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miércoles, 30 de mayo de 2012

CAPÍTULO 17: “NO SABRÁS QUIÉN SOY HASTA QUE NO TEMAS CONOCERME”


CAPÍTULO 17: “NO SABRÁS QUIÉN SOY HASTA QUE NO TEMAS CONOCERME”
Tras el breve ritual para Siril que tuvo lugar en Shoz, Tary, Ralta y Furia volvieron a sus respectivas casas con la sensación de que a partir de entonces nada más iba a ser igual. Tendrían que buscarse la vida para seguir mejorando el control de sus poderes, no iban a tener a Siril para que las sanara si se hacían daño. No iba a poder protegerlas nunca más. No iban a verla nunca más; y eso era lo que más les dolía.
Entre lágrimas, Tary le preguntó a Shaira que iba a pasar en su mundo ahora que su prima no estaba. Siril había muerto en otro mundo, así que no sabían cómo explicar eso a su padre.
“Pobre hombre, primero pierde a su mujer y después a su hija. No sé si lo soportará”, pensó Furia, entristecida.
-Siril simplemente será una desaparecida más en vuestro mundo. Habíais quedado con ella pero no apareció. No tenéis más que decir eso – les contestó Shaira.
Pasaron unos días sumidas en una tristeza que les hacía ver el mundo tras una cortina que volvía todo de un deprimente color gris. Bob era el único capaz de sacarle alguna sonrisa ocasional a Tary, aunque un día, fue la causa de un sobresalto.
-Escucha, Tary, tengo que contarte una cosa, pero no puedes decírsela a nadie más, ¿vale? – le dijo, muy serio.
-Claro. Dime.
Bob sacó de la mochila una pequeña rosa, que estaba algo aplastada, y se la dio a Tary.
-Es un bonito detalle – intentó sonreírle ella, aunque no se sintió con fuerzas. Le recordaba a las rosas que había creado para Siril y Ninz había quemado sin miramientos. Después de aquello, Shaira le había devuelto a Tary su talismán, aunque ya no era más que un adorno.
-Es una flor horrorosa – replicó Bob. Su madre tenía una floristería, y él sabía distinguir bien cual era un buen ejemplar y cual no. Puso las manos alrededor de la flor, como si quisiera protegerla –. Pero si hago así, puedo convertirla en la rosa más bonita que jamás hayas visto.
Retiró las manos y Tary comprobó que, efectivamente, aquella rosa no era la misma de antes. Su color era más vivo, su aroma, embriagador, y sus pétalos, perfectos. Tary no cabía en sí de asombro. “Entonces, ¿la magia es “contagiosa”?”, se preguntó.
-¿Te he asustado?
-En absoluto – le sonrió –. Me alegra saber que puedes hacer eso, porque así voy a poder explicarte muchas cosas. Así ya no sentiré que te estoy ocultando una parte de mí.
-¿Qué quieres decir?
-Pues que creo que yo soy la causa de que puedas hacer eso que haces con las flores. Así que prepárate porque voy a contarte muchas cosas que te van a parecer rarísimas.
Tary pasó más de una hora contándole a Bob todo lo relativo a sus poderes, su deber, Eclipse y Shina, lo que verdaderamente le había ocurrido a Siril, aquella voz que escuchaba en su cabeza… Aunque decidió omitir que Furia y Ralta eran sus otras compañeras – al menos hasta que consultase con ellas si querían que Bob conociese su verdad – y la tortura a la que la habían sometido cuando se quedó atrapada en Go – ya que le pareció mejor que él no conociese aquel desagradable hecho.
-¡Uao! Todo esto que me has contado es… demasiado – dijo Bob, procesando todo lo que acababa de escuchar. Miró embelesado las flores que Tary había hecho nacer de la nada con tan poco esfuerzo y que flotaban tranquilamente frente a él.
Bob podía embellecer las flores, pero no crearlas como Tary. Y ya ni hablar de hacer volar objetos. Después de hablar habían ido a un lugar apartado de la gente y allí Tary le había hecho volar.
-Eres increíble – le dijo, cuando sus pies volvieron a tocar el suelo.
-No. Lo increíble es lo que me está pasando. Para bien… y para mal.
Bob la abrazó para intentar reconfortarla, y pasaron el resto de la tarde juntos.


