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viernes, 3 de febrero de 2012

CAPÍTULO 4: LOS OTROS TALISMANES

CAPÍTULO 4: LOS OTROS TALISMANES
A pesar de haber pasado tanto tiempo bajo el agua, la piel de Shina no estaba arrugada en absoluto. Al contrario, estaba mucho más suave y tersa. “¡Viva! ¡Ya me siento viva!”, pensó al salir, chorreando. Se pasó la lengua por los colmillos, hambrienta.
Mientras estaba sumergida había estado buscando un Corazón, y lo había encontrado. “Tal vez esté más lejos de lo que esperaba… Sin embargo, lo percibo poderoso. Valdrá la pena conseguirlo. Pero…”, Shina siseó frustrada. Aquel corazón se encontraba en otro mundo, y ella todavía no había recuperado su poder, el que le permitía estar en cualquier lugar que deseara, incluso en otros mundos.
El lobo se percató de la frustración de la mujer y emitió un gruñido de advertencia. La bruja lo miró con desdén, sabiendo que no iba a llevarse bien con él.
-Dile a tu señora que ya sé donde hay un Corazón. Pero que necesitaré algo para ir porque…
-Si me has visto cara de mensajero te equivocas, escoria – susurró en tono peligroso el lobo, mostrándole los dientes – Si tienes algo que decirle a Eclipse, vas y se lo dices tú. ¿Tienes piernas para andar y boca para hablar, no?
-¿Qué me has llamado? – preguntó la bruja, enfadada.
-Además de vaga, sorda – se rió el lobo –. Vaya mal negocio que va a hacer la reina contigo…
-Te la estás jugando, bola de pelo – le advirtió Shina. La marca de la frente, que ya era más notable, le palpitaba acumulando poder.
-Y yo ya te lo advertí ayer, no quieras conocerme. Y menos, enfadado.
-¡Pues informa a tu señora! – le gritó Shina, alzando los brazos.
Entre sus manos se formó una esfera pequeña y oscura que salió disparada hacia el lobo. El animal, haciendo gala de una rapidez y agilidad envidiables, se levantó del suelo para esquivarla y saltó hacia la mujer, que se agachó para evitar que le cayese encima. Fue a realizar su siguiente movimiento, pero se topó con que algo metálico y helador estaba a escasos centímetros de su cuello.
-Impresionante, muchacho. Me has sorprendido gratamente.
-Cállate y no me provoques – le dijo con voz fría. Si la espada que sujetaba hablara, Shina supo que sonaría como la voz de aquel joven.
-¿Y ahora qué? ¿Vas a matarme? – lo provocó Shina.
-Ni siquiera me supone un reto matarte. Has sido una decepción – le susurró al oído.
Los cabellos de la bruja se retorcían con vida propia acariciándole el rostro al muchacho. Con lentitud pasmosa, se movieron hacia el cuello del chico y se enroscaron en él.
Al percatarse, apretó la espada contra el cuello de Shina.
-Ten cuidado con lo que haces – le advirtió.
-¿Habéis terminado ya? – preguntó Eclipse desde la entrada. Ninguno de los dos había reparado en su presencia. El joven retiró la espada con un bufido y volvió a adoptar forma de lobo –. ¿Qué pasaba aquí?
-He encontrado un Corazón, pero está en otro mundo. Ya poseo la magia suficiente para soportar el hechizo, pero no tengo el poder para cambiar de mundo.
-Entiendo… – musitó la reina, pasándose la mano por la melena rizada –. ¿Y de qué mundo se trata?
-Creo que ya lo conoceis. Es la Tierra – sonrió la bruja.
-Sí, lo conozco – asintió Eclipse –, pero yo no he estado allí nunca. En cambio, él…
Las dos mujeres se volvieron hacia el lobo, mirándolo expectantes. Éste emitió un gruñido, molesto.
-Él te llevará y te ayudará a conseguir ese Corazón.
-¿Será una broma, no? – preguntó el lobo, con un tono claramente molesto. Aunque ya sabía que las órdenes de Eclipse no admitían réplicas.
-¡Partid cuánto antes! – bramó Eclipse, impaciente por conseguir el Corazón.  


