es distinta. Reina una mujer de una familia. La familia de Eclipse comenzó a reinar con la bisabuela de ésta, Armonía IV. Después vino Armonía V, su abuela, y Eirilda III, su madre. Estas tres grandes reinas compartían unos rasgos bastante característicos: ojos y cabellos dorados, como el oro más puro que podáis imaginar.
»Eirilda III de Go se casó con Serget, un guerrero de las tierras de Haret, con el que se dice que compartió una historia de amor un tanto peculiar. Pero en Shoz no nos interesan esa clase de cotilleos que tanto divierten al pueblo. Aun siendo jóvenes, ambos rondaban los veinte años, se casaron por todo lo alto y comenzaron a reinar juntos. Todos los territorios de Go juraron fidelidad a Eirilda, que siempre será conocida por su gran bondad, talento e inteligencia para gobernar a todos con firmeza, pero con cariño.
»Como ya habéis comprobado, Eclipse no es así. Y eso es porque ella no debería ser reina. Es la segunda de tres hermanas, aunque se dice que en realidad es la segunda de cuatro hermanos. Pero eso os lo comentaré después.
»Bien, tres hermanas – repitió Koren, para retomar el hilo –, Edel, Eclipse y Rousse. La pequeña de las tres fue la que nació con esos rasgos para ser la reina. Pero aun así, las mayores también fueron importantes, al menos para la historia de Shoz. Fueron Elegidas, como vosotras. Junto con tres Elegidos más: Nero, Sarmantan y Aiblis, mi nieta. Tenían una misión que fracasó estrepitosamente seguramente debido a las extrañas relaciones existentes entre los Elegidos. La de Nero y Sarmantan fue especialmente pésima…
»No cumplieron con su misión, Sarmantan desapareció, mi nieta Aiblis murió asesinada, la princesa Edel viajó hasta la costa de Nogo – donde se encuentra la venerable Academia de Maestros de Armas para convertirse en una guerrera imbatible y una estratega extraordinaria. – y, como última catástrofe, Eclipse asesinó a sus padres para usurpar el trono de Go. De esta forma, todo el poder y la magia de ese mundo recaerían sobre ella, y pudo cumplir su sueño de ser la persona más poderosa de todo Go.
»Muchos habitantes de Go asocian toda esta serie de infortunios a una antigua maldición. No son más que habladurías y leyendas, pero son demasiados quienes las creen. Se dice que Sumbá, el marido de Armonía IV, derrocó a la familia que reinaba por aquellos años e instauró en el gobierno a la familia de su mujer. Sin embargo, eso no sentó nada bien a la hija de los reyes anteriores, que ansiaba heredar la corona. De su familia se decía que eran descendientes de Hilta, la diosa del Hielo y los poderes mentales, y que la hija heredera era su viva imagen – rasgos finos, delicados, ojos azules y fríos como témpanos de hielo y cabellera fina, de color platino. También se decía que aquella chica había tonteado con la magia negra e invocaba a los muertos a su antojo y deseo. Por eso piensan que fue ella la que maldijo a toda la estirpe de Sumbá y Armonía IV con las siguientes palabras:
»”Cuídate mucho, Armonía, de no tener hijos varones, ni tú ni tus descendientes, porque los hombres traerán la desgracia a tu familia y harán que tu dinastía termine, igual que ha hecho tu marido con la mía.”
»Y lo cierto es que hay indicios de que Eirilda tuvo a un niño antes de que naciera la princesita Rousse, pero nada se sabe de él a ciencia cierta.
»Por ahora lo único que se sabe es que Eclipse abusa de su  poder como reina; la princesa Rousse se encuentra desaparecida en vuestro gran mundo; y Edel regresó de pasar desaparecida más de diez años en medio del mar y está conquistando Nogo y Seusash a una velocidad realmente inusitada.
El anciano dejó de hablar y esperó a que las chicas asumieran lo que acababa de contarles para preguntarles si querían consultarle algo.
-¿Cuándo asesinó Eclipse a sus padres? – preguntó Furia. Ella era una chica a la que le gustaba tener claro cuando sucedía cada cosa.
-Debió de suceder hace unos catorce años, algo así – murmuró Koren, pensativo –. Eclipse tenía dieciséis años, Edel diecisiete y Rousse, dos.
-¿Cómo pudo hacer algo semejante una chica de nuestra edad? – se preguntó Ralta.
-Ansiaba el poder de ser reina – susurró Tary.
-¿Y por qué envió a Rousse a nuestro mundo? – inquirió Siril –. Podría haberla eliminado, como hizo con sus padres…
-Sí, podría haberlo hecho, pero por alguna razón prefirió enviarla a un mundo donde no existe la magia y donde será, hasta el día en que consiga volver a Go – o muera –, una chica débil y enferma.
-Rousse ahora tendrá dieciséis años, como nosotras – murmuró Furia – Y Eclipse, treinta.
-Exacto. ¿Tenéis alguna pregunta más o preferís que pase a contaros algo sobre Shoz y Shina?
-Mejor pasamos a Shina – dijo Tary, con voz fría. Tenía ganas de saber más de aquella siniestra bruja. Para vencer a un enemigo no hay nada como conocerlo.
-Bien, bien. Veamos… ¿por dónde empezar? – dijo, atusándose las barbas con gesto pensativo –. Ya sé.
»Shoz está organizado de una forma bastante sencilla. El irav es nuestro líder, quién vela de todo el universo y toma las decisiones pertinentes para tratar de hacer de este y todos los mundos, lugares mejores. Siempre al lado del irav se encuentran los candidatos a irav, que son, dos como poco, y seis como mucho. Después existe todo un consejo que son los que debaten las acciones a llevar a cabo y que instruyen a los jóvenes alumnos de la Escuela. No sé si habréis visto la Torre Norte, pero allí es donde viven y aprenden las personas con cualidades mágicas realmente extraordinarias.
