martes, 1 de mayo de 2012
CAPÍTULO 14: LA ANHELADA ESTRELLA DE TRECE INVOCACIONES
CAPÍTULO
14: LA ANHELADA ESTRELLA DE TRECE INVOCACIONES
La
niebla se depositó alrededor de las cabañas de madera putrefacta. La constante
humedad del lago, sobre el que cada noche caía la densa niebla, reblandecía la
madera y le daba a la zona un olor fácilmente reconocible. La luz de las lunas
se reflejaba en el agua y le daba un aspecto fantasmagórico al lugar. Un par de
guardias vigilaban el puente de acceso al lugar.
“Pero
son lo suficientemente inútiles como para no verme”, se rió la mujer que se
deslizaba bajo el agua.
Shina
aguantó sin respirar bajo el agua hasta que alcanzó unas tablas sueltas, en el
centro de la estructura de madera. El vestido se le arrastraba, dejando un
camino de agua. A pesar de estar completamente empapada, el frío parecía no
afectarla lo más mínimo. Deambuló por entre las tablas, que ejercían a modo de
calles, hasta que encontró su lugar de destino.
A
simple vista solo se diferenciaba del resto de casuchas en que en la puerta
había colgado un círculo perfecto, hecho con pequeños huesos. De huesos del
mismo tipo y pequeñas monedas oxidadas estaba confeccionada la cortina que daba
una tenebrosa bienvenida al interior de la casucha.
“No
has cambiado nada…”, pensó descorriendo la cortina.
La
luz de unas velas a medio consumir alumbraba la pequeña estancia. El ambiente
estaba cargado, era una mezcla de óxido, sangre y humo.
-Shina,
vieja amiga, te estaba esperando. Las cartas me habían anunciado tu llegada.
La
bruja estudió con la vista al hombre que estaba sentado en el suelo, en el
centro de un círculo pintado con sangre. Inscrita en aquel círculo, una
estrella de trece puntas, cuyos extremos estaban marcados con velas,
piedrecillas, monedas, cartas y de más objetos de escaso valor.
-¿Te
interrumpo, Elehdal?
-¡Al
contrario, amiga mía! Tu presencia aquí me va a hacer mucho bien. Sólo concédeme
unos minutos.
La
voz del hombre sonaba jovial y alegre, suave como la brisa en primavera. Vestía
ropas extrañas, provenientes de otro mundo, pero adornadas con el mismo estilo
que todo lo que había allí: monedas, huesos, fragmentos de cartas quemadas…
Con
la cabeza agachada repetía palabras en un idioma que Shina hacía siglos que no
oía. El pelo, negro y mugriento, le caía por la cara, ocultándole gran parte
del rostro. En algunos mechones de cabello más largos se había anudado monedas
y plumas de aves.
Mientras
aguardaba, Shina se dedicó a mirar los mapas que había colgados en las paredes,
los libros, viejos y desgastados, que se acumulaban por doquier, la colección
de barajas que Elehdal guardaba cuidadosamente en una vitrina de cristal…
Todo
lo que había allí parecía sacado de un lugar muy lejano y extraño. Pero así era
Elehdal.
Elehdal
había sido muy conocido en otra época como “el Mago del Baile de Cartas”. Sin
embargo, a pesar de aparentar poco más de cuarenta años, el mago tenía muchos
más años que Shina, y ahora vivía oculto.
Shina
había conocido a Elehdal unos trescientos setenta años atrás, cuando acababa de
abandonar Shoz tras acabar de formarse como bruja de gran nivel. Por aquel
entonces, Elehdal ya era un conocido fugitivo por haber tratado de destruir
Shoz desde dentro y haber asesinado a más de una decena de altos cargos,
incluido el “Irav”.
Les
habían concedido a Shina y Shaira un permiso de diez años antes de regresar a
Shoz y comenzar su preparación para ejercer como futuras “Irav” de Shoz. Aquel
lapso de tiempo se les solía dar a todos aquellos que iban a formarse para ser
elegidos como los guías de Shoz para que pudiesen ver el mundo, explorar, y
desarrollar un pensamiento, unos ideales, con los que dirigir Shoz si
resultaban elegidos.
