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jueves, 5 de julio de 2012

CAPÍTULO 19: TIEMBLA, HOJA DE PAPEL


CAPÍTULO 19: TIEMBLA, HOJA DE PAPEL
El ambiente seguía siendo fresco, pero el sol que brillaba desde lo más alto golpeaba su piel con calidez y templaba su agotado espíritu. Volvían a piar los pájaros entre los árboles que recuperaban sus hojas verdes, y algunos atrevidos se dejaban en casa sus abrigados anoraks. Eran mediados de marzo, y el paso de la primavera podía sentirse en el aire.
Tary cogió aire profundamente. Estaba agotada. El ritmo frenético de su vida no hacía más que consumirla, pero se sentía a gusto. Aunque hacía semanas que no veía a Ralta y Furia fuera de clase y eso la apenaba. “Pero es que no tengo tiempo para nada…”, se decía. “Si encontrara la manera de no dormir, las cosas cambarían.” El único al que veía día tras día era Bob, con quien se reunía todos los días tras sus tres horas en el centro deportivo y practicaba su poder. A Tary le gustaba más entrenar en compañía de Bob que, por su parte, estaba mejorando mucho a la hora de embellecer flores.
Muchas veces, Tary se preguntaba qué harían Furia y Ralta durante todos esos días en los que parecía que todo había vuelto a la normalidad. Al parecer, Ralta solía andar con Katie y sus amigos Erik, Nadia y Salem; y Furia había hecho migas con una chiquilla francesa que había llegado al instituto después de las vacaciones de navidad.
Al parecer, la chica en cuestión se llamaba Fleur. Nada más llegar, ella y Furia habían congeniado bien y ahora hacían bastantes cosas juntas. Casi parecían un par de gemelas inseparables. Las dos con una larga melena rubia, piel paliducha, rostro alargado y finas naricitas. La única diferencia, aunque tampoco era muy notable, era el tono de sus ojos: los de la chica francesa eran de un verde apagado, prácticamente gris.
Desde la primera vez que la había visto, a Tary no le cayó bien. Había algo en ella que no le acababa de gustar – tal vez fuera por el modo en el que los chicos se volvían para mirarla, a pesar de que no era excepcionalmente guapa –, pero se alegraba de que Furia hubiera hecho una nueva amiga.
“De verás que siento no dedicaros el tiempo que os merecéis, chicas, pero debo estar lista para cuando vuelva a encontrarme a ese asqueroso Asesino”, pensó Tary, abatida.
Recogió su bolsa de deporte y se encaminó hacia su zona de entrenamiento mágico. Le quedaban más de dos horas de desgaste de magia por delante y ya no podía ni con su alma. La última semana apenas había dormido más de cuatro horas diarias para poder adelantar el estudio de sus temarios de clase. Mientras caminaba a buen paso, siguiendo el ritmo que le marcaban las canciones que sonaban en su mp3, abrió una lata de Monster y se bebió un generoso trago, rogando para que aquello la mantuviera despierta unas cuantas horas más.


El móvil vibró sobre la balda de madera e hizo temblar algunos frascos de colonia. Ralta abrió un ojo y decidió ignorarlo completamente. Aquella era su hora de relax, ¡solo una hora! No pedía nada más. Pero Katie no parecía entenderlo y aquella ya era la cuarta vez que la llamaba. Si no la conociera, podría pensar que se trataba de algo verdaderamente grave, pero si se trataba de Katie y aquella noche habían quedado en ir al cine… solo podía ser una chorrada monumental.
El móvil dejó de vibrar y Ralta respiró hondo para que el aroma a rosas del incienso la reconfortara. Incienso, sales de baño, espuma a punto de rebosar en la bañera y luz muy tenue. El truco de relajación de Furia era realmente bueno – salvo por las molestas llamadas de Katie, aunque por eso había dejado el móvil en vibración – y le estaba ayudando a deshacerse del estrés que había acumulado. Los últimos exámenes la habían dejado molida. Además estaban otros asuntos, como por ejemplo Kiv.
