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domingo, 18 de marzo de 2012

CAPÍTULO 7: EL PODER


CAPÍTULO 7: EL PODER
La corriente de luz las atrapó en un torbellino, que después pasó a sumirlas en una profunda oscuridad. Los cambios entre la luz y la oscuridad acabaron por depositarlas en una dimensión sólida.
Estaban en un sitio muy pequeño y estrecho, y no olía muy bien. Furia acabó por darse cuenta, mirando entre los rizos negros de Ralta, de que estaban en un servicio público. Se giró como pudo y vio a Siril sentada sobre la taza del WC, con las piernas cruzadas y los ojos cerrados, como si estuviera meditando. Al parecer, intentaba mantener una expresión tranquila y serena, pero más bien parecía estar rota por el esfuerzo – aunque una sonrisa de satisfacción quería asomar por sus labios.
Por fin abrió los ojos, sonriente, sabiendo que había terminado su invocación. Sin embargo, la sonrisa se le quedó congelada en cuanto se dio cuenta de que su prima no estaba allí con ellas.
-¿Dónde está Tary? – preguntó, tratando de contener el pánico que estaba comenzando a sentir.
Ralta y Furia se miraron un instante, y negaron con la cabeza.
-No lo sabemos – musitó Ralta –. Ella se fue con 600…
-¡Oh no! Maldita sea… Tenéis que contarme todo lo que hicisteis allí. ¿Fuisteis a Go, verdad? – quiso saber Siril, con nerviosismo. Se había quedado pálida y de cada uno de los poros de su piel comenzaban a brotar gotas de sudor frío.
Ralta y Furia le contaron todo lo sucedido hasta el momento  en el que se habían separado.
-Si hemos pasado allí la noche, ¡nuestros padres estarán muy preocupados! – exclamó Furia, cayendo en la cuenta.
-Podéis estar tranquilas, apenas han pasado un par de horas. En cuanto dejé de sentir vuestra presencia salí de clase y vine aquí para invocaros de nuevo a este mundo. Eso fue lo que me ha llevado más tiempo.
-¿Le habrá pasado algo a Tary? – la voz de Ralta apenas fue audible, pero Siril la escuchó, y permaneció en silencio mientras meditaba una respuesta.
-Yo… creo que tiene que estar viva. Si hubiera estado… – Siril tragó saliva, incapaz de decir “muerta” – la habría traído igualmente. Alguien debía de estar reteniéndola allí, así que estará viva.
-Me pregunto si 600 estará bien… – musitó Furia, preocupada también por quien las había ayudado.
-¿Puedes volver a intentar lo que has hecho para traernos? – inquirió Ralta.
Siril bajó la mirada y negó con la cabeza.
-Estoy agotada – Ralta se dio cuenta entonces de que la chica temblaba de arriba abajo, parecía haber agotado todas las fuerzas de su cuerpo, y el flequillo se le pegaba a la frente bañada en sudor – Lo siento… Volveré a probar mañana. Solo espero que no sea demasiado tarde para Tary.


Los ojos se le llenaron de lágrimas cuando vio que la luz ya no estaba, sintiéndose como un pájaro enjaulado.
-Al menos he conseguido ponerlos a salvo – se dijo, mientras se retorcía en el suelo, tratando de liberarse de aquel hechizo que se le enroscaba alrededor como una enredadera.
Sintió un pinchazo en el tobillo que hizo que las lágrimas comenzaran a resbalarle por las mejillas. Aquel dolor agudo le recordaba a cuando se rompió el tobillo haciendo una peligrosa pirueta durante sus entrenamientos.
-Así es – le dijo la mujer con la que había combatido. No se había dado cuenta de que se le había acercado, y le acariciaba el rostro con su pelo, que poseía vida propia y tenía un tacto desagradable –. Las heridas nunca acaban de cerrarse. Mi hechizo las reabre. ¿Te gusta?
Antes de que Tary pudiera contestar nada, la reina y el lobo aparecieron en la sala. La mujer estaba despeinada y no había recuperado el aliento; y el lobo caminaba de una forma extraña, dolorido.