Al día siguiente, Ralta estaba esperando a Álvaro en la salida del instituto. Era extraño, pero se sentía tan lejos de todo el mundo que pasaba a su lado, y tan sola aun estando rodeada de gente. Pensaba en lo que Tary les había dicho durante el recreo: le había contado todo a Bob. Su amiga no parecía ser muy consciente de que eso le había hecho dar un paso de gigante en su relación con el chico, y deseó que las cosas no cambiaran entre ellos. “Eso podría traerle, traernos, problemas.”
Sin quererlo, volvió a pensar en Siril, y rememoró aquellos segundos tan confusos y, a la vez, lentos e interminables. No pasaba un día sin que no lo recordara y le diera las gracias por salvarles la vida con aquella rapidez con la que había actuado. Aquello había supuesto un antes y un después en su vida. Ya habían visto que el deber que acarreaban sus poderes era peligroso, pero morir… Ver a Siril morir había sido un bofetón demasiado duro para todas. Y Ralta ya se había dado cuenta de que Tary solía saltarse las últimas horas de clase para pasar más tiempo en el gimnasio – al parecer se había apuntado a algún curso antes de sus clases de gimnasia rítmica – y después practicaba con su magia hasta la extenuación. Ralta no había tenido valor para decirle nada cada día que aparecía por el instituto con unas marcadas ojeras, fruto de las pocas horas que dormía para realizar también las tareas de clase. Pero estaba preocupada.
Furia también parecía preocupada, y le avergonzaba reconocer que sus motivos podían parecer algo egoístas. Ahora que Siril no estaba con ellas sentía que no iba a lograr dominar su poder sobre el agua nunca. Ella le había apoyado tanto… Se sentía tan desamparada y perdida sin los buenos consejos de Siril. A pesar de eso, seguía esforzándose y practicando día tras día en su bañera, donde tenía sus únicos momentos de tranquilidad.

Ralta levantó la cabeza para intentar abandonar sus ensoñaciones y lo que vio la dejó prácticamente muerta en el sitio. Entre los alumnos que charlaban en grupitos y los que se marchaban, él se mantenía erguido, ignorando al resto del universo.
Salvo a ella. La miraba de una forma tan serena y tranquila que Ralta cometió la imprudencia de quedarse prendada de ella. Los susurros curiosos de quienes les rodeaban desaparecieron y parecieron quedarse solos.
“Quería hablar contigo, si tienes un momento”, le dijo la fría voz de Kiv dentro de su cabeza.
“Si solo quieres hablar por qué no dejas que me mueva”, preguntó Ralta al darse cuenta de que él la había paralizado con la mirada.
“Soy un Asesino. Para mí el hecho de matar no es un espectáculo. Podría hacerlo delante de toda esta gente, pero… no me sentiría muy cómodo.”
La frialdad de aquellas palabras le habría hecho temblar como una hoja si no fuera porque no podía mover ni un solo músculo.
“No tienes intención de matarme, ¿verdad? Ni ahora, ni aquella noche, ni en el bosque de Go…”
“Ahora no quiero matarte, pero las otras dos veces sí. Aunque en el bosque no era yo – de eso ya te diste cuenta –, y aquella noche lo que pasó fue que… No sé qué pasó, me eché atrás.”
Ralta miró a su alrededor y se dio cuenta de que muchos les miraban extrañados. No era muy normal que las personas se miraran durante tanto rato a los ojos y estando tan lejos el uno del otro.
“Si no quieres llamar tanto la atención, deberías venir aquí y hablarme usando la boca, ¿no crees?”, le sugirió Ralta. Él la imitó y miró alrededor. Sí que era verdad que llamaban algo la atención, así que optó por hacerle caso a la chica y apoyo la espalda contra la pared, con aire relajado.
Ralta le examinó con la mirada. Se había cambiado de ropa y tenía un aspecto elegante con la camisa negra que vestía. Además, no vio ni rastro de la daga que siempre llevaba a la cintura. Aunque no por eso se sintió tranquila, ya que ya había visto como hacía aparecer y desaparecer su espada.
-No estés inquieta. Te doy mi palabra de que no voy a hacerte daño – le dijo, con una débil sonrisilla torcida –. ¿Tienes miedo?
-No lo sé – admitió Ralta –. Sí que me asustas, pero… ahora me siento a salvo.
-No deberías.
-¿Pero no has dicho que…?
-Sí que lo he dicho.
-¿Puedes dejarte de juegos? Me pones nerviosa…
-A mi me divierte – dijo Kiv, encogiéndose de hombros –. Supongo que… seré raro.
