miércoles, 9 de mayo de 2012
CAPÍTULO 15: LOS NUEVOS ASESINOS
CAPÍTULO 15: LOS
NUEVOS ASESINOS
Aprovechando
la ausencia de Shina y Kiv, Eclipse se dedicó a los preparativos de una de las
partes del plan que la bruja había trazado. Había mandado halcones a todas las
ciudades principales del reino para convocar a jóvenes de entre dieciséis y
veinte años en la plaza del mercado de Natra.
Natra
se encontraba a solo dos horas a caballo del castillo de Eclipse, justo en el
linde suroeste de la Selva Negra y estaba rodeada de numerosos pueblecitos que
en los tiempos de Eirilda III habían sido prósperos – y ahora sufrían más que
nadie a Eclipse y sus enfados.
El
día acordado, cientos de jóvenes y los familiares de estos, se arremolinaban en
la plaza esperando a que Eclipse apareciera. Todos compartían la esperanza de
que la reina los escogiera para ayudarla. Muchos veían en aquella elección la
oportunidad de ganarse el favor de su soberana y estar a salvo. Para los más
pobres aquello significaba no más hambre, una buena cama, una educación y ser
reconocidos en todo el reino. Por eso a Eclipse le sorprendió tanto ver a
algunos jóvenes que parecían provenir de familias más adineradas – incluso
reconoció al hijo menor de los Tharberni, unos importantes comerciantes y
prestamistas de Baro.
Uno
de los soldados de su guardia personal ordenó a todos los candidatos que se
organizaran en forma de hileras de veinte personas en silencio. Sin embargo,
muchos de aquellos jóvenes parecían desconocer el significado de la palabra
“silencio” y continuaron hablando entre ellos, sin saber que eso ya les había
hecho perder.
“Alguien
incapaz de obedecer una orden tan simple como esa no merece la pena ni que siga
vivo”, suspiró Eclipse, con cierto cansancio.
Cuando
por fin se organizaron todos y guardaron silencio, Eclipse bajó de su elegante
carro con la distinción y grandeza que la caracterizaban. Llevaba una ostentosa
corona y un lujosísimo vestido, adornado con una capa de plumas de yoyuke – un
ave de casi dos metros de altura y con plumas blancas con las puntas negras –,
que le encantaba ya que era muy calentita y, sobre todo, cara y difícil de
conseguir.
Discurrió
entre las hileras de jóvenes, observándoles con atención durante una hora. Y
cuando ya les había visto a todos las caras un par de veces comenzó a
seleccionar a sus diez candidatos. Le llevó casi otra hora entera escoger a
nueve jóvenes – siete chicos y dos chicas –, y poco a poco todos empezaban a
cansarse de estirarse e intentar aparentar ser más de lo que en realidad eran,
y sus estómagos comenzaban a rugir porque se acercaba la hora de comer.
Sin
embargo, había un chico que no hacía nada, no había levantado la cabeza en
ningún momento, solo se miraba los pies. No parecía nervioso, ni ansioso, pero
tampoco aparentaba estar aburrido. Era la clase de chico que nunca llamaría la
atención de nadie.
-Tú,
ven conmigo – le dijo la reina al chico, posando una mano sobre su hombro.
Con
calma, él levantó la mirada y se unió a los otros nueve jóvenes. Los diez
jóvenes se subieron a una carreta y se alejaron de sus familiares, sin saber
que no iban a verlos en mucho tiempo.
Una
vez Eclipse regresó al castillo con sus nuevos inquilinos, ordenó a los
guardias que los acompañaran a las habitaciones que se habían dispuesto para
ellos. Las habitaciones eran pequeñas y poco iluminadas por la luz natural, ya
que caían en la cara norte del castillo, y en cada una de ellas había dos
camas, un escritorio y un armario. Todo de aspecto simple e impersonal. Una vez
los jóvenes se aposentaron – no tardaron apenas nada porque la gran mayoría no
llevaba muchas pertenencias en sus bolsas –, los guardias los condujeron a un
salón donde comieron un poco y después regresaron a sus habitaciones donde
esperaron a ser llamados por Eclipse para realizar unas entrevistas
individuales.
Tras
hablar con cuatro chicos, mandó llamar a una de las dos chicas para acabar por
aquel día – ya se ocuparía de los otros cinco al día siguiente, cuando
estuviera más descansada.
La
muchacha, que rondaría los dieciocho años de edad, entró en la sala donde
Eclipse aguardaba y realizó una perfecta reverencia. Vestía ropajes de un gusto
exquisito y materiales caros y delicados. El cabello, de un castaño claro, casi
rubio, le brillaba, limpio y perfectamente peinado, adornado con trenzas y
cuentas de cristal que formaban un estudiado mosaico. De ella le había llamado
la atención el porte elegante que tenía, a pesar de ser algo bajita para su
edad, y sus ojos, de un violeta pálido.
-Di
tu nombre – le ordenó Eclipse, mientras le indicaba con un gesto que podía
tomar asiento frente a ella.
-Annea
de Soral, hija de Erelo de Soral, Conde de Seusash.
Eclipse
se sorprendió. Ya había supuesto que provenía de alguna familia noble, pero lo
que no esperaba era que ella fuera de Seusash y no de Go. Tenía la esperanza de
conocer a alguna nueva familia poderosa en su reino.
-Bien,
Annea, ahora cuéntame por qué has venido desde tan lejos a la selección – eso
se lo había preguntado a los cuatro chicos anteriores, pero no había puesto
especial atención en sus respuestas. Sin embargo, tenía verdaderas ganas de
escuchar la respuesta de la hija del conde.