Y
en aquel viaje de exploración, Shina se había topado con Elehdal. Sabía
perfectamente quien era, pero no tuvo ningún miedo a la hora de acercarse a él
y, en vez de atraparlo y llevarlo ante las autoridades de Shoz, le preguntó:
-¿Por
qué lo hiciste?
Elehdal
se incorporó, con gracia. Era un hombre bastante alto, aunque no robusto, y
conservaba aquella aura atrayente y seductora. Se apartó el pelo de la cara y
dejó que su rasgo más característico quedara al aire. Un ojo azul y otro
marrón.
-Ya
estoy listo, querida – sonrió. Shina apretó los labios. Tampoco sus dientes
habían cambiado en absoluto, seguían negros y desiguales –. ¿Qué te trae por
aquí? Has tenido que tomarte muchas molestias para encontrarme.
-Te
conozco lo suficiente como para localizar tu esencia en cualquier parte,
Elehdal.
-¡Es
cierto! Eso forma parte de tu poder… Pero no eres ni la mitad de lo que fuiste
hace años. ¿Dónde estuviste?
-He
pasado casi dos siglos encerrada… Hace poco que me liberé – le informó Shina,
mientras ojeaba uno de los mapas despreocupadamente –, así que me estoy
recuperando poco a poco.
-Entonces,
¿al final te rebelaste?
-Sí,
aunque no nos salió muy bien. Pero no pasa nada. Pronto estaré lista para la
revancha. Y no fallaré.
Elehdal
sonrió satisfecho.
-Estás
aquí por eso.
-Exacto.
Pero no para lo que tú piensas, sino para pedirte que no intervengas.
-¿Qué?
Habría sido la excusa perfecta para desempolvar mi magia – comentó el mago,
tomando una baraja y mezclando las cartas a una velocidad inverosímil. Golpeó
el suelo con la baraja, y del mazo saltaron cinco cartas. Las recogió en el
aire y después las colocó en el suelo, formando un pentágono.
-¿Sigues
sabiendo hacer la Estrella de 13 Invocaciones? – preguntó Shina, como
hipnotizada por la habilidad del mago.
-La
duda ofende, querida mía. Aunque hace años que no lo intento. Sería
desencadenar demasiada magia, y no quiero que nadie me encuentre.
-Yo
te he encontrado – espetó Shina, levantando una ceja.
-Pero
tú eres especial, Shina. Por eso sigues viva – le sonrió Elehdal. Levantó una
de las cinco cartas del suelo. Frunció el ceño al ver el dibujo de un bastón
partido –. Si no quieres que intervenga, ¿por qué vienes? No habría hecho nada.
Ni siquiera sabía si estabas muerta o seguías viva.
-Creo
que dentro de poco estaré lista para el segundo y último asalto; y creo que
saldrá todo bien esta vez. Pero si a mí me pasará algo… Quería pedirte que
volvieras a escena. Que tú terminaras de destruir Shoz.
-¿Sabes
por qué desaparecí? – le preguntó, descubriendo otra carta: un rostro humano,
una mitad era de mujer, la otra de hombre.
-Es
una de las preguntas que más me hacía mientras estuve atrapada en Shoz. Y no
tengo respuesta para eso.
-Desaparecí
porque hay un momento para todo. Y comprendí que mi momento aún estaba por llegar.
Así que me armé de paciencia y… llevo mucho tiempo esperando. Recibiré una
respuesta cuando llegue ese momento. Y mientras tanto, sigo mejorándome a mí
mismo.
-¡Já!
Pero no haces la Estrella…
-Es
cierto que es el mejor hechizo que tengo, pero tengo otras armas.
-Menos
poderosas… – gruñó Shina.
-¡Ya
sé que tramas! Tú lo que quieres es ver la Estrella de 13 Invocaciones – sonrió
Elehdal, sin molestarse en absoluto. Conocía a Shina lo suficiente como para
saber que era una gruñona. Aunque lo consideraba parte del encanto de la bruja
que, durante unos años, fue su alumna.
-Eso
estaría bien.
Elehdal
le guiñó su ojo azul y se encaminó hacia la puerta.
-Vámonos
pues. Tendremos que adentrarnos mar adentro… No quiero destruir nada. Supongo
que sabes levitar sobre el agua, ¿no? Como estás totalmente empapada, lo dudo
un poco.