No podía evitar preguntarse, cada día, si estaría bien. Llevaba más de tres meses sin saber nada de él y le echaba terriblemente de menos. Aunque, cada vez que intentaba pensarlo con frialdad, se fustigaba por haber hecho algo tan poco sensato como enamorarse de un Asesino. No es que simplemente fuera una mala persona – que muy seguramente lo era –, es que había estado a punto de matarla, había torturado a Tary, y a saber a cuántas personas les habría arrebatado la vida sin sentir ninguna pena.
Pero luego estaban aquellos ojos que, aparte de la muerte, parecían esconder algo más. Algo más profundo e incomprensible, algo hechizante y atrayente. “Y, ¿para qué negarlo?, está exageradamente bueno.” Ralta se estremeció solo con recordar la forma que tenía de besar. Tan salvaje y apasionado, pero a la vez tan frío y mecánico. Desde luego, Kiv estaba lleno de contrastes y estaba muy lejos de ser alguien normal.
Suspiró y se acomodó mejor en la bañera, deslizándose hasta que la espuma le hacía cosquillas bajo la barbilla. Dejó la mente en blanco y se centró solamente en el embriagador aroma del incienso que lo nublaba todo. No pensar en nada. Y, simplemente, ser.
Un tremendo golpe contra la puerta acompañado de la caída de varios peines la sobresaltó de tal manera que se resbaló y durante un segundo se sumergió bajo el agua completamente.
-¿¡Qué cojones…!? – preguntó entre toses y con un pegote de espuma sobre el pelo. Cuando consiguió enfocar, se quedó de piedra –. ¿Kiv?
-Joder… – murmuró él, al darse cuenta de que había irrumpido en el baño de Ralta. Se volvió y miró hacia otro lado, conteniéndose para no meterse él también entre la espuma –. Perdona la interrupción. Mejor te espero en tu cuarto. Tranquila, sé dónde está todo.
-Espera, por favor. ¿Dónde has estado todo este tiempo?
-Hablamos cuando estés vestida, ¿vale?
Se marchó casi tan rápido como había llegado, aunque esta vez fue usando la puerta, y dejó a Ralta totalmente sorprendida y traspuesta. Tras unos instantes intentando asimilar que Kiv acababa de aparecer delante de ella, quitó el tapón de la bañera y en cuestión de segundos se secó, se puso el albornoz y entró corriendo a su cuarto.
Kiv, que estaba de pie frente a la ventana, se quedó boquiabierto al verla entrar así.
-Creía haberte dicho que te vistieras – susurró él.
-Es que tengo aquí la ropa… Si no te importa esperar un poquito – le explicó ella, sacando ropa del armario –. Puedes entrar ahí dentro mientras me cambio, no tardaré nada.
Él suspiró con resignación y se metió dentro del armario. Al menos era mejor que quedarse esperando en el pasillo y que justamente los padres de la chica aparecieran por ahí – ya había tenido suficiente suerte al salir del baño tan precipitadamente sin preocuparse por el hecho de que Ralta no vivía sola.
-Ya está – le dijo Ralta, abriéndole la puerta del armario. Después se sentó sobre la cama y le hizo un gesto a Kiv para que la imitara, pero él negó con un gesto –. Y bien, ¿dónde has estado? Hace más de tres meses que no sé nada de ti y… no sé… Creía que te vería más a menudo.
-¡Qué ingenua! – dijo Kiv mientras examinaba el cuarto de la chica. No había querido que aquello sonara ofensivo, pero por desgracia lo hizo –. No te lo tomes a mal, ¿vale? He estado ejerciendo de espía para Eclipse. Aunque creo que allí no ha pasado tanto tiempo… No estoy seguro de si han pasado dos meses.
-¿Sigues trabajando para Eclipse? – preguntó Ralta, sin creer lo que escuchaba.
-Cumplo sus órdenes sin tenerla cerca y sin que estas impliquen hacerte daño. Trabajaré para ella hasta que dejen de cumplirse esas condiciones. Además, he estado todo este tiempo detrás de otra espía realmente escurridiza. Resulta fascinante perseguir a alguien así.
-Ya…
-¿Te molesta?
-Nooo… Te lo parecerá a ti – gruñó Ralta, más que evidentemente molesta.
-Te molesta.
-¡Hay que ver que listo eres! ¡Pues claro que me molesta! ¿A qué se supone que juegas? ¿No te das cuenta de que es peligroso para ti?
