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jueves, 29 de marzo de 2012

CAPÍTULO 8: MIEDOS Y PESADILLAS


CAPÍTULO 8: MIEDOS Y PESADILLAS
A la mañana siguiente, Siril se despertó con la espalda dolorida. Al final se había quedado dormida en el sofá de la casa de Tary. Aunque tampoco había dormido mucho, ya que su prima se había pasado la noche gritando en sueños.
Estaba preocupada. Muy preocupada. La había escuchado repetir, como un mantra: “Es solo una ilusión, es una ilusión. No están muertos, no lo están.”
Entró en su cuarto, con un vaso de leche y unas galletas por si tenía hambre. Casi se le cayeron las cosas cuando al entrar la vio, sudorosa y temblando en la cama. Se mordió el labio, apenada, mientras dejaba las cosas sobre la mesilla. Le pasó la mano por la frente, perlada por el sudor.
Con un nuevo alarido, Tary abrió los ojos de par en par.
Siril tragó saliva y retiró la mano, asustada. Le tembló la voz al hablar:
-Buenos días, Tary. Te he traído algo de desayuno, por si tienes hambre – ella no le contestó. Permanecía con la vista fija en el techo, tratando de ralentizar su acelerada respiración. Se revolvió, arañándose los brazos, en la zona de los cortes.
-Me duelen – lloró.
-Tranquila, apenas son poco más que unos arañazos; estarán curados dentro de poco – le mintió, para tratar de serenarla.
-Son mucho más… El dolor está dentro – aquel penoso murmullo no fue escuchado por Siril, que, con cariño, le secó el sudor de la cara.
-Sé que algo muy malo te hicieron, Tary, pero necesito que me lo cuentes para que pueda ayudarte. Lo superaremos. Te lo juro – le dijo, tomándola por las manos para que dejara de arañarse.
-No lo recuerdo – le respondió con rapidez.
-Sí que lo recuerdas. Esta noche has hablado en sueños. Está todo dentro de tu cabeza. Haz un esfuerzo e intenta acordarte, ¿vale? Tú sé fuerte, resiste.
-Sí, claro…
-Buena chica – le sonrió Siril – Tengo que irme a clase. Volveré por la tarde. Si tienes hambre, pide una pizza o algo así.
Depositó un suave beso sobre su cabeza y se fue.
Las lágrimas comenzaron a brotar de los ojos de Tary, deslizándose por su rostro hasta morir en la almohada. Se acostó de costado y se rodeó las rodillas con los brazos.
Claro que recordaba lo que le había sucedido. Lo recordaba, además, con una nitidez asombrosamente dolorosa. Las imágenes de aquellos horribles recuerdos surgían ante ella en cuanto cerraba los ojos: las ilusiones de las muertes, aquella mujer de pelo verdoso, la agonía, el joven de la daga y sus escalofriantes ojos, y el dolor. Sobre todo recordaba aquel dolor. No era parecido a nada que hubiera conocido.
Tary cerró los ojos, temiendo encontrarse en la oscuridad con fragmentos de la tortura pasada, y de repitió las palabras de Siril: “Sé fuerte, resiste”. Apretó los puños, con decisión, y todos los cortes a medio cerrar le tiraron de la piel, provocándole un dolor lacerante.
“Voy a vivir. Voy a resistir esto y mucho más. Aguantaré todo lo que haga falta hasta que me vengue de ellos. Los mataré”, se dijo, furiosa.
Segundos después, volvía a caer presa de sus angustiosos recuerdos, envuelta en una espiral de dolor y sin voz con la que lanzar nuevos gritos de agonía. Cayó inconsciente durante varias horas.


Eclipse masculló algo, enfadada, y después le ordenó a Kiv que se estuviera quieto de una vez, acompañando su orden de un “ligero” golpe en la cabeza.
La reina estaba tratando de curar la quemadura que se extendía a lo largo del brazo izquierdo del joven. Aunque más que curarlo parecía estar deleitándose en el dolor que él estaba sufriendo. Estaba enfadada.
-No solo vienes sin los colgantes, ¡sino que además vienes sin la chica! – había berreado nada más verlo aparecer, aún envuelto en llamas.