Para relajarse, el remedio favorito de Furia eran los inciensos y las velas aromáticas. Le encantaban y los coleccionaba para después usarlos en el momento apropiado. Y aquel era uno de esos momentos apropiados. Necesitaba un momento de relax en la bañera, con agua caliente, espuma, velas con aroma a rosas… Habían sido unos primeros días en el instituto realmente agotadores, al menos psicológicamente para ella.
Furia era una chica muy tímida, y enfrentarse a todas aquellas miradas curiosas le había supuesto un auténtico reto. Por suerte, Tary y Ralta habían sido unos auténticos salvavidas.
Sonrió al pensar en lo buenas que habían sido con ella y en los líos que habían descubierto. ¿Acaso era posible de veras que tuviesen poderes mágicos?
La razón le decía que no, el corazón que sí, y la vista… La vista confirmaba que era posible, ya que ella misma lo había visto. Chispas en las manos de Ralta y flores naciendo de las de Tary.
Sacudió la cabeza para alejar aquellos recientes recuerdos. Había sido un momento increíble. Cogió del lavabo una caja de cerillas para encender las velas. Le encantaba encenderlas rascando los fósforos y oyéndolos chispear; era mucho mejor que un simple mechero, más especial.
Sacó la cerilla y la frotó contra la caja. El fósforo prendió con más brío del que esperaba. Parecía una antorcha. El fuego no tardó en abandonar la madera y desplazarse hacia su cuerpo. Las llamas lamieron su brazo con avidez.
Furia estaba demasiado asustada como para gritar y se veía incapaz de soltar la cerilla por alguna extraña razón. Lo único que pudo hacer fue meterse dentro de la bañera, todavía vestida. Una gran vaporada inundó el cuarto de baño al apagarse el fuego.
Cuando el vapor se retiró, Furia pudo ver que no tenía ninguna quemadura en el brazo.
-Que cosa tan extraña… –  musitó sorprendida.
Notó que el cuello le ardía. Se metió bajo el agua pretendiendo que el agua le aliviara, pero ésta estaba caliente y no le ayudó.
-¿Qué…? – al llevarse las manos al cuello se encontró con una cadenita –. No puede ser… ¿Es como la de Ralta y Tary?
Una llama de fuego, de color cobrizo y ardiente, colgaba de la cadena y lanzaba lenguas de fuego que recorrían la joya, acariciándole la piel a Furia. Lo sentía arder, pero no le dolía.
-Esto es muy raro… Mañana cuando vayamos de compras hablaré con ellas de esto.
-¿Hermanita? – Furia escuchó a su hermana pequeña, Iria, trucando en la puerta del baño – Papá y mamá ya se han ido a la cena. Sal pronto del baño. Tengo hambre y quiero cenar.
Furia resopló en el agua. Iba a ser una larga tarde aguantando en solitario a aquella pequeñaja llena de energía.


Aquella misma tarde, Ralta estaba en casa de Tary enseñándole todo lo que había aprendido hacer. Su amiga la miraba, con expresión atenta y divertida al mismo tiempo, mientras hacía que una corriente de aire girara cada vez a más y más velocidad sobre la palma de su mano.
-Si le echaras el mismo entusiasmo a los estudios que a esto tendrías matrículas – le comentó Tary a Ralta.
-Estudiar no es tan excitante como esto – replicó Ralta, apagando y encendiendo la luz del escritorio con sólo desearlo.
-Esto es una responsabilidad, Ralta, no sé si habrás caído en la cuenta. Y creo que tú no estás hecha para tener responsabilidades – un gruñido de su amiga le mostró su desacuerdo. Tary se rió –. Sabes que es verdad. Lo peor es que tú eres mayor que yo…
-A veces hablas como una madre – suspiró Ralta –. Menos mal que solo es a veces.
-Ojalá centres pronto tu cabecita loca. No te pido que seas como yo, organizada, perfecta, graciosa, guapa…
-Modesta, también – añadió Ralta, riéndose.
-¡Por supuesto! Sabes que era broma – sonrió Tary –. Solo te pido que te tomes algunas cosas más en serio y pongas los pies en la tierra. Temo que con esto de la magia te me descontroles más.