-Claro que me doy cuenta, no soy idiota.
-¡Pues lo pareces! ¿Qué pretendes espiando para Eclipse?
-Eclipse cree que sigo trabajando verdaderamente para ella, y así puedo informar de del avance de Edel. Si descubro algún punto débil, o alguna forma de detener su avance, Go no entrará en guerra.
-Tú… ¿no quieres que haya una guerra? – Ralta encontraba confusa. Había creído que siendo Kiv un asesino, le gustarían las batallas.
-No. Las batallas son brutales y sangrientas. No me va eso… es poco personal. El placer de una pelea cuerpo a cuerpo, solo un uno contra uno, no se encuentra en el fragor de la batalla. Allí las acometidas te vienen por todas partes, y prima más la suerte que la habilidad a la hora de luchar para lograr salir vivo.
-Ah – musitó la chica, claramente decepcionada.
-Además, si sigo trabajando para Eclipse puede que recobre parte de su confianza y me confié qué está tramando. Me preocupa el hecho de que mi maestro ha vuelto al castillo con ella, y soy yo quien hace su trabajo.
»Escuché algo acerca de una selección de jóvenes. Es muy posible que Eclipse planee sustituirme, o darme algún compañero. Eso explicaría que mi maestro haya vuelto al castillo; aunque me compadezco del pobre a quien adiestre…
»Solo quiero que me cuente sus planes para poder mantenerte alejada de ellos. Ya sé que me comporto como un idiota solo por intentar protegerte.
Ralta agachó la cabeza, avergonzada. Le había juzgado demasiado pronto y ahora se sentía mal por ello.
-Perdona.
-Tienes derecho a dudar de lo que hago. Es la primera vez que actúo pensando en alguien que no soy yo, así que puede que haga algo mal.
-¿Pero tú haces algo mal? – se rió Ralta. Le parecía casi inadmisible que Kiv, tan frío y preciso, hiciera algo de forma incorrecta.
-Todo el mundo hace algo mal. Aunque a veces, hacer algo mal nos lleva a cosas buenas. Como, por ejemplo, cumplir tu deseo de besarme. Te lo concedí y fallé en mi misión. Gracias a eso ahora estás viva y yo he redescubierto la luz.
-¿Qué yo esté viva es un “error”?
-En su momento fue un grandísimo error – Kiv se levantó la camiseta y le enseñó una marca oscura que le cruzaba el costado derecho y se le extendía hacia la espalda –. Me lo hizo Eclipse porque te me escapaste y volví con las manos vacías cuando tenía que cambiaros a Tary por el resto de vuestros talismanes. Aún se está curando. Puedo recuperarme de una puñalada en menos que canta un gallo, pero al parecer tolero mucho peor las heridas mágicas.
Ralta se mordió el labio, en un gesto de dolor.
-Es horrible que te hiciera eso.
-Hice las cosas mal – respondió él, encogiéndose de hombros –, lo merecía.
La chica se quedó en silencio, turbada por las palabras del Asesino. Cuando le hablaba con tal sinceridad y frialdad se le encogía el corazón y era consciente de lo diferentes que eran, pero también de lo mucho que debía de haber sufrido.
-¿Qué te inquieta? – le preguntó Kiv, sabiendo que había algo que la preocupaba.
-Kiv, antes de irte solo hablabas de que para ti yo soy la luz que te alumbra y que esa es la razón por la que quieres protegerme.
-Exacto. ¿Qué pasa con eso?
-Eso está bien. Me llegó muy hondo, pero… – Ralta resopló, nerviosa y sin saber del todo como explicarse –. Joder, esto es muy difícil… ¿No sientes nada más? ¿No hay ninguna otra razón por la que quieres protegerme?
-Me temo que no sé a qué te refieres.
-¿Me quieres? – soltó Ralta. Hacía ya días que llevaba queriendo preguntárselo
-Si te refieres a “querer” como sinónimo de “amar”, lo siento. Yo no sé lo que es amar. Los sentimientos son algo muy abstracto, y no acaban de gustarme… Sé lo que es odiar, o desear, porque es lo que suelo sentir. He escuchado definiciones del amor, pero todas son distintas, y a cada cual, más ridícula y absurda que la anterior. Así que como no consigo saber exactamente en qué consiste el amor, ni nadie me ha amado, no sé lo que es. Lo siento, pero no puedo amarte. Quiero protegerte, y también sé que te deseo, pero más allá de esto, no hay nada.
