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martes, 14 de febrero de 2012

CAPÍTULO 5: SI SE ABRE LA PUERTA…


CAPÍTULO 5: SI SE ABRE LA PUERTA…
Tras pasar el fin de semana intentando controlar su poder sobre el fuego, llegó el lunes. Furia tendría que contarles a sus nuevas amigas que ella era una compañera más dentro de aquel grupo de Elegidos. Si había decidido esperar al lunes a contárselo era porque quería estar preparada para hacerles, al menos, una pequeña demostración de su poder y no resultar una decepción.
Ralta apenas le había contado nada, ya que cuando había recibido su colgante y la información de lo que representaba, solo Tary tenía poderes. Lo único que Ralta había mencionado delante de ella eran los poderes que se suponía que le otorgaba su talismán.
Fuego y agua. El fuego iba controlándolo, pero por mucho que se esforzaba, no conseguía hacer aparecer agua, ni moverla. Lo único que había logrado había sido evaporar toda el agua de su bañera, pero no creía que eso hubiera sido su poder sobre ese elemento.
“Este colgante me concede poderes sobre elementos opuestos… ¿cómo se supone que voy a dominarlos ambos cuando está más que claro que se repelen entre ellos?”, se preguntaba Furia continuamente, sin encontrar una respuesta satisfactoria.
Aquella incapacidad para usar su poder sobre el agua le causaba una sensación de impotencia y frustración muy grande, pero se consolaba pensando que tal vez Tary y Ralta podían ayudarla.
Durante el recreo, les contó todo y les mostró su talismán. Las dos la escucharon con mucha atención y sin interrumpir. Cuando terminó, Ralta le dio un cálido abrazo y Tary se limitó a decir:
-Es genial que ya estemos las cuatro juntas.
Furia se separó de Ralta y miró a su otra compañera confusa. Había hablado con un tono tan neutro que no parecía nada “genial”. Se fijó con más cuidado en ella y descubrió que tenía los ojos rojizos y que bajo una sutil capa de maquillaje intentaba esconder sus ojeras.
-¿Qué te pasa, Tary? – le preguntó, con cariño.
Le pareció que apretaba los puños, dentro de las mangas del abrigo, y las mandíbulas. Después pestañeó, intentando contener las lágrimas. Sin embargo, no pudo.
-El viernes su tía desapareció y fuimos a buscarla a sus oficinas con su prima Siril. Ella también es una nosotras. Para encontrarla digamos que viajamos al pasado y vimos como… como la mataban.
-¡Eso es algo horrible! – exclamó Furia, llevándose las manos a la boca. Se estremeció al escuchar un quejido angustioso de Tary.
Tras eso, Tary se secó las lágrimas con las mangas y se recompuso. Tragó saliva y dijo con voz firme:
-Averiguaremos quienes eran los que le hicieron eso a mi tía, y nos vengaremos. Ni Siril ni yo vamos a permitir que salgan impunes de esto.
Ralta suspiró. Aquella era la Tary que ella conocía: firme, segura de sí misma, determinada, y que no dejaba que los sentimientos la afectaran demasiado – a no ser que fuera la alegría, aunque tampoco dejaba que la efusividad la desbordara.
-Para eso tendremos que dominar estos poderes, y no fallar en nuestra misión – añadió Ralta, ganándose el asentimiento de Tary.
-Reunámonos esta tarde – propuso Tary, con cierto entusiasmo.
Su amiga le dirigió una mirada de sorpresa. Ella nunca salía de casa entre semana porque “iba en contra de su horario”.
-Pero Tary, esta tarde tienes entrenamiento.
-Saldré a las cinco. Venid al polideportivo y luego os llevaré a un buen sitio. Está a las afueras y nadie va por ahí. Creo que estará bien para practicar con nuestros poderes.
-De acuerdo – dijo Ralta, convencida.
-Yo también, pero no sé dónde está el polideportivo al que vas – musitó Furia.
-Iremos juntas – le sonrió Ralta –. Diles a tus padres que te quedas a comer en mi casa y después iremos allí. También deberíamos avisar a tu prima, Tary.