-Apártate de ella, Shina – ordenó Eclipse, con la voz algo estrangulada –. Kiv, ocúpate de llevarla a donde corresponde.
Para el asombro de Tary, el lobo se metarfoseó en un chico joven, de cabellos castaños que cubrían parcialmente sus ojos, verdes y escalofriantes.
-Sí, mi señora – dijo, con un susurro. Una espada apareció en su mano, por arte de magia, y Tary se encogió sobre sí misma, aterrorizada. 
-¡Guarda eso, inconsciente! Tiene que estar viva. Quítaselo ya – ordenó Eclipse, intentando recuperar el aliento.
-Sí, señora – susurró él, decepcionado. Pero obedeció y guardó la espada.
Después se arrodilló junto a ella y buscó bajo el cuello alto del jersey de la chica el talismán. Tary trató de pegarle, arañarle, empujarle lejos de ella; pero él, con solo mirarla fijamente, la inmovilizó.
Sin embargo, cuando Kiv rozó el colgante, una poderosa fuerza le hizo alejarse, siseando con dolor. Shina lo observó con la curiosidad brillando en sus ojos felinos.
-Al parecer la chica no quiere soltarlo – se rió la bruja.
-Lo soltará, cuando acabe con ella – el joven hablaba en susurros, pero parecía ocultar su enfado y frustración bajo una máscara fría y pétrea.
-No creo que sea buena idea… Tal vez… – Eclipse se rascó bajo la barbilla, pensativa, y después uno de sus anillos –. Kiv, llévatela; Shina, ven conmigo, quiero que busques algo.
Las dos mujeres, se fueron, hablando en voz baja, y Tary se quedó a solas con el joven de los ojos escalofriantes.
-Parece que eres una chica con suerte – le dijo una voz, fría y metálica, en su cabeza.
Fue lo último que escuchó antes de perder el sentido, cayendo en un profundo sueño provocado por los hipnóticos ojos verdes del chico.


Cuando despertó, tumbada en el frío suelo de piedra, Tary se sintió desconcertada. No sabía qué hacía allí, ni cómo había llegado, ni qué había pasado. “¿Dónde estoy?”, se preguntó, asustada. No había ventanas por las que pudiesen entrar los rayos del sol. La única fuente de luz eran un par de velas a medio consumir, situadas a ambos lados de la puerta del calabozo.
Tary trató de incorporarse, pero le temblaron los brazos. A la tenue luz de las velas, pudo comprobar que tenía los brazos llenos de arañazos. Parecían superficiales, pero le ardían. Después se dio cuenta de que unos grilletes le abrazaban los tobillos, y estos estaban unidos a la pared mediante una gruesa cadena.
“¿Qué ha pasado?” Alarmada, se llevó la mano al cuello y comprobó, con espanto, que le habían arrebatado su talismán. En cuanto se dio cuenta, los recuerdos regresaron de golpe a su cabeza, con la fuerza de un torrente, causándole dolor.
“Al final cedí… al final cedí…”, musitó, con los labios temblorosos. 
Las cadenas tintinearon cuando Tary trató de arrastrarse por el suelo e hicieron que la figura que a la chica le había pasado desapercibida se levantará de la esquina en la que dormitaba.
-Buenos días – la voz fría procedente de la oscura esquina, carente de emoción, le puso la carne de gallina, como ya había hecho el día anterior.
-Ahórrate ese puto sarcasmo para ti, hijo de puta – le contestó Tary, como pudo. No se había dado cuenta hasta entonces de que tenía la garganta desgarrada y apenas podía hablar. Había gritado tantísimo de dolor…
El chico soltó algo parecido a una risa, amarga y cruel, y caminó hacia ella. Se agachó para quedar más cerca del rostro de Tary, que se sintió intimidada e invadida por el terror de nuevo.
-Sigues teniendo ganas de guerra, ¿eh? – casi se lo susurraba al oído, mientras le apretaba los arañazos del antebrazos –. No sé si eres más valiente que tú amiguita, o tienes menos seso.
La sujetó de las muñecas y se las retorció, consiguiendo que quedase tumbada, con le espalda contra el suelo. Un dolor agudo la atravesó y, de haberle quedado lágrimas, habría llorado. Kiv le dirigió una media sonrisa siniestra.
