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miércoles, 9 de mayo de 2012

CAPÍTULO 15: LOS NUEVOS ASESINOS


CAPÍTULO 15: LOS NUEVOS ASESINOS
Aprovechando la ausencia de Shina y Kiv, Eclipse se dedicó a los preparativos de una de las partes del plan que la bruja había trazado. Había mandado halcones a todas las ciudades principales del reino para convocar a jóvenes de entre dieciséis y veinte años en la plaza del mercado de Natra.
Natra se encontraba a solo dos horas a caballo del castillo de Eclipse, justo en el linde suroeste de la Selva Negra y estaba rodeada de numerosos pueblecitos que en los tiempos de Eirilda III habían sido prósperos – y ahora sufrían más que nadie a Eclipse y sus enfados.
El día acordado, cientos de jóvenes y los familiares de estos, se arremolinaban en la plaza esperando a que Eclipse apareciera. Todos compartían la esperanza de que la reina los escogiera para ayudarla. Muchos veían en aquella elección la oportunidad de ganarse el favor de su soberana y estar a salvo. Para los más pobres aquello significaba no más hambre, una buena cama, una educación y ser reconocidos en todo el reino. Por eso a Eclipse le sorprendió tanto ver a algunos jóvenes que parecían provenir de familias más adineradas – incluso reconoció al hijo menor de los Tharberni, unos importantes comerciantes y prestamistas de Baro.
Uno de los soldados de su guardia personal ordenó a todos los candidatos que se organizaran en forma de hileras de veinte personas en silencio. Sin embargo, muchos de aquellos jóvenes parecían desconocer el significado de la palabra “silencio” y continuaron hablando entre ellos, sin saber que eso ya les había hecho perder.
“Alguien incapaz de obedecer una orden tan simple como esa no merece la pena ni que siga vivo”, suspiró Eclipse, con cierto cansancio.
Cuando por fin se organizaron todos y guardaron silencio, Eclipse bajó de su elegante carro con la distinción y grandeza que la caracterizaban. Llevaba una ostentosa corona y un lujosísimo vestido, adornado con una capa de plumas de yoyuke – un ave de casi dos metros de altura y con plumas blancas con las puntas negras –, que le encantaba ya que era muy calentita y, sobre todo, cara y difícil de conseguir.
Discurrió entre las hileras de jóvenes, observándoles con atención durante una hora. Y cuando ya les había visto a todos las caras un par de veces comenzó a seleccionar a sus diez candidatos. Le llevó casi otra hora entera escoger a nueve jóvenes – siete chicos y dos chicas –, y poco a poco todos empezaban a cansarse de estirarse e intentar aparentar ser más de lo que en realidad eran, y sus estómagos comenzaban a rugir porque se acercaba la hora de comer.
Sin embargo, había un chico que no hacía nada, no había levantado la cabeza en ningún momento, solo se miraba los pies. No parecía nervioso, ni ansioso, pero tampoco aparentaba estar aburrido. Era la clase de chico que nunca llamaría la atención de nadie.
-Tú, ven conmigo – le dijo la reina al chico, posando una mano sobre su hombro.
Con calma, él levantó la mirada y se unió a los otros nueve jóvenes. Los diez jóvenes se subieron a una carreta y se alejaron de sus familiares, sin saber que no iban a verlos en mucho tiempo. 

Una vez Eclipse regresó al castillo con sus nuevos inquilinos, ordenó a los guardias que los acompañaran a las habitaciones que se habían dispuesto para ellos. Las habitaciones eran pequeñas y poco iluminadas por la luz natural, ya que caían en la cara norte del castillo, y en cada una de ellas había dos camas, un escritorio y un armario. Todo de aspecto simple e impersonal. Una vez los jóvenes se aposentaron – no tardaron apenas nada porque la gran mayoría no llevaba muchas pertenencias en sus bolsas –, los guardias los condujeron a un salón donde comieron un poco y después regresaron a sus habitaciones donde esperaron a ser llamados por Eclipse para realizar unas entrevistas individuales.
Tras hablar con cuatro chicos, mandó llamar a una de las dos chicas para acabar por aquel día – ya se ocuparía de los otros cinco al día siguiente, cuando estuviera más descansada.
La muchacha, que rondaría los dieciocho años de edad, entró en la sala donde Eclipse aguardaba y realizó una perfecta reverencia. Vestía ropajes de un gusto exquisito y materiales caros y delicados. El cabello, de un castaño claro, casi rubio, le brillaba, limpio y perfectamente peinado, adornado con trenzas y cuentas de cristal que formaban un estudiado mosaico. De ella le había llamado la atención el porte elegante que tenía, a pesar de ser algo bajita para su edad, y sus ojos, de un violeta pálido.
-Di tu nombre – le ordenó Eclipse, mientras le indicaba con un gesto que podía tomar asiento frente a ella.
-Annea de Soral, hija de Erelo de Soral, Conde de Seusash.
Eclipse se sorprendió. Ya había supuesto que provenía de alguna familia noble, pero lo que no esperaba era que ella fuera de Seusash y no de Go. Tenía la esperanza de conocer a alguna nueva familia poderosa en su reino.
-Bien, Annea, ahora cuéntame por qué has venido desde tan lejos a la selección – eso se lo había preguntado a los cuatro chicos anteriores, pero no había puesto especial atención en sus respuestas. Sin embargo, tenía verdaderas ganas de escuchar la respuesta de la hija del conde.