-Ya estoy en ello – susurró la aludida, que ya tenía el teléfono móvil pegado a la oreja, esperando que Siril le contestara. Cuando lo hizo, le explicó lo que pensaban hacer y también que ya habían encontrado a la cuarta componente de su grupo –. Perfecto, vendrá en cuanto pueda porque tiene unas prácticas en la universidad.


El lugar donde las llevó Tary estaba oculto parcialmente por árboles y de más maleza que crecía sin control cerca del río, a las afueras de la ciudad. Una vieja estructura de piedra medio derruida, similar a una pequeña capilla, sería el lugar donde se reunirían dos tardes a la semana. Además podrían acudir allí siempre que quisieran por separado.
Aquel primer día, se limitaron a mostrarse entre sí lo que sabían hacer hasta el momento. La primera fue Ralta. Ya habían visto salir chispas de sus manos, pero también vieron como formaba una esfera de energía del tamaño de una pelota de tenis. Logró mantenerla unos pocos segundos.
-También he sido capaz de encender luces a distancia en mi casa, pero aquí no hay lámparas ni nada parecido.
Después fue el turno de Tary, que les mostró como podía hacer florecer plantas y estimular su crecimiento para que éste fuese más rápido. También hizo girar levemente el aire a su alrededor, aunque no consiguió ni por asomo lo que pretendía, que era crear un tornado en miniatura como el que le había entregado el colgante.
-Vamos, Furia, te toca – le dijo Siril, en un tono cálido.
-Yo… no sé… ¿Por qué no lo haces tú primero? – musitó, con cierto nerviosismo.
-Mi magia no es como la vuestra. Se supone que la mía es magia de protección y curación, además de que puedo detener la vuestra. Vuestra magia os permite atacar y defenderos, aunque tendréis que entrenar mucho para ello. La mía solo me permite defenderos y cuidar de vosotras, porque esa es mi misión. Así que… ¡vamos a ver ese asombroso poder del fuego!
Furia resopló, sintiéndose sin escapatoria al ver como tres pares de ojos la contemplaban con expectación. Alzó la mano y la colocó delante de su rostro. Con mucho esfuerzo, consiguió que la magia brotase de su interior y saliera.
-¡Uao! – exclamó Tary, al ver como lenguas de fuego lamían la mano de su amiga.
Furia aguantó la magia activa y controlada todo el tiempo que pudo, hasta que gotas de sudor, debido al esfuerzo, perlaron su frente. Cayó de rodillas al suelo.
-¿Estás bien? – le preguntó Ralta, preocupada, acercándose a ella.
-Sí, tranquila. Es solo que… nunca lo había mantenido controlado tanto tiempo. Estos días lo hacía dentro de la bañera para apagarlo rápido si había problemas y no incendiar mi casa. Pero aquí no tengo agua a mano con la que apagarlo si se me descontrolaba y… no quería quemar nada ni haceros daño.
-No deberías haberte esforzado tanto – le dijo con dulzura Tary –. ¿El fuego no te quema nada?
-No. Al principio tuve miedo de eso pero… ahora su contacto me resulta agradable.
-Deberías poder apagar tú tu propio fuego – dijo de pronto Siril –. Posees, además del fuego, el poder del agua.    
-Sobre eso… No consigo que aflore. Mis poderes están, por decirlo así…
-En conflicto – adivinó Siril.
-Exacto. No he conseguido hacer absolutamente nada.
Siril permaneció unos momentos meditabunda y luego dijo:
-Vamos a centrarnos un par de días en practicar ciertas cosas y después pasaremos a otras. Deberíamos empezar por practicar vuestro poder dominante. Ralta, trabaja con la esfera de energía. Aprende a mantenerla más tiempo, luego hazla más grande y finalmente, busca la manera de lanzarla lejos de ti, como un proyectil.
-Sí – dijo ésta, con entusiasmo.
-Tary – prosiguió Siril –, céntrate en el aire, en moverlo a tu antojo. Aprenderás a formar ese tornado – le dijo, con complicidad –. Además el aire es un poder… cortante. Serás capaz de hacer grandes cosas con él. ¡Ah! Y busca la manera de volar. Estoy segura de que podrás.