-Tranquila. Prometo ser una buena bruja y controlar este poder. Así cumpliremos con nuestra misión de…
Ralta se calló. Alguien estaba llamando a la puerta. Tary se levantó de la cama y fue a abrir.
-¿Qué pasa, mamá? – le preguntó Tary a su madre, con un tono preocupado –. Tío Marc, prima Siril, ¿sucede algo?
-Vamos a la comisaría. Tu tía no aparece, y esta tarde en el edificio donde trabaja ha habido un accidente – le explicó su madre –. Espero que volvamos pronto y que todo quede en un susto.
-Yo… yo me quedo con ellas – dijo Siril de repente, mirando fijamente a Ralta.
Ralta se estremeció bajo la fija mirada de Siril. Apenas conocía a la prima de Tary. Solo sabía que tenía diecinueve años y estaba estudiando enfermería en la universidad.
-Está bien, cielo. Volveremos cuanto antes podamos – susurró su padre, depositando un beso en su cabeza.
En cuanto Marc y su hermana salieron de la casa, Siril casi se abalanzó sobre Ralta.
-¿De dónde has sacado ese colgante? – le susurró al oído, intentando que Tary no las escuchara.
-Del mismo sitio que Tary – le respondió con firmeza.
Siril se giró en redondo hacia su prima, que sonreía mostrándole su talismán.
-¡Sois vosotras! Y estáis juntas – exclamó aliviada –. Menudo trabajo que me habéis ahorrado.
-Entonces tú eres…
-La Elegida de la Sabiduría de Shoz, sí.
-Que poder tan extraño… – susurró Tary.
-Sí, es más bien complejo. Pero ya me habían preparado para él, así que no me da muchos problemas.
-Ya hablaremos de eso después. Ahora cuéntanos qué ha sucedido con la tía Sarah – pidió Tary, nerviosa.
-Al medio día se ha declarado un incendio en el edificio en el que trabaja. Sus oficinas están en la última planta, pero a esa hora ya no debería haber estado allí. No sabemos nada más. Sólo que no ha vuelto a casa… Hemos llamado a los hospitales donde habían llevado a quienes habían resultado heridos en el incendio, pero nadie sabe nada de ella… Estamos muy preocupados. Si pudiera saber a dónde fue al salir del trabajo… Eso si salió…
-Tal vez podamos averiguar algo – sugirió Ralta – con estos nuevos poderes que tenemos.
-Solo están relacionados con los elementos, y el de Siril con la sabiduría, no podemos hacer cosas como… volver al pasado – refunfuñó Tary.
-Tal vez no podamos volver físicamente al pasado, pero puede que podamos “ver” el pasado – apuntó Siril, pensativa.
-¿Se te ha ocurrido algo, prima sabia? – quiso saber Tary, con algo de rintintín.
-Creo que sí. Venid conmigo, nos vamos al centro – dijo decidida, saliendo del cuarto con unas llaves de coche bailando entre sus dedos.
-¡Genial! Vamos en coche – exclamó Ralta, emocionada.
-No te emociones tan pronto – le susurró Tary –, tú no la has visto conducir.

Al final llegaron al centro sin dificultades, y el viaje con Siril no fue tan malo como Tary había vaticinado. Aparcaron cerca del edificio, alrededor del cual todavía había un par de camiones de bomberos y furgonetas de los medios de comunicación.
-Bien, hemos llegado vivas – bromeó Tary –. ¿Y ahora qué? ¿Cómo se supone que volvemos al pasado?
Siril las miró, mordiéndose el labio, inquieta.
-Cogedme de las manos, chicas, y cerrad los ojos. Concentraos en lo que queremos hacer y dónde queremos aparecer. La última planta del edificio a la una del mediodía, ¿sí?
-Sí – asintieron las dos, obedientes.
Las tres estaban cogidas de la mano, con los ojos cerrados y concentradas, sin embargo no sucedía nada. “Concentraos más”, les suplicó Siril, desesperada. Tary apretó los dientes.