De nuevo, Ralta volvió a quedarse callada. Intentando repetirse lo que él acababa de decirle.
-Te equivocas – dijo al fin.
-¿En qué?
-Pues en que sí que hay alguien que te ama. Yo te quiero.
-¿Estás segura?
-Estoy bastante convencida; si no, no te habría dicho nada. ¿Crees que alguien que no te quiera soportaría tu fría forma de hablar de la muerte y de asesinar? ¿Sentiría pena por tus heridas y tu sufrimiento alguien que ha visto y escuchado de tus propios labios lo que eres capaz de hacer sin amarte?
-He de reconocer que ahí tienes razón…
-Claro que la tengo – Ralta levantó la barbilla, orgullosa.
-O puede que simplemente estés tan loca como para que no te importe.
-También podría ser, ¡pero no es el caso! – exclamó Ralta, intentando bromear un poco. No soportaba la tensión que estaba empezando a crearse entre ellos –. Piensa en esto. Yo te quiero. Intenta ver si mis sentimientos se parecen a los tuyos.
-Lo pensaré mientras vuelvo a Go. Y prometo volver antes y con una respuesta.
-Te estaré esperando – susurró Ralta, cuando él ya había saltado por la ventana.
La chica se dejó caer sobre la cama, con un suspiro. Aquel encuentro le había dejado sin ganas de ir al cine con Katie y los demás, pero lo mejor era seguir con una vida normal – o al menos como la de los tres meses anteriores.
Después de haberle dicho aquello a Kiv se sentía mucho más liberada, pero extremadamente vulnerable. “Ahora solo tengo que decirle a Álvaro que lo nuestro se ha acabado. Aunque no creo que nunca hayamos sido un “nosotros”…” Le daba igual que Kiv le dijera que la quería o no, pero lo que estaba claro era que le quería a él y no a Álvaro.


El maestro Asesino se postró ante su reina, con una rodilla hincada en el suelo, y con la cabeza descubierta – normalmente la llevaba tapada con la capucha de su capa, ya que le gustaba llevar cubierto el rostro para ocultar las cicatrices de su rostro.
-Yo diría que Viktor ya está listo. No puedo enseñarle nada más sin entrar ya en las artes del asesinato – le informó a Eclipse con tono neutro.
-Bien, bien. Me alegra oír eso. Ahora ya podré destinarlo a su misión.
-¿Crees que será capaz? Quiero decir, ¿no es un poco como buscar una aguja en un pajar?
-Puede que sea costoso, pero yo creo que surtirá efecto. Aunque antes tendré que prepararle para adecuarlo a esa nueva situación. Aún tardaremos unos cuantos días – comentó Eclipse, con aire distraído –. Ettahí, te necesito aquí, pero debería que tener a alguien en Seusash para ayudar, y vigilar, a Kiv.
-Puedo mandar a Varnat.
-¿A ese loco? – exclamó Eclipse, sobresaltada.
-Se comportará si voy yo a verle y le informo. Además, creo que es el único de mis subordinados que será capaz de aguantar el tipo delante de ese niñato y al que no podrá reventarle la mente con esas escalofriantes habilidades suyas.
-Uhm… no sé. Ese hombre nunca me ha gustado…
-Yo me responsabilizaré de los errores que cometa. Y si hace algo mal, lo mataré con mis propias manos. Os lo juro, majestad.
Eclipse dudó. Pero finalmente accedió.
-Perfecto. Mañana iré al Anillo de Fuego a buscarle. Daré vuelta por allí y repasaré que todo siga en orden. Espero volver en menos de dos meses. 
Eclipse le hizo un gesto para indicarle que ya podía retirarse, aunque en el fondo de su corazón deseaba que no lo hiciera y se quedara con ella más tiempo. Porque sabía perfectamente que tardaría más de dos meses en volver a verle.
