miércoles, 30 de mayo de 2012
CAPÍTULO 17: “NO SABRÁS QUIÉN SOY HASTA QUE NO TEMAS CONOCERME”
CAPÍTULO 17: “NO
SABRÁS QUIÉN SOY HASTA QUE NO TEMAS CONOCERME”
Tras
el breve ritual para Siril que tuvo lugar en Shoz, Tary, Ralta y Furia
volvieron a sus respectivas casas con la sensación de que a partir de entonces
nada más iba a ser igual. Tendrían que buscarse la vida para seguir mejorando
el control de sus poderes, no iban a tener a Siril para que las sanara si se
hacían daño. No iba a poder protegerlas nunca más. No iban a verla nunca más; y
eso era lo que más les dolía.
Entre
lágrimas, Tary le preguntó a Shaira que iba a pasar en su mundo ahora que su
prima no estaba. Siril había muerto en otro mundo, así que no sabían cómo
explicar eso a su padre.
“Pobre
hombre, primero pierde a su mujer y después a su hija. No sé si lo soportará”,
pensó Furia, entristecida.
-Siril
simplemente será una desaparecida más en vuestro mundo. Habíais quedado con
ella pero no apareció. No tenéis más que decir eso – les contestó Shaira.
Pasaron
unos días sumidas en una tristeza que les hacía ver el mundo tras una cortina
que volvía todo de un deprimente color gris. Bob era el único capaz de sacarle
alguna sonrisa ocasional a Tary, aunque un día, fue la causa de un sobresalto.
-Escucha,
Tary, tengo que contarte una cosa, pero no puedes decírsela a nadie más, ¿vale?
– le dijo, muy serio.
-Claro.
Dime.
Bob
sacó de la mochila una pequeña rosa, que estaba algo aplastada, y se la dio a
Tary.
-Es
un bonito detalle – intentó sonreírle ella, aunque no se sintió con fuerzas. Le
recordaba a las rosas que había creado para Siril y Ninz había quemado sin
miramientos. Después de aquello, Shaira le había devuelto a Tary su talismán,
aunque ya no era más que un adorno.
-Es
una flor horrorosa – replicó Bob. Su madre tenía una floristería, y él sabía
distinguir bien cual era un buen ejemplar y cual no. Puso las manos alrededor
de la flor, como si quisiera protegerla –. Pero si hago así, puedo convertirla
en la rosa más bonita que jamás hayas visto.
Retiró
las manos y Tary comprobó que, efectivamente, aquella rosa no era la misma de
antes. Su color era más vivo, su aroma, embriagador, y sus pétalos, perfectos.
Tary no cabía en sí de asombro. “Entonces, ¿la magia es “contagiosa”?”, se
preguntó.
-¿Te
he asustado?
-En
absoluto – le sonrió –. Me alegra saber que puedes hacer eso, porque así voy a
poder explicarte muchas cosas. Así ya no sentiré que te estoy ocultando una
parte de mí.
-¿Qué
quieres decir?
-Pues
que creo que yo soy la causa de que puedas hacer eso que haces con las flores.
Así que prepárate porque voy a contarte muchas cosas que te van a parecer
rarísimas.
Tary
pasó más de una hora contándole a Bob todo lo relativo a sus poderes, su deber,
Eclipse y Shina, lo que verdaderamente le había ocurrido a Siril, aquella voz
que escuchaba en su cabeza… Aunque decidió omitir que Furia y Ralta eran sus
otras compañeras – al menos hasta que consultase con ellas si querían que Bob
conociese su verdad – y la tortura a la que la habían sometido cuando se quedó
atrapada en Go – ya que le pareció mejor que él no conociese aquel desagradable
hecho.
-¡Uao!
Todo esto que me has contado es… demasiado – dijo Bob, procesando todo lo que
acababa de escuchar. Miró embelesado las flores que Tary había hecho nacer de
la nada con tan poco esfuerzo y que flotaban tranquilamente frente a él.
Bob
podía embellecer las flores, pero no crearlas como Tary. Y ya ni hablar de
hacer volar objetos. Después de hablar habían ido a un lugar apartado de la
gente y allí Tary le había hecho volar.
-Eres
increíble – le dijo, cuando sus pies volvieron a tocar el suelo.
-No.
Lo increíble es lo que me está pasando. Para bien… y para mal.
Bob
la abrazó para intentar reconfortarla, y pasaron el resto de la tarde juntos.