Él había soportado todo estoicamente, sabedor de que si abría la boca para replicar las cosas se pondrían peores. Aguantó el berrinche de Eclipse y sufrió sus “cuidados”.
Al final, por fin parecía que la mujer se había calmado.
-Bueno, visto lo visto, lo mejor será que tú te ocupes de ellas. Poseen la magia, es tu terreno – dijo Kiv, sosegadamente, haciendo una mueca de dolor al mover el brazo.
-¡Ja! De eso nada, jovencito. Tienes el poder y las habilidades suficientes para hacerles frente tú. Y serás tú quien las traerá ante mí.
-La magia no es lo mío…
-Deja de protestar. Tú has podido siempre con todo, Kiv. Te he visto asesinar magos – le recordó, fulminándolo con la mirada.
-Pero no sabían nada de mí. Ahora ellas ya están sobre aviso. Me conocen, saben perfectamente lo que puedo hacer.
-Si no me equivoco, no lo saben todo, ¿no?
El agachó la cabeza.
-No, todavía no lo han visto. Pero deberían estar en este mundo y no en el suyo. Allí sería… demasiado llamativo.
-Haz lo que sea, pero quiero los otros tres talismanes. ¡Y los quiero ya! – dicho eso, Eclipse se marchó dando zancadas.
“Cuando se enfada es como una niña pequeña…”, se dijo Kiv, sin inmutarse. Había aprendido a ignorarla, a armarse de paciencia, y a aguantar. Aunque no habían sido pocas las ocasiones en las que había deseado matarla. Sin embargo, Eclipse tenía un gran instinto de supervivencia y conocía a su esbirro lo suficientemente bien como para saber lo que pasaba por su cabeza antes incluso de que él lo pensara. Nunca había podido hacerle daño.
Sintió una vibración en el aire y todo su cuerpo se crispó, alerta. Alguien acababa de marcharse de Go. Suspiró y movió el brazo una vez más, comprobando que seguía doliéndole, aunque ya se había acostumbrado y le resultaba menos molesto, y se dispuso a marcharse en busca de quien se escabullía de su mundo.


Ralta y Furia estuvieron esperando un buen rato en la puerta hasta que Tary les abrió. No había comido en todo el día porque había caído inconsciente varias veces. Se había levantado de la cama, tambaleándose, y al final había conseguido llegar a la puerta apoyándose en las paredes.
-¡Tary! – exclamó Ralta cuando la vio abrirles la puerta.
-Hola, chicas – apenas tenía un hilo de voz –. ¿Qué estáis haciendo aquí?
-Venimos a ver qué tal estás – sonrió Furia, tendiéndole un tupper con macarrones –. Es por si no tienes ganas de cocinar, como estás sola en casa…  
-Gracias, Fu. Pasad dentro, no aguanto más rato de pie.
Entraron en el salón y las chicas se sentaron en el sofá para hablar un rato. Durante unos momentos las tres fingieron que todo estaba bien. Ralta y Furia le contaron las cosas que habían sucedido durante aquel día de clase, como si no hubiera asistido por estar enferma.
Después, Ralta se hartó de aquella incómoda situación y pasó a preguntar lo que realmente habían ido a tratar de averiguar.
-Bueno, Tary. ¿Cómo te encuentras? Tienes que contarnos lo que te pasó allí – le dijo, con voz dulce.
El cuerpo de Tary estaba vacío de fuerzas, pero no la mirada que le lanzó a su amiga. Era fulminante, y oscura. Ralta se sintió atravesada por ella.
-Estoy muy cansada… Siento dolor todo el tiempo.
-¿Te duelen los brazos? – le preguntó Furia, mordiéndose el labio.
-Sí, pero en realidad son lo de menos… – levantó los brazos y se llevó las manos al pecho, con un gesto de dolor – Es aquí… Es como si me arrancasen algo de dentro.
-Es horrible… ¿Recuerdas cómo te hicieron eso? – inquirió Ralta.
-¡No quiero recordarlo! – Tary trató de gritar, pero las palabras sonaron rotas en su garganta, y su bramido fue solo un quejido apenas audible. Aunque sus amigas notaron la furia con la que brotaban los sonidos de su boca.