Si Ettahí volvía a irse, Eclipse iba a sentirse muy sola en el castillo, pero al menos tendría a Viktor durante unos pocos días más para enseñarle cómo comportarse en la Tierra.
El resto de los jóvenes de la selección estaban encerrados en un torreón al que todos los días les llevaban algo de comida. Y allí seguirían hasta que a Eclipse se le ocurriera que hacer con ellos. Pero por el momento eran solo un estorbo y una fuente de ruidos bastante molestos. Muchos días se les oía gritarles a Settelin y Annea que no se pelearan, ya que sabían que si las dejaban llegar a las manos no conseguirían separarlas. Él único que tal vez, y solo tal vez, no merecía estar allí era Itho. Pero ahora que el magnífico dragón de Eclipse reposaba junto al alma de Viktor, las habilidades del domador de dragones carecían de utilidad.

Ettahí se levantó, inclinó la cabeza para mostrar su respeto a su reina y se marchó, cubriéndose con la capucha. No parecía ser consciente de la mirada melancólica que se le clavaba en la espalda; y si lo fue, no hizo nada por aliviar la pena de aquellos ojos violetas. Le esperaba un largo viaje. Y solo le importaba eso.
Cuando se hubo marchado, Eclipse llamó a uno de los guardias que había frente a la puerta, vigilando constantemente a pesar de no haber ningún peligro, para decirle que fuera a buscar a Viktor. El chico era listo, así que con un poco de suerte estaría listo en un par de días.
“Pronto, muy pronto, todo el poder de Go que me corresponde como reina será enteramente mío.”
Según lo que Shina le había contado, el poder que brotaba de la tierra de Go hacía ella, por ser la reina, no era el máximo. La teoría de la bruja sobre aquello era que la propia magia sabía que ella era una usurpadora del poder y que, mientras la auténtica heredera al trono siguiera viva, Eclipse nunca alcanzaría la plenitud del poder de una reina de Go.
Así que el plan en si era bastante simple: buscar a la princesa heredera al trono, Rousse de Go, entre los más de seis millones de habitantes de un planeta muerto – en lo que ha magia se refería. Aunque suponían que en la Tierra habitarían algunos seres mágicos que habían escapado de allí y que, sin duda, se sentirían inconscientemente atraídos por la esencia de la princesa.
Viktor solo tendría que dar con alguno de esos seres – cosa que también sería extremadamente sencilla para el olfato de un dragón – y forzarlo a buscar a Rousse.
Sería un auténtico juego de niños. Y una vez ella tuviera el poder que realmente le correspondía como reina ya no tendría que depender tanto de la magia de Shina. Así, si la bruja intentaba traicionarla, podría hacerle frente.
“Viktor… Tengo muchas esperanzas puestas en ti. No me falles.”


Tras una larga tarde estudiando juntas, Fleur y Furia se tomaron un merecido descanso y salieron a dar una vuelta por las calles comerciales que se extendían bajo el edificio de pisos donde vivía Furia. Se compraron unos gofres con chocolate bien calentitos y entraron en un par de zapaterías porque Fleur era una apasionada de los zapatos. Pasaron un gran rato de risas juntas, pero cada vez que pasaba tiempo con su nueva gran amiga, Furia no podía evitar echar de menos a Ralta y Tary. Notaba cierta distancia entre ellas, y las echaba en falta. Pero tal vez era mejor así. Ya nunca más volvería a hacer que las llamas brotasen de su piel. Era mejor ser una persona normal y corriente, que iba de compras y comía gofres bajo una noche cubierta de nubes.
Cuando ya se hizo tarde, Fleur se despidió de Furia y se fue a su casa. La joven francesa vivía a las afueras, en un gran chalet ajardinado y con piscina. Por lo que parecía, su familia – que únicamente era su abuela materna – era bastante adinerada y llevaba un buen tren de vida.
Tomó el autobús que la llevaba hasta una zona muy cercana a la urbanización donde vivía. Tan solo tenía que caminar durante un cuarto de hora, calle arriba, hasta llegar a la última y más majestuosa de todas las casas. Con forme se acercaba a su casa vio que había alguien esperando en la verja de entrada.