-Como supongo que ya sabrá su majestad, Navette se rindió hace solo un par de días al peso del ejército de Edel. Mi padre ya planeaba contactar con vos para pediros que, ya que como no les prestáis ayuda militar, me acogierais con vos en vuestro castillo para que sea vuestra dama.
»Pero Navette cayó antes de lo que esperábamos, y vuestra convocatoria nos cogió por sorpresa. Así que decidimos que esto era una forma rápida de entrar en vuestro castillo y serviros. No teníamos tiempo de enviaros ninguna solicitud y esperar vuestra respuesta. Supongo que en cuestión de semanas tendremos a Edel en nuestra casa, y para mi padre era muy importante sacarme de allí. Solo por si acaso.
-¿Tan importante eres para tu padre? Creía que Erelo ya tenía un hijo heredero…
-Y lo tiene. Pero conserva la esperanza de que el Conde Hutter siga adelante con que me comprometa con su heredero, por eso debo estar a salvo. El condado de Hutter es el más rico de los siete, y eso me daría la oportunidad de tener una vida todavía mejor que la que podía ofrecerme mi padre.
-Bien, muy bien. ¿Pero qué habría pasado si no te hubiera seleccionado?
-El Conde estaba seguro de que lo haríais. Siempre dice que mi persona es deslumbrante y que me es imposible pasar desapercibida. De todas formas, siempre podríamos ir detrás vuestro hasta el castillo y suplicaros que me acogierais.
Eclipse maldijo para sus adentros al Conde Erelo de Sorla, pero no dejó que eso se reflejara en su rostro. Se levantó del sillón y recogió un estuche de madera que había sobre una repisa. En su interior había cinco anillos de plata, uno para cada dedo. Le indicó a Annea que se los pusiera en la mano izquierda y la extendiera, con las yemas de los dedos hacia arriba.
-Esto puede que te duela, pero solo será un segundo – le explicó Eclipse, tomando una aguja de cristal, con un mango de oro blanco.
Le pinchó las yemas de los dedos para que le sangraran un poco y se manchasen los anillos.  Solo se produjo reacción en uno de ellos, el que llevaba en el dedo índice, que brilló muy débilmente con un tono plateado.
-¿Qué quiere decir esto? – preguntó Annea.
-Quiere decir que en tu naturaleza mágica hay un escasísimo poder del aire. Y por desgracia, eso no me sirve mucho.
-Sé hacer otras cosas, majestad – replicó Annea, temerosa de que eso hiciera que Eclipse la rechazara –. Llevó montando a caballo desde los siete años, y desde los once practicando esgrima, sé defenderme. Y también dicen que pinto bastante bien.
-¿Sabes jugar al ajedrez?
-He jugado alguna vez con mi hermano – dijo la chica, poco convencida.
-Sobrevive cinco jugadas, y te seguiré teniendo en cuenta, ¿de acuerdo?
La chica asintió, algo temerosa. Y comenzaron a jugar. Por suerte para Annea, consiguió sobrevivir; el jaque mate llegó a la séptima jugada. Después de eso, Eclipse la mandó a su habitación y ella se fue a sus propios aposentos, sin ni siquiera cenar. El día siguiente sería aun más largo que ese.

El chico suspiró, preguntándose qué demonios estaba haciendo él allí. Según le había dicho su compañero de cuarto, Eclipse estaba entrevistando al noveno de ellos, y en cuanto acabase le tocaría a él. Por mucho que se esforzara no conseguía recordar en qué momento se le había ocurrido la estúpida idea de presentarse a la selección de Eclipse. Tal vez había sido porque nunca se le habría pasado por la cabeza que le escogiera.
“De todos modos, entre ayer y hoy he comido más que en toda una semana; y hacía años que no dormía en una cama tan cómoda”, pensó, encogiéndose de hombros. Si quería seguir disfrutando de cosas así tendría que esmerarse. Pero se deprimió al instante al pensar en que teniendo como otras opciones a la hija de un conde y al estudioso hijo de unos importantes comerciantes de telas, él no tenía opciones. Aunque claro, Setellin, la otra chica, decían que venía de una familia de ladrones.
Por fin, un guardia acudió a llamarle. Era su turno.
Siguió al hombre por los pasillos del castillo, todos cubiertos con alfombras que calentaban el frío suelo de piedra. “Soy como esta alfombra… Todos van a pasar por encima de mí, y sin enterarse”, pensó. “Da igual, tengo que esforzarme por quedarme aquí, tengo que quedarme aquí y servir a mi reina.”
Antes de darse cuenta, ya estaba ante las puertas tras las que le aguardaba Eclipse. Tragó saliva y trató de controlar el nerviosismo que sentía. Ya sabía lo primero que iba a preguntarle y él no tenía respuesta.
-Pasa, chico – le dijo Eclipse. Él entró, cerró la puerta y se sentó frente a ella, inclinando la cabeza con respeto –. Dime cómo te llamas.
El joven agachó la cabeza, avergonzado.
-Yo… yo no tengo nombre. Se me retiró ese derecho.
Eclipse alzó una ceja.
-Pero aun así, tu familia seguirá llamándote por tu nombre, ¿no?
-Tampoco tengo familia, majestad.
Eclipse le miró, intrigada. Aquel chico tenía un aspecto duro y curtido, sin embargo hablaba con tristeza y parecía tener un gran peso sobre su alma.
-Por favor, explícame un poco más sobre tu vida.