-¡Eso sería fantástico! – exclamó, todavía más entusiasmada que Ralta.
-Y Furia – dijo Siril, para terminar –, no deberías temer tu poder. Primero domina el fuego, créalo, moldéalo, muévelo a tu antojo porque ahora es parte de ti. Luego pasaremos al agua, y ya verás cómo no es tan difícil que domines los dos elementos.   
-Eso espero…
Siril abrazó a la chica. Era tan insegura que iba a necesitar todo el apoyo por su parte. La Elegida de la Sabiduría de Shoz elevó sus pensamientos hasta el cielo, preguntándose cómo era posible que una chica como Furia hubiese recibido semejante poder. El indomable fuego y la fuerza del agua reunidos juntos en una chiquilla tan débil.


Estaba atardeciendo, y la luz que entraba por el ventanal de la sala de reuniones del castillo de Eclipse era ardiente e intensa. La reina se encontraba presidiendo una reunión de urgencia para decidir qué hacer con los ataques que se estaban produciendo en el país vecino de Seusash. Aquellos ataques todavía no habían llegado a Go, pero la amenaza de estos avanzaba inexorablemente.
Eclipse ya sabía quién estaba detrás de todos esos movimientos militares.
-Edel… Has tardado catorce años en querer volver a casa – se dijo, con la vista fija en las montañas, tras las cuales se escondía el Sol.
La reina no tenía ni idea de qué era lo que aquella maldita mujer pretendía, pero lo averiguaría. Sólo necesitaba a…
Se llevó la mano inconscientemente al cuello donde, escondido bajo su vestido, llevaba una joya muy especial. Un collar de plata con una serpiente de color rojo enroscada sobre sí misma, dando lugar a una figura semejante a una gota.
-Él ya ha salido en busca de noticias tuyas. Tengo tantas ganas de verte y asegurarme de que todo te ha ido bien… – pensó acariciando las hendiduras que simulaban las escamas de la joya-serpiente.
-Bueno, y esto es todo, majestad. ¿Qué os parece? – preguntó, dando por concluida su exposición de los hechos, uno de los asesores allí reunidos. La reina no dio señales de atenderle; estaba totalmente ausente –. ¿Majestad?
Eclipse sacudió la cabeza, saliendo de su ensoñación y soltó un bufido. Las reuniones la aburrían y siempre que asistía a ellas permanecía con una expresión ausente y de tedio en la cara. “Son sin duda lo peor de ser reina… Ahora entiendo porque Madre era una amargada”, pensó mientras dejaba caer las manos pesadamente sobre la mesa. Los anillos que llevaba sonaron contra la madera cuando comenzó a agitar los dedos, de forma maniática. 
-Disculpe, Sugdan, me he perdido su explicación. Tengo la cabeza en otros asuntos.
El hombre entrecerró los ojos, claramente dolido, pero se dispuso a repetir su informe en versión reducida.
-Los condes de los terrenos de la frontera de Seusash reclaman nuestra ayuda para poder hacer frente a la conquista a la que está siendo sometido su país. Según las últimas informaciones recibidas por nuestros espías en la capital, en unas semanas el ejército invasor estará a las puertas de la ciudad para sitiarla el tiempo que haga falta. Mis espías ya se han marchado de allí, dicen que no serán capaces de aguantar más de un mes sitiados.
»Cinco de los siete condados más poderosos cayeron ya hace días, y según cuentan, se han unido al enemigo. Si la capital cae, el condado de Reinier será el siguiente.
Sugdan parecía dispuesto a seguir hablando, pero Eclipse, aburrida de tantas explicaciones, levantó la mano y le hizo callar con un gesto.
-Así que la duda es si ayudamos a los Condes Reinier y Erelo de Soral a defender lo que queda de su penoso país, ¿no?
-Eh… Sí, exacto, majestad – asintió el asesor.
Se produjo un silencio cargado de expectación. Todos los asesores allí reunidos esperaban la respuesta de su reina, sabiendo que de aquella decisión dependerían muchas cosas. Eclipse se levantó y avanzó hacia la ventana, por la que ya apenas se colaban rayos de sol, meditando su respuesta. Los ojos de sus acompañantes la siguieron, intrigados.