-Como
supongo que ya sabrá su majestad, Navette se rindió hace solo un par de días al
peso del ejército de Edel. Mi padre ya planeaba contactar con vos para pediros
que, ya que como no les prestáis ayuda militar, me acogierais con vos en
vuestro castillo para que sea vuestra dama.
»Pero
Navette cayó antes de lo que esperábamos, y vuestra convocatoria nos cogió por
sorpresa. Así que decidimos que esto era una forma rápida de entrar en vuestro
castillo y serviros. No teníamos tiempo de enviaros ninguna solicitud y esperar
vuestra respuesta. Supongo que en cuestión de semanas tendremos a Edel en
nuestra casa, y para mi padre era muy importante sacarme de allí. Solo por si
acaso.
-¿Tan
importante eres para tu padre? Creía que Erelo ya tenía un hijo heredero…
-Y
lo tiene. Pero conserva la esperanza de que el Conde Hutter siga adelante con
que me comprometa con su heredero, por eso debo estar a salvo. El condado de
Hutter es el más rico de los siete, y eso me daría la oportunidad de tener una
vida todavía mejor que la que podía ofrecerme mi padre.
-Bien,
muy bien. ¿Pero qué habría pasado si no te hubiera seleccionado?
-El
Conde estaba seguro de que lo haríais. Siempre dice que mi persona es
deslumbrante y que me es imposible pasar desapercibida. De todas formas,
siempre podríamos ir detrás vuestro hasta el castillo y suplicaros que me
acogierais.
Eclipse
maldijo para sus adentros al Conde Erelo de Sorla, pero no dejó que eso se
reflejara en su rostro. Se levantó del sillón y recogió un estuche de madera
que había sobre una repisa. En su interior había cinco anillos de plata, uno
para cada dedo. Le indicó a Annea que se los pusiera en la mano izquierda y la
extendiera, con las yemas de los dedos hacia arriba.
-Esto
puede que te duela, pero solo será un segundo – le explicó Eclipse, tomando una
aguja de cristal, con un mango de oro blanco.
Le
pinchó las yemas de los dedos para que le sangraran un poco y se manchasen los
anillos. Solo se produjo reacción en uno
de ellos, el que llevaba en el dedo índice, que brilló muy débilmente con un
tono plateado.
-¿Qué
quiere decir esto? – preguntó Annea.
-Quiere
decir que en tu naturaleza mágica hay un escasísimo poder del aire. Y por
desgracia, eso no me sirve mucho.
-Sé
hacer otras cosas, majestad – replicó Annea, temerosa de que eso hiciera que
Eclipse la rechazara –. Llevó montando a caballo desde los siete años, y desde
los once practicando esgrima, sé defenderme. Y también dicen que pinto bastante
bien.
-¿Sabes
jugar al ajedrez?
-He
jugado alguna vez con mi hermano – dijo la chica, poco convencida.
-Sobrevive
cinco jugadas, y te seguiré teniendo en cuenta, ¿de acuerdo?
La
chica asintió, algo temerosa. Y comenzaron a jugar. Por suerte para Annea,
consiguió sobrevivir; el jaque mate llegó a la séptima jugada. Después de eso,
Eclipse la mandó a su habitación y ella se fue a sus propios aposentos, sin ni
siquiera cenar. El día siguiente sería aun más largo que ese.
El
chico suspiró, preguntándose qué demonios estaba haciendo él allí. Según le
había dicho su compañero de cuarto, Eclipse estaba entrevistando al noveno de
ellos, y en cuanto acabase le tocaría a él. Por mucho que se esforzara no
conseguía recordar en qué momento se le había ocurrido la estúpida idea de
presentarse a la selección de Eclipse. Tal vez había sido porque nunca se le
habría pasado por la cabeza que le escogiera.
“De
todos modos, entre ayer y hoy he comido más que en toda una semana; y hacía
años que no dormía en una cama tan cómoda”, pensó, encogiéndose de hombros. Si
quería seguir disfrutando de cosas así tendría que esmerarse. Pero se deprimió
al instante al pensar en que teniendo como otras opciones a la hija de un conde
y al estudioso hijo de unos importantes comerciantes de telas, él no tenía opciones.
Aunque claro, Setellin, la otra chica, decían que venía de una familia de
ladrones.
Por
fin, un guardia acudió a llamarle. Era su turno.
Siguió
al hombre por los pasillos del castillo, todos cubiertos con alfombras que
calentaban el frío suelo de piedra. “Soy como esta alfombra… Todos van a pasar
por encima de mí, y sin enterarse”, pensó. “Da igual, tengo que esforzarme por
quedarme aquí, tengo que quedarme
aquí y servir a mi reina.”
Antes
de darse cuenta, ya estaba ante las puertas tras las que le aguardaba Eclipse.
Tragó saliva y trató de controlar el nerviosismo que sentía. Ya sabía lo
primero que iba a preguntarle y él no tenía respuesta.
-Pasa,
chico – le dijo Eclipse. Él entró, cerró la puerta y se sentó frente a ella,
inclinando la cabeza con respeto –. Dime cómo te llamas.
El
joven agachó la cabeza, avergonzado.
-Yo…
yo no tengo nombre. Se me retiró ese derecho.
Eclipse
alzó una ceja.
-Pero
aun así, tu familia seguirá llamándote por tu nombre, ¿no?
-Tampoco
tengo familia, majestad.
Eclipse
le miró, intrigada. Aquel chico tenía un aspecto duro y curtido, sin embargo
hablaba con tristeza y parecía tener un gran peso sobre su alma.
-Por
favor, explícame un poco más sobre tu vida.