El chico parecía no decidirse a hablar, pero no podía negarse a una petición tan simple como la que su reina le había hecho.
-Cuando yo nací, mi madre murió en el parto y viví con mi hermana mayor y mi padre. Dijeron que murió porque ella ya era mayor para tener otro hijo… Vivíamos en una aldea a un día de camino de aquí y mi padre tenía un gran campo, y mi hermana trabajaba fabricando pulseras. Supongo que nos apañábamos bastante bien. Pero hace cuatro años apareció un hombre que se encaprichó de mi hermana y quiso casarse con ella. Mi padre dijo que no, porque había escuchado cosas malas de él, como que había tenido ya varias mujeres y todas habían muerto de formas raras.
»Ese hombre no se dio por vencido y vino a nuestra casa para llevarse a mi hermana por la fuerza. Al día siguiente, mi padre fue a recuperarla, pero nunca volvió. Ni él, ni mi hermana – el chico tragó saliva. El hecho de estar rememorando esos momentos se le hacía duro –. Viví solo, lamentándome encerrado en casa durante casi un mes. Y el primer día que salí a la calle después de mi encierro… me encontré a aquel hombre. Se me acercó y empezó a decirme al oído lo que les había hecho a mi padre y a mi hermana, y se rió de mí. Supongo que no fui consciente de lo que hacía hasta que consiguieron sujetarme mis vecinos. Pero para entonces, ya había matado a ese malnacido a puñetazos.
»Todo el mundo creyó que el único culpable era yo, que estaba loco y era un peligro para todos. Me quitaron todos mis derechos, mi casa, el campo… incluso mi nombre. No me quedaba nada cuando me soltaron hace un par de meses, bajo la condición de no verme nunca más por la aldea.
»He vivido estos últimos en el linde este de la Selva Negra, pasando hambre y frío. Y eso es todo, mi señora.
Eclipse se levantó de su sillón y se sentó sobre el reposabrazos del sillón que el joven ocupaba para pasarle el brazo por los hombros y acariciarle bajo la barbilla.
-Es una historia muy triste, y siento mucho que en determinados lugares de Go no se juzgue a las personas como de verdad se merecen. Lo siento de veras – susurró Eclipse, aunque ni ella misma sabía si estaba hablando en serio –. Dime, chico, ¿cuántos años tenías cuando mataste a aquel tipo?
-Dieciséis, majestad.
-Eras solo un niño… Un niño con agallas y con el valor necesario para defender lo que quiere. Me gusta. ¿Sabes qué, chico? Voy a devolverte tu nombre. ¿Cómo te llamabas?
-Creo que Viktor, señora.
-¡Entonces ya está! Te llamas Viktor – dijo Eclipse, sonriente. Entonces su mente se dio cuenta de algo raro –. Viktor… Vik… ¿Kiv? ¿Será casualidad?
-¿Kiv? ¿Vuestro Asesino?
-¿Ya sabe el pueblo de Go que trabaja para mí? – preguntó Eclipse, no muy sorprendida.
-Yo eso les escuchaba a los guardias de la prisión. Decían que era un asesino formidable, que iba tras aquellos que querían huir de Go y los que creían que podían encontrar a vuestra hermana pequeña, que se perdió en otro mundo. Le temían más que a los brujos y a los clanes de cazadores… ¿Eso es cierto?
-Mi pequeño Viktor, eso lo sabrás si resultas ser mi escogido. Si no lo eres, no volverás a salir de este castillo. Todos vosotros sabéis demasiado ya por el mero hecho de estar aquí conmigo, así que solo podrá salir aquel que sea de mi absoluta confianza y acepte el regalo que le haré.
-No creo que nadie quisiera rechazar un regalo vuestro, majestad.
Eclipse le sonrió con cierta dulzura, algo muy raro en ella, y cogió los anillos de la caja de madera. Repitió con Viktor lo que ya había hecho con todos. Y el anillo del dedo corazón adquirió un todo anaranjado. Después de eso, le mandó marcharse.
-Dime, Viktor, ¿te gustan los dragones? – le preguntó, justo antes de que el joven cerrase la puerta tras de sí cuando se iba.
-Nunca he visto uno, majestad.
-Puede que pronto veas uno, Viktor.

Viktor regresó a su habitación y se encontró a su compañero, Noar, tumbado en la cama leyendo un libro. No era un chico hablador, aunque su presencia tampoco resultaba incómoda. No parecía venir de una familia noble, como Annea, ni siquiera rica, como Nireo, pero sabía leer, y su ropa no parecía sucia ni usada. No pudo evitar mirarlo con cierta envidia.
Noar pareció darse cuenta de eso, y asomó su cabeza por encima del libro.
-¿A quién crees que elegirá la reina?
Viktor se sorprendió de la pregunta, aunque más le sorprendió que su compañero le hablara. Apenas tuvo que pensar su respuesta.
-A Annea.
Noar negó con la cabeza.
-Nireo. Seguro. Annea es una chica. Imagínate que tiene que pelear contra alguien, ¿cómo va a ganar una chica tan canija un combate?
-La reina es una mujer, y tiene el poder suficiente para hacer lo que quiera.
-Pero eso es porque es la reina, y además es una hechicera.
-No lo sabía – musitó Viktor.
-Tengo la sensación de que todos sabemos muy poco de quien nos gobierna. Eclipse lleva catorce años reinando, pero en pueblo no supimos que la reina Eirilda había muerto hasta hace nueve años…
-¿Dónde vivías como para no saber eso? – preguntó Viktor, creyendo imposible que las noticias tardasen tanto tiempo en extenderse por Go.