-Tary…
La chica trató de replicar, pero no le quedaba voz para hacerlo. Sus dedos se crisparon y se agarró de la camiseta mientras caía inconsciente de nuevo sobre el sofá. Temblaba y se arañaba a si misma los brazos, arrancándose las costras recién formadas en los cortes.
Sus dos amigas la miraban, con el corazón roto y las lágrimas a punto de abandonar sus ojos. Le susurraron palabras de consuelo, pero nada apaciguaba sus pesadillas. Cuando, minutos después, Tary pasó a dormir serenamente, la llevaron a su cuarto entre las dos.
-Tengo que irme ya. Si vuelvo a llegar tarde a casa mi madre me tendrá encerrada hasta que me salgan canas – dijo Ralta, mirando el reloj de su móvil –. ¿Te vuelves conmigo?
-Mmm… No. Creo que voy a quedarme un poco más. Le prepararé una sopa a Tary. Le hará entrar en calor y le irá bien para la garganta.
Ralta le dirigió una amplia sonrisa a su amiga.
-Eres un cielo de persona, ¿sabes? Me alegro muchísimo de que nos hayamos conocido.
Le dio un fuerte abrazo, un gesto de cariño al que Furia no estaba muy acostumbrada, y le dio un beso en la mejilla a Tary como despedida.
Una vez Ralta se hubo marchado, Furia entró en la cocina para hacerle la cena a Tary. Después recogió los macarrones que le había traído, que aun seguían en el salón, y el desayuno que Siril le había preparado por la mañana. Cuando acabó fue con la cena al cuarto de su amiga para ver si estaba despierta.
En efecto, lo estaba. Miraba el techo con los ojos muy abiertos, tratando de parpadear lo menos posible. Por debajo de ellos, unas medias lunas oscuras le daban a Tary un aspecto agotado.
-Hola, Tary. Te he preparado una sopa. Tómatela ahora que está calentita.
Con esfuerzo, la chica le sonrió.
-No tengo hambre, pero bueno. No voy a hacerte el feo ya que te has molestado por mí.
Furia la ayudó a incorporarse y a tomarse la cena. Después, parecía que las mejillas de Tary habían recuperado algo de color.
-Escucha Tary, no quiero hacerte daño, pero saber lo que te pasó puede ser importante. No quiero ni imaginarme qué pudieron hacerte para que sea tan horrible que no quieras recordarlo y te pases el día gritando en sueños. Es más, no quiero saberlo. Simplemente me alegro de que hayas resistido. Eres la persona más fuerte que conozco.
-Lo recuerdo. Es… es tan nítido… que cada vez que cierro los ojos, vuelven a torturarme.
-Pero, ¿por qué lo hicieron?
-Me negué a darles el talismán… Y necesitan que su portador esté vivo para que la magia siga viva. Por eso no podían matarme.
-Es horroroso… – musitó Furia. Se mordió el labio antes de pronunciar la siguiente pregunta –. ¿Quién te hizo daño?
-Fue ese chico, el de los ojos verdes – Furia asintió. Aquel chico, Kiv, y sus escalofriantes ojos. Lo maldijo en silencio –. Y una… Veisha.
-¿Veisha? ¿Qué demonios es eso? – preguntó Furia.
Tary no le contestó, volvió a caer en los lazos de las pesadillas, que la llevaron a un lugar donde los gritos apenas servían para expresar el dolor que atravesaba su alma.
Entristecida y en silencio, Furia se marchó de allí, sintiéndose fatal por dejar sola a su amiga, sufriendo en sueños.


Los días pasaron fríos y lentos, llevando a las chicas hacia el triste mes de noviembre. Tary pasó cerca de una semana, sin asistir a clase, metida en la cama. Salía unos pocos minutos al día, para pasearse por la casa, comer un poco y llamar a sus padres. Habían estado preocupados por ella y casi habían adelantado su vuelta de Europa para cuidarla.
Poco a poco, con el paso de los días, se acostumbró al dolor que la atacaba y pasó a ser más soportable y ligero. Su piel estaba siempre más pálida de lo normal, apagada. Pero recobró algo de fuerza alimentando sus pensamientos con las palabras de Siril: “Sé fuerte. Resiste”. Si quería vengarse, tenía que resistir.