“Tal vez la abuela no esté en casa, aunque sería raro. No, lo más normal es que sea algún invitado espontáneo y la abuela se está poniendo presentable. Oh, no. Me hará limpiar mi cuarto en profundidad…”, pensaba mientras caminaba hacia su casa.
Sin embargo, al llegar allí no le pareció que aquel fuera uno de los típicos invitados de su abuela. Era demasiado joven como para tener alguna relación con ella. Seguro que no pasaba de los veinticinco.
-Te estaba esperando – le dijo, con voz neutra. Fleur se sintió aterrorizada ante aquella frase tan simple –. Ven conmigo.
-¿Qué? No voy a irme con nadie – dijo la chica, temblando como una hoja de papel a merced de una corriente de aire. Aferró las llaves. Si se le acercaba las usaría para clavárselas en el brazo o en el cuello. Y si se alejaba, entraría en casa rápidamente.
-Siento tener que decirte esto, pero no era una pregunta – le dijo él, desenvainando una gran espada.
-No, por favor, por favor – empezó a llorar Fleur, cayendo al suelo de rodillas –, no me hagas daño, por favor. Te lo suplico…
-Cálla. No quiero que te escuchen lloriquear – la chica pareció hacer un esfuerzo para que su llanto no fuese tan ruidoso, y el joven resopló –. Levántate de ahí.
Fleur temblaba tanto de puro miedo que ni siquiera le escuchó, y apenes se enteró de que el desconocido la agarraba del brazo y la arrastraba calle abajo, sin envainar su espada. Sus pies se deslizaban sin vida por las aceras, deseando que alguien pasara por allí, que alguien les viera y diera la voz de alarma. Pero nadie pasó. ¿Dónde estaba la gente? ¿Es qué nadie iba a darse cuenta de que la estaban secuestrando?
No supo cuánto tiempo estuvo aquel desconocido haciéndola caminar por calles y caminos de tierra. Solo fue consciente del paso del tiempo cuando los primeros rayos de sol comenzaron a despuntar y a iluminar el oscuro camino pedregoso por el que discurrían. Le dolían tanto los pies que al final fue incapaz de dar un solo paso, así que el chico la cargó a su espalda y continuó caminando hasta que el sol estuvo en lo más alto de la cúpula celeste, sin detenerse ni una sola vez.
Cuando Fleur ya se sentía desvanecía, de hambre, sueño y cansancio, el joven la soltó y cayó al suelo con un golpe seco, levantando polvo del suelo. Tosió al tragarse algo de tierra y se frotó los ojos para poder ver a través de la nubecilla de polvo. Ante ella había una casucha que parecía medio calcinada.
-Levántate y entra. Tenemos muchas cosas que hablar, Fleur.
“Tengo tanto miedo…”, pensó Fleur, intentando ponerse en pie.
Por primera vez se fijó en que aquel chico transmitía una fuerza impresionante solo con la mirada. Era imposible intentar negarse a una mirada así. Unos ojos que parecían puro fuego.


  -¡Vamos! ¡Un esfuerzo más! – le gritó Elehdal a Shina, que fruncía el ceño con la frente perlada por el sudor. La bruja apretó los dientes y con un grito de rabia hizo el último esfuerzo y dejó que la magia brotara a raudales de su cuerpo en dirección a su objetivo. Elehdal tuvo que hacerse a un lado para evitar que el poder le alcanzara a él –. ¡Contrólate un poco, loca! Ya no estás manejando cantidades de magia pequeñas, así que canalízala bien.
-Sé lo que tengo que hacer. Es magia básica.
-Será magia básica, pero si estás aquí conmigo es porque no la dominas – Shina protestó con un gruñido, mientras se pasaba la frente –. En cuanto lo controles, podrás volver con Eclipse y seguir practicando junto a ella tu Percepción.
-Con la percepción no liberaré la suficiente magia como para que me detecten, ¿verdad?
-No, si lo haces con “los niveles”. Es poca cantidad de magia… Vuelve a disparar.
-Cierto… ¿No habías dicho que la otra era la última?
-Tienes la fuerza suficiente como para hacerlo una vez más, y yo puedo seguir manteniendo la cúpula de ocultación de la magia durante muchas, muchas horas más. ¡Así que hazlo!
