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martes, 17 de enero de 2012

CAPÍTULO 2: EL PRIMER TALISMÁN


CAPÍTULO 2: EL PRIMER TALISMÁN
En la Tierra había millones de lugares donde podían haber llegado los talismanes, incluso podrían haber llegado a distintos continentes. Si eso hubiera ocurrido, la dificultad para encontrarse entre ellos se habría incrementado. Sorprendentemente, los cuatro se dirigieron a la misma ciudad, Luewno. Se encontraba en la costa, pero muy cercana a las montañas. Era una ciudad relativamente pequeña, pero eso no quería decir que el encuentro entre los cuatro elegidos de los talismanes fuese más fácil. Sin embargo, esta vez… 

En uno de los institutos de aquella ciudad iban a coincidir los Elegidos de los talismanes. Cientos de jóvenes charlaban entre ellos en grupitos, ya fuera en el recreo o en la cafetería, al calor de una buena taza de leche caliente o un café para despabilarse.
Shaira había presenciado desde Shoz como el primero de los talismanes, el de la sabiduría, llegaba a su destino. Al ver quién era, sonrió. Sabía que esa chica llegaría hacer grandes cosas por Shoz, con o sin talismán.
Desde Shoz seguía observando, con mucho interés, la marcha de los talismanes. El talismán del rayo era el único que llevaba un tiempo moviéndose en una zona reducida, mientras que los otros dos todavía vagaban por el cielo, sin encontrar a sus respectivos destinatarios.
El talismán del rayo llevaba un tiempo moviéndose sobre aquel instituto. Shaira hizo que la imagen descendiera, para ver a todos aquellos jovencitos y preguntarse quién iba a recibir semejante responsabilidad. Los talismanes solían escoger a personas jóvenes, pero a Shaira no le había gustado mucho eso. Eran débiles, inseguros, temperamentales, impulsivos y en muchas ocasiones, la sensación de poder los volvía soberbios.
Vio los rostros de decenas de jóvenes, pero solo uno le llamó la atención. Una chica que estaba hablando con una amiga. Tendría unos dieciséis años, de rostro ovalado, sonrisa afable, labios carnosos, mejillas sonrosadas, cabello largo, negro como el carbón y rizado y estatura y complexión media. Sin embargo, lo que le llamó la atención a Shaira de ella fueron sus ojos. Unos grandes ojos de un tono verde pálido, con un brillo especial.
“Lo tiene”, se dijo a sí misma, sorprendida. No todo el mundo podía apreciar aquel brillo especial en los ojos de la gente como aquella chica, pero normalmente la gente desarrollaba un sentimiento de cariño y protección hacia las personas así. Sin duda alguna, el talismán la estaba buscando a ella.
A las personas como aquella chica los solían llamar ángeles, aunque en realidad no lo fueran. Aunque sí que compartían la luz y la presencia tranquilizadora. Shaira se preguntó de dónde habría salido semejante chica en un mundo sin magia, y estuvo segura de que sería una gran Elegida.
Miró con cariño a la chica. Ella sería el puente entre Shoz y las otras Elegidas; su aura le había gustado. “Pero primero, tendrá que recibir su talismán”, sonrió Shaira, alejándose de allí, igual que había llegado, dejando a la chica de los ojos brillantes y a su amiga, con la que hablaba animadamente. 
-Tengo que ponerme las pilas con la literatura… – suspiraba la chica de los ojos verdes –. No sé por qué se me da tan mal. ¡Ni por qué a ti te sale todo bien! Para cosas así, te odio, Tary.
Su amiga le dirigió una sonrisa espléndida y encantadora.
-La clave es la organización, Ralta. Así puedo tener tiempo para hacer deberes, estudiar, ir a los entrenamientos, quedar contigo…
-Y yo que no hago nada de eso, no consigo sacar tiempo de ningún sitio – gimoteó Ralta, intentando darle pena a su amiga; pero lo único que consiguió fue hacer que Tary riera, agitando su melena castaña.