Mientras Tary luchaba contra sí misma, sus amigas seguían con sus vidas, aunque iban a visitarla cada día. Seguían entrenando el control de la magia, aumentando su resistencia, conociendo su poder y moldeándolo a su antojo.
Ralta temió que Kiv volviera a por ellas, pero eso, por suerte, no ocurrió. Disfrutaron de unos días relativamente tranquilos, aderezados de deberes, exámenes, compañeros pesados y profesores maliciosos. Justo lo que podía considerarse una vida normal, o al menos, medio normal.
Durante aquellos días, Furia buscó en solitario información sobre el nombre que Tary le había dicho: Veisha. Sin embargo, no encontró nada; así que pasó a contárselo a las otras dos chicas.
-Tary me dijo que quienes le habían hecho daño fueron Kiv y una Veisha – Siril y Ralta la miraron sorprendidas. Había tardado cuatro días en contarles aquella información. Furia siguió hablando para no darles tiempo a replicar –. He estado buscando qué podía ser eso, pero no he encontrado absolutamente nada.
-¿Veisha? – musitó Ralta. Aquel nombre en sus labios sonó como un horrible susurro.
-Has tardado mucho en contarnos esto – dijo Siril, aunque no en un tono duro, ni buscaba culparla de nada.
-Ya lo sé, pero quería ver si podía averiguar algo yo sola. Tary me lo contó a mí, y no sabía si… sí ella quería que lo supierais vosotras o no.
-¿Pero por qué no iba a querer que lo supiéramos? – preguntó Ralta, algo molesta.
-A veces nos es más fácil confiar nuestros miedos y temores a personas que no conocemos mucho, que no son nuestra familia, con los que no compartimos años de confianza, simplemente para que su opinión al respecto de nuestro miedo no se vea afectada por la impresión que tiene ya de nosotros.
-Eso es… – empezó a decir Ralta.
-Cierto – acabó Siril –. Comprendo tus razones, Furia. Ahora vámonos. Tenemos que buscar qué es una Veisha. Supongo que se tratará de alguna criatura de Go, así que tenemos que buscar en un sitio donde tengan información de muchos mundos.
-¿Shoz? – aventuró Furia.
-Exacto – le sonrió Siril –. Ahora dadme las manos y os llevaré en un periquete.
Las tres se cogieron de las manos y, envueltas en una espiral de luz, abandonaron su mundo para llegar a Shoz.
Aparecieron en un lugar hermoso, muy hermoso, inundado por una luz tan blanca y brillante que lastimaba con delicadeza los ojos de las chicas. Se encontraban en un pasillo amplio y totalmente recto, con los suelos de mármol blanco, adornado con finos detalles en negro, que aportaban un toque refinado, elegante y, sobre todo, hermoso. El corredor, en vez de paredes, tenía cristales que dejaban ver un vacío abrumador a sus pies, y también entrar la luz. Ésta incidía sobre las delicadas lágrimas de cristal que componían las lámparas, que adornaban los techos abovedados, desplegando sobre el blanco suelo un arco iris que contenía todos los colores imaginables. 
-Es… muy hermoso – murmuró Ralta, impresionada.
-Vamos, si seguimos este pasillo llegaremos a la Gran Biblioteca de Shoz – les dijo Siril, señalando el lejano fondo del luminoso corredor.
-¿Habías estado aquí antes? – preguntó Ralta, al ver que Siril parecía saber tanto.
Ella asintió:
-Sí, unas cuantas veces. Vine aquí a recibir preparación por si resultaba elegida por los poderes de la Sabiduría. Fui una entre mil millones…
Ralta soltó un silbido impresionado y caminaron a lo largo del pasillo. Tras casi media hora caminando, desembocaron en una conexión entre dos corredores, un espacio circular en cuyo centro había una pequeña y delicada fuente. Alrededor había unas plumas gigantes que flotaban mágicamente. Furia las miró con curiosidad y suspicacia. 