Al
día siguiente, Ralta estaba esperando a Álvaro en la salida del instituto. Era
extraño, pero se sentía tan lejos de todo el mundo que pasaba a su lado, y tan
sola aun estando rodeada de gente. Pensaba en lo que Tary les había dicho
durante el recreo: le había contado todo
a Bob. Su amiga no parecía ser muy consciente de que eso le había hecho dar un
paso de gigante en su relación con el chico, y deseó que las cosas no cambiaran
entre ellos. “Eso podría traerle, traernos, problemas.”
Sin
quererlo, volvió a pensar en Siril, y rememoró aquellos segundos tan confusos
y, a la vez, lentos e interminables. No pasaba un día sin que no lo recordara y
le diera las gracias por salvarles la vida con aquella rapidez con la que había
actuado. Aquello había supuesto un antes y un después en su vida. Ya habían
visto que el deber que acarreaban sus poderes era peligroso, pero morir… Ver a
Siril morir había sido un bofetón demasiado duro para todas. Y Ralta ya se
había dado cuenta de que Tary solía saltarse las últimas horas de clase para
pasar más tiempo en el gimnasio – al parecer se había apuntado a algún curso
antes de sus clases de gimnasia rítmica – y después practicaba con su magia
hasta la extenuación. Ralta no había tenido valor para decirle nada cada día
que aparecía por el instituto con unas marcadas ojeras, fruto de las pocas
horas que dormía para realizar también las tareas de clase. Pero estaba
preocupada.
Furia
también parecía preocupada, y le avergonzaba reconocer que sus motivos podían
parecer algo egoístas. Ahora que Siril no estaba con ellas sentía que no iba a
lograr dominar su poder sobre el agua nunca. Ella le había apoyado tanto… Se
sentía tan desamparada y perdida sin los buenos consejos de Siril. A pesar de
eso, seguía esforzándose y practicando día tras día en su bañera, donde tenía
sus únicos momentos de tranquilidad.
Ralta
levantó la cabeza para intentar abandonar sus ensoñaciones y lo que vio la dejó
prácticamente muerta en el sitio. Entre los alumnos que charlaban en grupitos y
los que se marchaban, él se mantenía erguido, ignorando al resto del universo.
Salvo
a ella. La miraba de una forma tan serena y tranquila que Ralta cometió la
imprudencia de quedarse prendada de ella. Los susurros curiosos de quienes les
rodeaban desaparecieron y parecieron quedarse solos.
“Quería
hablar contigo, si tienes un momento”, le dijo la fría voz de Kiv dentro de su
cabeza.
“Si
solo quieres hablar por qué no dejas que me mueva”, preguntó Ralta al darse
cuenta de que él la había paralizado con la mirada.
“Soy
un Asesino. Para mí el hecho de matar no es un espectáculo. Podría hacerlo
delante de toda esta gente, pero… no me sentiría muy cómodo.”
La
frialdad de aquellas palabras le habría hecho temblar como una hoja si no fuera
porque no podía mover ni un solo músculo.
“No
tienes intención de matarme, ¿verdad? Ni ahora, ni aquella noche, ni en el
bosque de Go…”
“Ahora
no quiero matarte, pero las otras dos veces sí. Aunque en el bosque no era yo –
de eso ya te diste cuenta –, y aquella noche lo que pasó fue que… No sé qué
pasó, me eché atrás.”
Ralta
miró a su alrededor y se dio cuenta de que muchos les miraban extrañados. No
era muy normal que las personas se miraran durante tanto rato a los ojos y
estando tan lejos el uno del otro.
“Si
no quieres llamar tanto la atención, deberías venir aquí y hablarme usando la
boca, ¿no crees?”, le sugirió Ralta. Él la imitó y miró alrededor. Sí que era
verdad que llamaban algo la atención, así que optó por hacerle caso a la chica
y apoyo la espalda contra la pared, con aire relajado.
Ralta
le examinó con la mirada. Se había cambiado de ropa y tenía un aspecto elegante
con la camisa negra que vestía. Además, no vio ni rastro de la daga que siempre
llevaba a la cintura. Aunque no por eso se sintió tranquila, ya que ya había
visto como hacía aparecer y desaparecer su espada.
-No
estés inquieta. Te doy mi palabra de que no voy a hacerte daño – le dijo, con
una débil sonrisilla torcida –. ¿Tienes miedo?