-En un pequeño oasis del desierto de Nenso.
Tal y como hicieron el día anterior, fueron todos juntos a cenar, y después directamente a dormir. Ningunos sabía que sorpresas les depararía el día siguiente.

A media mañana, una hora antes de comer, Eclipse hizo que sus diez candidatos se reunieran con ella en una escalera y les guió por pasillos secundarios hasta que llegaron al semisótano norte. Conforme se acercaban a su destino, los diez jóvenes notaron que la temperatura ascendía y de las paredes, que temblaban momentáneamente, parecían surgir unos gruñidos de ultratumba.
Por fin alcanzaron unas grandísimas puertas de madera, oscura y chamuscada. Se escuchó un rugido tan fuerte que hizo temblar la pared, y algunos pequeños fragmentos del cemento que unía los bloques de piedra se desprendieron, asustando a Annea y otros tres chicos.
-Oh, pobrecito mío. Se ha emocionado al oler tanta carne joven – comentó Eclipse, con una risita malévola.
-¿Qué? – balbuceó Asselo, un chico que, por lo visto, no era muy valiente.
-Viktor, espero que te guste el dragón que te dije que verías – dijo la reina, guiñándole un ojo y haciendo un gesto con el que las puertas se abrieron de par en par.
Los diez se quedaron boquiabiertos al ver el enorme dragón que les gruñía desde el fondo del grandísimo sótano. Negro como la noche y con unos cuernos y púas que parecían bañados en oro. Jamás habían visto nada parecido.
-Éste, jovencitos, será el regalo que recibirá muy escogido – les dijo Eclipse, avanzando hacia su amado dragón. El animal agachó la cabeza y dejó que la mujer el acariciara el cuerno que tenía sobre el morro.
-Estará de coña, ¿no? – susurró Setellin, creyendo que Eclipse estaba loca.
-Eso espero… – musitó Asselo, asustado.
Sin embargo, no todos pensaban que aquello era una locura o les daba miedo. Los ojos de Annea brillaban de ilusión. Siempre había tenido todo lo que había querido, pero nunca, jamás, se le había pasado por la cabeza tener un dragón para ella. Su mente comenzó a fantasear sobre volar por encima de Seusash y llegar a Nogo en cuestión de horas volando; ver las montañas bajo sus pies, las olas rompiendo contra los acantilados, y descubrir que los desiertos eran solo mares de arena.
Noar y Viktor, también parecían ilusionados por ver por fin semejante bestia, y se sentían acongojados e hipnotizados por el animal. Y Nireo, a pesar de no sentir miedo, se había quedado más atrás, mirando al dragón con desconfianza. Creía que en cualquier momento el animal podía enfadarse e intentar salir de allí.
-¿Podemos salir a volar? – preguntó Itho, un muchacho de cabellos blancos, piel extremadamente pálida y ojos negros que siempre actuaba de forma extraña. Miraba al dragón con auténtica veneración.
Eclipse se volvió hacia él, sintiendo curiosidad por una pregunta así.
-¿En serio crees que se puede montar sobre un dragón así como así?
-Se me dan bastante bien – dijo él a modo de contestación, encogiéndose de hombros –.  ¿Puedo acercarme? – Eclipse asintió y permitió que Itho acariciase a su dragón.
Al principio, el animal se mostró receloso y abrió la boca, mostrando unos dientes que eran casi tan grandes como sus brazos, en señal de advertencia. Él dio un paso atrás e hizo una reverencia, llevándose la mano derecha al corazón, y después se arrodilló frente a él. Una vez hubo hecho eso, el dragón ya no parecía reacio a que Itho le tocara.
-¿Cómo has…? – a Eclipse no le salían las palabras.
-He vivido toda mi vida entre dragones, majestad. Pero nunca había visto uno así, es… Especial. Estoy seguro.
-Eres muy perspicaz, Itho – le felicitó Eclipse –. No sé si realmente será especial, pero circulan antiguas leyendas élficas sobre los dragones de esta raza. Dicen que a estos dragones les atrae el poder, y si se encaprichan de algo no pararán hasta conseguirlo. Lo consigue, lo absorben y se deshacen del antiguo portador del poder. Además, les encanta la carne humana.
-Disculpad si os inoportuno, majestad, pero tengo que preguntaros algo – interrumpió Annea, hablando con aquel tono de voz tan suyo, mezcla de dulzura y petulancia –. ¿Qué clase de regalo es un dragón que se alimenta de carne humana y no puede ser montado?
-Nadie debería montar una bestia así… – musitó Itho, mirando embelesado los ojos de oro ardiente del dragón –. Deberías ser libre, amiguito, y volar muy lejos.
-¿Amiguito? Estoy rodeada de locos – dijo en voz muy bajita Setellin.
-El que resulte mi elegido quedará unido para siempre a este dragón. Y no necesitará montarlo, porque él será el dragón.
-¿Perdón? – preguntó Annea.
-Me considero una experta en el campo de la unión de almas, así que uniré el alma humana de uno de vosotros con el alma de mi preciado dragón. Así seréis uno solo – explicó Eclipse de forma concisa.
-¿Es eso posible? – preguntó Nireo.
-Ya lo he hecho antes, con buenos resultados – contestó ella.