-Muy
gracioso. Tenía que evitar que me vieran – se excusó Shina –. Supongo que
seguiré recordándolo.
-¡Aquí
los guardias son inútiles! Es más, tengo bajo mi control a su capitán. Podemos
marcharnos sin nada que temer – le contestó despreocupadamente Elehdal.
Salieron
de la casucha y se encaminaron hacia el barandado que rodeaba el pequeño pueblo
flotante. Elehdal brincó y cayó al agua, pero no se hundió, sino que caminaba
por su superficie como si fuese suelo sólido.
Shina
contuvo el aliento y se concentró al máximo. Sentía como la magia temblaba en
su interior y, por primera vez, se sintió nerviosa. El que un día había sido su
maestro esperaba a que ella le imitara y levitase sobre el agua.
“Relaja
la magia. Respira. Has hecho cosas mucho más difíciles que esto, no deberías
asustarte ante un reto tan pequeño como este”, se dijo Shina.
Los
ojos bicolores de Elehdal aguardaban, calmados.
La
bruja se dejó caer sobre el agua, y permaneció sobre ella. Sonrió satisfecha.
Había logrado un perfecto control de la magia cuando creía que todavía fluía
caótica por su interior.
-Para
acabar de salir de un encierro de dos siglos, te mantienes muy en forma –
bromeó Elehdal, comenzando a caminar mar adentro –. Tenemos un par de horas de
camino, ¿no te importa, verdad?
-No,
tranquilo. Me vendrá bien para desentumecerme. Paso demasiado tiempo quieta, y
eso no es lo mío.
-¿Dónde…
cómo decirlo… vives?
-En
el castillo de la reina Eclipse, de Go – Elehdal alzó las cejas, sorprendido –
La muy estúpida cree que trabajo para ella. Pero soy yo quien la tengo bajo
control.
-Lo
sé, puedes ser muy convincente al hablar. Manipulas a la gente muy fácilmente.
Shina
sonrió complacida por los “halagos”. Caminaron un rato más sobre el agua, en
silencio, hasta que Elehdal rompió la calma de la noche. Parecía inquieto, ya
que no le gustaba el silencio en absoluto.
-¿Me
has recordado mucho en estos años? – quiso saber él.
-De
vez en cuando me daba por recordar a la gente en general.
-Yo
no sabía si estabas viva o muerta, pero te recordé en algunas de mis noches
solitarias – sonrió Elehdal de forma pícara –. ¿Te acuerdas de la última vez
que estuvimos juntos?
-Me
acuerdo – resopló Shina, aburrida –. Pero tranquilo, he pasado más de
trescientos años sin un hombre, puedo soportarlo un par de siglos más.
-Vaya…
Yo que creía que te podía recuperar hoy… ¡Ey! Hagamos una cosa. Si consigo
enseñarte la mejor Estrella de 13 Invocaciones, ¿me compensarás?
Shina
soltó una risotada, pero cambió enseguida su rostro por una expresión seria que
no admitía réplica alguna.
-Ni
hablar, Elehdal. Solo quiero ver todo tu poder en acción. Aunque… dudo que
sigas sabiendo hacerla.
-Mujer
de poca fe, ¡claro que sé hacerla! – dijo el mago, deteniéndose. Miró hacia el
fondo y asintió satisfecho –. Creo que este ya es un buen lugar. Será mejor que
te alejes, querida mía.
Shina
siguió caminando unos cincuenta metros y lo miró, expectante.
-Adelante.
Él
asintió en silencio y le escuchó murmurar sus códigos de activación de la magia
mientras sacaba de una tosca caja de madera un grueso fajo de cartas. Las movía
entre sus manos a toda velocidad, mediante una coreografía perfectamente
mecanizada y recordada a pesar del paso de los años. El agua del mar se enroscaba
a su alrededor, queriendo absorberlo.
El
punto álgido llegó cuando Elehdal lanzó trece cartas al aire y las movió con la
magia y las colocó sobre su cabeza, en un perfecto círculo. La magia se
condensó entre las cartas, uniéndolas con luz, dibujando la mítica estrella de
trece puntas.
Shina
sonrió. Era un espectáculo que le ponía la piel de gallina. El poder que
irradiaba aquella formación era abrumador.