-Edel, ¿quieres reclamar este reino como tuyo? Pues no tengo ninguna intención de dejar que lo hagas – pensó Eclipse, con una sonrisa en los labios.
Se volvió de golpe hacia los hombres que permanecían sentados a la mesa. Bajo su dura mirada, todos tragaron saliva.
-Se niega toda ayuda a nuestro país vecino – unos asintieron con lentitud, otros sonrieron de acuerdo con la decisión de su soberana y otros dejaron caer la mirada con tristeza. Las opiniones de cada uno a cerca de aquel asunto eran distintas, pero al fin y al cabo, quien decidía era Eclipse –. Nos centraremos en una mejor formación de nuestros soldados y aumentaremos el número de personas que deberán alistarse obligatoriamente. Lo mejor que podemos hacer es esperar a que el enemigo vaya a llegar a nosotros e intentar ser fuertes en el terreno que conocemos. Nuestros hombres no saben moverse por un terreno tan montañoso como lo es Seusash, mientras que los del enemigo han tenido mucho tiempo para hacerlo suyo. Además… Su líder es la mejor estratega militar de todo Goald y una guerrera imbatible.
-Entonces… ella es… – comenzó a balbucear uno de los presentes.
-Sí, el enemigo es mi hermana mayor, Edel.

Tras la reunión, Eclipse se dirigió a la torre en la que se encontraban sus aposentos privados. Abrió la puerta de su habitación y vio como una de las muchachas que se encargaban de mantener el castillo siempre limpio y reluciente se acercaba a la caja de hierro que había sobre la cómoda.
-Yo que tú no lo tocaría – le dijo la reina, desde la puerta.
La chiquilla dio un respingo y se apresuró a arrodillarse temblando como una hoja.
-Ma-ma-majestad, yo… yo pensé que seguíais en la reunión y… Lo lamento, majestad, lo lamento mucho – lloriqueaba la chica.
-¿Y querías ver lo que hay dentro de la caja, no? Lo mejor será que no te acerques a eso si no quieres que te destruya. Solo está aquí para que yo pueda vigilarlo, no es algo que yo pueda tocar – Eclipse hablaba con suavidad, y eso calmó a la chica. Sin embargo, aquellos instantes pacíficos y desconcertantes acabaron antes de que la muchacha dejara de temblar. La reina dio un manotazo al aire y la lámpara de cristal que había sobre una mesa cayó al suelo, rompiéndose en pedazos –. ¡Tendría que matarte por ser una niñata cotilla!
El bramido de la reina entre el sonido de los cristales al romperse la hizo llorar desconsoladamente. Tembló aterrada cuando la mujer avanzó hacia ella, con una mirada pétrea en el rostro. La cogió del cuello y la alzó en el aire. La mano con la que la sujetaba empezó a adquirir un tono violáceo y entonces la magia se liberó.
Resonó por todo el castillo. El grito agónico de la niña puso la piel de gallina a todos aquellos que lo escucharon. Era una demostración del poder de su reina.
Eclipse soltó a la chica y la dejó caer al suelo en cuanto la magia terminó. Sentía como las fuerzas la habían abandonado y dio unos pasos hacia atrás, mareada. Se sentó en la cama a descansar, haciendo caso omiso de la muchacha, que todavía temblaba en el suelo y se sujetaba el cuello, con dolor.
-Si no te mato es porque le prometí que no lo haría, pero eres una niñita estúpida y pesada, y no me gustas nada.
-¿Adonde le habéis mandado ahora? – consiguió preguntar la chica desde el suelo. En seguida se arrepintió de preguntar, pues cada palabra le arañaba la garganta, causándole un terrible dolor.
-¿Es qué acaso te preocupas por él? Ni siquiera sois de la misma familia, aunque os hicieron creer que sí… Lo ves por el castillo y él no sabe quién eres tú, así que no malgastes tus pensamientos preocupándote por alguien como él – la muchacha fue a replicar algo, pero el terrible dolor de la garganta no se lo permitió –. Espero que te guste mi hechizo. Siempre he pensado que hablas demasiado. Tú eliges: si hablas, te dolerá horrores; si te quedas calladita, no sufrirás en absoluto. Ahora, ¡levanta del suelo y piérdete!