-No
lo sé – admitió Ralta –. Sí que me asustas, pero… ahora me siento a salvo.
-No
deberías.
-¿Pero
no has dicho que…?
-Sí
que lo he dicho.
-¿Puedes
dejarte de juegos? Me pones nerviosa…
-A
mi me divierte – dijo Kiv, encogiéndose de hombros –. Supongo que… seré raro.
-Déjalo.
¿De qué querías hablar conmigo?
-Sólo
iba a decirte que no voy a volver a intentar matarte, al menos por propia
voluntad.
-¿¡¿Qué?!?
¿Por qué? – Ralta no se creía lo que estaba escuchando.
-No
quiero matarte. Nunca antes me había pasado algo así, pero es que tú eres muy
diferente del resto del mundo – la chica no pudo evitar sonrojarse, aunque no
acababa de entender por qué él decía que era diferente.
-Pero…
tú trabajas para Eclipse, ¿qué piensa ella de eso?
-Ella
cree que ya me ha “arreglado”, así que no sabe nada.
Ralta
notaba cierta tristeza en su voz, y no supo muy bien que decir ni hacer.
-¿”Arreglado”?
-Sí…
Por eso en el bosque era “otra” persona y quería matarte. Fue humillante
pedirte ayuda, que lo sepas – le dijo en voz baja, le avergonzara reconocerlo
–. Pero hace unos días estaba espiando para Eclipse en Seusash y… tuve un
pequeño accidente. Debería volver pronto allí y continuar con mi deber.
Ralta
asintió, aunque no comprendía de qué le estaba hablando.
-Pero
antes de irme… Quiero que sepas que no solo no voy a matarte, sino que quiero
protegerte. No sé si eres consciente de por qué, pero quiero hacerlo. A no ser
que tú no quieras. Porque ya sabes ciertas cosas de mí, y son cosas bastante
malas, así que entendería que prefieras que yo esté lejos de ti y no te asuste
más. Solo te digo una cosa: No sabrás quien soy hasta que no temas conocerme.
-Ya
te has dado cuenta de que no me entero de nada, ¿verdad? – le preguntó Ralta.
-Tú
piensa, por favor. En tres días me iré. Cuando tengas algo que decirme… estaré
allí.
Le
señaló el edificio en obras donde habían descubierto el portal hacia Go y donde
ya habían hecho el intercambio de Tary por sus talismanes. Después la liberó de
su parálisis y le tomó de la mano para depositar sobre ella un beso fugaz.
-¿Quién
era ese? – le preguntó alguien por la espalda.
-¡Álvaro!
No… no era nadie.
-¿En
serio? Te ha besado en la mano… Que tío más raro – Ralta hizo una débil mueca
para intentar sonreírle –. ¿Nos vamos, “peque”?
-Sí,
claro, vámonos – dijo Ralta, algo ida.
Pasó
la tarde algo ausente, intentando encontrar sentido a las palabras de Kiv, y
sin terminar de entender lo que él había pretendido yendo a hablar con ella de
esa forma. Lo cierto era que su corazón se había acelerado cuando le había
visto, allí entre la gente, pero no había sido solo por miedo.
“¿Y
ahora qué hago yo?”, pasó la tarde preguntándose.
“No
sabrás quien soy hasta que no temas conocerme.” Las últimas palabras de Kiv se
le habían quedado gravadas, pero tenía ni idea de a qué podía referirse.
¿Cuántas más cosas malas podía tener Kiv? ¿Realmente era tan horrible?
Por
mucho que pensara y se repitiera que era un Asesino, el despiadado esbirro de
Eclipse, que había intentado matarla en varias ocasiones y que había torturado
a Tary, él le intrigaba muchísimo. Pero, ¿se atrevería a conocerle?
Después
de pasar la tarde con Álvaro, tuvo la estúpida idea de llamar a Katie para
volver a plantearle un supuesto sueño.
-¿Has
vuelto a soñar con él?
-Sí…
Y no sé qué hacer.
-Solo
es un sueño, Ralta… – suspiró Katie –. Pero si yo fuera tú me arriesgaría y le
conocería. Si eso puede hacerse con un sueño… Todo tiene un toque tan
oscuramente romántico. Infórmame del siguiente capítulo de tus sueños, por
favor.
-Te
mantendré al tanto – prometió Ralta.