-Sacarías tiempo si no pasaras tanto tiempo con Álvaro, picarona.
A Ralta se le borró la sonrisilla divertida de la cara.
-Solo vamos de paseo… No sé, creo que no vamos a llegar a más.
-¡Pero si sois la pareja perfecta! Solo lleváis un par de semanas saliendo.
-A veces pienso que no deberíamos haber empezado…
Las dos se quedaron calladas, viendo a la gente pasar. Muchos saludaban a Tary. Era una chica bastante conocida, que se hacía querer por todos, pero a ella aquellos rankings de popularidad en los que aparecía le importaban bien poco. Era Ralta la que se preocupaba por esas cosas. Siempre le había gustado coquetear con los chicos, le parecía divertido, pero ninguno había sido un novio para ella.
Cuando Ralta había empezado a salir con Álvaro, su mejor amigo de toda la vida, creía haber hecho algo bien. Pero comenzaba a darse cuenta de que, aunque lo quería mucho y se entendían a la perfección, le faltaba algo.
Una chica pasó por delante de ellas a toda velocidad, con la cabeza hundida entre los hombros, cuando sonó el timbre que indicaba el fin del recreo. Tary le dirigió una mirada curiosa.
-Esa chica es nueva; viene a mi clase – dijo, con una débil sonrisa – Debe de ser difícil llegar a un lugar donde no conoces a nadie.
-Podríamos ayudarla un poco, ¿no crees? – propuso Ralta, contenta.
-¡Sí! – exclamó Tary, sorprendiendo a su amiga – Parece bastante tímida y creo que agradecerá que seamos nosotras las que tomemos la iniciativa.
-Será mejor que entremos en clase… – suspiró Ralta –. Intenta hablar con ella.
-Dalo por hecho – le sonrió Tary. Al sonreír, mostró sus perfectos dientes y se le estrecharon los ojos, de una forma adorable.  

Cuando las clases terminaron, Ralta recibió un mensaje de Tary donde le decía que Furia, la chica nueva, y ella la estaban esperando fuera. La chica sonrió al ver que Tary había hecho uso de su encanto natural para convencer a la nueva de que las acompañara un rato. Antes de salir del recinto del instituto decidió pasarse por el baño para lavarse las manos, ya que las llevaba manchadas de tippex.
Se frotó con jabón las manos a conciencia y luego se acercó al seca-manos. Puso las manos bajo el chorro de aire caliente y sintió que había algo que no era normal. Se escuchó un chasquido metálico y todo se llenó de humo; un calambrazo que la sacudió por la columna vertebral. Para su sorpresa, Ralta sintió aquel calambrazo como algo agradable. El humo se retiró y Ralta se miró preocupada al espejo. No se veía ninguna quemadura, todo parecía en orden, salvo por…
-¿Y este colgante? – se preguntó Ralta, extrañada. Tomó con cuidado el colgante que le había aparecido en el cuello. Un rayo dorado. 
Confusa y algo asustada, Ralta salió fuera, donde la esperaba Tary con la que debía de ser Furia. Eran las únicas que permanecían allí esperando, y Tary parecía impaciente. La otra chica, permanecía algo encogida sobre sí misma, ocultándose tras una larga melena rubia. Se la notaba muy tímida.
-¡Aleluya! – exclamó Tary, levantando las manos hacia el cielo –. ¡Por fin has querido honrarnos con tu presencia!
-Ja, ja, ja – le contestó Ralta, intentando permanecer seria, pero le fue imposible – He tenido un problema en el lavabo… Me ha atacado el seca-manos.
Las dos chicas la miraron con incredulidad. Tary se rió a carcajadas y Furia pareció emerger de detrás de su pelo para mostrar una sonrisa divertida. Ralta se fijó en que tenía unos ojos extraños. Eran algo rasgados y contrastaban con el azul hielo de sus iris.