La chica se levantó del suelo, temblando con violencia, y salió corriendo de la habitación. Cuando Eclipse creía que ya podría descansar tranquila, tumbada en su cómoda cama, la puerta de la estancia volvió a abrirse. La reina fue a levantarse para echar de allí a quien la importunaba, sin embargo una mano fría y huesuda se apoyó en su hombro, y con firmeza le hizo volver a tumbarse en la cama.
-Tranquila, Eclipse, soy yo – le dijo en un susurro Shina –. Solo he venido a por un poco.
Se dirigió hacia la caja de hierro con la misma rapidez con la que había llegado desde la puerta a su lado. La abrió sin ningún problema y una tenebrosa luz negra brotó de ella, inundando la habitación.
Eclipse observó con atención a la bruja, apretando el puño. Contuvo un débil quejido. No le había mencionado a Shina nada de que había intentado abrir la caja para ver más de cerca el Corazón. Todo parecía haber ido bien, al menos hasta que había rozado con las yemas de los dedos la tapa de la caja. Entonces el Corazón había reaccionado contra ella, y su poder defensivo había superado aquella prisión de hierro que Shina había creado especialmente para que Eclipse pudiera tenerlo cerca sin peligro.
Como resultado de aquello, Eclipse se había quemado las yemas de los dedos. Las quemaduras no eran demasiado graves, pero podrían haber sido peores de no ser por sus reflejos. Suspiró y estiró el guante que le cubría la mano izquierda para que no tuviera ninguna arruga.
Shina fingió estar centrada en el Corazón, absorbiendo con lentitud parte de su poder, pero se fijaba en cada gesto de Eclipse y adivinó lo que había ocurrido.
-Ya sabía yo que no iba a poder resistir la curiosidad – se dijo, riéndose.
Cuando terminó, devolvió el Corazón a su caja. Día a día, Shina se sentía más fuerte y joven. Aunque para eso tenía que pasar las noches en la poza situada en los sótanos del castillo y recibir magia del Corazón cada dos o tres días.
Se encontraba bastante tranquila en el castillo, y más durante aquellos días en los que no tenía detrás todo el tiempo al lobo.
-¿Y dónde dices que está tu “fiel perrito”?
-No te lo he dicho – resopló la reina, evidentemente molesta por la presencia de la bruja.
-Ya lo sé, solo quería que me lo dijeras.
-He enviado a Kiv en busca de cierta información – le dijo para que se callara y no hiciera más preguntas.
A Shina se le curvaron las comisuras de los labios, formando una sonrisa. Aquello no se solucionaba mucho, pero a Eclipse se le acaba de escapar el nombre del joven que trabajaba para ella. “Así que te llamas Kiv, ¿eh?”, se dijo, complacida.


El joven se detuvo en medio del camino a mirar el cielo. Todavía estaba oscuro, pero la luz del sol, ardiente y rojiza, comenzaba a rayar el cielo, reclamándole su espacio a la noche. Pronto tendría que detenerse y seguir avanzando cuando el sol volviera a ocultarse, ya que prefería viajar acompañado por las sombras y la oscuridad de la noche.
Sin embargo, no era eso lo que él miraba. Un ave volaba a media altura. Por los tonos de las plumas de la cola del animal, supo que era uno de los halcones mensajeros de Eclipse. Se fijó en que llevaba algo sujeto entre las alas.
-Un mensaje – se dijo.
Una persona normal no habría sido capaz de distinguirlo con tanta claridad, y menos sin haber apenas luz. Claro que él, era todo menos normal.
Kiv se llevó los dedos a la boca y emitió el silbido clave para llamar al halcón. Éste, al oírlo, se apresuró a descender hasta su posición y posarse en el brazo que le tendía. Le quitó el tubo de entre las alas y extrajo el mensaje que contenía:
Anillo de Hielo: Ebir, Andros, Yetta y Domhnos eliminados. La agrupación rebelde ha sido disuelta. Espía en la capital. Tredora bajo sospecha.