Entonces algo cambió. El talismán de Siril comenzó a brillar como una estrella, inundándolo todo de luz. Su portadora apretó las manos de sus compañeras con fuerza y sus ojos se abrieron. Asustadas, Ralta y Tary la miraron. Tenía los ojos en blanco y sus labios se movían a gran velocidad, susurrando palabras apenas audibles. “Está en trance”, se dijo Tary. Se obligó a si misma a cerrar los ojos y dejar de mirar a su prima. Ralta la imitó.
Finalmente, la luz desapareció y Siril volvió en sí, confusa y sin saber qué había ocurrido.
-¿Te encuentras bien? – le preguntó Tary, preocupada.
-Creo que sí… Me duele un poco la cabeza, nada más.
-Chicas – musitó Ralta –, esto ha funcionado. Estamos dentro del edificio.
Era cierto. Estaban en un cuarto donde se guardaban los utensilios de limpieza en vez de dentro del coche de Siril.
-¡Lo has conseguido, Siril! – exclamó Tary, emocionada –. Ahora veremos a dónde se va tu madre y podremos encontrarla.
Siril asintió e hizo un gesto para que salieran del cuarto. Las oficinas estaban totalmente vacías, y estaba todo recogido.
-¿Se habrán ido antes de la hora? – preguntó Ralta, confusa.
-Allí aun queda alguien – dijo Tary señalando hacia el fondo de la oficina. En un cuarto aparte con cristales translúcidos se distinguía la silueta de alguien paseando por el despacho. Su teléfono móvil sonó y la silueta atendió la llamada.
-Sí, los he mandado ya para casa. La reunión ha sido todo un éxito y hemos acabado antes de tiempo. Yo aún sigo por aquí terminando el papeleo. Sí, no tienes que preocuparte por nada, Stephan; puedo ocuparme sola de todo durante unos días más. Lo más importante ahora es que te recuperes. Vale. Vale. Nos vemos pronto.
Tras escuchar la conversación en silencio, Siril dijo:
-Es mi madre. Qué bien, sigue aquí. No tardará pues en salir…
-Chicas, ¿sabéis a qué hora comenzó el incendió? – preguntó de pronto Ralta con la voz quebrada. Siril y su prima negaron con la cabeza – ¿Y si comenzó con tu madre dentro y nadie sabía que estaba aquí? Se suponía que esta planta estaba desalojada, ¿no?
-¡Oh, no! Tienes razón.
Justo en aquel momento, toda la oficina se llenó de humo. En sólo un par de segundos, apenas podían ver cinco metros por delante.
-¿Qué está pasando? Esto no puede ser humo del incendio – la preocupación de Siril fue en aumento.
-¡Shh! Silencio – pidió Ralta –. ¿No lo oís?
Las tres se quedaron en silencio, intentando escuchar. Era un sonido vibrante, agudo, como de chispas, y procedía del despacho del fondo. A través de los cristales translúcidos, apenas se veía una luz que tintineaba. Esperaron a ver si cesaba, pero pasó un buen rato así. Ninguna sabía qué hacer. Al final se decidieron a acercarse, temerosas.
-Te está costando mucho… Deberías haber acabado ya – se quejaba una voz fría.
-Cállate niñato, no comprendes el sutil arte de mi magia. Obtener estos Corazones es algo que muy pocos además de mi saben hacer – replicó una voz basta y femenina.
-Menos hablar entonces, bruja.
La mujer se rió y siseó algo que pareció enfadar a su acompañante.
-Cierra la boca o mi espada te hará callar, pero será para siempre – le advirtió el hombre, acompañando su amenaza con un sonido metálico.
Tary contuvo el aliento. Allí había dos personas discutiendo sobre un Corazón, y su tía no parecía dar señales de vida. ¿Qué había pasado allí dentro?  
La luz se hizo más intensa dentro del despacho y ese cambio fue acompañado por un chillido de satisfacción de la mujer. Su acompañante suspiró con alivio. Al parecer, para él aquella situación era tediosa.
-¿Qué hacemos con el cadáver? – preguntó la mujer.