Después
de colgar, se repantingó en el sofá para pensar con mayor claridad.
“Arriesgarme…” Se levantó de un salto, dispuesta a ir a reunirse con Kiv, pero
se topó con un pequeño impedimento.
-¿A
dónde pensabas ir a estas horas, señorita?
-Mamá
– musitó con una sonrisilla. Su plan de escape había fallado –. Iba a…
-A
ningún sitio. Te has pasado todo el día fuera de casa sin dar un palo al agua,
Ralta. Además, vamos a cenar dentro de poco.
-Sí,
mamá – resopló, con frustración.
Kiv
tendría que esperar a otro día. Pero cuando terminó de cenar y sus padres se
fueron a dormir, ella supo que no iba a poder dejarlo estar y esperarse hasta
el día siguiente. Le asustaba pensar en estar a solas con él, pero aún así
ansiaba verle.
“Por
favor, estoy mal de la cabeza… Debo de ser masoquista o algo así”, se dijo,
saliendo a hurtadillas de casa en mitad de la noche.
Recorrió
las calles, alumbrada por la luz tenue y artificial de las farolas, sintiéndose
como una delincuente y preguntándose si estaba haciendo lo correcto. “¡Venga
ya! Siempre has sido una chica de acción que no piensa en las consecuencias.
Claro, que nunca había hecho algo que pudiera poner mi vida en peligro. Aunque
Kiv ya me ha dicho que no quiere hacerme daño, pero ¿debo fiarme realmente de
él? Dios… como sigas dándole vueltas a esto te echarás atrás…”
Teniendo
aquella conversación consigo misma llegó hasta su destino. Suspiró al ver que
estaba tan oscuro, pero ella era luz
y no le supuso ningún problema valerse de su poder y encontrar un agujero por
el que colarse. Recorrió la parte baja de la obra, pero no había ni rastro de
Kiv.
“Tal
vez pasa la noche en otro lugar…”, pensó Ralta, abatida.
Aunque
después recordó que Kiv había subido al piso superior para buscar a Tary, ya
que la había escondido allí arriba. No encontró algo digno de llamarse
escaleras, pero sí que había algo parecido a un pegote de cemento con algunos
ladrillos que podía cumplir con su misma función.
Logró
alcanzar el primer piso sin más problemas que unos diminutos cortes en las
manos por culpa de los ladrillos rotos y, efectivamente, allí estaba Kiv.
Dormitaba sentado con la espalda contra un pilar y a su lado un rebullo de ropa
y armas. Se quedó quieta, sin saber si marcharse, avanzar en silencio o
despertarle.
“Está
tan guapo dormido. Ni siquiera me da miedo…”, se dijo, sonriendo.
Kiv
abrió los ojos justo en ese instante, haciendo que Ralta diera un respingo. Por
el susto, la luz que brillaba en sus manos se apagó durante unos segundos.
-Siento
haberte asustado – se excusó –. Al menos no me he levantado con la espada en la
mano…
-Perdona
por despertarte. Mejor vuelvo mañana.
-¡No!
– Kiv en seguida se dio cuenta de que había sonado demasiado impulsivo –. No.
Por favor, quédate. Normalmente tampoco duermo mucho, y si duermo me despierto
casi con el mínimo ruido. Tengo el sueño muy ligero, y casi siempre duermo en
tensión.
-Eso
no puede ser bueno para tu salud…
Él
no pudo evitar sonreírle, aunque fuera solo durante unas milésimas de segundo,
mirándola embelesado. Ya se había dado cuenta de la luz que brotaba de los ojos
verdes de Ralta, pero en aquellos momentos parecía que la luz surgía de cada
parte visible de su piel. Y le encantaba aquella luz.
-Siéntate
si quieres, aunque el suelo tampoco te parecerá muy cómodo – murmuró Kiv.
Sin
saber muy bien lo que estaba haciendo, Ralta se sentó junto a él. El Asesino se
removió en el sitio, incómodo por la proximidad de la chica que le miraba
encandilada. Ralta tampoco era consciente del modo en el que miraba a Kiv, cuyo
rostro iluminado por la luz que ella emitía parecía más suave, y sus facciones
menos amenazadoras. Incluso sus ojos verdes parecían haber perdido su brillo
retorcido y malévolo.
-¿Y
bien? – preguntó él tras unos instantes en silencio.
-He
decidido arriesgarme y conocerte – musitó Ralta, todavía embobada.