El
chico parecía no decidirse a hablar, pero no podía negarse a una petición tan
simple como la que su reina le había hecho.
-Cuando
yo nací, mi madre murió en el parto y viví con mi hermana mayor y mi padre.
Dijeron que murió porque ella ya era mayor para tener otro hijo… Vivíamos en
una aldea a un día de camino de aquí y mi padre tenía un gran campo, y mi
hermana trabajaba fabricando pulseras. Supongo que nos apañábamos bastante
bien. Pero hace cuatro años apareció un hombre que se encaprichó de mi hermana
y quiso casarse con ella. Mi padre dijo que no, porque había escuchado cosas
malas de él, como que había tenido ya varias mujeres y todas habían muerto de
formas raras.
»Ese
hombre no se dio por vencido y vino a nuestra casa para llevarse a mi hermana
por la fuerza. Al día siguiente, mi padre fue a recuperarla, pero nunca volvió.
Ni él, ni mi hermana – el chico tragó saliva. El hecho de estar rememorando
esos momentos se le hacía duro –. Viví solo, lamentándome encerrado en casa
durante casi un mes. Y el primer día que salí a la calle después de mi
encierro… me encontré a aquel hombre. Se me acercó y empezó a decirme al oído
lo que les había hecho a mi padre y a mi hermana, y se rió de mí. Supongo que
no fui consciente de lo que hacía hasta que consiguieron sujetarme mis vecinos.
Pero para entonces, ya había matado a ese malnacido a puñetazos.
»Todo
el mundo creyó que el único culpable era yo, que estaba loco y era un peligro
para todos. Me quitaron todos mis derechos, mi casa, el campo… incluso mi
nombre. No me quedaba nada cuando me soltaron hace un par de meses, bajo la
condición de no verme nunca más por la aldea.
»He
vivido estos últimos en el linde este de la Selva Negra, pasando hambre y frío.
Y eso es todo, mi señora.
Eclipse
se levantó de su sillón y se sentó sobre el reposabrazos del sillón que el
joven ocupaba para pasarle el brazo por los hombros y acariciarle bajo la
barbilla.
-Es
una historia muy triste, y siento mucho que en determinados lugares de Go no se
juzgue a las personas como de verdad se merecen. Lo siento de veras – susurró
Eclipse, aunque ni ella misma sabía si estaba hablando en serio –. Dime, chico,
¿cuántos años tenías cuando mataste a aquel tipo?
-Dieciséis,
majestad.
-Eras
solo un niño… Un niño con agallas y con el valor necesario para defender lo que
quiere. Me gusta. ¿Sabes qué, chico? Voy a devolverte tu nombre. ¿Cómo te
llamabas?
-Creo
que Viktor, señora.
-¡Entonces
ya está! Te llamas Viktor – dijo Eclipse, sonriente. Entonces su mente se dio
cuenta de algo raro –. Viktor… Vik… ¿Kiv? ¿Será casualidad?
-¿Kiv?
¿Vuestro Asesino?
-¿Ya
sabe el pueblo de Go que trabaja para mí? – preguntó Eclipse, no muy
sorprendida.
-Yo
eso les escuchaba a los guardias de la prisión. Decían que era un asesino
formidable, que iba tras aquellos que querían huir de Go y los que creían que
podían encontrar a vuestra hermana pequeña, que se perdió en otro mundo. Le
temían más que a los brujos y a los clanes de cazadores… ¿Eso es cierto?
-Mi
pequeño Viktor, eso lo sabrás si resultas ser mi escogido. Si no lo eres, no
volverás a salir de este castillo. Todos vosotros sabéis demasiado ya por el
mero hecho de estar aquí conmigo, así que solo podrá salir aquel que sea de mi
absoluta confianza y acepte el regalo que le haré.
-No
creo que nadie quisiera rechazar un regalo vuestro, majestad.
Eclipse
le sonrió con cierta dulzura, algo muy raro en ella, y cogió los anillos de la
caja de madera. Repitió con Viktor lo que ya había hecho con todos. Y el anillo
del dedo corazón adquirió un todo anaranjado. Después de eso, le mandó
marcharse.
-Dime,
Viktor, ¿te gustan los dragones? – le preguntó, justo antes de que el joven
cerrase la puerta tras de sí cuando se iba.
-Nunca
he visto uno, majestad.
-Puede
que pronto veas uno, Viktor.
Viktor
regresó a su habitación y se encontró a su compañero, Noar, tumbado en la cama
leyendo un libro. No era un chico hablador, aunque su presencia tampoco
resultaba incómoda. No parecía venir de una familia noble, como Annea, ni
siquiera rica, como Nireo, pero sabía leer, y su ropa no parecía sucia ni
usada. No pudo evitar mirarlo con cierta envidia.
Noar
pareció darse cuenta de eso, y asomó su cabeza por encima del libro.
-¿A
quién crees que elegirá la reina?
Viktor
se sorprendió de la pregunta, aunque más le sorprendió que su compañero le
hablara. Apenas tuvo que pensar su respuesta.
-A
Annea.
Noar
negó con la cabeza.
-Nireo.
Seguro. Annea es una chica. Imagínate que tiene que pelear contra alguien,
¿cómo va a ganar una chica tan canija un combate?
-La
reina es una mujer, y tiene el poder suficiente para hacer lo que quiera.
-Pero
eso es porque es la reina, y además
es una hechicera.
-No
lo sabía – musitó Viktor.
-Tengo
la sensación de que todos sabemos muy poco de quien nos gobierna. Eclipse lleva
catorce años reinando, pero en pueblo no supimos que la reina Eirilda había
muerto hasta hace nueve años…
-¿Dónde
vivías como para no saber eso? – preguntó Viktor, creyendo imposible que las
noticias tardasen tanto tiempo en extenderse por Go.