-Ojalá me dejasen matarte. Eres la clase de chica que me gusta asesinar – parecía estar pensando en voz alta –. Pero al parecer, es necesario que estés viva. Vamos a comprobar si tus compañeras con poderes aprecian más tu vida o su misión.
-¿Qué? – preguntó Tary, con voz estrangulada, sin creer lo que estaba escuchando.
Él le acarició con el dorso de la mano, que estaba bastante frío, la mejilla, para después bajar hacia sus labios. No eran tan carnosos como los de la otra chica, Ralta, sin embargo, tenían algo que los hacía sugerentes.
-Tranquila, estarás muerta dentro de muy poco tiempo – descendió con lentitud hacia los labios de Tary. Al ver sus intenciones, ella intentó revolverse y evitarlo, pero Kiv le sujetó con la mano libre la barbilla.
El simple contacto de aquellos labios fríos y duros la crispó de arriba abajo, y cuando su lengua, húmeda y templada, se abrió paso entre los suyos para recorrer toda la cavidad de su boca, se sintió asqueada. Aquello no le gustaba, no lo quería.
A su alrededor, todo parecía girar, dar vueltas y tratar de desvanecerse. Era como si con aquel beso, Kiv se estuviera llevando una parte de ella.
-No… no te lleves mi alma… – pensó Tary, justo antes de desmayarse.


El día se les había pasado muy lento a las tres. Siril no había atendido en casi ningún momento a sus clases. No podía dejar de pensar en su prima Tary, preguntándose si estaría bien.
Ralta y Furia habían dicho en el instituto que su amiga estaba algo enferma, y por suerte, sus padres todavía no sabían nada de que su hija no estaba en el mundo que le correspondía. Para Ralta, las seis horas de instituto habían sido eternas y parecían nunca acabar.
Cuando por fin sonó la última campana, las dos amigas salieron de clase con una expresión ausente y apenas se dijeron “adiós”. A la salida se encontró con Álvaro, que decidió acompañarla a casa.
-¿Te pasa algo, “peque”? Estás muy callada…
-Solo estoy… preocupada por Tary. Ayer no se encontraba nada bien – contestó Ralta mirando el suelo, entristecida.
-Tranquila, mi niña, todo irá bien. Tary se curará – le dijo Álvaro, pasándole el brazo por los hombros y atrayéndola hacia él para besarla y tranquilizarla.
Sin embargo, Ralta apartó la cara en el último momento, y Álvaro la besó en la mejilla. Él la miró, algo extrañado y se encogió de hombros. Ralta siguió caminando, con la vista fija en el suelo, deprimida.
-Debería decírselo… Ya no quiero estar más con él, y menos después de lo que pasó ayer en Go – pensaba Ralta –. Ese chico, Kiv, era guapísimo, aunque… intentó matarme. Era tan peligroso, pero a la vez tan… tan… no sé, excitante. Me gustaría verlo otra vez.
-Ya estás en casa – le advirtió Álvaro, quitándole el brazo de encima –. Espero que mañana Tary esté mejor y así se te quite esta depresión que llevas encima, “peque”.
-Gracias. Nos vemos mañana – le dijo Ralta en un susurro.
Lo vio marcharse con las manos en los bolsillos por la calle, dándole patadas a una piedrecita. Se quedó delante de la puerta, sin terminar de decidirse a introducir la llave en la cerradura y entrar en casa. Si quería ahorrarse las preguntas de su madre iba a tener que poner mejor cara, sonreír un poco, y decir que todo había ido bien.
Cogió aire con lentitud mientras dibujaba una falsa, y poco convincente, sonrisa en su rostro. Se giró hacia atrás para coger las llaves del bolsillo de su mochila y lo que vio hizo que se le resbalaran de entre los dedos.
Sus labios se desplegaron, tratando de articular alguna palabra, pero antes siquiera de intentarlo, Kiv le tapó la boca con una mano mientras con la otra la sujetaba por las muñecas.
-Quieta. Ni una palabra – la voz del chico, más fría que un témpano de hielo, resonó por toda la cabeza de Ralta con autoridad –. No creo que a tu madre le gustase encontrarte muerta en la puerta.