-Déjalo. ¿De qué querías hablar conmigo?
-Sólo iba a decirte que no voy a volver a intentar matarte, al menos por propia voluntad.
-¿¡¿Qué?!? ¿Por qué? – Ralta no se creía lo que estaba escuchando.
-No quiero matarte. Nunca antes me había pasado algo así, pero es que tú eres muy diferente del resto del mundo – la chica no pudo evitar sonrojarse, aunque no acababa de entender por qué él decía que era diferente.
-Pero… tú trabajas para Eclipse, ¿qué piensa ella de eso?
-Ella cree que ya me ha “arreglado”, así que no sabe nada.
Ralta notaba cierta tristeza en su voz, y no supo muy bien que decir ni hacer.
-¿”Arreglado”?
-Sí… Por eso en el bosque era “otra” persona y quería matarte. Fue humillante pedirte ayuda, que lo sepas – le dijo en voz baja, le avergonzara reconocerlo –. Pero hace unos días estaba espiando para Eclipse en Seusash y… tuve un pequeño accidente. Debería volver pronto allí y continuar con mi deber.
Ralta asintió, aunque no comprendía de qué le estaba hablando.
-Pero antes de irme… Quiero que sepas que no solo no voy a matarte, sino que quiero protegerte. No sé si eres consciente de por qué, pero quiero hacerlo. A no ser que tú no quieras. Porque ya sabes ciertas cosas de mí, y son cosas bastante malas, así que entendería que prefieras que yo esté lejos de ti y no te asuste más. Solo te digo una cosa: No sabrás quien soy hasta que no temas conocerme.
-Ya te has dado cuenta de que no me entero de nada, ¿verdad? – le preguntó Ralta.
-Tú piensa, por favor. En tres días me iré. Cuando tengas algo que decirme… estaré allí.
Le señaló el edificio en obras donde habían descubierto el portal hacia Go y donde ya habían hecho el intercambio de Tary por sus talismanes. Después la liberó de su parálisis y le tomó de la mano para depositar sobre ella un beso fugaz.
-¿Quién era ese? – le preguntó alguien por la espalda.
-¡Álvaro! No… no era nadie.
-¿En serio? Te ha besado en la mano… Que tío más raro – Ralta hizo una débil mueca para intentar sonreírle –. ¿Nos vamos, “peque”?
-Sí, claro, vámonos – dijo Ralta, algo ida.
Pasó la tarde algo ausente, intentando encontrar sentido a las palabras de Kiv, y sin terminar de entender lo que él había pretendido yendo a hablar con ella de esa forma. Lo cierto era que su corazón se había acelerado cuando le había visto, allí entre la gente, pero no había sido solo por miedo.
“¿Y ahora qué hago yo?”, pasó la tarde preguntándose.
“No sabrás quien soy hasta que no temas conocerme.” Las últimas palabras de Kiv se le habían quedado gravadas, pero tenía ni idea de a qué podía referirse. ¿Cuántas más cosas malas podía tener Kiv? ¿Realmente era tan horrible?
Por mucho que pensara y se repitiera que era un Asesino, el despiadado esbirro de Eclipse, que había intentado matarla en varias ocasiones y que había torturado a Tary, él le intrigaba muchísimo. Pero, ¿se atrevería a conocerle?
Después de pasar la tarde con Álvaro, tuvo la estúpida idea de llamar a Katie para volver a plantearle un supuesto sueño.
-¿Has vuelto a soñar con él?
-Sí… Y no sé qué hacer.
-Solo es un sueño, Ralta… – suspiró Katie –. Pero si yo fuera tú me arriesgaría y le conocería. Si eso puede hacerse con un sueño… Todo tiene un toque tan oscuramente romántico. Infórmame del siguiente capítulo de tus sueños, por favor.
-Te mantendré al tanto – prometió Ralta.
Después de colgar, se repantingó en el sofá para pensar con mayor claridad. “Arriesgarme…” Se levantó de un salto, dispuesta a ir a reunirse con Kiv, pero se topó con un pequeño impedimento.
-¿A dónde pensabas ir a estas horas, señorita?
-Mamá – musitó con una sonrisilla. Su plan de escape había fallado –. Iba a…
-A ningún sitio. Te has pasado todo el día fuera de casa sin dar un palo al agua, Ralta. Además, vamos a cenar dentro de poco.