-En
un pequeño oasis del desierto de Nenso.
Tal
y como hicieron el día anterior, fueron todos juntos a cenar, y después
directamente a dormir. Ningunos sabía que sorpresas les depararía el día
siguiente.
A
media mañana, una hora antes de comer, Eclipse hizo que sus diez candidatos se
reunieran con ella en una escalera y les guió por pasillos secundarios hasta
que llegaron al semisótano norte. Conforme se acercaban a su destino, los diez
jóvenes notaron que la temperatura ascendía y de las paredes, que temblaban
momentáneamente, parecían surgir unos gruñidos de ultratumba.
Por
fin alcanzaron unas grandísimas puertas de madera, oscura y chamuscada. Se
escuchó un rugido tan fuerte que hizo temblar la pared, y algunos pequeños
fragmentos del cemento que unía los bloques de piedra se desprendieron,
asustando a Annea y otros tres chicos.
-Oh,
pobrecito mío. Se ha emocionado al oler tanta carne joven – comentó Eclipse,
con una risita malévola.
-¿Qué?
– balbuceó Asselo, un chico que, por lo visto, no era muy valiente.
-Viktor,
espero que te guste el dragón que te dije que verías – dijo la reina,
guiñándole un ojo y haciendo un gesto con el que las puertas se abrieron de par
en par.
Los
diez se quedaron boquiabiertos al ver el enorme dragón que les gruñía desde el
fondo del grandísimo sótano. Negro como la noche y con unos cuernos y púas que
parecían bañados en oro. Jamás habían visto nada parecido.
-Éste,
jovencitos, será el regalo que recibirá muy escogido – les dijo Eclipse,
avanzando hacia su amado dragón. El animal agachó la cabeza y dejó que la mujer
el acariciara el cuerno que tenía sobre el morro.
-Estará
de coña, ¿no? – susurró Setellin, creyendo que Eclipse estaba loca.
-Eso
espero… – musitó Asselo, asustado.
Sin
embargo, no todos pensaban que aquello era una locura o les daba miedo. Los
ojos de Annea brillaban de ilusión. Siempre había tenido todo lo que había
querido, pero nunca, jamás, se le había pasado por la cabeza tener un dragón
para ella. Su mente comenzó a fantasear sobre volar por encima de Seusash y
llegar a Nogo en cuestión de horas volando; ver las montañas bajo sus pies, las
olas rompiendo contra los acantilados, y descubrir que los desiertos eran solo
mares de arena.
Noar
y Viktor, también parecían ilusionados por ver por fin semejante bestia, y se
sentían acongojados e hipnotizados por el animal. Y Nireo, a pesar de no sentir
miedo, se había quedado más atrás, mirando al dragón con desconfianza. Creía
que en cualquier momento el animal podía enfadarse e intentar salir de allí.
-¿Podemos
salir a volar? – preguntó Itho, un muchacho de cabellos blancos, piel
extremadamente pálida y ojos negros que siempre actuaba de forma extraña.
Miraba al dragón con auténtica veneración.
Eclipse
se volvió hacia él, sintiendo curiosidad por una pregunta así.
-¿En
serio crees que se puede montar sobre un dragón así como así?
-Se
me dan bastante bien – dijo él a modo de contestación, encogiéndose de hombros
–. ¿Puedo acercarme? – Eclipse asintió y
permitió que Itho acariciase a su dragón.
Al
principio, el animal se mostró receloso y abrió la boca, mostrando unos dientes
que eran casi tan grandes como sus brazos, en señal de advertencia. Él dio un
paso atrás e hizo una reverencia, llevándose la mano derecha al corazón, y
después se arrodilló frente a él. Una vez hubo hecho eso, el dragón ya no
parecía reacio a que Itho le tocara.
-¿Cómo
has…? – a Eclipse no le salían las palabras.
-He
vivido toda mi vida entre dragones, majestad. Pero nunca había visto uno así,
es… Especial. Estoy seguro.
-Eres
muy perspicaz, Itho – le felicitó Eclipse –. No sé si realmente será especial,
pero circulan antiguas leyendas élficas sobre los dragones de esta raza. Dicen
que a estos dragones les atrae el poder, y si se encaprichan de algo no pararán
hasta conseguirlo. Lo consigue, lo absorben y se deshacen del antiguo portador
del poder. Además, les encanta la carne humana.
-Disculpad
si os inoportuno, majestad, pero tengo que preguntaros algo – interrumpió
Annea, hablando con aquel tono de voz tan suyo, mezcla de dulzura y petulancia
–. ¿Qué clase de regalo es un dragón que se alimenta de carne humana y no puede
ser montado?
-Nadie
debería montar una bestia así… – musitó Itho, mirando embelesado los ojos de
oro ardiente del dragón –. Deberías ser libre, amiguito, y volar muy lejos.
-¿Amiguito?
Estoy rodeada de locos – dijo en voz muy bajita Setellin.
-El
que resulte mi elegido quedará unido para siempre a este dragón. Y no
necesitará montarlo, porque él será
el dragón.
-¿Perdón?
– preguntó Annea.
-Me
considero una experta en el campo de la unión de almas, así que uniré el alma
humana de uno de vosotros con el alma de mi preciado dragón. Así seréis uno
solo – explicó Eclipse de forma concisa.
-¿Es
eso posible? – preguntó Nireo.
-Ya
lo he hecho antes, con buenos resultados – contestó ella.