Los ojos de Siril se abrieron como platos al escuchar la palabra “cadáver”. Se echó a correr hacia el despacho. No tuvo ni que abrir la puerta, al fin y al cabo, solo estaba viendo el pasado, no estaba realmente allí. Cuando Siril gritó, agónica, Tary y Ralta fueron tras ella, ya que habían permanecido en shock, inmóviles hasta el momento.
En medio del despacho, tirada en el suelo, estaba la madre de Siril. Tenía un horrible agujero en medio del pecho que parecía irradiar tinieblas. Arrodillada junto a ella estaba la mujer de la voz basta, con algo parecido a una esfera de piedra flotando siniestramente entre sus manos y desprendiendo las mismas tinieblas que su madre. Aquella oscuridad iluminaba los rasgos huesudos del rostro de la mujer de forma que parecía aún más demacrada y peligrosa.
Siril se estremeció al ver como los cabellos de la mujer se agitaban a su alrededor con vida propia, tratando de tocar la esfera de piedra. Detrás de ella, su acompañante esperaba resoplando impaciente bajo una capa que le cubría el rostro.
-Empieza a notarse el calor del fuego… Vámonos ya – le ordenó.
-¿Es qué no puedes soportar un poquito de calor? Espérate un rato más. Tal vez aun le quede magia a este cuerpo.
-He dicho que nos vamos – siseó el encapuchado. Su tono de voz intentaba ser calmado, pero se notaba algo ahogado.
-Y yo he dicho que nos quedamos un poco más. ¿Tanto te afecta el calor? Que poco te gusta el fuego… – su compañero gruñó, movió el brazo por dentro de la capa y dejó ver el filo de una espada –. Está bien… Tardaré poco.
Siril se echó hacia delante para intentar abrazar a su madre y protegerla de la magia de aquella siniestra mujer, pero en aquellos momentos ella era un fantasma, y solo podía ver lo que ya había sucedido. No podía evitar que la bruja y su acompañante le hicieran más daño. Apretó los dientes, intentando reprimir un grito de dolor, de angustia, de impotencia… Pero no pudo; y a su alrededor todo tembló.
Volvían a estar en el coche, en el tiempo que les correspondía. Las tres se miraban, temblando asustadas. 


Aparecieron de golpe en medio del salón, sobresaltando a Eclipse, que interrumpió la melodía que estaba tocando. Dejó de mirar por la ventana, con aquel aire anhelante y se volvió hacia ellos con fiereza. El piano tronó cuando se apoyó en sus delicadas teclas de marfil para levantarse.
“Otra vez mirando las montañas… Lo cierto es que sí que está tardando en enviar noticias. No le habrá pasado nada. Él es el mejor asesinando y huyendo; por detrás de mí, pero el mejor”, pensaba el muchacho.
-¿Lo traéis? – inquirió la reina.
El chico inclinó levemente la cabeza al pasar por delante de Eclipse, pero avanzó hasta el piano y se puso a tocar la melodía que ella había estado tocando.
-La compusiste para él, ¿no? No tardará en enviar noticias – le dijo a través de la mente.
-Lleva más de cuatro meses rondando por los Anillos sin dar señales de vida.
-Sabe lo que hace – le dijo con parquedad.
-Lo sé, pero aún así… Quiero que hagas una ronda rápida por el Anillo de Fuego para ver si averiguas algo.
-¿Y la bruja? ¿Podrás apañarte tú sola con ella? Me he sumergido en su mente, pero no veo que planea. Nunca había visto una mente más desordenada, caótica y oscura.
-Me apañaré. Me necesita, y yo la necesito a ella. Además, necesitas descansar de Shina. No te veo tan frío como es normal en ti, y me cuestionas más que de costumbre – lo regañó, dirigiéndole una mirada furiosa.
-Lo siento, señora – se disculpó, agachando la cabeza y mirando las teclas del piano – Sé que no tengo excusa, pero esa mujer me pone nervioso. No sé cómo dominar su mente.
-No deberías depender tanto de tus extraordinarias habilidades – dijo con seriedad.
Estaban hablando a través de la mente, de espaldas uno del otro. Shina y Eclipse se miraban fijamente. La bruja estudiaba el repentino silencio de la reina, y aguardaba. “Están hablando…, lo sé. ¿También puede hablarle así siendo humano? Ese chico…”, se decía Shina.