-Sí, mamá – resopló, con frustración.
Kiv tendría que esperar a otro día. Pero cuando terminó de cenar y sus padres se fueron a dormir, ella supo que no iba a poder dejarlo estar y esperarse hasta el día siguiente. Le asustaba pensar en estar a solas con él, pero aún así ansiaba verle.
“Por favor, estoy mal de la cabeza… Debo de ser masoquista o algo así”, se dijo, saliendo a hurtadillas de casa en mitad de la noche.
Recorrió las calles, alumbrada por la luz tenue y artificial de las farolas, sintiéndose como una delincuente y preguntándose si estaba haciendo lo correcto. “¡Venga ya! Siempre has sido una chica de acción que no piensa en las consecuencias. Claro, que nunca había hecho algo que pudiera poner mi vida en peligro. Aunque Kiv ya me ha dicho que no quiere hacerme daño, pero ¿debo fiarme realmente de él? Dios… como sigas dándole vueltas a esto te echarás atrás…”
Teniendo aquella conversación consigo misma llegó hasta su destino. Suspiró al ver que estaba tan oscuro, pero ella era luz y no le supuso ningún problema valerse de su poder y encontrar un agujero por el que colarse. Recorrió la parte baja de la obra, pero no había ni rastro de Kiv.
“Tal vez pasa la noche en otro lugar…”, pensó Ralta, abatida.
Aunque después recordó que Kiv había subido al piso superior para buscar a Tary, ya que la había escondido allí arriba. No encontró algo digno de llamarse escaleras, pero sí que había algo parecido a un pegote de cemento con algunos ladrillos que podía cumplir con su misma función.
Logró alcanzar el primer piso sin más problemas que unos diminutos cortes en las manos por culpa de los ladrillos rotos y, efectivamente, allí estaba Kiv. Dormitaba sentado con la espalda contra un pilar y a su lado un rebullo de ropa y armas. Se quedó quieta, sin saber si marcharse, avanzar en silencio o despertarle.
“Está tan guapo dormido. Ni siquiera me da miedo…”, se dijo, sonriendo.
Kiv abrió los ojos justo en ese instante, haciendo que Ralta diera un respingo. Por el susto, la luz que brillaba en sus manos se apagó durante unos segundos.
-Siento haberte asustado – se excusó –. Al menos no me he levantado con la espada en la mano…
-Perdona por despertarte. Mejor vuelvo mañana.
-¡No! – Kiv en seguida se dio cuenta de que había sonado demasiado impulsivo –. No. Por favor, quédate. Normalmente tampoco duermo mucho, y si duermo me despierto casi con el mínimo ruido. Tengo el sueño muy ligero, y casi siempre duermo en tensión.
-Eso no puede ser bueno para tu salud…
Él no pudo evitar sonreírle, aunque fuera solo durante unas milésimas de segundo, mirándola embelesado. Ya se había dado cuenta de la luz que brotaba de los ojos verdes de Ralta, pero en aquellos momentos parecía que la luz surgía de cada parte visible de su piel. Y le encantaba aquella luz.
-Siéntate si quieres, aunque el suelo tampoco te parecerá muy cómodo – murmuró Kiv.
Sin saber muy bien lo que estaba haciendo, Ralta se sentó junto a él. El Asesino se removió en el sitio, incómodo por la proximidad de la chica que le miraba encandilada. Ralta tampoco era consciente del modo en el que miraba a Kiv, cuyo rostro iluminado por la luz que ella emitía parecía más suave, y sus facciones menos amenazadoras. Incluso sus ojos verdes parecían haber perdido su brillo retorcido y malévolo.
-¿Y bien? – preguntó él tras unos instantes en silencio.
-He decidido arriesgarme y conocerte – musitó Ralta, todavía embobada.
-Ya me imagino, si no, no estarías aquí ahora. Solo quiero saber por qué.
-¿Por qué…? – repitió ella, pensando una respuesta –. La verdad, no sé… Siento curiosidad. Me intrigas mucho y…
“Y eso me atrae”, añadió para sus adentros sin recordar que él estaría leyendo sus pensamientos.
-Qué razón tan estúpida – dijo Kiv, entre dientes –. Aunque lo importante es que hayas venido. Te lo agradezco; porque esta va a ser la primera vez que soy sincero con alguien.