“La
única pega que tiene es que el carácter de las personas parece cambiar tras la
fusión de almas, pero no tienen porqué saber eso”, añadió para sí misma.
-¿Hay
algo más que queráis saber? – les preguntó.
-¿De
dónde sacasteis esta maravilla, majestad? – preguntó Itho, todavía mirando
fijamente al dragón.
-Fue
un regalo, una muestra de lealtad. Me lo trajeron cuando solo era un huevo, un
huevo mucho más grande de lo normal, pero un huevo al fin y al cabo – comentó
Eclipse, con cierta nostalgia. Lo cierto era que aquel chico le caía bien, ya
que compartía con ella el inmenso amor que sentía por los dragones. Se despidió
de su peculiar mascota y les ordenó a los chicos que la siguieran –. Será mejor
que vayáis a comer, en un rato os irán a buscar y habrá una prueba física.
Después de eso ya podré decidir quién será el afortunado que unirá su alma con
la de mi dragón.
Durante
la comida, Noar y Viktor comenzaron a charlar un poco, aunque solo sobre el
extraño concurso en el que estaban metidos. Ambos coincidían en dos cosas. La
primera era que Itho acababa de escalar posiciones en su rankin imaginario al demostrar que sabía bastante de dragones. Y la
segunda, y para ellos más importante, con cada mirada que Annea y Setellin
cruzaban se acercaba el día en que se tirarían de los pelos.
A
nadie le pasaba desapercibido el hecho de que Annea no se sentía cómoda con
gente que no era como ella, pero les trataba a todos con fría cortesía; salvo a
Setellin. A su compañera de cuarto directamente la despreciaba desde que se
había enterado que provenía de una familia de ladrones.
Setellin,
que no se encontraba muy lejos de ellos mientras hablaban, se les acercó y, en
un tono que no fue para nada confidencial, les dijo:
-Debería
defender el poco honor que le queda a mi familia dándole una buena patada en su
culito de condesa, pero yo tengo más clase que ella.
Noar
sofocó una risa, que quedó ahogada en su boca en cuanto vio que Annea les
fulminaba con sus ojos violetas. Nireo hizo un gesto para detenerla, pero ella
se zafó y se acercó a Setellin, Noar y Viktor.
-¿Hay
algo que tengas que decirme a la cara, rata de alcantarilla?
-Ya
lo he dicho, iba para todos. Pero si tienes algún problema en los oídos además
de en el cerebro, te lo repetiré. Métete tu desprecio y tu arrogancia por donde
te quepa, niñata de papá, pero no vuelvas a tocarme las narices, o me conocerás
enfadada.
Los
ocho chicos contemplaban en tensión el enfrentamiento entre sus compañeras, sin
saber si callar o intervenir.
-No
merece la pena ni gastar saliva hablando con gente de tu calaña – replicó
Annea, alzando la barbilla –. Si vivieras en Seusash ya te habrían colgado
hacía ya días.
-Annea,
no deberías culpar a Setellin de lo que tenía que hacer para sobrevivir, ¿no
crees? – apuntó Itho –. Todos hemos hecho cosas malas en la vida. Yo, por
ejemplo, estaba empezando a domar dragones con unos compañeros y algo salió
mal. Salí de allí corriendo y no me importó dejarlos atrás porque temía más por
mi vida. Murieron.
-Yo
también he robado alguna vez – añadió Noar.
-Mentí
a mi hermana para que rompiera su relación con el hombre al que amaba… –
comentó Asselo, con un brillo inteligente en la mirada.
-Y
yo maté al hombre que asesinó a mi familia. ¿Tan horribles te parecemos? –
preguntó Viktor, encogiéndose de hombros. Después de hablar con Eclipse sentía
que podía hablar de lo que había hecho con mayor tranquilidad.
-¡Sois
peores de lo que creía! – exclamó Annea, totalmente indignada. No podía
permanecer ni un segundo más con ellos, así que se marchó del comedor dando un
portazo.
-Ojalá
la prueba física sean combates y pueda darle a la condesita su merecido – deseó
Setellin, comiendo con total tranquilidad.
-Pues
espero que no, porque al parecer Annea es bastante buena en esgrima – murmuró
Nireo, sin querer llamar mucho la atención.
-Como
si eso fuera a asustarme…
La
comida continuó tranquila con la ausencia de Annea y, como Eclipse les había
dicho, un par de guardias no tardaron en ir a buscarles. Les acompañaron hasta
un pequeño jardín interior y les desearon suerte.
Allí
les aguardaba Eclipse, apoyada en una mesa repleta de todo tipo de armas y
junto a un objeto extraño que parecía un maniquí. También Annea estaba allí, y
había cambiado su lujoso vestido por unas cómodas botas de caña alta, unos
pantalones de cuero beige que le llegaban hasta la rodilla y una camiseta
cruzada de seda lila. Además había optado por recogerse el pelo para que luchar
le resultase más cómodo.
-Espero
que hayáis comido bien y estéis llenos de energía, porque vais a necesitarla –
les dijo Eclipse, cuando todos se hubieron sentado en los bancos que habían sido
dispuesto en el jardín –. La prueba es muy simple. Debéis vencer en un combate
de nivel básico, con el arma que vosotros prefiráis.
Eclipse
puso la mano sobre el maniquí y éste comenzó a adquirir un aspecto humano y a
moverse, como si realmente estuviese vivo, y desenvainó una espada de madera.
-Que
su arma no os engañe, será de madera, pero cada vez que os golpee con ella en
un lugar vital sufriréis una parálisis. Si quedáis completamente paralizados,
perdéis. Y quien pierda no podrá ser mi elegido. ¿Entendido? – todos
asintieron, aunque unos con mayor convencimiento que otros –. Annea, eres la
primera.