“La única pega que tiene es que el carácter de las personas parece cambiar tras la fusión de almas, pero no tienen porqué saber eso”, añadió para sí misma.
-¿Hay algo más que queráis saber? – les preguntó.
-¿De dónde sacasteis esta maravilla, majestad? – preguntó Itho, todavía mirando fijamente al dragón.
-Fue un regalo, una muestra de lealtad. Me lo trajeron cuando solo era un huevo, un huevo mucho más grande de lo normal, pero un huevo al fin y al cabo – comentó Eclipse, con cierta nostalgia. Lo cierto era que aquel chico le caía bien, ya que compartía con ella el inmenso amor que sentía por los dragones. Se despidió de su peculiar mascota y les ordenó a los chicos que la siguieran –. Será mejor que vayáis a comer, en un rato os irán a buscar y habrá una prueba física. Después de eso ya podré decidir quién será el afortunado que unirá su alma con la de mi dragón.

Durante la comida, Noar y Viktor comenzaron a charlar un poco, aunque solo sobre el extraño concurso en el que estaban metidos. Ambos coincidían en dos cosas. La primera era que Itho acababa de escalar posiciones en su rankin imaginario al demostrar que sabía bastante de dragones. Y la segunda, y para ellos más importante, con cada mirada que Annea y Setellin cruzaban se acercaba el día en que se tirarían de los pelos.
A nadie le pasaba desapercibido el hecho de que Annea no se sentía cómoda con gente que no era como ella, pero les trataba a todos con fría cortesía; salvo a Setellin. A su compañera de cuarto directamente la despreciaba desde que se había enterado que provenía de una familia de ladrones.
Setellin, que no se encontraba muy lejos de ellos mientras hablaban, se les acercó y, en un tono que no fue para nada confidencial, les dijo:
-Debería defender el poco honor que le queda a mi familia dándole una buena patada en su culito de condesa, pero yo tengo más clase que ella.
Noar sofocó una risa, que quedó ahogada en su boca en cuanto vio que Annea les fulminaba con sus ojos violetas. Nireo hizo un gesto para detenerla, pero ella se zafó y se acercó a Setellin, Noar y Viktor.
-¿Hay algo que tengas que decirme a la cara, rata de alcantarilla?
-Ya lo he dicho, iba para todos. Pero si tienes algún problema en los oídos además de en el cerebro, te lo repetiré. Métete tu desprecio y tu arrogancia por donde te quepa, niñata de papá, pero no vuelvas a tocarme las narices, o me conocerás enfadada.
Los ocho chicos contemplaban en tensión el enfrentamiento entre sus compañeras, sin saber si callar o intervenir.
-No merece la pena ni gastar saliva hablando con gente de tu calaña – replicó Annea, alzando la barbilla –. Si vivieras en Seusash ya te habrían colgado hacía ya días.
-Annea, no deberías culpar a Setellin de lo que tenía que hacer para sobrevivir, ¿no crees? – apuntó Itho –. Todos hemos hecho cosas malas en la vida. Yo, por ejemplo, estaba empezando a domar dragones con unos compañeros y algo salió mal. Salí de allí corriendo y no me importó dejarlos atrás porque temía más por mi vida. Murieron.
-Yo también he robado alguna vez – añadió Noar.
-Mentí a mi hermana para que rompiera su relación con el hombre al que amaba… – comentó Asselo, con un brillo inteligente en la mirada.
-Y yo maté al hombre que asesinó a mi familia. ¿Tan horribles te parecemos? – preguntó Viktor, encogiéndose de hombros. Después de hablar con Eclipse sentía que podía hablar de lo que había hecho con mayor tranquilidad.
-¡Sois peores de lo que creía! – exclamó Annea, totalmente indignada. No podía permanecer ni un segundo más con ellos, así que se marchó del comedor dando un portazo.
-Ojalá la prueba física sean combates y pueda darle a la condesita su merecido – deseó Setellin, comiendo con total tranquilidad.
-Pues espero que no, porque al parecer Annea es bastante buena en esgrima – murmuró Nireo, sin querer llamar mucho la atención.
-Como si eso fuera a asustarme…  
La comida continuó tranquila con la ausencia de Annea y, como Eclipse les había dicho, un par de guardias no tardaron en ir a buscarles. Les acompañaron hasta un pequeño jardín interior y les desearon suerte.
Allí les aguardaba Eclipse, apoyada en una mesa repleta de todo tipo de armas y junto a un objeto extraño que parecía un maniquí. También Annea estaba allí, y había cambiado su lujoso vestido por unas cómodas botas de caña alta, unos pantalones de cuero beige que le llegaban hasta la rodilla y una camiseta cruzada de seda lila. Además había optado por recogerse el pelo para que luchar le resultase más cómodo.
-Espero que hayáis comido bien y estéis llenos de energía, porque vais a necesitarla – les dijo Eclipse, cuando todos se hubieron sentado en los bancos que habían sido dispuesto en el jardín –. La prueba es muy simple. Debéis vencer en un combate de nivel básico, con el arma que vosotros prefiráis.
Eclipse puso la mano sobre el maniquí y éste comenzó a adquirir un aspecto humano y a moverse, como si realmente estuviese vivo, y desenvainó una espada de madera.
-Que su arma no os engañe, será de madera, pero cada vez que os golpee con ella en un lugar vital sufriréis una parálisis. Si quedáis completamente paralizados, perdéis. Y quien pierda no podrá ser mi elegido. ¿Entendido? – todos asintieron, aunque unos con mayor convencimiento que otros –. Annea, eres la primera.