Shina apretó los dientes y cruzó los brazos por delante de su cuerpo. El poder brotaba por cada uno de sus poros, recubriéndole la piel con un manto negruzco y enredándose en sus dedos. Respiró hondo durante unos segundos, cerró los ojos y dejó que el manto se despegase de su piel y salió disparado hacia el objetivo, rogándose a sí misma que su magia no se descontrolase.
Aquella sustancia oscura parecía una mezcla entre líquido y vapor, pero si alguien se aventuraba a tocarlo se encontraría con la sorpresa de que era sorprendentemente denso y, sobre todo, abrasador. Controlar aquella sustancia iba a ser extremadamente difícil, pero ya lo había hecho, muchos años atrás, y aquel era uno de sus dos grandes poderes. Cuando dominara aquello, pasaría a la Percepción – con la que era capaz de atacar, con una precisión increíble a cualquier objetivo cercano, aunque sus sentidos ni siquiera lo detectasen –; y por último a la Copia. Aquello requería la mayor y mejor de todas las Percepciones y unas dosis de concentración realmente brutales.
Pero aquel último ataque no hizo más que pasar alrededor del objetivo sin causarle ningún daño más. Elehdal resopló, casi más frustrado que la propia Shina.
-Ahora te has contenido demasiado… ¡No importa! ¡No importa! ¡Dos días durmiendo y seguimos!
-De eso nada. Estoy harta de dormir y apenas practicar.
-¡Na! ¡Na! ¡Na! – canturreó Elehdal, negando con un dedo –. Mi método de recuperación de la magia consiste en dormir. ¡Y es infalible! Así que harás lo que yo te diga; soy tu maestro nuevamente.
-Como odio eso… – farfulló Shina.
-No mientas. Esta situación te gusta tanto como a mí – sonrió el mago – Vámonos a la cama. En cuanto lleve unas tres horas dormido la cúpula se disipará, así que más te vale dormir y no levantarte a practicar.
-¿Y si lo hago, qué?
-Te detectarán en Shoz, y muy probablemente manden a alguien.
-Eso no será un problema para ti, ¿verdad que no, maestro? – susurró Shina, con voz suave y extrañamente melódica.
-Claro que no sería un problema, pero no me gusta nada tener que usar mi magia para matar. Además, las cartas me dicen que todavía no es hora de pelear – dijo Elehdal, con parquedad –. Y no me hables con ese tonito, que me calientas.
Shina se rió y le dio la espalda, marchándose hacia la casita donde vivían. El mago suspiró y la siguió. Estaba acostumbrado a pasarse la vida solo, y nunca dejaba que las personas se le acercaran demasiado – a lo sumo les echaba las cartas a algunos supersticiosos de los lugares en los que vivía, pero su relación con ellos nunca iba a más –, pero no le resultaba nada difícil convivir con Shina. Ambos eran extremadamente maniáticos en ciertos asuntos así que, como en muchos aspectos de su vida, se detestaban y se entendían a partes iguales. Pero Elehdal encontraba sus discusiones con su alumna bastante divertidas y entretenidas. “Además, normalmente acabamos en la cama”, pensó el mago con una enorme sonrisa en el rostro. “Tal vez hoy también…”


Las profundas ojeras que cubrían el pálido rostro de la Irav Shaira se debían a las más de dos semanas que llevaba durmiendo apenas tres horas diarias. Y la mayor parte del tiempo que pasaba despierta lo invertía en tratar de encontrar a Shina. Desde que se había dado cuenta de que su hermana ya no estaba en Go con Eclipse no había parado de buscarla. Lo mejor para todos era tenerla localizada, solo por si acaso.
“Sin ninguna duda, estará con Elehdal. Él sería el único capaz de ocultar su presencia y su poder, de ayudarla a recuperarse. Pero, ¿dónde está él? ¿De qué me sirve ser la Irav si no puedo desmontar una cúpula de ocultación?”
Aquellas preguntas eran su lamento diario y no encontraba solución para ellas. Su única esperanza de encontrar un rastro de la magia de Shina era que el poder de su hermana se descontrolase y que Elehdal tuviera que intervenir, descuidando la cúpula. Se trataba solo una posibilidad entre un millón. Sin embargo, Shaira no iba a cejar en su intento.

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