La
hija del conde se levantó con gracia y tomó una espada con una empuñadura
elegante y delicada, y una hoja fina, ligera y flexible. Le dio unos golpecitos
con el dedo y sonrió, satisfecha con la vibración que le devolvía el arma. Se
colocó a unos pocos metros del maniquí, en guardia y esperando la señal para
que comenzara el combate.
Eclipse
dio la señal, y todos comprobaron que lo que Nireo había dicho sobre las
habilidades de Annea en esgrima era cierto. La chica se movía de una forma
rápida y precisa, sin desperdiciar ni un solo golpe. Desencadenó tres estocadas
rápidas mientras giraba sobre sí misma para encontrar un ángulo desprotegido y,
a la cuarta estocada, el maniquí cayó al suelo derrotado.
El
siguiente fue uno de los tres chicos que habían formado una piña y no hablaban
con nadie más. Viktor le preguntó a Noar si sabía cómo se llamaban, pero ni él
ni nadie parecían saberlo. Solo venció uno de ellos, el más alto y fuerte, de
cabello corto y extremadamente rizado. Lucharon con una espada de una mano,
igual que Noar, que fue el siguiente, aunque no tenía la menor idea de cómo
usarla. Se limitaba a agitarla en el aire, sin tener muy claro como debía atacar.
Tampoco sabía cómo protegerle con ella de los ataques del maniquí, y eso le
hizo caer al suelo, totalmente paralizado, en menos de un minuto.
-Setellin,
te toca – dijo Eclipse, en cuanto Noar cayó al suelo.
-Quiero
pelear con lo que sus guardias me quitaron antes de venir aquí, señora – pidió
la ladronzuela.
La
reina aceptó su petición y ordenó que alguno de sus hombres fuera a buscarlo
mientras los combates proseguían. Itho fue el siguiente y usó una lanza. A
todos les sorprendió su forma de moverse, casi pegado al suelo, y la velocidad
con la que se movía. También venció.
-¿Por
qué te mueves así? – le preguntó Viktor. Él, al igual que Noar y los otros tres
chicos, no había empuñado un arma en la vida, y quería tomar nota de todo lo
que pudiera para vencer y poder ser el elegido de Eclipse.
-Hay
dragones que tienen muy mal carácter, así que nos enseñan a movernos entre sus
garras para que podamos atacarles desde abajo – comentó Itho, con aquella
sonrisa tonta de enamorado que le salía cada vez que hablaba de dragones –.
Odio hacerles daño, pero hay veces que es necesario.
Se
levantó la camiseta y le mostró a Viktor la quemadura que cubría casi toda su
espalda.
-Por
suerte, me cogió bastante lejos y no fue gran cosa – Viktor tragó saliva,
impresionado. Itho se señaló el brazo, donde llevaba unas marcas negras que
contrastaban con su blanquísima piel –. Esto también me lo hizo el mismo
dragón.
-Creía
que sería un tatuaje…
-Parecido
– le sonrió él –. Ahora es mi seña de identidad.
En
cuanto Setellin entró en acción, a todos se les pasó la sorpresa que habían
sentido al ver luchar a Itho. La ladrona usaba un juego como arma. Muchos
habían visto a malabaristas por las calles, que hacían girar unas pelotas – con
cascabeles en su interior para que fuera un espectáculo tanto visual como
auditivo – atadas a cuerdas a su alrededor y a toda velocidad sin que éstas
chocaran entre sí. Sin embargo, Setellin había sustituido las pelotas musicales
por piedras del tamaño de su puño.
Las
piedras, atadas a unas resistentes cintas, giraban alrededor de Setellin sin
enredarse, y el maniquí retrocedía para evitar que impactaran contra él. Cuando
las piedras alcanzaron una velocidad que a Setellin le pareció adecuada,
sacudió la muñeca izquierda, y la piedra que controlaba con esa mano cambió su
trayectoria para impactar contra las rodillas del maniquí. Se escuchó un
horrible chasquido de huesos rompiéndose.
El
maniquí era incapaz de ponerse en pie, y Setellin no desperdició su tiempo: la
segunda piedra se estrelló contra la cabeza de su enemigo.
Annea
se volvió hacia atrás para que no tener que contemplar el sanguinolento
espectáculo. Su forma de luchar era tan precisa porque no soportaba la sangre
ni las vísceras; prefería un golpe rápido y limpio.
-Asselo,
tu turno – anunció Eclipse, mientras rehacía a su extraño maniquí.
-Con
su permiso, majestad, preferiría no luchar. No me gusta, no lo he hecho nunca y
no creo que se me pueda dar bien. Yo soy muy tranquilo y pacífico.
-Ya
sé que eres así, y que te sentirías mucho más cómodo jugando conmigo al
ajedrez, pero no es así como funciona – susurró Eclipse, con cierto enfado
contenido. Le tendió una espada de una mano bastante ligera –. Pelea.
Aquello
era una orden. Asselo temblaba al aferrar la espada, sintiéndose incapaz de blandirla.
“Al menos puedo levantarla”, se dijo.
A
los quince segundos ya estaba paralizado. Le retiraron del suelo y Eclipse le
dio a Nireo la orden de salir a pelear. El joven se quitó varios de los
pañuelos de colores suaves que llevaba, muestra de que su familia estaba bien
avenida, y tomó un arco. La reina alzó una ceja ante la elección del chico y
cruzó los brazos ante el pecho, esperando para ver que sucedía a continuación.