-Márchate ya. Será un largo viaje – murmuró Eclipse, usando la voz.
Él dejó caer con suavidad los dedos sobre las teclas del piano, alargando las últimas tristes notas. Después se levantó, volvió a inclinar levemente la cabeza y se fue, saltando por el balcón.
-Que teatrero… ¿Lo hace por impresionar? – comentó Shina, con un tono divertido.
-¿Lo has traído? – volvió a preguntar la reina, recuperando la compostura.
-Yo siempre cumplo mi palabra – sonrió la bruja. Agitó las manos y la esfera de piedra se materializó entre ellas, irradiando tinieblas –. ¿Verdad que es precioso?
-Sí – asintió Eclipse, alargando la mano para tocarlo. Sin embargo, Shina no se lo permitió –. ¿Qué se supone que haces, bruja?
-No puedes tocarlo o reaccionará contra ti. Puesto que he sido yo quién lo ha creado, sólo me obedece a mí. Sin embargo, mi creciente poder y el del Corazón están a vuestro servicio, majestad.
-Creía que ese Corazón sería para mí. Yo quería ese poder – siseó Eclipse, confusa.
-Lo sé, pero las cosas no funcionan como vos esperáis, Eclipse. Te apoyaré con mi poder, pero tendrás que usar el tuyo propio; que ya sé que no es poco.
-¡Pero yo quiero más poder! – protestó Eclipse ante las palabras de Shina.
“Es como una niña pequeña…”, pensó Shina, resoplando y entornando los ojos, pidiendo paciencia.
-Podría enseñarte a aprovechar la magia interior de tu mundo. Bajo este castillo existe una gran acumulación de ríos de energía mágica – musitó Shina acariciándose bajo la afilada barbilla, con actitud pensativa –. Seguro que con el poder de la auténtica reina este castillo sería inexpugnable. Las reinas de Go poseen la misma habilidad que yo para vivir alimentándose de magia. Hiciste un buen trabajo enviando a la heredera a un lugar mágicamente muerto como lo es La Tierra. Estoy segura de que allí es una niña débil y enfermiza.
-Cállate ya y enséñame cómo hacer eso – le exigió Eclipse, dándole un manotazo al piano.
-Antes de eso, tengo una pregunta algo personal que haceros – Shina no se esperó a que la reina le contestara nada –. ¿A quién esperáis con tanta angustia?
Eclipse tragó saliva y, tras un silencio largo e incómodo, miró con fiereza a la bruja diciéndole:
-Eso a ti no te importa. ¡Vámonos ya!
Shina siguió a Eclipse por los pasillos de vuelta a la poza donde había recuperado parte de su poder y energía. “Estos dos me ocultan muchas cosas, y pienso descubrirlo todo.”


En aquellos momentos, toda la sala estaba llena de los más altos cargos de Shoz. Shaira los había reunido a petición de los tres elfos que custodiaban las Gotas de los Talismanes. Entraron en la estancia los tres en fila india, moviéndose a la vez y con una gracia y elegancia que solo los elfos poseían. Cuando pasaron frente a Shaira se detuvieron y se llevaron los dedos índice y corazón a la frente, a modo de saludo. La irav correspondió a su saludo con una sonrisa y les hizo un gesto para que comenzaran a hablar.
-Queridos miembros notables de Shoz, los hemos reunido solamente para informarles de que los Talismanes ya han escogido a sus Elegidos – comenzó a decir Guwass.
-Han resultado ser cuatro chicas jóvenes de la Tierra – sonrió Atrava.
Shaira ya había supuesto que eso llenaría de orgullo a Atrava. La elfa no desaprovechaba ninguna oportunidad de demostrar la igualdad entre hombres y mujeres, puesto que en Éfilia todavía no existía aquella igualdad. Aquella actitud de orgullo hería en ocasiones a Guwass, pero no a Serun.
Serun era alegre, jovial y despreocupado. Se sujetaba el pelo, de un castaño oscuro y siempre descuidado, con una cinta fina que le cruzaba la frente y seguía vistiendo con ropas holgadas y cómodas, de algodón, como cuando se ocupaba de una granja de caballos en mitad de los bosques de Éfilia. Siempre sonriente era el alter ego de Guwass.