-Digamos que son asientos para que la gente pueda reposar. Las distancias son bastante grandes aquí y a veces es necesario tomarse un respiro. Eso sí, ni se os ocurra beber de la fuente – les comentó Siril, mojándose los dedos y untándose los ojos –. Las fuentes de vida son para esto. Hay una en la entrada de cada sala. Es una costumbre.
-Entiendo que la gente quiera reposar. Estos pasillos son eternos – suspiró Ralta, girándose hacia las puertas de la Gran Biblioteca –. ¡Madre mía! Es impresionante.
Ante ellas se levantaba una majestuosa puerta, tallada en marfil. Eran tantos los detalles, tantas las delicadas formas de los miles de animales que había allí esculpidos que resultaba increíble. De todos los animales, pequeñas bestias y seres mitológicos, destacaban un par de cisnes, cuyos cuellos se entrelazaban y sus alas se desplegaban, haciendo volar al resto de los presentes.
Los dedos de Ralta acariciaron los relieves, suaves y redondeados, con lentitud y cariño. Admiraba lo maravillosa que era aquella puerta. Más que una puerta para entrar en una biblioteca le parecía una puerta a otro mundo. Un mundo que si era solo la mitad de extraordinario que la puerta, ya sería el más precioso de todos.
Se detuvo en el cuerno espiralado de un unicornio que la miraba con sus grandísimos y almendrados ojos.
-Es… es… no encuentro palabras para describirlo – sollozó Ralta.
Siril sonrió de una forma un tanto ambigua.
-Aquí todo es así. Vamos, entremos; no perdamos más tiempo. Ya habrá otro día para que descubráis las maravillas de Shoz.
Yamiie”, susurró Siril, con las manos extendidas hacia la puerta. Con la ligereza de una pluma, ésta se abrió. No emitió ningún chirrido, solo dejó que entrara más luz.
Cuando sus ojos volvieron a acostumbrarse al torrente de luz, descubrieron una maravilla más.
Era grandiosa, inmensa, mayor incluso que una catedral. Con el techo abovedado, de cristal, tan alto y lejano que parecía hallarse a solo un palmo del cielo; las paredes cubiertas de estanterías que solo terminaban para abrirse a ventanas con cristales de colores. Tenía varios pisos, comunicados por escaleras de caracol, que brillaban como zafiros gigantes, esculpidos de un modo increíble.
Numerosas mesas de madera, que emitían un suave halo plateado, se hallaban dispuestas en la parte central del piso inferior, donde la luz que llegaba del techo incidía de lleno. Visto desde la puerta, parecía imposible llegar a encontrar alguna información sobre las Veishas entre aquella multitud de volúmenes, perfectamente ordenados y dispuestos en sus respectivas estanterías.   
-Bueno chicas, toca buscar. Tenemos que descubrir cómo está organizada la información. Esto es grandísimo, así que lo mejor será que nos separemos para abarcar más. Nos encontraremos en la puerta en un par de horas.
-Vale – dijeron Furia y Ralta a la vez.
Instantes después, las tres chicas se separaban para investigar por su cuenta.
Ralta se deslizó entre las estanterías, que parecían alzarse hacia el cielo, contemplando maravillada todos aquellos libros que, aunque percibía su antigüedad, permanecían brillantes y sin una sola mota de polvo. Atravesó una extensísima sección que parecía ser de historia, luego otra que albergaba gran cantidad de libros sobre costumbres, tradiciones y la forma de proceder de Shoz.
“Otro día tendré que pasarme por aquí para conocer mejor este lugar”, se dijo mientras pasaba a otra zona, plagada de libros con fórmulas matemáticas. “¡Buaj! ¿Por qué me perseguís si sabéis cuanto os odio?”
Siguió paseando. Vio a Siril subiendo a los pisos superiores por la escalinata, que brillaba como un zafiro gigante. Libros. Libros por doquier. De todas formas, tamaños, grosores y colores en sus portadas. Uno que encontró tenía un ojo en el lomo, que vigilaba todo a su alrededor; otro parecía sollozar. Sin embargo, no logró encontrar nada sobre las Veishas. Cansada de andar, se dejó caer sobre una cómoda silla de las que había dispuestas alrededor de las mesas, en la parte central de la biblioteca. Con un suspiro agotado, dejó que su cabeza se inclinase hacia atrás, mirando al cielo.   