Anillo de Luz: Andarah eliminada.
Anillo de Fuego: Información obtenida de Flanguer (espía). Los Nokores-Dragón siguen en acción. Siguiendo pista.
Desplazamiento: tras brujos del Desierto.
Busca a: Rinner, Anthes y Loblen (magos, alta sospecha de envíos)
Por fin habían recibido noticias. El joven estudió la información con detenimiento. Los movimientos insurgentes en el Anillo de Hielo estaban siendo realmente descuidados, por eso eran descubiertos con tanta facilidad. Él estaba seguro de que había más rebeldes en el Anillo de Fuego, sin embargo, eran más cuidadosos y eso les dificultaba su tarea, pero no por eso iban a librarse de recibir su merecido.  
Las gentes del Anillo de Luz eran mucho más pacíficos, calmados y solían dedicarse a meditar en vez de intentar rebelarse. Aunque eso no impedía que hubiera quien peleara. Al menos, Andarah había sido eliminada. Aquella puñetera mujer les había dado ciertos problemas.
Sonrió al ver que tendría que estar poco tiempo en el castillo, y por lo tanto, cerca de Shina. Había descubierto tres magos a los que tendría que asesinar.
-Uhm… pero antes, tendré que llevarle esta información personalmente a Eclipse.


Las semanas habían pasado para Furia, Ralta y Tary, y bajo la atenta mirada de Siril habían conseguido mejorar bastante su dominio sobre sus elementos dominantes, y también soportaban mejor el desgaste físico que les suponía hacer uso de sus poderes. Tary era la que manejaba su magia con más soltura, haciendo que el aire se moviese a su antojo.
Aquella tarde volvía a intentar formar su anhelado tornado a su alrededor. Siril había tenido una idea que, aunque al principio Tary había rechazado por parecerle ridícula, podía ser bastante útil.
-Bueno, vamos allá – suspiró Tary, soltando el hula-hop y empezando a girar sus caderas para que éste no se cayera.
-Bien. Ahora haz que tu magia fluya por tu exterior y que gire a la par que el hupa-hop. Se supone que pudiendo visualizar el giro que tiene que hacer el aire te será más sencillo – le aconsejó su prima Siril.
-Eso intento – gruñó Tary, con frustración. Ralta y Furia la observaban con expresión divertida, intentando no reírse y despistarla –. Os odio, chicas.
-Deberíais seguir practicando con lo vuestro – les dijo Siril, con dulzura.
Furia le sonrió. Al principio le había tenido algo de miedo a la prima de Tary, tan seria y más mayor que ellas. Pero había resultado ser una chica llena de dulzura y cariño, siempre dispuesta a ayudar y a ejercer de conejillo de indias a la hora de que Ralta y Tary usaran sus poderes a modo de ataques.
-Vamos Furia, atácame – le dijo Siril, sentándose en el suelo y creando un escudo de protección a su alrededor –. Quiero comprobar si soy capaz de resistir tu poder.
Un brillo perlado recubría a Siril, como una especie de halo, mientras ella permanecía con las manos unidas a la altura del pecho y una expresión de concentración en el rostro.
-¿Segura? – preguntó Furia, temerosa.
-Completamente. Solo te pido que no te pases e incendies el bosque.
-No os preocupéis por eso – dijo Ralta, alzando las manos hacia el cielo. Estaba preparada para ordenarles a las nubes que había que descargaran su lluvia si era necesario.
Furia respiró profundamente y luego soltó el aire con lentitud mientras estiraba los brazos y apuntaba hacia Siril con las palmas. “Vamos allá”, se dijo para intentar darse ánimos.
Una agradable calidez comenzó a formarse en su pecho. “Deja que sea mayor y luego…” Lo impulsó fuera de ella, a través de sus brazos. El fuego brotó de sus manos en dirección a Siril y la rodeó sin dañarla.
Visto desde fuera resultaba impresionante, pero Siril sabía que aquello no era nada comparado con lo que Furia podía hacer. Todas podían hacer mucho más de lo que habían conseguido hasta la fecha. Sin embargo, solo estaban empezando.