Ella cesó en su intento de forcejear, y lo miró, suplicante.
-Buena chica. Ahora escúchame con mucha atención, porque no quiero repetirlo. Vas a llamar a las otras dos chicas y os reuniréis conmigo donde abristeis la puerta en una hora. Por el bien de Tary, ¿de acuerdo?
Ralta asintió con pesadez, y Kiv le quitó la mano de la boca. Pareció que iba a soltarla y marcharse; pero antes de eso le hizo alzar la barbilla y observó su rostro con detalle.
Cuando él se marchó, aún tardó unos segundos en reaccionar, en darse cuenta de lo que había pasado. Se agachó precipitadamente para recoger las llaves del suelo e intentó abrir la puerta, pero no conseguía atinar en la cerradura.
La puerta se abrió justo cuando Ralta estaba a punto de conseguir abrirla.
-Cielo, ¿qué pasa? Menudo tembleque tienes en las manos – sonrió su madre, que había salido para ir a trabajar.
-No es nada, mamá. Me… me he olvidado una cosa en clase. Dejo la mochila y vuelvo al instituto volando – dijo Ralta, atropelladamente, mientras tiraba la mochila al suelo y depositaba un beso fugaz sobre la mejilla de su madre.
-Pero se te enfriará la comida – murmuró cuando Ralta ya había desaparecido por la puerta.

-¡Vamos!¡Vamos, Siril! Coge el teléfono. Ya es la cuarta vez que lo intento – mascullaba Ralta, mientras caminaba a buen ritmo hacia el instituto –. ¡Siril! Por fin contestas.
-Acabo de salir de clase, ¿qué ocurre?
-No hay tiempo de que te lo explique ahora. Sabes dónde está nuestro instituto, ¿verdad? – al otro lado de la línea, Siril le contestó que sí –. Bien, pues ve inmediatamente allí. Al lado hay un edificio en obras que llevan años paradas, nos vemos ahí en menos de una hora. Hasta ahora.
-¡Espera! ¿Ralta? – le gritó Siril a su móvil. Pero era demasiado tarde, Ralta ya había colgado y ya marcaba el número de Furia para avisarla.
Sentado sobre un bloque de hormigón, esperaba pacientemente Kiv, con Tary tendida a sus pies, como un fardo. No iba a tardar mucho en abrir los ojos y despertar, pero no pasaba nada por eso. La chica estaba tan débil que le costaría hasta respirar.
-¿Dónde…? – comenzó a preguntar ella cuando se despertó.
-Estamos en tu mundo; y vamos a reunirnos con tus amiguitas.
-¿Por qué?
Él sonrió, casi imperceptiblemente, mientras jugueteaba con su daga.
-Es solo una prueba. ¿Sois solo niñas o sois unas mujeres elegidas para una importante misión? ¿Tú qué crees que escogerán: salvar tu vida o proseguir con vuestro deber?
-Deberían cumplir con su obligación. Luchar contra ti y quitar a Eclipse del poder. Además, tú me has dicho que estaré muerta dentro de poco.
-Así es. Pero eso ellas no lo saben. 
-Eres repugnante – musitó Tary, con la voz agotada. Empezaba a costarle respirar.
-Soy lo que soy. Y lo que debo ser – dijo mientras se levantaba – Creo que ya es la hora. Tú ahora vas a quedarte muy quietecita y callada aquí arriba. No quiero tener que saltarme las órdenes que me han dado y matarte si no es necesario.
Tary asintió desde el suelo y lo vio saltar por un hueco, con agilidad felina, y caer en el piso inferior muy silenciosamente.

Faltaban diez minutos todavía para que se cumpliera el plazo de una hora que Kiv les había dado, pero Ralta estaba al borde de la histeria porque Siril todavía no había aparecido. Furia llevaba un buen rato esperando junto a su amiga, que se negaba a contarle qué estaba ocurriendo hasta que estuviesen presentes las tres.
Justo cuando Furia empezaba a temer que Ralta pudiese arrancarse el pelo de tanto estirarse los rizos, Siril apareció por la calle, corriendo y resoplando, con el pelo pegado a la cara a causa del sudor.