La hija del conde se levantó con gracia y tomó una espada con una empuñadura elegante y delicada, y una hoja fina, ligera y flexible. Le dio unos golpecitos con el dedo y sonrió, satisfecha con la vibración que le devolvía el arma. Se colocó a unos pocos metros del maniquí, en guardia y esperando la señal para que comenzara el combate.
Eclipse dio la señal, y todos comprobaron que lo que Nireo había dicho sobre las habilidades de Annea en esgrima era cierto. La chica se movía de una forma rápida y precisa, sin desperdiciar ni un solo golpe. Desencadenó tres estocadas rápidas mientras giraba sobre sí misma para encontrar un ángulo desprotegido y, a la cuarta estocada, el maniquí cayó al suelo derrotado.
El siguiente fue uno de los tres chicos que habían formado una piña y no hablaban con nadie más. Viktor le preguntó a Noar si sabía cómo se llamaban, pero ni él ni nadie parecían saberlo. Solo venció uno de ellos, el más alto y fuerte, de cabello corto y extremadamente rizado. Lucharon con una espada de una mano, igual que Noar, que fue el siguiente, aunque no tenía la menor idea de cómo usarla. Se limitaba a agitarla en el aire, sin tener muy claro como debía atacar. Tampoco sabía cómo protegerle con ella de los ataques del maniquí, y eso le hizo caer al suelo, totalmente paralizado, en menos de un minuto.
-Setellin, te toca – dijo Eclipse, en cuanto Noar cayó al suelo.
-Quiero pelear con lo que sus guardias me quitaron antes de venir aquí, señora – pidió la ladronzuela.
La reina aceptó su petición y ordenó que alguno de sus hombres fuera a buscarlo mientras los combates proseguían. Itho fue el siguiente y usó una lanza. A todos les sorprendió su forma de moverse, casi pegado al suelo, y la velocidad con la que se movía. También venció.
-¿Por qué te mueves así? – le preguntó Viktor. Él, al igual que Noar y los otros tres chicos, no había empuñado un arma en la vida, y quería tomar nota de todo lo que pudiera para vencer y poder ser el elegido de Eclipse.
-Hay dragones que tienen muy mal carácter, así que nos enseñan a movernos entre sus garras para que podamos atacarles desde abajo – comentó Itho, con aquella sonrisa tonta de enamorado que le salía cada vez que hablaba de dragones –. Odio hacerles daño, pero hay veces que es necesario.
Se levantó la camiseta y le mostró a Viktor la quemadura que cubría casi toda su espalda.
-Por suerte, me cogió bastante lejos y no fue gran cosa – Viktor tragó saliva, impresionado. Itho se señaló el brazo, donde llevaba unas marcas negras que contrastaban con su blanquísima piel –. Esto también me lo hizo el mismo dragón.
-Creía que sería un tatuaje…
-Parecido – le sonrió él –. Ahora es mi seña de identidad.
En cuanto Setellin entró en acción, a todos se les pasó la sorpresa que habían sentido al ver luchar a Itho. La ladrona usaba un juego como arma. Muchos habían visto a malabaristas por las calles, que hacían girar unas pelotas – con cascabeles en su interior para que fuera un espectáculo tanto visual como auditivo – atadas a cuerdas a su alrededor y a toda velocidad sin que éstas chocaran entre sí. Sin embargo, Setellin había sustituido las pelotas musicales por piedras del tamaño de su puño.
Las piedras, atadas a unas resistentes cintas, giraban alrededor de Setellin sin enredarse, y el maniquí retrocedía para evitar que impactaran contra él. Cuando las piedras alcanzaron una velocidad que a Setellin le pareció adecuada, sacudió la muñeca izquierda, y la piedra que controlaba con esa mano cambió su trayectoria para impactar contra las rodillas del maniquí. Se escuchó un horrible chasquido de huesos rompiéndose.
El maniquí era incapaz de ponerse en pie, y Setellin no desperdició su tiempo: la segunda piedra se estrelló contra la cabeza de su enemigo.
Annea se volvió hacia atrás para que no tener que contemplar el sanguinolento espectáculo. Su forma de luchar era tan precisa porque no soportaba la sangre ni las vísceras; prefería un golpe rápido y limpio.
-Asselo, tu turno – anunció Eclipse, mientras rehacía a su extraño maniquí.
-Con su permiso, majestad, preferiría no luchar. No me gusta, no lo he hecho nunca y no creo que se me pueda dar bien. Yo soy muy tranquilo y pacífico.
-Ya sé que eres así, y que te sentirías mucho más cómodo jugando conmigo al ajedrez, pero no es así como funciona – susurró Eclipse, con cierto enfado contenido. Le tendió una espada de una mano bastante ligera –. Pelea.
Aquello era una orden. Asselo temblaba al aferrar la espada, sintiéndose incapaz de blandirla. “Al menos puedo levantarla”, se dijo.
A los quince segundos ya estaba paralizado. Le retiraron del suelo y Eclipse le dio a Nireo la orden de salir a pelear. El joven se quitó varios de los pañuelos de colores suaves que llevaba, muestra de que su familia estaba bien avenida, y tomó un arco. La reina alzó una ceja ante la elección del chico y cruzó los brazos ante el pecho, esperando para ver que sucedía a continuación.