Elehdal
gruñó por el esfuerzo mientras las cartas se iluminaban una a una.
Shina
vio, con delicia, como los dibujos de las cartas, cobraban vida, salían del
papel y adoptaban su verdadero tamaño.
El
mago tembló un momento, agotado, pero comenzó a reírse a carcajadas cuando vio
que las trece invocaciones habían acudido a su llamada.
-¡Toma
ya! – gritó Elehdal –. Sigo siendo el mejor, reconócelo, Shina.
-Lo
reconozco. Eres el mago más grande que existe – sonrió la bruja, observando
atentamente las invocaciones.
La
invocación más llamativa de las trece era sin duda la Torre de Sahane, más
conocida como la Torre Inexpugnable, un refugio capaz de soportarlo todo sin
ser destruido y provisto de todo lo que cualquiera podría desear.
Después
de eso se fijó en una mujer y un hombre. Los dos tenían la apariencia de
fantasmas. “Etéreos”, susurró Shina, hechizada. Conoció al hombre, pero la
mujer tapaba su rostro con la capucha de la capa que la cubría por completo –
salvo las manos, finas y delicadas, de un tono pálido y mortal.
“El
Hombre Muerto” era como le habían llamado durante toda la vida. Podía comer,
respiraba, podía luchar y empuñar armas, pero no podía ser herido porque su
cuerpo no tenía consistencia.
La
mujer se descubrió, dejando ver un rostro de facciones afiladas, pero frágiles,
como si estuviesen esculpidas en cristal. Los ojos y el pelo eran blancos y
parecían ausentes de vida.
Entonces
la reconoció. Había sido la única mujer que había sido semidiosa de dos dioses
al mismo tiempo. La belleza y frialdad de Hilta, diosa del hielo, y la
brillante y agradable presencia de Trela, diosa de la luz.
Y
aquella extraña combinación había acabado por consumir su alma.
-¿Me
das tu alma? – susurró la mujer.
-No,
Amaterasu. Tendrás que buscarte a otro que pique – se rió Shina, mirando al
resto de invocaciones.
-¿Me
conoces? – la voz de la mujer era fría y ausente.
-¿Y
quién no te conoce? Amaterasu… ¿Cómo pudiste abandonar la vida de semejante
forma?
-Todo
el mundo dice que la luz es bonita, brillante y buena, pero eso no es verdad.
Te consume igual que la oscuridad. No me gusta – murmuraba la mujer,
abrazándose a sí misma –. Necesito un alma.
Elehdal
se rió.
-Ahora
me perteneces, y todas las almas que atrapes serán para mí, Amaterasu. Lo
siento, pero no volverás a estar viva.
Shina
siguió mirando. Un unicornio, un calamar gigante, un lockneth – una bestia de
la nieve con aspecto de lobo, grande como un elefante –, un pequeño pajarillo
que brillaba como el oro blanco, un rastreador – o como también lo llamaban, el
hermano mayor de los dragones –, un felino grandioso, con una melena
constituida por lianas y hojarasca, y otro felino, más delgado y gracioso, como
un guepardo sin cola, totalmente negro, salvo por las dos franjas rojas de sus
costados.
“La
bestia de la muerte”, pensó Shina, mirándolo fijamente.
-¿Es
Sio? – Elehdal asintió y la bruja silbó, asombrada –. Así que has conseguido
atrapar a las siete bestias de los dioses… Realmente, eres asombroso.
-Lo
sé, querida, lo sé.
-¿Cómo
has podido atrapar un unicornio? Es… imposible.
-Mejor
di que era imposible. Pero un mago tiene sus secretos – sonrió Elehdal.
Shina
siguió mirando. Le faltaban tres invocaciones más por ver. Giró sobre sí misma
para ver si los encontraba, pero sintió que se le paraba el corazón al verse
reflejada en un espejo. Una risa cantarina y melodiosa parecía brotar del
cristal, y pronto una figura se asomó por detrás.
Era
una elfa hermosísima, la cual parecía desprender un halo rosado a su alrededor.
El mismo tono rosado de sus ojos, sus cabellos, sus mejillas, sus labios y su
vestido.