Nireo
disparaba con bastante precisión y rapidez – como se esperaba de un descendiente
de los Hijos del Aire –, pero no parecía muy acostumbrado a disparar contra
objetivos móviles. A pesar de que peleó con una valentía que no parecía acorde
a su carácter, no logró superar la prueba del maniquí.
Cuando
Viktor vio caer al suelo a Nireo, sintió como su nerviosismo aumentaba
sobremanera. Él era el siguiente, el último; y quería poder ser elegido por su
reina.
-Viktor,
ven aquí – le llamó Eclipse.
Él
acudió, obediente y asustado. Eclipse le entregó una pesada espada de dos
manos.
-Yo…
no sé luchar, y mucho menos levantar esto, majestad – musitó Viktor, sin
atreverse a cogerla.
-Tú
puedes hacer lo que sea, tienes una grandiosa fuerza en tu interior – le
susurró Eclipse al oído, haciéndole sujetar la espada con ambas manos –, lo
único que tienes que hacer es hacerla aflorar. Recuerda a tu padre, y a tu
hermana. ¿Por culpa de quien te han robado tu vida, Viktor? – las manos del
joven temblaban al aferrar con ira la empuñadura de la pesada espada –.
Visualiza su rostro y verás como fluye la rabia. Y esa rabia es la fuerza que
te hará ser capaz de todo. Derrótalo. Estás aquí porque vi algo en ti. Así que
no me falles.
Viktor
tragó saliva y enarboló la espada mientras dejaba que los recuerdos se
convirtieran en imágenes que se deslizaban ante sus retinas. El rostro del
hombre que había destrozado su vida se fundió con el del maniquí, haciendo que
todo le resultase más fácil. Con un grito de rabia descargó una primera
estocada, tan fuerte que hizo retroceder a su contendiente. Y detrás de aquella,
encadenó muchas más que acabaron acorralando al maniquí contra la pared. Sus
golpes eran tan fuertes que, cuando su enemigo ya no podía retroceder más, su
espada empezó a hundirse por el hombro izquierdo, acabando con él.
Pero
eso no detuvo a Viktor, y siguió propinándole espadazos cargados de ira hasta
convertirlo en una masa sangrienta, mucho peor que la que había resultado del
combate de Setellin. De nuevo, Annea tuvo que volverse para no mirar, aunque ya
era demasiado tarde y acabó vomitando la comida.
-Es
suficiente – dijo Eclipse a media voz. Eso bastó para que Viktor se detuviera
en seco y dejara que la espada se le cayera de las manos, sin fuerza –. Habéis
estado bien. Al menos los que habéis vencido.
»Annea,
Farkol, Itho, Setellin y Viktor, mi escogido será uno de vosotros. Necesitaré
un par de días para decidir. Hasta entonces, intentad que os vea lo menos
posible rondando por mi castillo. Tener un atajo de adolescentes correteando
por aquí no me entusiasma nada…
-Qué
malas pulgas tiene la condenada… – susurró Setellin al ver que Eclipse la
miraba con cierta desconfianza –. Tampoco pensaba robarte nada.
Eclipse
se dejó caer sobre la cama, exhausta. Tener que preocuparse por tener
controlados a aquellos diez chicos la estresaba y la agotaba. Especialmente
temía que la más joven del grupo – que le había confesado no llegar a los
dieciséis años que Eclipse había exigido para ser escogido –, la ladronzuela,
encontrase algo apetecible y consiguiera escapar del castillo.
Tenía
aptitudes, pero era demasiado débil como para soportar el alma de un dragón en
su interior. Las ajadas ropas que llevaba dejaban ver un cuerpo delgado y
huesudo a causa del hambre que había pasado en las calles.
-Yo
ya tengo un favorito, ¿tú no? – le dijo de repente una voz, desde el fondo de
la habitación.
-¿Shina?
– preguntó Eclipse, confusa. Aquella mujer era… distinta. Era joven.
-¿A
que estoy mucho mejor así? – una sonrisa torcida cruzó su rejuvenecido rostro
–. Me he dado un buen atracón de magia. Igual he llamado un poco la atención en
los otros planos mágicos, y es probable que Shoz esté sobre aviso de que tramo
algo, así que tendremos que dejar a los chicos para más tarde.
-¡¿Has
llamado la atención?!
-Un
poquito. Quería ver la Estrella… – canturreó Shina, recordando su encuentro con
Elehdal. Eclipse apreció que la bruja parecía bastante contenta.
-Bueno…
Arreglaremos eso de alguna forma.
-Ya
lo tengo todo pensado. Tenemos todo lo necesario, así que podemos ponernos en
marcha ya mismo.
-Aún
debemos arreglar algo.
-¿A
sí? – preguntó Shina, torciendo la cabeza, claramente decepcionada por no poder
entrar en acción de inmediato.
-¿Quién
es tu favorito?
-Creo
que el mismo por el que tú has desarrollado cierto cariño. ¿Tanto te entristece
su vida? ¿Cuántos chicos como él habrá en tu reino? ¿Y sabes qué? Es culpa tuya
por llevar tan mal tus tierras. ¿Te sientes culpable?
-Deja
de actuar como si fueses mi conciencia. Me entristece su vida, pero solo porque
él me parece especial… Veo algo en él que no veo en los demás. Pero es su
tragedia lo que le hace fuerte.
-Eso
es cierto. Además tiene cierta esencia del fuego… Será todo más fácil.
-¿Cómo…
como lo has sabido? – preguntó Eclipse, sorprendida otra vez por las
habilidades de la bruja.
-Ahora
tengo una percepción mucho mayor de todo lo que hay a mi alrededor. Veo la
energía de todos los que hay en este castillo. Y la energía de Itho es
extraordinaria, no me extraña que sea domador de dragones – comentó Shina,
escaneando al medio centenar de personas que habitaban en el castillo.