-¡No os he presentado! – dijo Tary, cayendo en la cuenta de su despiste al ver como Ralta miraba a Furia – Ralta, ésta es Furia. Furia, Ralta.
Las dos se dieron dos besos y se sonrieron con calidez.
-Bonito colgante – dijo Furia, intentando decir algo que diera pie a una conversación. Aunque Tary había sido muy amable se sentía bastante incómoda.
-¿Un regalo de Álvaro? – intentó adivinar Tary.
-Un regalo del seca-manos – le contestó Ralta. Tary y Furia la volvieron a mirar con incredulidad –. No me miréis así porque es verdad. Entré al baño, salieron chispas y humo del seca-manos y me apareció puesto este colgante.
-¿Por qué te pasan siempre a ti las cosas más raras del mundo? – le preguntó Tary, mirándola como si estuviera loca.
Ralta gruñó algo, enfadada, mientras jugueteaba nerviosamente con la cadena de su nueva joya. Apenas era consciente de que el colgante le estaba dando calambrazos, ya que ella los notaba como agradables cosquillas en los dedos. Sin embargo, Tary y Furia si que vieron como chispas de un color violáceo saltaban entre los dedos de Ralta.
-Decidme que no estoy alucinando… – susurró Tary, con los ojos fijos en el extraño colgante.
-Creo que estamos viendo lo mismo – le contestó Furia en voz baja, como hipnotizada por aquellas chispas que bailaban en torno al cuello de Ralta.  
-Esto no es normal, ¿verdad? – preguntó Tary, a lo que Furia negó con la cabeza.
Ralta miró hacia su colgante y vio como las chispas saltaban en torno a sus dedos, como si se divirtieran con el contacto de su piel. Soltó la cadena, impresionada.
-Esto es muy raro…
-Chicas, yo tengo que marcharme ya – dijo con timidez Furia –. Mis padres estarán esperando a que vaya a comer.
-¿Te vas por ahí, no? – le preguntó Tary, señalando hacia una calle. La chica le asintió con la cabeza –. Pues te acompaño. Hoy tengo entrenamiento y tengo que ir a coger el autobús por ahí.
-Vale, chicas. De esto ni una palabra a nadie… ¿prometido? – les dijo Ralta, temiendo que cualquiera pudiera enterarse del suceso tan raro que le había acontecido.
-Prometido – le sonrieron las dos a la par.
-Gracias. Intentaré ver qué es exactamente este colgante. ¡Hasta mañana!
Las tres se despidieron y Ralta se fue por una calle, justo en dirección contraria a la que siguieron Furia y Tary.  


A varias calles del instituto había un barrio residencial de típicas casas de base cuadrada, dos plantas y desván, y un bonito jardín. La casa de Ralta era una de esas casas clónicas, y estaba situada al lado de una pequeña cafetería, cerca de la parte más comercial del barrio. Ralta atravesó la verja blanca del jardín y entró en casa.
-¡Hola, cielo! – la saludó su madre –. Venga, siéntate ya a comer, ¡que se te enfría la sopa! No deberías venir tan tarde…
Ralta agachó la cabeza, como un cachorrillo que sabe que ha hecho algo mal. Ruth Mav era la presentadora del programa televisivo más popular de la ciudad y era muy estricta en lo que se refería a las horas de llegar a casa. Dejó el abrigo en la percha de la entrada y la mochila en el salón para hacer luego allí los deberes.
Se sentó a la mesa con su madre y su hermano Simon. Mientras devoraba su plato de sopa, acariciaba de forma inconsciente la cadena del colgante, aunque sin llegar a tocar el pequeño rayo dorado.
-¡Qué bonito! ¿Te lo ha regalado Álvaro? – se percató su madre.
-Mm… digamos que me lo he encontrado por sorpresa – contestó Ralta, para no mentir –. Muy rica la sopa.