Nireo disparaba con bastante precisión y rapidez – como se esperaba de un descendiente de los Hijos del Aire –, pero no parecía muy acostumbrado a disparar contra objetivos móviles. A pesar de que peleó con una valentía que no parecía acorde a su carácter, no logró superar la prueba del maniquí.
Cuando Viktor vio caer al suelo a Nireo, sintió como su nerviosismo aumentaba sobremanera. Él era el siguiente, el último; y quería poder ser elegido por su reina.
-Viktor, ven aquí – le llamó Eclipse.
Él acudió, obediente y asustado. Eclipse le entregó una pesada espada de dos manos.
-Yo… no sé luchar, y mucho menos levantar esto, majestad – musitó Viktor, sin atreverse a cogerla.
-Tú puedes hacer lo que sea, tienes una grandiosa fuerza en tu interior – le susurró Eclipse al oído, haciéndole sujetar la espada con ambas manos –, lo único que tienes que hacer es hacerla aflorar. Recuerda a tu padre, y a tu hermana. ¿Por culpa de quien te han robado tu vida, Viktor? – las manos del joven temblaban al aferrar con ira la empuñadura de la pesada espada –. Visualiza su rostro y verás como fluye la rabia. Y esa rabia es la fuerza que te hará ser capaz de todo. Derrótalo. Estás aquí porque vi algo en ti. Así que no me falles.
Viktor tragó saliva y enarboló la espada mientras dejaba que los recuerdos se convirtieran en imágenes que se deslizaban ante sus retinas. El rostro del hombre que había destrozado su vida se fundió con el del maniquí, haciendo que todo le resultase más fácil. Con un grito de rabia descargó una primera estocada, tan fuerte que hizo retroceder a su contendiente. Y detrás de aquella, encadenó muchas más que acabaron acorralando al maniquí contra la pared. Sus golpes eran tan fuertes que, cuando su enemigo ya no podía retroceder más, su espada empezó a hundirse por el hombro izquierdo, acabando con él.
Pero eso no detuvo a Viktor, y siguió propinándole espadazos cargados de ira hasta convertirlo en una masa sangrienta, mucho peor que la que había resultado del combate de Setellin. De nuevo, Annea tuvo que volverse para no mirar, aunque ya era demasiado tarde y acabó vomitando la comida.
-Es suficiente – dijo Eclipse a media voz. Eso bastó para que Viktor se detuviera en seco y dejara que la espada se le cayera de las manos, sin fuerza –. Habéis estado bien. Al menos los que habéis vencido.
»Annea, Farkol, Itho, Setellin y Viktor, mi escogido será uno de vosotros. Necesitaré un par de días para decidir. Hasta entonces, intentad que os vea lo menos posible rondando por mi castillo. Tener un atajo de adolescentes correteando por aquí no me entusiasma nada…
-Qué malas pulgas tiene la condenada… – susurró Setellin al ver que Eclipse la miraba con cierta desconfianza –. Tampoco pensaba robarte nada.


Eclipse se dejó caer sobre la cama, exhausta. Tener que preocuparse por tener controlados a aquellos diez chicos la estresaba y la agotaba. Especialmente temía que la más joven del grupo – que le había confesado no llegar a los dieciséis años que Eclipse había exigido para ser escogido –, la ladronzuela, encontrase algo apetecible y consiguiera escapar del castillo.
Tenía aptitudes, pero era demasiado débil como para soportar el alma de un dragón en su interior. Las ajadas ropas que llevaba dejaban ver un cuerpo delgado y huesudo a causa del hambre que había pasado en las calles.
-Yo ya tengo un favorito, ¿tú no? – le dijo de repente una voz, desde el fondo de la habitación.
-¿Shina? – preguntó Eclipse, confusa. Aquella mujer era… distinta. Era joven.
-¿A que estoy mucho mejor así? – una sonrisa torcida cruzó su rejuvenecido rostro –. Me he dado un buen atracón de magia. Igual he llamado un poco la atención en los otros planos mágicos, y es probable que Shoz esté sobre aviso de que tramo algo, así que tendremos que dejar a los chicos para más tarde.
-¡¿Has llamado la atención?!
-Un poquito. Quería ver la Estrella… – canturreó Shina, recordando su encuentro con Elehdal. Eclipse apreció que la bruja parecía bastante contenta.
-Bueno… Arreglaremos eso de alguna forma.
-Ya lo tengo todo pensado. Tenemos todo lo necesario, así que podemos ponernos en marcha ya mismo.
-Aún debemos arreglar algo.
-¿A sí? – preguntó Shina, torciendo la cabeza, claramente decepcionada por no poder entrar en acción de inmediato.
-¿Quién es tu favorito?
-Creo que el mismo por el que tú has desarrollado cierto cariño. ¿Tanto te entristece su vida? ¿Cuántos chicos como él habrá en tu reino? ¿Y sabes qué? Es culpa tuya por llevar tan mal tus tierras. ¿Te sientes culpable?
-Deja de actuar como si fueses mi conciencia. Me entristece su vida, pero solo porque él me parece especial… Veo algo en él que no veo en los demás. Pero es su tragedia lo que le hace fuerte.
-Eso es cierto. Además tiene cierta esencia del fuego… Será todo más fácil.
-¿Cómo… como lo has sabido? – preguntó Eclipse, sorprendida otra vez por las habilidades de la bruja.
-Ahora tengo una percepción mucho mayor de todo lo que hay a mi alrededor. Veo la energía de todos los que hay en este castillo. Y la energía de Itho es extraordinaria, no me extraña que sea domador de dragones – comentó Shina, escaneando al medio centenar de personas que habitaban en el castillo.