-¿Se puede saber qué demonios ocurre? – preguntó sin aliento y algo enfadada.
-Es Tary.
-¿Qué pasa? – dijeron a coro Siril y Furia.
-Cuando he llegado a casa, Kiv me ha acorralado y me ha dicho que debía avisaros y venir aquí, por el bien de Tary.
-¿Quién es Kiv? – quiso saber Siril, preocupada.
-Furia, ¿recuerdas el lobo que había con Eclipse? Él es el lobo. Él me persiguió por el castillo, me acorraló, me quitó el colgante y estuvo a punto de matarme. Pero conseguí dejarlo KO y escapar.     
-Sí, reconozco que me hiciste bastante daño – les sorprendió una voz masculina, desde detrás de una de las columnas de hormigón que constituían la estructura del edificio. Él joven avanzó hacia ellas, frotándose el cuello, algo dolorido – Bien, veo que habéis venido todas.
Cuando se acercó más, Siril y Furia lo vieron por primera vez. Parecía un chico corriente, que rondaba los diecisiete o dieciocho años de edad, de cabello castaño que se le caía sobre los ojos, de un verde indescriptible, ocultándolos parcialmente. Podía parecer algo delgado y débil al verlo de lejos, pero de cerca podían intuirse los músculos de sus fuertes brazos, marcándose bajo la camiseta negra. 
-¿Este es…? – comenzó a preguntarle Siril a Ralta en un susurro.
-Silencio – ordenó él. Las tres tragaron saliva, nerviosas al escuchar aquella orden directamente en sus mentes –. Seré breve. O la magia de vuestros talismanes o vuestra amiga. Elegid una opción y elegidla rápido, yo tengo prisa y a Tary le queda poco tiempo.
Siril se sintió desfallecer al escuchar aquello. Furia se mordió el labio y apretó los puños, inquieta. Y Ralta se llevó las manos al corazón, como si fuera el suyo propio el que iba a dejar de latir.
-Podéis hablarlo, pero recordad: tempus fugit.
-Alejaros más de él – les indicó Ralta, mientras retrocedía sin darle la espalda –. A esta distancia puede leernos la mente.
“Verdaderamente nos está proponiendo un intercambio. Es fuerte y rápido. Muy probablemente podría matarnos a las tres sin problemas”, pensaba Ralta, sin quitarle los ojos de encima.
Se alejaron cuanto pudieron sin salir del recinto para poder hablar sin que Kiv las escuchase.
-¿Qué vamos a hacer? – lloriqueó Furia, abrazándose la cintura, al borde de un ataque de histeria.
-La seguridad de Tary es lo primero – musitó Ralta, con la vista puesta en el suelo. Se soltó el colgante con resignación y lo tomó entre sus manos –. Supongo que fue divertido mientras duró. Pero es un juego demasiado peligroso… Renuncio a la magia.
Siril suspiró.
-Yo diría lo mismo. Es mi prima y la quiero más que a esto. Pero se nos ha confiado la magia por una razón, y no deberíamos rendirnos ante esto, ¡no debemos entregarla! ¿Podéis imaginar que sucedería si lo hiciéramos?
-Eclipse tendría más poder… Pero ese pobre mundo ya está condenado – se lamentó Furia –. Es tan triste…
-No, Furia. Este poder no iría a parar a Eclipse. Bueno, al principio sí, pero es Shina quien lo quiere. Lo necesita para arrasar con Shoz y con Shaira. Y si lo hace… destruirá el equilibrio del universo. Nuestro mundo, todos los mundos, sufrirían las consecuencias de eso – les explicó Siril –. No podemos permitir que eso ocurra.
-¿Tienes alguna idea de qué podemos hacer? – inquirió Ralta, retorciéndose un rizo.
-Enfrentarnos a él. Pero antes tenemos que ver que Tary está aquí y está viva – Siril permaneció unos instantes pensativa, trazando un plan en su mente – Chicas, escuchadme con atención porque esto es lo que vamos a hacer.

Kiv esperaba, con la espalda recostada contra una columna, jugueteando con la daga. La lanzaba, la recogía, la giraba entre sus finos dedos, todo con una habilidad y precisión sorprendente. Así lo encontraron las chicas cuando volvieron de hablar.