-¿Te
gustaría ser tan hermosa como yo? – le preguntó la elfa a Shina, que observaba
atónita como su reflejo cambiaba, hasta convertirse en su propia imagen cuando
era una joven aprendiza, en la flor de la vida.
Shina
estiró la mano para tocar el espejo. Ella nunca había sido vanidosa, pero la
oferta resultaba tentadora y… “Muy extraña”, pensó la bruja.
-No,
gracias.
-¿Desconfías
de mí?
-¡No
le contestes! – le gritó Elehdal.
La
elfa se volvió hacia él, con su dulce rostro convertido en una máscara de odio
profundo.
-Si
te has visto en el espejo de Iona y le contestas “sí” a alguna pregunta suya
atrapará tu cuerpo y tu alma en el espejo – le explicó el mago.
-Tú…
¡Tú eres el bastardo que me venció! – gritó la “adorable” elfa –. Me vengaré de
ti, ¡te mataré! ¿Quién te crees que eres para invocarme y utilizarme a tu
antojo?
-¿Pues
quién voy a ser? ¡Quién te atrapó! – se rió el mago. Dirigiéndose a Shina, dijo
–: Creo que no lleva muy bien su primera invocación.
-Recuerda
bien esto, mago, eres hombre muerto. Pienso liberarme y destrozarte.
-Tiemblo
de miedo, Iona. Hasta entonces, harás lo que yo te ordene. Y ahora te ordeno
que te calles.
Shina
ignoró la discusión entre el mago y la elfa y buscó con la mirada las dos
invocaciones que faltaban. Descubrió que un hombre cubierto de pieles y con
aspecto salvaje estaba agachado, mirando a los ojos rojos del guepardo Sio.
-¿Pero
qué está haciendo? – se preguntó Shina, extrañada.
-¡Ah!
Te presento a Omme. ¿Recuerdas la leyenda del guerrero que le arrancaba la piel
a aquellos que derrotaba y hablaba con las bestias? Pues es este buen hombre –
le dijo Elehdal, con orgullo.
-No
parece tan “especial” como el resto de tus bichos raros, ¿por qué lo tienes
contigo?
-Su
piel es impenetrable, es más dura que el acero, es rápido y letal. Además es el
único de las invocaciones “humanas” que puede ocuparse de dirigir a las siete
bestias. Me es bastante útil.
-Uhm,
eso lo explica bastante bien. ¿Y dónde está el último?
-Shina,
este de aquí es mi arma más preciada. No sé cuál es su nombre, pero yo le llamo
Kaboom – se rió apartándose, y dejando ver a un niño cabizbajo que se escondía
detrás de él –. Tiene un valor especial para mí porque fue el primero en formar
parte de mi colección de cartas.
La
bruja no le veía la cara, pero por la altura que tenía no le echaba más de diez
años.
-¿Kaboom?
¿Qué clase de nombre es ese?
-Es
lo que hará el día en que deje de servirme. Es un niño de un solo uso – comenzó
a explicar el mago, revolviéndole el pelo –. Su poder es estallar, como un
enorme volcán. Cubrirá mi huída en un caso de necesidad extrema.
-Es
una bonita colección – sentenció Shina, tras pasar unos instantes en silencio,
observando aquella auténtica maravilla para cualquier mago o brujo –. Has
reunido a gente muy poderosa para ti solo.
-Y
lo que llevo haciendo todos estos años es buscar y atrapar más gente así.
Aunque hace años que no encuentro a nadie de mi agrado. ¡Ey! ¡Podría atraparte
a ti! – soltó una carcajada –. Me servirías para toda la eternidad – Shina
soltó un gruñido, enseñándole los dientes –. Sabes que es broma, pero es una
idea divertida.
-Si
necesitas que te ayude, solo tienes que pedirlo. Luego yo decido si ayudarte o
mandarte a paseo.
-Eres
tan egoísta que me mandarías a paseo sin ni siquiera escucharme – dijo Elehdal,
tratando de parecer apenado; aunque apenas podía aguantarse la risa.
-¿Me
consideras egoísta? – le preguntó la bruja, acercándose a él.
-¡Oh,
venga! Espero que no te siente mal, pero tú nunca has hecho nada por mí. Te
quedaste conmigo porque te interesaba aprender de mí, solo por eso. No tengo ni
idea de lo que significo para ti. ¿Soy un amigo, tu maestro, solo alguien?