 “¿Cómo puede brillar tanto el cielo si no se ve ningún sol?”, se preguntó, estirándose. Su boca se abrió, emitiendo un bostezo.
-Veo que la heredera del poder de mi pequeña también es una chica sin sentido del decoro y demasiado despreocupada – comentó quien se hallaba tras un enorme libro, frente a Ralta.
La chica dio un respingo sorprendida, ya que no se había dado cuenta de que había alguien allí. De detrás del libro emergió un pequeño hombrecillo, de rostro arrugado y cabeza redondeada y brillante, sin un solo pelo. Sin embargo, tenía un par de cejas blancas y peludas, iguales que su larga barba. Su expresión no parecía en absoluto enfadada, y sus ojos, totalmente negros, relucían con un aire divertido.
-Yo… Lo siento – murmuró Ralta, avergonzada.
El hombrecillo sonrió ampliamente, cerró el libro que estaba leyendo y se levantó.
Era menudo y rechoncho, y vestía una túnica de un tono verde pálido, prácticamente blanco, que le arrastraba por el suelo. Se acercó a ella y, tendiéndole la mano, le dijo:
-Encantado de conocerte, Ralta. Yo soy Koren. Bienvenida a mi biblioteca.
Ralta sonrió y correspondió al saludo, inclinando ligeramente la cabeza, lo cual hizo que Koren, asintiera satisfecho.
-Justo como mi pequeña – musitó Koren, sonriente –. ¿Buscabas algo en especial?
-Lo cierto es que sí, pero esto es tan inmenso que no encuentro nada.
-Cuando vengas más por aquí, más secretos conocerás. Esta Biblioteca es casi un ser vivo – comentó, orgulloso. Cogió el libro, con cierto esfuerzo, pues era casi tan grande como él –. Puedo ayudarte a buscar. ¿Qué querías saber?
-Sí. Verá… Buscaba qué es una Veisha. Mis amigas y yo…
-¿Dónde has oído ese nombre? – su voz sonó cuidadosa y algo amenazadora, conteniendo el temor que sentía ante la mención de aquella palabra.
Ralta se fijó en que la sonrisa del hombre había desaparecido y parecía temblar ligeramente. La invadió una horrible sensación. “Verdaderamente, fue algo horroroso lo que debió de hacerle eso a Tary”. Se precipitó a explicarle a Koren lo que ocurría con su amiga.
-¡A una amiga le atacó eso! Lleva días gritando y sufriendo… ¡Y no queremos dejarla morir! – aunque no quería hacerlo, alzó la voz más de lo permitido.
Koren le tomó la mano y se la palmeó para tranquilizarla un poco.
-Entonces, ¿tú amiga sigue viva? – Ralta detectó cierto tono de sorpresa en la voz del anciano, y asintió –. Ven conmigo, Ralta.
Ralta lo siguió a través de numerosas estanterías hasta que llegó a una, que resultó ser la entrada secreta a una pequeña salita. No había ventanas por las que entrara la misma luz que parecía bañar todo Shoz; sin embargo, no resultaba oscura ni agobiante. Era agradable y cálida.
Una lámpara colgaba del techo, alumbrando las pizarras y estanterías que cubrían las paredes y el magnífico escritorio de madera que presidía la sala.
Koren le ofreció un sillón para que tomara asiento, mientras él ocupaba su lugar tras el escritorio. Dejó el libro sobre la superficie de madera y apiló sobre él un fajo de papeles.
-Siento que veas este desorden, pero llevó mucho retraso en un trabajo y no podía hablar de temas como ese de las Veishas en un lugar público.
-No pasa nada, mi cuarto es peor – sonrió Ralta, restándole importancia.
-Verás, Ralta, lo primero que debes saber sobre las Veishas es que son seres malvados, muy malvados. Son hijas de la Oscuridad más profunda – Ralta escuchaba con atención al anciano –. Tienen un tremendo poder que te tortura hasta la muerte. Con solo mirarte averiguan tus temores, se transforman en ellos y te obligan a verlos. Aunque cierres los ojos, lo verás dentro de cabeza – “¿Es como lo que hace Kiv?”, se preguntó Ralta –. Eso te tortura, te vuelve loco, y después te mata.