-¿Y bien? – les preguntó, sin desviar la vista de su peligroso juguete.
-Te entregaremos los talismanes – le informó Siril, con rotundidad, pero evitando mirarlo a los ojos.
Ralta les había aconsejado no hacerlo, porque al parecer sus habilidades se incrementaban si establecía contacto visual. Así mismo habían acordado tener en mente sólo a Tary y lo mucho que la echaban de menos para que Kiv no se percatara de lo que tramaban.
-Pero antes queremos a nuestra amiga – le exigió Ralta, al borde de las lágrimas.
Él asintió casi imperceptiblemente, se guardó la daga y de un salto, alcanzó el piso superior. Tardó un par de minutos en volver a bajar, con Tary en brazos.
En cuanto puso los pies en el suelo, la soltó, y pasó a sujetarla solo por el cuello del jersey. Los brazos le colgaban inertes de sus costados, el pelo le caía enmarañado por la frente y apenas podía levantar el rostro para mirar a sus amigas. Cuando consiguió hacerlo, la mirada color miel de Tary les partió el corazón de dolor. Después trató de volverse hacia su captor, y le aguantó la mirada.
-Enhorabuena, vas a seguir viva un poco más. Las inconscientes de tus amigas te quieren más a ti que a sus poderes – el sonido metálico de la voz de Kiv en su cabeza le hizo temblar, pero no apartó la mirada de sus ojos verdes.
-Eres un hijo de puta – se movieron los labios de Tary, sin emitir ningún sonido.
Él, con expresión indiferente, la soltó. Tary cayó al suelo con un sonido seco, sin tiempo a levantar los brazos y detener la caída.
-Aquí la tenéis – les dijo, señalando con desprecio a la chica, que temblaba en el suelo, pálida como una muerta –. Ahora entregádmelos.
Siril tragó saliva mientras se quitaba el talismán del cuello y avanzaba hacia él. Ella iba a ser la primera.
Kiv extendió la mano izquierda, mientras que en la derecha se materializó su espada, que colocó entre los omoplatos de Tary. “No intentes nada raro”, parecía advertirle, aunque su mirada no transmitía absolutamente nada.
Estaban frente a frente. Casi a cámara lenta, Siril levantó el brazo para depositar su colgante sobre la palma extendida de Kiv.
“Tary, Tary, Tary. No pienses, solo… ¡actúa!”, se dijo Siril, disparando una fuerte y contundente patada de kárate hacia el estómago de Kiv.
Él no se esperaba nada parecido y no tuvo tiempo de reaccionar. La intensidad de la patada le hizo caer hacia atrás.
-¡Al suelo, Siril! – gritó Ralta, lanzando un rayo hacia donde estaba tendido el chico.
Para evitarlo, rodó por el suelo, acercándose a Tary. Apretó los dientes y alzó la espada para acabar con Tary. Si estaban resistiéndose a entregarle los talismanes, al menos Tary no saldría viva de allí.
Ralta intentó lanzar otro rayo, pero había agotado todo su poder con el anterior. Estaba tan furiosa que había brotado de ella con demasiada intensidad.
-¡No! – gritó Furia, desde más lejos, al ver que Kiv iba a descargar su arma sobre su amiga, que era incapaz de moverse.
El fuego brotó salvaje y descontrolado de ella, rodeándola, envolviéndola como un cálido manto, que se abalanzó sobre Kiv. Él se detuvo, con los ojos abiertos de par en par. Y desapareció entre las llamas.
-¿Dónde…? – comenzó a preguntar Ralta, impresionada y sorprendida.
-¡Mejor! Tenemos que ocuparnos de Tary – dijo Siril, arrodillándose contra su prima – Ha perdido el sentido… y está muy fría.
La levantó con cuidado y le colocó la cabeza sobre sus rodillas. Se mordió el labio al ver que tenía el ojo algo morado, con un golpe en la ceja del que se escurría un fino hilo de sangre. Le colocó una mano sobre el rostro para tratar de sanar sus heridas. Después se fijó en que tenía los brazos llenos de delicados cortes.
-Está tan pálida… – musitó Furia.