Ralta alzó una ceja como muestra de incredulidad, pero se acomodó como pudo para prestarle toda su atención. “Espero que no hable de una forma tan confusa como antes…”
-Intentaré que lo entiendas – le dijo con una sonrisilla – Ya sé que a veces mi forma de pensar puede ser un poco turbadora y difícil de seguir, y que muy probablemente en tu mundo se me considere un psicópata, pero todo tiene una explicación.
-Pues empieza a explicarte o voy a acabar más perdida que antes.
-Vale. Lo primero que debes saber es que no soy normal – Ralta asintió con la cabeza –. Las personas normales tienen un alma y su recipiente material, es decir, su cuerpo. Sin embargo, dentro de mí hay cuatro almas, y tres de ellas son capaces de generar sus propios cuerpos.
»Hasta hace unos días solo tenía tres almas, pero Eclipse introdujo en mi cuerpo un alma parásita y oscura que suprime los instintos humanos… Por eso quise matarte. ¿Hasta aquí lo entiendes todo?
-Creo que sí. ¿Es por eso de las almas por lo que puedes transformarte en lobo?
-Sí.
-¿Y cuál es la otra alma con cuerpo?
-Una serpiente gigante de los hielos. Nos llaman sep – musitó él.
Ralta hizo una mueca. Los reptiles nunca habían estado entre sus animales favoritos, pero imaginarse una serpiente gigante… Se le pusieron los pelos de punta.
-¿Te… te duele cuando cambia tu cuerpo? – curioseó la chica, intimidada.
-Bastante… Pero es el precio que tengo que pagar por contar con el poder de la serpiente. Te sigo contando.
»Mi alma humana y mis almas animales tienen una… relación, por llamarlo de alguna manera, bastante buena, y eso me hace capaz de tener los sentidos tan desarrollados como los de un lobo y poder ejercer un control mental bastante similar al de un sep. Pero esto tiene una pequeña pega. Y es que también me afecta el carácter de los dos animales, especialmente el del lobo, al cual estoy mucho más ligado.
»Se me adiestró para ser un Asesino, matar en silencio, con frialdad y todo eso. Y eso lo sabe mi alma humana, pero no el lobo. Él es salvaje, disfruta cazando y la sangre le vuelve loco. Así que eso también pasa a mi forma de ser como humano y multiplica mis instintos animales.
-Pero ahora pareces muy normal…
-Además de que me estoy intentando reprimir, parte de la culpa es de tu mundo. Es tan asfixiante que ni el lobo ni el sep tienen fuerzas como para dominar mi carácter.
-Ah, entiendo – murmuró Ralta –. ¿Hay algo más?
-El lobo y el sep no se llevan del todo bien… Y al sep le disgusta bastante el contacto físico. Al tratarse de serpientes del hielo viven en cavernas, aisladas del mundo, salvo cuando salen de caza y durante su época de reproducción. Creo que relativo a mis almas, eso es todo. Tal vez por eso soy un poco inestable. O al menos, eso dice Eclipse.
-¿Cómo llegaste a ser Asesino de Eclipse? – le preguntó Ralta. No estaba segura de la relación que existía entre ambos, y se había planteado la posibilidad de que fueran madre e hijo. No obstante, le parecía que Eclipse rondaba los treinta y Kiv podía tener menos años de los que aparentaba. Tampoco era tan descabellado…
-Hay bastante gente que lo piensa… – murmuró él –. Pero no, no es mi madre. Y no sé como llegué hasta ella. Lo primero que recuerdo es estar en un lugar oscuro, con ella y mi maestro mirándome. Sospecho que eliminó los recuerdos de mi vida pasada para que yo pudiera empezar de cero.
-¿Tuviste un maestro?
-¿Qué te piensas? ¿Qué aprendí a matar yo solito? – se mofó Kiv –. No. Él es el último miembro del clan de Asesinos de Go, que fueron exterminados por ser considerados un peligro para la estabilidad del reino. Si tenías dinero suficiente, ellos liquidaban a quien tú quisieras sin dejar huella.
-Vaya… que escalofriante.
-Sí, supongo que lo sería. Aunque me gustaría conocer más Asesinos y poder medir mis habilidades con las de ellos. Tal vez mi maestro no sea tan bueno como pudieron haberlo sido otros miembros de su clan, y yo no sepa lo suficiente – dijo él, alzando la vista hacia el deprimente cielo en el que sólo brillaba una luna, a punto de ser Nueva.