-No te acostumbres a ese poder, tendrás que usarlo dentro de poco…
-Lo sé, pero me encanta – sonrió de una forma que resultó hasta agradable –. Lo disfrutaré mientras dure.
Eclipse la miró de reojo mientras se cambiaba para echarse a dormir. Además de adoptar un aspecto más joven al haberse alimentado de magia, Eclipse notaba que algo más había cambiado en Shina. Parecía feliz, como si hubiera recuperado algún tipo de esperanza. Fuera lo que fuera, aquel mago había hecho mucho bien en la bruja, y eso era algo fantástico para su plan. Ese hecho hacía que la curiosidad de Eclipse aumentara.
Se metió entre las suaves sábanas de su cama e, inmediatamente, se sintió más descansada. Shina parecía estar jugando con el Corazón, lanzándolo al aire y atrayéndolo hacia ella de nuevo sin tener que tocarlo.
-¿No vas a contarme nada de tu viaje ni del mago? – murmuró Eclipse, con la boca tapada por las sábanas. Aun así, Shina la entendió e hizo una mueca.
-Es preferible que sepas lo menos posible de él. Es… peligroso. Así que confía un poco en mí – la voz de la bruja sonó suave y dulce, como una canción de cuna –. Ahora duerme, mañana tendrás mucho que hacer.


Evitando caminar a la luz del día y moviéndose mucho más cómodamente por los oscuros caminos cuando caía el sol, Kiv recorrió durante varios días el montañoso territorio de Seusash. Aquella noche, cuando solo le faltaban un par de jornadas para llegar a Navette, se topó con un pequeño campamento. Supuso que se trataría de una avanzadilla del ejército de Edel y se infiltró sin muchos problemas.
Escondido tras unas rocas, desenfundó su daga y la sujetó por el filo, como solía hacer para no desvanecerse mientras entraba en aquella especie de trance y buscaba las mentes de quienes poblaban el campamento.
Había diez personas dormidas, cinco patrullando y otras cinco reunidas. Permaneció unos minutos quieto, recuperándose y trazando mentalmente el camino para llegar hasta la tienda donde se estaba llevando a cabo la reunión.
Como una sombra se deslizó sin que nadie se percatara de su presencia y alcanzó la tienda casi en cuestión de segundos.
-… apenas cuentan con defensa. Será llegar y entrar – hablaba una voz femenina, con un toque infantil y suave.
Kiv frunció el ceño. Ninguna de las mentes que había detectado correspondía a una mujer. Cerró los ojos y se concentró en intentar escuchar los latidos de los corazones de las personas allí presentes.
“Uno, dos, tres, cuatro, cinco… y seis”, contó. “Maldita sea, ¿hay alguien capaz de ocultarse de mí?”
-¿Sabes si el Conde Reinier piensa rendirse? – esta vez hablaba una fuerte voz masculina y autoritaria.
-No he conseguido información fiable, pero vista su situación se rendirá – volvió a hablar la chica. Kiv distinguió en su voz un extraño acento, por lo que dilucidó que debía de venir desde muy lejos –. Lo que sí sé seguro es que Go no va a proporcionarles ayuda militar. O no tienen fuerza para hacernos frente, o se están reservando. Sea lo que sea, lo descubriré.
“¡Es una espía!”, se dijo Kiv. Sonrió para sí mismo. “Espiar a una espía, que irónico y divertido.”
Hablaron algo más sobre los movimientos próximos de Edel y también se enteró de que la espía siempre iba por delante del grupo de avanzadilla, y muy por delante de Edel. Tanto era así que ellas apenas se veían.
-General, ¿le importaría acercarse un momento, por favor? – preguntó la mujer, en cierto momento. Kiv escuchó como el hombre a quien le había dicho se movía y después nada.
“Qué raro…”
Apenas acababa de pensarlo cuando un puñal rasgó la tela de la tienda y se le hundió en el brazo. No se explicaba cómo había sabido que estaba allí, pero ahora tenía que escapar del campamento cuanto antes. Arrugó la nariz ante el olor que desprendía el puñal y supo que lo habían frotado con alguna sustancia paralizante.
“¡Sal de aquí!”, se gritó a sí mismo. No podía permitir que lo capturasen. Eso nunca le había pasado, ni nunca le pasaría.
Los segundos siguientes fueron muy confusos. Se sentía mareado, asfixiado, y parecía que algo se comprimía dentro de su pecho. También sentía que iba a estallarle el cráneo. Cerró los ojos con fuerza, como si eso fuera a atenuar el dolor punzante que le causaban aquellas sensaciones, y se sintió desvanecer.

Kiv ya había desaparecido del campamento cuando la espía salió fuera de la tienda. Soltó una maldición por lo bajini al ver que quien quiera que hubiese estado allí se le había escapado.
-¿Quién era? – preguntó alguien.
-No lo sé, pero fuera quien fuera nos estaba espiando. Despertad a los que están durmiendo y que peinen la zona. No puede ir muy lejos con ese veneno en la herida…
-¿Un espía de Reinier?
-Que yo sepa Reinier no cuenta con espías, así que supongo que estará bajo las órdenes de Eclipse – la voz de la mujer sonó abatida, y el general se percató de ello.
-¿Te ocurre algo?
-No, nada. Es solo que es la primera vez que alguien se me escapa…

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