-Es de sobre, ya sabes que mamá no sabe cocinar – sonrió Simon.
Aquel comentario le hizo ganarse una colleja de su madre que, justo después, corrió por la casa recogiendo cosas.
-¡No recordaba que tenía que ir al estudio por la tarde! – gritó Ruth desde el piso superior, respondiendo a la pregunta que Ralta le había hecho al verla revolotear por la casa a toda velocidad –. ¡Adiós, chicos! Volveré para cenar. Quiero la cocina recogida y la cena en la mesa, así que apañaros como queráis – les dijo desde la entrada. Al mirarse al espejo, Ruth soltó un gritito –. Vaya… ya me iré maquillando en los semáforos en rojo…
Salió de casa como una exhalación, dejando a sus hijos patidifusos. Simon estaba quieto, con la cuchara de sopa a mitad de recorrido, pero la devolvió al plato para decirle a su hermana:
-Tú friegas.
-Siempre igual…   
Ralta terminó de comer tranquila, fregó y se tumbó en la cama para descansar un poco. Se relajó tanto que acabó durmiéndose.
Desde lejos, Shaira, que había estado pendiente de los pasos del talismán del rayo, se preparó para aparecerse en el sueño de la chica. Se sentó en la plataforma circular que había en el centro de la salita, rodeada de agua que fluía llenando la estancia de su relajante sonido. Relajó los músculos y se centró en encontrarse con el talismán. “Voy hacia ti”, pensó ella, sintiendo como se separaba de su cuerpo.    


Tary caminaba con Furia hacia la zona centro de la ciudad, entre el tráfico.
-¿Vives por aquí? – le preguntó Tary a su nueva amiga, con curiosidad. Era una zona de altos pisos con fachadas grises y zonas ajardinadas entre ellos.
-Sí, en ese edificio de allí. Acabamos de mudarnos, así que es mejor que nadie vea el caos que tenemos montado – sonrió con timidez.
Tary percibía el nerviosismo de Furia. “Sin duda es muy tímida”, pensó con cierta tristeza. Le dirigió una sonrisa agradable, para intentar transmitirle confianza.
-¿Te has mudado muchas veces?
-Más de las que a cualquiera le gustaría… – musitó Furia.  
-Debe de ser difícil hacer amistades si cambias de ubicación constantemente. Pero no te preocupes, con Ralta y conmigo puedes contar para lo que quieras – le dijo con amabilidad, adornando sus palabras con aquella sonrisa suya a la que nadie podía resistirse.
A Furia se le humedecieron los ojos y desvió la mirada, conmocionada. No sabía cómo lo había hecho, pero Tary había adivinado sus problemas, sus preocupaciones, y las había solventado con una sola frase.
-Muchas gracias, Tary. Apenas os conozco pero, me parecéis unas chicas excepcionales.
-No tienes porque darlas. Bueno, tengo que irme ya a por el autobús o no llegaré al gimnasio con tiempo suficiente para comer – echó a correr entre la gente al ver que se acercaba su autobús –. ¡Nos vemos mañana en clase! 


Era un sueño tranquilo, relajado,  que tenía algo de misterioso. Ralta paseaba por un bosque de árboles de cristal, sobrecogida por la belleza del lugar, acariciando las flores que colgaban de ellos con delicadeza. Había una figura cerca del arroyo que llenaba el lugar de una mística musicalidad. Ralta no tuvo miedo, aquel sitio era demasiado agradable como para que algo malo pudiera ocurrir. Además, la figura le estaba esperando.
-Hola, Ralta – la saludó la figura. Era una mujer. Llevaba un largo vestido, de un blanco que refulgía bajo la luz del sol, del mismo modo que lo hacían sus cabellos, que parecían hilos de oro blanco, recogidos en una coleta alta.