-Ya
me imagino, si no, no estarías aquí ahora. Solo quiero saber por qué.
-¿Por
qué…? – repitió ella, pensando una respuesta –. La verdad, no sé… Siento
curiosidad. Me intrigas mucho y…
“Y
eso me atrae”, añadió para sus adentros sin recordar que él estaría leyendo sus
pensamientos.
-Qué
razón tan estúpida – dijo Kiv, entre dientes –. Aunque lo importante es que
hayas venido. Te lo agradezco; porque esta va a ser la primera vez que soy
sincero con alguien.
Ralta
alzó una ceja como muestra de incredulidad, pero se acomodó como pudo para
prestarle toda su atención. “Espero que no hable de una forma tan confusa como
antes…”
-Intentaré
que lo entiendas – le dijo con una sonrisilla – Ya sé que a veces mi forma de
pensar puede ser un poco turbadora y difícil de seguir, y que muy probablemente
en tu mundo se me considere un psicópata, pero todo tiene una explicación.
-Pues
empieza a explicarte o voy a acabar más perdida que antes.
-Vale.
Lo primero que debes saber es que no soy normal – Ralta asintió con la cabeza
–. Las personas normales tienen un alma y su recipiente material, es decir, su
cuerpo. Sin embargo, dentro de mí hay cuatro almas, y tres de ellas son capaces
de generar sus propios cuerpos.
»Hasta
hace unos días solo tenía tres almas, pero Eclipse introdujo en mi cuerpo un
alma parásita y oscura que suprime los instintos humanos… Por eso quise
matarte. ¿Hasta aquí lo entiendes todo?
-Creo
que sí. ¿Es por eso de las almas por lo que puedes transformarte en lobo?
-Sí.
-¿Y
cuál es la otra alma con cuerpo?
-Una
serpiente gigante de los hielos. Nos llaman sep
– musitó él.
Ralta
hizo una mueca. Los reptiles nunca habían estado entre sus animales favoritos,
pero imaginarse una serpiente gigante… Se le pusieron los pelos de punta.
-¿Te…
te duele cuando cambia tu cuerpo? – curioseó la chica, intimidada.
-Bastante…
Pero es el precio que tengo que pagar por contar con el poder de la serpiente.
Te sigo contando.
»Mi
alma humana y mis almas animales tienen una… relación, por llamarlo de alguna
manera, bastante buena, y eso me hace capaz de tener los sentidos tan
desarrollados como los de un lobo y poder ejercer un control mental bastante
similar al de un sep. Pero esto tiene
una pequeña pega. Y es que también me afecta el carácter de los dos animales,
especialmente el del lobo, al cual estoy mucho más ligado.
»Se
me adiestró para ser un Asesino, matar en silencio, con frialdad y todo eso. Y
eso lo sabe mi alma humana, pero no el lobo. Él es salvaje, disfruta cazando y
la sangre le vuelve loco. Así que eso también pasa a mi forma de ser como
humano y multiplica mis instintos animales.
-Pero
ahora pareces muy normal…
-Además
de que me estoy intentando reprimir, parte de la culpa es de tu mundo. Es tan
asfixiante que ni el lobo ni el sep
tienen fuerzas como para dominar mi carácter.
-Ah,
entiendo – murmuró Ralta –. ¿Hay algo más?
-El
lobo y el sep no se llevan del todo
bien… Y al sep le disgusta bastante
el contacto físico. Al tratarse de serpientes del hielo viven en cavernas,
aisladas del mundo, salvo cuando salen de caza y durante su época de
reproducción. Creo que relativo a mis almas, eso es todo. Tal vez por eso soy
un poco inestable. O al menos, eso dice Eclipse.
-¿Cómo
llegaste a ser Asesino de Eclipse? – le preguntó Ralta. No estaba segura de la
relación que existía entre ambos, y se había planteado la posibilidad de que
fueran madre e hijo. No obstante, le parecía que Eclipse rondaba los treinta y
Kiv podía tener menos años de los que aparentaba. Tampoco era tan descabellado…
-Hay
bastante gente que lo piensa… – murmuró él –. Pero no, no es mi madre. Y no sé
como llegué hasta ella. Lo primero que recuerdo es estar en un lugar oscuro,
con ella y mi maestro mirándome. Sospecho que eliminó los recuerdos de mi vida
pasada para que yo pudiera empezar de cero.