-Para
mí fuiste como… un dios – le contestó Shina, clavando sus felinos ojos en los
bicolores del mago. Percibió su sorpresa y como se le aceleraba el pulso. La
bruja deslizó sus huesudos dedos por las cuentas del collar de Elehdal – Había
oído hablar tanto de ti, del modo en el que habías dejado Shoz pendiendo de un
hilo, y como habías desaparecido sin que nadie volviera a saber qué hacías.
Eras como un mito, algo inalcanzable.
-Pero
me encontraste…
-A
la gente como yo nos atrae el poder, Elehdal. ¿Tienes idea de lo que sentí
cuando me acerqué a ti? ¿De lo que siento ahora? – el mago negó con la cabeza,
con la respiración acelerada –. Me embarga tu poder. Es grandioso. Es lo más
maravilloso que existe. Por eso eres un dios para mí. Porque no existe nadie
con un poder comparable al tuyo.
-Menudos
halagos…– suspiró él.
-Nunca
he respetado a nadie más de lo que te respeto a ti – le dijo muy seria,
cogiendo el aro tallado en hueso que llevaba al cuello –. Destino.
-Destino
es un verdadero dios, no yo, querida mía.
-Destino
es solo una entidad. Tú eres real. Destino solo representa aquello en lo que
creemos. Aun no te he dado las gracias por descubrirme todo eso. En Shoz nos
ciegan y nos descubren solo las opciones que quieren que conozcamos – gruñó
Shina, con rabia contenida.
-Tranquilízate.
Cuando van a por ti, significa que te tienen auténtico miedo. Nos temen, Shina,
porque conocemos la verdad y queremos abrirles los ojos al resto del mundo.
-Por
eso somos como Destino contra los otros seis dioses… – murmuró Shina, jugando
con el aro del mago.
-Él
quería igualdad, como nosotros – dijo Elehdal, exhibiendo su desigual sonrisa
–. Libertad, bendita libertad, amiga mía.
-¿Por
qué lo hiciste? – le preguntó la chica recién aparecida, sin ningún miedo.
Por
la determinación con la que le realizaba aquella pregunta, Elehdal supo que la
chica sabía quién era él.
-Normalmente
quien me encuentra se limita a insultarme, atacarme y, obviamente, morir en el
intento. Pero tú no. Vienes aquí a ¿pedirme explicaciones?
-Solo
busco una respuesta. No me gusta juzgar a la gente antes de comprender sus
razones.
-Hay
una razón para todo – asintió Elehdal. No la conocía en absoluto, pero la
primera impresión que estaba recibiendo de aquella chica era muy buena.
Se
fijó en que no era lo que se entendía por una chica normal. Tenía los ojos
estrechos, rasgados, con las pupilas amarillas como las de un gato, una marca
triangular centrada en la frente, y una melena negra que se agitaba como las
serpientes de una Gorgona.
-¿En
serio quieres conocer mis razones?
-Sí,
Elehdal.
-Uhm…
Tú sabes quién soy yo, pero yo no sé quién eres tú.
La
chica desvió la mirada y, por un segundo, pareció dudar de si desvelar su
nombre.
-Soy
Shina, una bruja excelente y candidata para ser Irav de Shoz.
-Muy
interesante… Lo de excelente lo juzgaré yo – sonrió Elehdal – Bien, escucha con
atención porque mi explicación es muy corta y simple. Hice lo que hice porque
quería, y quiero, destruir Shoz. No puede existir un lugar que habla de bondad,
de las oportunidades de la gente y luego es tan… limitado. Busco la libertad.
»O
los grandes conocimientos de magia que Shoz posee son para todos, o no son para
nadie. No deberían existir esas diferencias entre la gente. ¿Lo entiendes?
La
chica estaba callada. Asintió.
-Lo
entiendo.
-¿Has
oído hablar de Destino? – le preguntó, por curiosidad.
-Solo
algo de mitología. No es una disciplina que trabajemos mucho en Shoz. No creo
en los dioses. Pero sé que es el Séptimo Dios de los Naturalistas. Creen que las fuerzas y energías del mundo se
corresponden con unos determinados dioses. El agua, el aire, el fuego, el
hielo, la luz y, en el centro de todo, la tierra, la naturaleza. Por eso los
representan por una estrella de cinco puntas.