Ralta se acercó a ella, con confianza. Los gruesos labios de la mujer, se curvaron en una sonrisa satisfecha. Tenía una expresión agradable, y su rostro redondeado con abultados mofletes le daba un aspecto dulce e infantil. Sin embargo, sus grandes ojos poseían un brillo inteligente y sabio.
-Hola – dijo Ralta, respondiendo al saludo. Se sentó sobre una roca lisa junto a la mujer y la miró con expectación. Por alguna razón, sabía que había algo que esa mujer quería.
-Me llamo Shaira. Como ya has sospechado, tengo algo importante que contarte, Ralta – la chica asintió en silencio –. Este sueño que estás teniendo no es un simple sueño, recuerda eso. Yo existo de verdad, estoy en un lugar muy lejos de ti, pero ésta es la forma más rápida y sencilla de que pueda comunicarme contigo. Veo que ya tienes el talismán.
-¿Talismán…? ¿Usted lo envió? – preguntó Ralta, confusa.
-Algo así – sonrió Shaira –. Es complicado. Lo recibiste porque fuiste elegida por él, no fui yo. Pero fui yo quién lo liberó. Liberé cuatro talismanes – le contó mientras acariciaba el colgante de la chica con cariño, como quien acaricia algo que echa de menos.
-¿Entonces hay más? ¿Por qué? No entiendo nada…
-Porque os necesitamos, a ti y al resto de Elegidos de los talismanes. Ha habido un problema, y una malvada mujer, mi hermana, ha conseguido escapar de la prisión donde estaba retenida. Ahora ha acudido a la reina de un lugar que tú no conoces, para ofrecerle un trato. Querrá ganar tiempo hasta recuperar su poder y volver a mi mundo para vengarse de mí.
-¿Y qué puedo hacer yo? Solo soy una chica…
-Eres más que eso – replicó la mujer, aferrando el rayo del colgante – El rayo, fuerte y rápido, representa tu poder: control sobre la energía, la electricidad y el tiempo atmosférico.
-¿Qué? Espere un momento, ¿ha dicho “poder”? – Ralta estaba cada vez más inquieta y sorprendida por el cariz que estaba tomando la conversación. 
-Exacto, pequeña – al sonreírle, los ojos de Shaira se estrecharon hasta formar dos líneas negras –. Te estoy hablando de magia.
Ralta contuvo el aliento. ¿Era aquella la explicación a lo que le había ocurrido con el colgante? “Evidentemente, sí”, se dijo a sí misma.
-Magia – musitó, contemplando su talismán.
-Magia – asintió Shaira –. Tómatelo con calma. Necesitarás un periodo de adaptación a tu nueva situación y de aprendizaje y perfeccionamiento de tus poderes. No podría permitir que tú y tus compañeros os enfrentarais a Shina sin estar preparados.
-¿Cómo daré con mis compañeros? – preguntó Ralta, preocupada.
-El Elegido de la sabiduría, conocedor ya de antemano de los secretos de mi mundo, Shoz, será quién os busque y os reúna al resto. No debes preocuparte por eso. Será alguien de corazón puro y buenas intenciones cuya misión será protegeros.
-¿Y los otros dos? – la curiosidad empezaba a adueñarse de la chica.
-El portador del talismán del fuego, poseerá poder sobre el fuego y dominio sobre el agua. Una curiosa combinación, ¿verdad? Su espíritu es noble y valiente, aunque el poder del fuego es uno de los más destructores e intimidantes. Si no cae en manos de alguien con una gran confianza y fuerza de voluntad es posible que se vea sobrepasado por semejante poder. Además, el poder del fuego dificultará, sin duda, la parte que incumbe al agua en estado sólido; lo que causará una gran frustración en su portador. Será curioso ver qué sucede con algo así, ya que nunca había ocurrido nada parecido.  
Shaira hizo una pausa. Tal vez había hablado demasiado. Ralta la miraba fijamente, expectante.