Atrava en cambio, fluctuaba entre la alegría de Serun y la seriedad de Guwass, siendo ella la que refrenaba la despreocupación del primero y le sacaba alguna sonrisa ocasional al segundo.
Más de una vez, Shaira se había preguntado si existía algo parecido a un triángulo amoroso entre ellos. “Eso explicaría bastantes cosas”, se decía.
-Esas chiquillas tienen que enfrentarse a Shina y Eclipse, no conseguirán nada más que la muerte – dijo Ninz, con desdén – En su mundo no conocen la magia, no aceptarán su poder y eso nos causará problemas a todos.
-Todavía no han tenido tiempo de demostrar lo que son capaces de hacer, ¿es que eres incapaz de darles una oportunidad? – le recriminó Guna, enfadada.
Las miradas de todos se centraron en los candidatos a ser irav en el futuro. Nadie quería perderse ni una sola palabra, ya que con cada discusión que tenían se consolidaba el punto de vista de cada uno sobre Shoz.
-¡Son niñas! ¿Qué crees que van a poder hacer contra dos mujeres con experiencia en el uso de magia negra? ¡Absolutamente nada! Deberíamos hacer que los Talismanes vuelvan aquí, que reposen y vuelvan a salir en busca de unos candidatos más apropiados – expuso Ninz frente a todos los presentes, prácticamente gritando.
-Por encima de mi cadáver – siseó Atrava, en élfico. Guwass le dio un codazo acompañado de una mirada que le pedía que se callara –. No entienden lo que digo…
Serun se rió entre dientes del comentario de su compañera y se ganó por ello otra mala mirada por parte de Guwass.
-Deberíamos confiar más en los humanos de la Tierra, Ninz – el tono de Guna, a diferencia del de su rival, era suave y calmado, aunque por dentro, la sangre le hervía de ira – Es cierto que no tiene conocimiento de la magia, pero para ellos es algo exótico y sorprendente. Pienso que al contrario de lo que ocurriría con alguien que conociera de siempre la magia, para ellas esta situación las emocionará y les dará fuerzas para seguir adelante y cumplir con su misión. Estoy segura de que harán las cosas lo mejor que puedan. Además, si los Talismanes las han escogido, habrá sido por algo, ¿no?
Ninz apretó los puños sin saber cómo replicar. Ciertamente, Guna tenía razón y aprovechaba aquella voz suya suave y calmada, como un susurro de viento al atravesar un río, para convencer al resto de los presentes.
-Exijo que se las someta a una prueba – dijo finalmente.
La reacción de los altos cargos no se hizo de esperar: comenzaron a hablar todos a la vez, interrumpiéndose unos a otros y discutiendo.
-Este tío es un inútil, ¿acaso no se da cuenta de que acaban de recibir los talismanes? Apenas pueden ejecutar un dominio básico sobre sus poderes como para ser sometidas a una absurda prueba – refunfuñó Serun. Atrava se apoyó en su hombro, mostrando que estaba de acuerdo con sus palabras. Guwass, sin embargo, permaneció estoicamente serio, vigilando con sus felinos ojos como evolucionaban las discusiones entre la gente.
Ninz estaba cerca de él y le escuchó, pero hizo como si no se enterara. “Lo mejor es no discutir con los elfos… Shaira los adora…”, pensó.
-¡Basta ya! – gritó la irav, al ver que el bullicio iba a más –. No vamos a someterlas a ninguna prueba; su magia no está lista todavía. Deben adaptarse a ella, aprender a usarla y dominarla. Después ya podrán demostrar su valía. Además, Ninz, estás olvidándote de un detalle: Siril está con ellas. La conoces y sabes que es una buena chica. Les enseñará y las protegerá, con su vida, si es necesario. Fue entrenada para esto, al igual que cientos de posibles Elegidos más – después de soltar todo aquello del tirón, Shaira cogió aire y más calmada añadió, dirigiéndose solamente al joven candidato –. Por favor, Ninz, la próxima vez que no tengas palabras para replicar, no intentes crear el caos. Así solo haces daño.

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