»Sin
embargo, Destino es una fuerza distinta. El representa la muerte que lo engloba
todo. Y por esa razón él es el círculo que rodea la estrella. El destino de
todos es la muerte… No es lo que se diría un “buen dios”.
Elehdal
aplaudió con lentitud, con una sonrisa divertida.
-Una
lección que en Shoz se han asegurado de que te aprendieras bien, ¿eh? – se
metió la mano por el cuello de la camisa y sacó un colgante. Un círculo tallado
en hueso. Shina lo miró, entre temerosa y fascinada –. Llámame adorador de la
muerte si así lo crees, pero yo te aseguro que Destino no es malo.
-Cuéntame
más – susurró Shina, como magnetizada –. Quiero saber más que eso. En Shoz
siempre insistían en que Destino era otra de las muchas representaciones del
mal, de la muerte, de la oscuridad.
-Mentiras…
Shoz solo cuenta lo que le conviene, oculta gran parte de la verdad – gruñó el
mago, crujiéndose los puños –. Los odio por eso… Detesto las mentiras, ¿sabes?
-Me
imagino… – ronroneó la bruja –. Se te ve sabio. Y yo solo quiero aprender de
los mejores. Enséñame todo lo que me han ocultado para así poder ser una Irav verdaderamente justa.
Elehdal
meditó su respuesta. La voz de aquella bruja sonaba verdaderamente convincente.
-Estás
acostumbrada a obtener todo lo que quieres, ¿verdad?
-Por
supuesto. Y si no lo tengo por las buenas, lo tengo por las malas. Pero soy lo suficientemente
sensata como para saber que no debo enfrentarme a ti. Sería una idiotez.
-Eres
lista, juiciosa, inteligente, fría… Me gustas, Shina – le tendió la mano,
enfundada en un guante mugriento, y con una ligera reverencia le dijo –: Ven
conmigo.
Shina
resopló. Aquel visionado de recuerdos había sido causado por el mago, que
parecía un poco ido, aunque no comprendía por qué. Un hechizo así era muy
sencillo entre personas que se conocían tan bien como ellos y que se
encontraban tan cerca el uno del otro.
-Ese
recuerdo es muy antiguo. ¿Por qué me lo enseñas ahora? – Shina no recibió
respuesta por parte del mago – ¿Te encuentras bien, Elehdal?
La
respiración del hombre era agitada y los colores se le estaban subiendo a sus
huesudas mejillas apenas tocadas por la luz del sol.
-¡¿Pero
qué te pasa?! – exclamó la bruja, nerviosa.
-La
pregunta es qué te pasa a ti. Joder… No puedes acercarte a mí de esa forma y
decirme que soy como un dios para ti – protestó Elehdal, con la voz ahogada –.
Solo quería ganar tiempo para ver si… si se me bajaba el calentón que me has
provocado. ¡Entiende que hace mucho tiempo que no estaba tan cerca de una
mujer!
La
“preocupación” de la bruja desapareció y soltó una carcajada. Sonrió,
divertida, enseñando sus afilados dientes y alzó las cejas.
-Podemos
solucionarlo, ¿no te parece?
El
tono provocador con el que habló no le pasó desapercibido al mago que, confuso,
le preguntó:
-¿Hablas
en serio? Antes habías dicho que…
-Olvídalo.
He cambiado de opinión. Una mujer tiene sus necesidades al fin y al cabo.
-Genial.
Aunque… ¿Podrías decirme lo de que soy tu dios otra vez?
-Te
lo diré… – comenzó a susurrarle al oído –…luego, dentro de la Torre de Sahane.
-Todo
lo que desees, estará en esa torre – suspiró el mago, sintiendo como la sangre
bombeaba con fuerza por todo su cuerpo.
Abrió
los ojos, pero tuvo que volver a cerrarlos. La luz del sol, que ya se hallaba
en lo más alto del cielo, era tan intensa que Shina pudo sentir como sus
pupilas se estrechaban hasta convertirse en apenas dos rendijas. Suspiró,
intentando vaciar completamente los pulmones.