-Pero Tary no está muerta…
-Si no lo está ya, espero que no lo haga, y que resista. Muy pocos han resistido a ellas. Y menos aún, han estado cuerdos.
-¿Hay alguna manera de burlarlas?
-Sí que he oído remedios… No estoy seguro de su eficacia, pero algo es algo. Una forma es que tu mayor miedo sea encontrarte frente a una Veisha. Entonces adoptaría su verdadera forma y carecerían de su poder. Aunque hay quien dice que tienen veneno en las uñas. Un pelo de unicornio también serviría. Son objetos muy valiosos, capaces de repeler numerosos hechizos y tienen gran cantidad de poderes todavía ocultos. Si tienes una mente lo suficientemente fuerte, podrías hacer que la Veisha chocara contra la barrera mental, bloqueándola.
-Parece… complicado.
-Son seres muy poderosos… Tenebrosos. No sé si tu amiga se curará. Solo puedo recomendarte que la vigiles para que no… no sufra cambios.
-¿Cambios? ¿Qué clase de cambios?
-Ha debido de sufrir mucho. Aunque su cuerpo haya sobrevivido, su mente y su alma estarán, sin duda, dañados. Puede que no vuelva a ser la persona que fue.
-Muchas gracias por todo, Koren. Tu información me ha sido de mucha ayuda. Gracias de verdad.
-Espero verte pronto por aquí, Ralta. Hay muchas cosas que deberías descubrir de Shoz, y de Go – le sonrió el hombrecillo.  
Ralta abandonó la salita secreta y corrió en busca de sus amigas. Tenía que informarles de todo lo que Koren le había contado.


El lobo negro perseguía a su presa colina arriba. Al llegar arriba, paró y olfateó el aire. Miró hacia el río y lo vio. Un joven con una larga melena de color rubio platino. Una levísima ondulación en el ambiente le había advertido de que alguien había escapado de Go. Al parecer con una técnica en el hechizo de transportación bastante bueno. Aunque no lo suficiente como para que él no lo detectase.
El lobo resopló algo ahogado. El aire de la Tierra era pesado, denso y asfixiante. A la carrera no iba a conseguir alcanzarlo, pero volando sí.
Su pequeño y peludo cuerpo de mamífero se transformó en un reptil enorme. Las escamas, de un intenso y brillante verde esmeralda, refulgieron bajo la luz del sol. Desplegó las alas, membranosas y con un suave tono plateado, y voló en dirección a su presa.
Transformarse en aquella serpiente, un sep, le causaba un dolor agudo, pero a la vez le resultaba delicioso. No había nada comparable a la sensación que le causaba desplegar las alas y flotar en el aire. Los seps apenas volaban, más bien planeaban. 
El joven se volvió hacia el cielo al ver la sombra de la serpiente sobre él. Detuvo su carrera y pasó a desenvainar la espada que llevaba colgada a la espalda, sabiendo que debía estar listo para cuando el sep se lanzara sobre él.
“Genial, una pelea”, pensó, relamiéndose, mientras descendía a toda velocidad.
 Al llegar al suelo el sep se transformó en humano. Hizo aparecer su propia espada y dedicó al fugitivo una fría media sonrisa.
Kiv arremetió rápidamente contra el otro joven, que logró esquivar la estocada por muy poco, deteniéndola con su espada en el último momento. El asesino no perdió un instante y se deslizó como una sombra rodeando a su presa. El joven de la melena rubia lo observaba, con la espada en guardia y temblando asustado. Tragó saliva.
-No deberías haber huido – resonó una voz heladora en su cabeza.
Tembló y miró desconcertado a su alrededor. Había bajado la guardia. Veloz como el rayo envistió de nuevo y atravesó el corazón de su oponente.
-Te lo dije, no debiste huir – le dijo Kiv a cadáver, estirando el brazo, todavía quemado. Hizo una mueca de dolor y miró el cielo grisáceo y muerto de aquel mundo.
El asesino chasqueó los dedos y el cuerpo desapareció como si nunca hubiera estado allí. Se llevó la mano a la espalda y aferró la daga que llevaba sujeta a la espalda, desapareciendo también.

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