-El tercer Elegido recibirá el talismán del tornado, y con él se le otorgarán poderes sobre el aire y controlará lo terrestre. Sin duda, unos poderes ideales para alguien temperamental e impulsivo – Shaira sonrió débilmente al recordar a la última Elegida que había poseído los poderes terrestres. Había sido tranquila, pausada, y solía pensar las cosas con frialdad y detenimiento, aunque siempre a una velocidad envidiable. Era una auténtica estratega militar. “Lo que se diría un bicho raro para estos poderes”, pensó Shaira.
Ralta y Shaira se miraron fijamente, en silencio, hasta que Ralta dijo:
-Estoy deseando conocerles. 
-Lo sé. Yo también.
-¿También les visitará en sueños para explicarles lo mismo que a mí?
-No. Solo me comunicaré contigo de esta manera. Cuando todos los talismanes lleguen a su destino, el Elegido de la sabiduría de Shoz será quien les busque y les explique todo lo que él ya sabe. Sin embargo, tendréis noticias mías cuando hablemos en sueños tú y yo, ¿de acuerdo?
-Supongo que sí – suspiró Ralta. Eran demasiadas cosas nuevas de repente.
-Ya es hora de que despiertes, si no, no tendrás tiempo de hacer tus deberes – le sonrió Shaira –. Nos veremos pronto, Ralta.

Ralta se levantó de golpe de la cama y al hacerlo, golpeó con la cabeza a su hermano en la frente.
-¡Ay! Pero que cabeza más dura tienes – se quejó Simon –. ¿No deberías estar estudiando?
-Sí… ¿Y tú qué se supone que haces en mi cuarto?
-Buscaba un CD.
-Pues encuéntralo y lárgate – resopló Ralta, intentando recordar su conversación en sueños con aquella mujer. Shaira.


El autobús estaba llegando. Tary se volvió hacia atrás y vio como estaba doblando la esquina. Si no corría, no llegaría a tiempo a la parada. “No quiero estar veinte minutos esperando otro autobús”, gruñó Tary mientras echaba a correr. Sujetó la mochila y la bolsa de deportes con fuerza para que no se balancearan tanto. Cruzó a todo correr un paso de cebra, pero se llevó a alguien por delante.
Tary se vio en el suelo y escuchó a alguien soltar una maldición.
-¡Mierda! Puto autobús… – masculló Tary.
-¡Oh! Mi autobús, ya lo he perdido – se quejaba alguien a su lado.
Tary se levantó, tambaleándose y recogió sus cosas deprisa, para quitarse de la calzada antes de que el semáforo diera paso a los vehículos. Le tendió la mano a quien había tirado al suelo y se disculpó.
-Lo siento mucho. Llevaba mucha prisa. Se me escapaba el autobús.
-A mi también – le contestó un chico que aparentaba ser más o menos de su misma edad.
“No está nada mal este castañito”, se sonrió Tary, mordiéndose el labio.
-¿Te… te he hecho daño? – le preguntó Tary, mientras se acercaban juntos a la parada. Se sentaron a esperar y Tary sacó un pequeño bol de ensalada para llevar –. Aprovecho la espera y como algo.  
El chico le sonrió y le dijo que estaba bien.
Comenzaron a charlar y a conocerse mientras esperaban al autobús y siguieron una vez hubieron montado en él. Descubrieron que iban al mismo instituto, aunque a distinto curso porque Bob, que así se llamaba el chico, tenía un año más que Tary. Era el primer día que Bob iba al mismo gimnasio que Tary para hacer natación.
-Supongo que nos veremos muchos días por allí – sonrió Bob.
-Si quieres, podríamos ir juntos – le propuso Tary, con cierta timidez.
Él asintió, sonrojándose ligeramente. Cruzaron una dulce mirada, pero justo en aquel momento en el que sus corazones se habían parado y habían empezado a latir como uno solo, el autobús se detuvo con un frenazo brusco.

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