La
maravillosa sensación de encontrarse totalmente atiborrada le presionaba el
pecho.
“Tal
vez me he pasado un poco…”, pensó, mordiéndose el labio. Respiró con
dificultad, sintiendo como cada molécula de su cuerpo vibraba.
Miró
hacia su izquierda y vio que Elehdal yacía a su lado, con la vista fija en el
altísimo techo. El mago la miró de reojo, apenas un segundo, y siguió mirando
el techo como si fuera algo extremadamente interesante. Shina no pudo evitar
sonreírse. Sin duda, estaba enfadado. Aunque no pensaba decirle nada, quería
que fuera él quien hablase.
Permanecieron
en silencio, Elehdal mirando el techo y Shina, su ojo azul.
-Eres
una bruja retorcida, egoísta, manipuladora, despreciable y… Mierda, ya no se me
ocurre nada más… – dijo por fin Elehdal.
-Por
más piropos que me digas no vamos a repetir – se rió Shina.
-No
he acabado – protestó el mago –. Eres una bruja retorcida, egoísta,
manipuladora, despreciable e increíblemente inteligente. Por eso te odio y te
amo a partes iguales. Pero, ¿hacerme lo que me has hecho? ¿No crees que te has
pasado un poquito, querida mía?
-Puede
que un poco… Hacía mucho tiempo que no me alimentaba de la magia de alguien, no
sabía controlarlo.
-¿Y
por qué no me lo pediste? Habría sido mucho más sencillo que venir y contarme
todo eso de que no interfiriera en tu destrucción de Shoz y luego provocarme
para que te enseñara mi Estrella de 13 Invocaciones.
-Funciono
mejor haciendo las cosas complicadas. Sabes que yo nunca hago las cosas
sencillas…
-Es
otra cosa más que forma parte de tu encanto – susurró el mago, girándose hacia
Shina, sonriente –. ¡Oh, mierda! Se supone que estoy enfadado contigo…
-Creo
que nunca te he visto enfadado.
-Ni
me verás. Tengo mucha paciencia. Y antes de llegar a enfadarme, procuro matar a
quien me enfada, querida – comentó, paseando sus dedos por la espalda de Shina,
despreocupado.
-¿Es
una amenaza? – preguntó la bruja, apartando con delicadeza las manos del mago
de ella.
-En
absoluto. Soy incapaz de hacerte daño. Pero te agradecería que alguna vez
vinieras a verme porque quieres, no porque necesitas obtener algo de mí
manipulándome.
-Es
que eres fácilmente manipulable, Elehdal. Muy poderoso, pero muy manipulable.
-Solo
me manipulas tú… Lo que es bastante frustrante.
-No
te enfades. Volveré con Eclipse, usaré este precioso poder que te he tomado
prestado y volveré para verte. Solo para verte y hablar más. Nada de segundas
intenciones – Elehdal se incorporó del lecho para dirigirle una mirada de
incredulidad. Shina se mordió el meñique y se untó su propia sangre por la
nariz –. Palabra de bruja.
-A
los magos no nos vale la palabra de los brujos, pero bueno… Me fio de ti. Solo
una pregunta. ¿Para qué vas a usar el poder que “te he prestado”?
-Espero
que para solucionar dos grandes errores – dijo Shina, con una sonrisa
enigmática. Giró sobre si misma y se apoyó sobre el pecho desnudo del mago. Le
pasó las uñas entre los finos pelos de la barbilla para después volver a
adueñarse del colgante de hueso de Destino –. Cuando venga a verte te lo
contaré todo. Ahora tengo que irme.
Elehdal
la sujetó de la muñeca con cuidado, reteniéndola junto a él. Apenas un suspiro
podía deslizarse entre sus rostros.
-¿No
pensarás marcharte sin darme un besito de despedida?
Shina
entreabrió los labios, dejando ver sus afilados dientes.
-¿Cómo
puedes tener el aspecto de un demonio y tu hermana Shaira el de un ángel?
-En
realidad, Shaira debería ser como yo. Pero decidió cambiar su cuerpo para
resultar menos… ¿temible? Es una traidora a nuestra raza – masculló Shina,
llena de ira.
-No sé para qué
pregunto… Así que tranquilízate, y bésame.
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