-Entonces… ¿te gusta matar? – le preguntó Ralta, con voz temblorosa.
Kiv dejó de observar el cielo y la miró a los ojos, recuperando su brillo malévolo natural. Ella tragó saliva, asustada.
-Existo para matar.
La frialdad con la que Kiv había hecho aquella afirmación dejó helada a Ralta, que no pudo hacer nada más que mirar hacia otro lado, incapaz de soportar el peso de la mirada del Asesino.
-Y este es justo el momento en el que sales corriendo y ya no vas a querer saber nada más de mí. Porque podías soportar todo lo anterior, pero no esto, ¿verdad? – a Ralta no le salían las palabras. Había creído que él solo mataba por obligación, y porque sus almas se lo exigían de algún modo –. Si que mato por eso, pero me gusta lo que hago, y en muchas ocasiones disfruto arrebatando vidas. Creo que hay pocos placeres comparables a la sensación que te embarga cuando ves como se apaga la vida en los ojos de a quien matas.
-Estarás de broma… – consiguió articular Ralta.
-Te lo repito, esta es la primera vez que soy sincero con alguien.
-Eso es… horrible. No puedes pensar realmente así…
-Sí que lo hago. Y ahora estoy decidido a acabar con quien intente hacerte daño. No permitiré que se apague tu luz – la voz de Kiv parecía un afilado susurro –. Tu presencia luminosa marca un camino en mi mundo oscuro y, puede que suene egoísta, pero no quiero quedarme a oscuras otra vez, ahora que por fin he visto la luz.
-No… No es egoísta. Pero aún así…
-¿Alguna vez alguien te ha dicho que mataría por ti? – Ralta asintió. Era algo que su madre solía decirle para apoyarla –. Pero no sabes si realmente lo harían. Conmigo tendrás esa seguridad. Nadie te hará daño; te protegeré con mi vida. Tal vez así mis deudas de Asesino con la muerte queden solventadas.
-¿A qué te refieres?
-Reglas de los Asesinos. Mi maestro decía que para no enfadar a la Muerte, debemos sacrificar nuestro instinto asesino y perdonar a una víctima. Aunque a mí no me supone ningún esfuerzo dejarte vivir – añadió con una sonrisa.
-Entonces no te estás sacrificando…
-Cierto. Por eso he dicho “tal vez”.
-Tú eres un poco listillo, ¿no? – refunfuñó Ralta, a la que no se le pasó desapercibido el tono quisquilloso de Kiv.
-Lo siento, forma parte de mi ser – sonrió de nuevo.
Ralta no pudo evitar devolverle la sonrisa. “Pues por lo que estoy viendo, tiene una parte adorable”, se dijo. “Además, es tan… seductor. Y nunca nadie me había dicho nada igual.”
-Eso espero. No me gusta ser una copia de otra persona.
-¡Mierda! Lees mis pensamientos…
-No puedo evitarlo. Al igual que no puedo evitar lo que deseo hacer – susurró mientras se inclinaba sobre ella para besarla con pasión.
-Tú siempre tienes lo que quieres, ¿no? – inquirió Ralta cuando los labios de Kiv se lo permitieron.
-Todavía hay cosas que deseo y no he conseguido. Pero tiempo al tiempo.
Ralta se quedó un rato callada, y Kiv también. Si no tenía nada que decir, no lo decía. No solía acostumbrar a romper la belleza del silencio con tonterías. Además, pasaba la mayor parte del tiempo solo y no le era extraño pasarse días enteros sin hablar.
-¿Y ahora qué hago yo? – se preguntó de repente Ralta. Kiv advirtió en seguida de qué se trataba –. ¿Qué le digo a Álvaro? ¿Y a Tary? ¿Y qué hay entre tú y yo?
-¿Alguna pregunta más? – siseó él, en tono socarrón.
-¡Oye! No te burles… Necesito alguna respuesta, ¿sabes? – le gruñó Ralta, frunciendo los labios.
-Hacerte preguntas solo te crea ansiedad por conocer las respuestas. A veces es mejor darte con ellas en la cara que perseguirlas.
-¿Por qué dices eso? – preguntó ella, acortando la distancia que les separaba.
Cuando quedaron hombro con hombro, Kiv observó aquel espacio ausente con cierta incomodidad y suspiró.
-Experiencia propia.
-¿Te… molesta que me haya acercado más a ti? – le preguntó Ralta al darse cuenta de cómo había cambiado su expresión.