»Normalmente, cuando ya dominan y controlan a la perfección ese poder, pasan a formar parte del consejo, y algunos incluso a ser irav.
»Fue así como comenzaron Shaira y Shina, dos hermanas gemelas que con el paso del tiempo fueron haciéndose más y más distintas.
-Espera un momento, ¿son hermanas gemelas? ¿Gemelas de verdad? – interrumpió Ralta, sorprendida. No podía creer que Shaira, una mujer de aspecto angelical y divino, fuese gemela de Shina, un individuo que más que una mujer aparentaba ser un demonio.
-Sí, Ralta, gemelas de verdad. No vuelvas a interrumpirme, por favor – la chica asintió con la cabeza –. Prosigamos.
»Las dos terminaron en la Escuela con unas notas realmente extraordinarias y las dos pasaron a ser candidatas a irav. Sin embargo sus opiniones diferían muchísimo y sus discusiones eran algo… indescriptible. Nunca he visto a dos personas usar las palabras de semejante forma. Shaira era pura dulzura y buenas intenciones; Shina, manipuladora y con una fuerza arrolladora.
»Se realizaron las votaciones para elegir al siguiente irav y, como ya sabéis, Shaira fue la elegida para el cargo. Su hermana no se tomó muy bien la derrota y decidió, junto con un grupo de seguidores, revelarse contra el orden de Shoz, destruirlo y acabar con la recién escogida irav.
»Fue una temporada muy dura y trágica para la historia de Shoz, sin embargo, Shaira consiguió solucionarlo todo y encerró a Shina en un cofre que absorbería la magia de quien permaneciese en su interior, siéndole imposible escapar.
»Pero ha escapado, y nadie sabe cómo lo ha podido conseguir. Era imposible, eso era una prisión eterna… Lo que está muy claro es que debéis vencerla cuanto antes, porque cuanto más tiempo pase, más magia absorberá, más se recuperará y más difícil será volver a encerrarla.
Koren se quedó callado, muy serio.
-Tengo una pregunta – dijo Tary –. ¿Por qué la encerrasteis? ¿No es más sencillo acabar con ella? No lo entiendo.
-No nos gusta el hecho de asesinar a nadie. Además un encierro eterno resultaba un castigo más apropiado para alguien como ella; merecía más sufrimiento que simplemente morir, ¿no creéis?
-Yo creía que Shoz representaba la bondad, veo que me equivocaba – masculló Tary, con una mueca de desprecio.
-No te equivoques, pequeña. A veces es necesario realizar acciones así para que las tragedias no vuelvan a ocurrir.
-¿Qué poder tiene Shina? – quiso saber Siril.
-Como ya os he dicho, Shina obtiene poder absorbiendo la magia, la vida, de cualquier lugar, del ambiente, de las personas, de los animales… de cualquier ser vivo. Y por esta razón tiene una gran percepción de todo. Aun privada de los cinco sentidos podría acabar con vosotras – aunque supongo que tras tantísimo tiempo habrá perdido esa habilidad y gran parte de sus grandes poderes. Así que ahora poseerá lo más básico, como reabrir viejas heridas – ante las caras desconcertadas de las chicas, Koren añadió –: Literalmente. También convierte la magia y energía del ambiente en oscuridad y la usará para atraparos. Y, bueno, ella es una bruja, puede realizar muchos conjuros…
Furia parecía temblar, encogida en su sitio. No quería encontrarse con aquella mujer cara a cara, como le había sucedido a Tary. Y si su amiga seguía viva era porque ella era muy fuerte y dura de roer; y porque al parecer lo que Eclipse y Shina querían eran sus talismanes.
Koren la miró y pareció que adivinaba lo que se le estaba pasando por la cabeza.
-Sí, Shina quiere vuestros talismanes para que no le supongáis un estorbo en su camino de volver a Shoz y terminar lo que empezó. Eclipse cree que puede extraer de los talismanes el poder que contienen y ser así más poderosa.
»Pero si consigue hacerlo, creo que Shina se lo arrebatará y acabará con ella sin piedad. Supongo que Eclipse no sabrá de lo que es capaz Shina y cree que puede tenerla bajo control.
-Pero no es así. Antes has dicho que Shina es manipuladora, así que simplemente le está haciendo creer a Eclipse que trabaja para ella – dijo Ralta.
-Exacto, chicas – asintió Koren – Shina sabe qué palabras utilizar y cómo hablarte para que las cosas más horribles te parezcan justas y sencillas. Tened cuidado si habláis con ella, y no os dejéis engañar.
Ralta y Furia asintieron con rapidez, algo asustadas. Tary sin embargo, no hizo ningún gesto; solo le parecía sentir que el pequeño libro que llevaba en el bolso pesaba más y desprendía calor.
-Será mejor que os marchéis ya, antes de que os echen de menos en vuestro mundo.
-Muchas gracias por su ayuda, Koren – dijo Siril, levantándose e inclinando levemente la cabeza ante él.
-De nada, chicas. Estoy para ayudaros. Volved cuando vosotras deseéis o lo necesitéis. Mi biblioteca es vuestra.
Las cuatro chicas se encaminaron hacia las escaleras para marcharse, pero Koren detuvo unos segundos a Tary, que iba la última, y le dijo:
-Espero que sepas lo que haces, pequeña – dirigiendo la mirada hacia el bolso que llevaba colgado del hombro.
-Sé lo que hago. Y no soy pequeña.

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