-No
te acostumbres a ese poder, tendrás que usarlo dentro de poco…
-Lo
sé, pero me encanta – sonrió de una forma que resultó hasta agradable –. Lo
disfrutaré mientras dure.
Eclipse
la miró de reojo mientras se cambiaba para echarse a dormir. Además de adoptar
un aspecto más joven al haberse alimentado de magia, Eclipse notaba que algo
más había cambiado en Shina. Parecía feliz, como si hubiera recuperado algún
tipo de esperanza. Fuera lo que fuera, aquel mago había hecho mucho bien en la
bruja, y eso era algo fantástico para su plan. Ese hecho hacía que la
curiosidad de Eclipse aumentara.
Se
metió entre las suaves sábanas de su cama e, inmediatamente, se sintió más
descansada. Shina parecía estar jugando con el Corazón, lanzándolo al aire y
atrayéndolo hacia ella de nuevo sin tener que tocarlo.
-¿No
vas a contarme nada de tu viaje ni del mago? – murmuró Eclipse, con la boca
tapada por las sábanas. Aun así, Shina la entendió e hizo una mueca.
-Es
preferible que sepas lo menos posible de él. Es… peligroso. Así que confía un
poco en mí – la voz de la bruja sonó suave y dulce, como una canción de cuna –.
Ahora duerme, mañana tendrás mucho que hacer.
Evitando
caminar a la luz del día y moviéndose mucho más cómodamente por los oscuros
caminos cuando caía el sol, Kiv recorrió durante varios días el montañoso
territorio de Seusash. Aquella noche, cuando solo le faltaban un par de
jornadas para llegar a Navette, se topó con un pequeño campamento. Supuso que
se trataría de una avanzadilla del ejército de Edel y se infiltró sin muchos
problemas.
Escondido
tras unas rocas, desenfundó su daga y la sujetó por el filo, como solía hacer
para no desvanecerse mientras entraba en aquella especie de trance y buscaba
las mentes de quienes poblaban el campamento.
Había
diez personas dormidas, cinco patrullando y otras cinco reunidas. Permaneció
unos minutos quieto, recuperándose y trazando mentalmente el camino para llegar
hasta la tienda donde se estaba llevando a cabo la reunión.
Como
una sombra se deslizó sin que nadie se percatara de su presencia y alcanzó la
tienda casi en cuestión de segundos.
-…
apenas cuentan con defensa. Será llegar y entrar – hablaba una voz femenina,
con un toque infantil y suave.
Kiv
frunció el ceño. Ninguna de las mentes que había detectado correspondía a una
mujer. Cerró los ojos y se concentró en intentar escuchar los latidos de los
corazones de las personas allí presentes.
“Uno,
dos, tres, cuatro, cinco… y seis”, contó. “Maldita sea, ¿hay alguien capaz de
ocultarse de mí?”
-¿Sabes
si el Conde Reinier piensa rendirse? – esta vez hablaba una fuerte voz
masculina y autoritaria.
-No
he conseguido información fiable, pero vista su situación se rendirá – volvió a
hablar la chica. Kiv distinguió en su voz un extraño acento, por lo que
dilucidó que debía de venir desde muy lejos –. Lo que sí sé seguro es que Go no
va a proporcionarles ayuda militar. O no tienen fuerza para hacernos frente, o
se están reservando. Sea lo que sea, lo descubriré.
“¡Es
una espía!”, se dijo Kiv. Sonrió para sí mismo. “Espiar a una espía, que
irónico y divertido.”
Hablaron
algo más sobre los movimientos próximos de Edel y también se enteró de que la
espía siempre iba por delante del grupo de avanzadilla, y muy por delante de
Edel. Tanto era así que ellas apenas se veían.
-General,
¿le importaría acercarse un momento, por favor? – preguntó la mujer, en cierto
momento. Kiv escuchó como el hombre a quien le había dicho se movía y después
nada.
“Qué
raro…”
Apenas
acababa de pensarlo cuando un puñal rasgó la tela de la tienda y se le hundió
en el brazo. No se explicaba cómo había sabido que estaba allí, pero ahora
tenía que escapar del campamento cuanto antes. Arrugó la nariz ante el olor que
desprendía el puñal y supo que lo habían frotado con alguna sustancia
paralizante.
“¡Sal
de aquí!”, se gritó a sí mismo. No podía permitir que lo capturasen. Eso nunca
le había pasado, ni nunca le pasaría.
Los
segundos siguientes fueron muy confusos. Se sentía mareado, asfixiado, y
parecía que algo se comprimía dentro de su pecho. También sentía que iba a
estallarle el cráneo. Cerró los ojos con fuerza, como si eso fuera a atenuar el
dolor punzante que le causaban aquellas sensaciones, y se sintió desvanecer.
Kiv
ya había desaparecido del campamento cuando la espía salió fuera de la tienda.
Soltó una maldición por lo bajini al ver que quien quiera que hubiese estado
allí se le había escapado.
-¿Quién
era? – preguntó alguien.
-No
lo sé, pero fuera quien fuera nos estaba espiando. Despertad a los que están
durmiendo y que peinen la zona. No puede ir muy lejos con ese veneno en la
herida…
-¿Un
espía de Reinier?
-Que
yo sepa Reinier no cuenta con espías, así que supongo que estará bajo las
órdenes de Eclipse – la voz de la mujer sonó abatida, y el general se percató
de ello.
-¿Te
ocurre algo?
-No,
nada. Es solo que es la primera vez que alguien se me escapa…
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