-¿Se pondrá bien? – quiso saber Ralta, nerviosa.
-No lo sé. Le he curado el ojo y la ceja, pero esos arañazos no se cierran. Y aunque lo hiciera, me da la sensación de que esto no es cuestión de las heridas que tiene. No son ni profundas ni peligrosas. No entiendo cómo ha llegado a este estado – les explicó Siril.
-Supongo que eso sólo podrá contárnoslo ella – dijo Ralta, acurrucándose en el suelo junto a su amiga y abrazándola.
Cerró los ojos y dejó que la energía del ambiente pasara al cuerpo de Tary a través del suyo, tratando de insuflarle algo de fuerza. Poco a poco, los latidos de la chica cobraron algo de fuerza.
-Debería de estar algo mejor – dijo Ralta, levantándose del suelo al terminar. Se sentía agotada, pero contenta por haber podido ayudar a su amiga.
-Genial. La llevaré a su casa y llamaré a mi tía para decirle que está enferma, así no se preocupará más de lo necesario. Será mejor que vosotras volváis a casa también – ellas asintieron. Siril se llevó los dedos índice y corazón de la mano derecha a los labios, mientras con la otra rodeaba a su prima –. Estaremos en contacto, chicas.
Después, las dos desaparecieron, dejando a Ralta y Furia anonadadas.
-¡Guao! No sabía que Siril podía hacer eso – comentó Ralta.
-Creo que hay muchas cosas que no sabemos de Siril.
-Cierto. Por cierto, has estado genial antes. Ha sido espectacular.
Furia se removió inquieta en el sitio.
-No sé cómo lo he hecho. Solo sé que estaba muy asustada, y no quería que le pasara nada a Tary. Mi magia ha actuado sola. He temido que se descontrolara y que la quemara a ella en vez de a ese chico.
-Da igual. Lo que cuenta es que gracias a ti ha huido – suspiró Ralta, estirando los brazos para destensar su cuerpo, agarrotado por el estrés –. Volvamos a casa.


Con un último esfuerzo, Siril dejó a Tary tumbada en la cama. La miró dormir, con cariño; pero no pudo evitar apretar los dientes, en un gesto de rabia.
Se sentía furiosa consigo misma por no haber estado más pendiente de ellas y no haber evitado que encontrasen una puerta antes de hablarles de su existencia. También sentía impotencia por no poder sanar todos los cortes de los brazos de Tary. ¿Qué excusa iban a ponerles a sus tíos si veían esas heridas?
Pero, por encima de todas aquellas cosas, había una que le intrigaba sobremanera: ¿Qué le había pasado? ¿Qué le habían hecho?
Se quitó el colgante y lo puso sobre la frente de Tary. Cuando la serpiente de plata rozó la piel de la chica, ésta cobró vida y se fundió con ella, penetrando en su interior. Siril cerró los ojos.
Allí estaba. La conciencia dormida de su prima. Así podría comunicarse con ella a pesar de que se encontraba inconsciente.
-Tary, ¿puedes escucharme?
-¿Siril? – apenas era un débil pensamiento; y parecía tan lejano –. ¿Eres tú? ¿Cómo puedes estar aquí?
-Sí, soy yo. Tranquila, estás a salvo, estás en casa. Ya no te pasará nada malo. Estábamos todas muy preocupadas por ti.
-Estoy en casa… Entonces, ¿accedisteis al trato? ¿Por qué lo hicisteis? Fuisteis tan tontas…
-Le hicimos creer eso. Pero tranquila, no le entregamos la magia. Conseguimos espantarlo – Tary musitó algo que sonó a “bien, bien”, sin muchas ganas –. Tary, necesito saber qué te pasó.
-¿Lo qué pasó? ¿Lo qué pasó…? – su débil voz se convirtió en un susurro que se quebró a causa de las lágrimas. La respiración de la chica comenzó a agitarse y se mordió el labio hasta hacerse sangre. Terminó con un grito agónico que cortó la comunicación entre ambas.
-Oh, Tary…
Siril se marchó de la habitación con la absoluta certeza de que algo horrible le había ocurrido a Tary y que, muy probablemente, no volvería a ser la misma nunca más.

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