-Todavía nos queda mucho camino que recorrer, y esto es solamente el comienzo.


Pasaron un par de días desde aquella tarde entrenando sus poderes en las afueras. Además de desarrollar su magia y su resistencia, también desarrollaban su sensibilidad hacia lo mágico. Fue eso lo que le permitió a Tary saber que había algo extraño tras la verja de la obra abandonada que había junto a su instituto.
-¿Es qué no lo sentís? Yo percibo algo, como una energía que palpita – les comentó un día a Furia y Ralta. Ellas se encogieron de hombros, no tenían ni idea –. Pienso colarme ahí para ver qué hay.
-No sé si es una buena idea, Tary – murmuró Furia.
-A mi me parece bien echar un vistazo, pero si descubrimos algo deberíamos avisar a tu prima – apuntó Ralta.
-En ese caso estamos todas de acuerdo – sonrió Tary, excitada ante su inminente aventura. Ignoró a Furia murmurando “Pero si yo no…” y las alzó en el aire – Hoy no tengo prisa por volver a casa. Mis padres me han dejado sola…
Tras hacerlas cruzar a ellas volando sobre la verja, pasó ella misma. Se detuvo y agachó la cabeza. Las rodillas le temblaban y estaba mareada. Le había supuesto un gran esfuerzo, pero se recuperaría enseguida.
-¿Te encuentras bien? – le preguntó Furia, con cierta preocupación.
-Perfectamente – sonrió ella, reponiéndose –. Vamos a buscar. Buscad algo por abajo, yo me voy al piso de arriba.
Le costó más esfuerzo del que pensaba, pero aún así consiguió volar hasta la parte superior de la construcción, que era solo una estructura de hormigón.
Tras unos minutos paseando y buscando algo extraño allí, Furia llamó a sus amigas para que acudiesen donde estaba ella. Había descendido a un agujero de poco más de un metro de profundidad y lo alumbraba con una débil llama que salía de su dedo índice, como si fuese una vela. En el suelo había unos extraños símbolos dibujados.   
  -Creo que no encontrábamos nada raro porque esto se activa con la magia – musitó Furia, pasando la manos por el suelo, acariciando los símbolos –. Esto ha aparecido cuando he activado mi fuego.
Ralta hizo aparecer una esfera de energía y Tary la hizo volar por la obra, mostrando que las columnas de hormigón también estaban repletas de extraños signos.
-¿Qué querrán decir? – preguntó Tary, sabiendo de antemano que ni Ralta ni Furia iban a saber contestarle.
-Llama a tu prima, tal vez sepa algo – sugirió Furia, todavía dentro del agujero. Observaba los símbolos con mucha atención, buscando algo que le resultara familiar.
Tary se retiró un poco para llamar a Siril y contarle su descubrimiento. Ella les aconsejó que no hicieran nada y que la esperaran allí. Cuando volvió hacia el agujero, Ralta también había bajado y estaba junto a Furia mirando algo.
-¿Se puede saber qué hacéis las dos ahí abajo? Siril ha dicho que no hagamos nada.
-Este símbolo de aquí es más grande que los otros – le informó Furia.
-Y si lo miras bien, forman dibujos. Ves, esto es una especie de espiral y esto parece un dragón – decía Ralta, emocionada.
-Tú y tu imaginación… Pero sí que es verdad que parece que ahí pone algo – comentó Tary, introduciéndose de un salto en el agujero –. Mirad.
-¡Son letras que conocemos! Una “g” y una “o” – leyó Ralta.
-¿Go? ¿Qué demonios significa eso?
La esfera de energía de Ralta, que todavía no se había desvanecido, junto con el aire de Tary que se encargaba de moverla, se posó sobre el símbolo más grande de todos. Para sorpresa de Furia, su llama dejó su dedo y se reunió con los otros elementos en el suelo.
-¿Qué…?
Furia no pudo terminar de formular su pregunta. El suelo desapareció bajo sus pies y las tres chicas se vieron atrapadas en la nada, cayendo al vacío sin fin.

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