-No, creo que no. Es solo que estoy acostumbrado a ser yo quien controla todo. Y normalmente intimido a la gente, así que no suelen acercarse a mí – sonrió con cierta amargura –. Simplemente es algo nuevo y raro.
-Has estado muy solo.
Kiv se percató de que no era una pregunta, pero aún así asintió.
-Me gusta mi soledad. Lo único que va a cambiar es que mi soledad será algo más luminosa.
Ralta hizo una mueca pero no dijo nada, e intentó no pensar en ello para que Kiv no leyese nada en su cabeza. De nuevo se quedaron sumidos en el silencio, hasta que Ralta se dio cuenta de que debería volver a casa cuanto antes – siempre cabía la pequeña posibilidad de que su padre o su madre se despertaran y se dieran cuenta de que no estaba en su cama. Le deseó a Kiv buenas noches y se dispuso a irse, pero antes, él la retuvo unos minutos más con un beso mucho, mucho más apasionado que el anterior, que incluso hizo enrojecer a Ralta.

Cuando volvió a casa, entró a hurtadillas, se puso el pijama y se recogió el pelo en una coleta para dormir más cómoda. Al tumbarse en la cama no pudo evitar preguntarse cómo podía dormir Kiv en un suelo frío y no en una cama cómoda y calentita. “Pero bueno, él es un tío frío y duro. Frío y duro de verdad…” Se arropó a sí misma para sentirse embargada por la calidez de su funda nórdica mientras recordaba los apasionados besos de Kiv; notaba como el rubor que antes había aflorado en sus mejillas se extendía por toda su piel y la arrastraba a unos sueños en los que predominaban los ojos verdes del Asesino.
Cayó profundamente en los brazos de Morfeo, olvidándose de la inquietud que le habían provocado antes las palabras de Kiv: “Lo único que va a cambiar es que mi soledad será algo más luminosa.” ¿Qué sentía Kiv por ella? Tal vez su subconsciente se lo preguntase mientras dormía, porque cuando se levantó a las siete para ir a clase se encontraba terriblemente cansada. O tal vez fuese solo por el hecho de haber dormido menos debido a su escapada nocturna.

Ella no fue la única que no durmió bien. Tary, como acostumbraba, durmió poco más de cinco horas, alterada por pesadillas que ya se sabía de memoria y que ya apenas la asustaban. Aunque desde que Siril las había dejado, los sueños parecían haber cobrado fuerza, y además el final era algo diferente.
Veía el momento justo en el que el hechizo de Shina impactaba contra su prima; pero lo veía de frente, y no de espaldas, como realmente había ocurrido. Había tardado un par de días en darse cuenta de que justo antes de morir Siril movía los labios, como si tratara de decir algo. Y desde que se había percatado de ese detalle, se había obsesionado con intentar entender qué decía.
Para terminar de apañar la mala mañana de Tary, unos pocos minutos después de que se levantara de la cama, mientras se estaba vistiendo, un pajarillo chocó contra la ventana de su cuarto. Ella se quedó inmóvil. No era supersticiosa, ni tenía extrañas creencias o costumbres, pero el hecho de que un pájaro se estrellara contra su ventana lo asoció rápidamente a que algo malo iba a pasar. Recordó que la última vez, y también primera, que vio algo así fue el día en el que se rompió el tobillo.
“¿Acaso puede quedarnos algo peor que perder a Siril?”, se preguntó entristecida mientras se auto-convencía de que aquello no significaba nada.
Por desgracia, no le funcionó, y pasó el día con el miedo en el cuerpo. La ansiedad finalmente no le sirvió de nada, ya que fue un día terriblemente normal y aburrido en el que nada parecía fuera de lo común. Un día en el que podría haberse sentido como una chica corriente de no ser por las horas que pasaba en el centro deportivo y, algo más tarde, practicando con su poder a unos niveles que, cuando había comenzado a usarlos, jamás habría creído poder alcanzar.
Muchos más días fueron bastante corrientes. Parecía que Furia, Ralta y Tary habían dejado a un lado su deber como Elegidas de Shoz y pasado a ser muchachas de quince y dieciséis años normales y corrientes, que hablaban de temas insulsos durante sus ratos juntas en vez de comentar las maravillas que eran capaces de llevar a cabo. Con un ritmo similar, funesto y aburrido, pasaron las semanas que las llevaban al mes de diciembre, y con él, al fin del año.

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