-¿Tuviste
un maestro?
-¿Qué
te piensas? ¿Qué aprendí a matar yo solito? – se mofó Kiv –. No. Él es el
último miembro del clan de Asesinos de Go, que fueron exterminados por ser
considerados un peligro para la estabilidad del reino. Si tenías dinero
suficiente, ellos liquidaban a quien tú quisieras sin dejar huella.
-Vaya…
que escalofriante.
-Sí,
supongo que lo sería. Aunque me gustaría conocer más Asesinos y poder medir mis
habilidades con las de ellos. Tal vez mi maestro no sea tan bueno como pudieron
haberlo sido otros miembros de su clan, y yo no sepa lo suficiente – dijo él,
alzando la vista hacia el deprimente cielo en el que sólo brillaba una luna, a
punto de ser Nueva.
-Entonces…
¿te gusta matar? – le preguntó Ralta, con voz temblorosa.
Kiv
dejó de observar el cielo y la miró a los ojos, recuperando su brillo malévolo
natural. Ella tragó saliva, asustada.
-Existo
para matar.
La
frialdad con la que Kiv había hecho aquella afirmación dejó helada a Ralta, que
no pudo hacer nada más que mirar hacia otro lado, incapaz de soportar el peso
de la mirada del Asesino.
-Y
este es justo el momento en el que sales corriendo y ya no vas a querer saber
nada más de mí. Porque podías soportar todo lo anterior, pero no esto, ¿verdad?
– a Ralta no le salían las palabras. Había creído que él solo mataba por
obligación, y porque sus almas se lo exigían de algún modo –. Si que mato por
eso, pero me gusta lo que hago, y en muchas ocasiones disfruto arrebatando
vidas. Creo que hay pocos placeres comparables a la sensación que te embarga
cuando ves como se apaga la vida en los ojos de a quien matas.
-Estarás
de broma… – consiguió articular Ralta.
-Te
lo repito, esta es la primera vez que soy sincero con alguien.
-Eso
es… horrible. No puedes pensar realmente así…
-Sí
que lo hago. Y ahora estoy decidido a acabar con quien intente hacerte daño. No
permitiré que se apague tu luz – la voz de Kiv parecía un afilado susurro –. Tu
presencia luminosa marca un camino en mi mundo oscuro y, puede que suene
egoísta, pero no quiero quedarme a oscuras otra vez, ahora que por fin he visto
la luz.
-No…
No es egoísta. Pero aún así…
-¿Alguna
vez alguien te ha dicho que mataría por ti? – Ralta asintió. Era algo que su
madre solía decirle para apoyarla –. Pero no sabes si realmente lo harían.
Conmigo tendrás esa seguridad. Nadie te hará daño; te protegeré con mi vida.
Tal vez así mis deudas de Asesino con la muerte queden solventadas.
-¿A
qué te refieres?
-Reglas
de los Asesinos. Mi maestro decía que para no enfadar a la Muerte, debemos
sacrificar nuestro instinto asesino y perdonar a una víctima. Aunque a mí no me
supone ningún esfuerzo dejarte vivir – añadió con una sonrisa.
-Entonces
no te estás sacrificando…
-Cierto.
Por eso he dicho “tal vez”.
-Tú
eres un poco listillo, ¿no? – refunfuñó Ralta, a la que no se le pasó
desapercibido el tono quisquilloso de Kiv.
-Lo
siento, forma parte de mi ser – sonrió de nuevo.
Ralta
no pudo evitar devolverle la sonrisa. “Pues por lo que estoy viendo, tiene una
parte adorable”, se dijo. “Además, es tan… seductor. Y nunca nadie me había
dicho nada igual.”
-Eso
espero. No me gusta ser una copia de otra persona.
-¡Mierda!
Lees mis pensamientos…
-No
puedo evitarlo. Al igual que no puedo evitar lo que deseo hacer – susurró
mientras se inclinaba sobre ella para besarla con pasión.
-Tú
siempre tienes lo que quieres, ¿no? – inquirió Ralta cuando los labios de Kiv
se lo permitieron.
-Todavía
hay cosas que deseo y no he conseguido. Pero tiempo al tiempo.
Ralta
se quedó un rato callada, y Kiv también. Si no tenía nada que decir, no lo
decía. No solía acostumbrar a romper la belleza del silencio con tonterías.
Además, pasaba la mayor parte del tiempo solo y no le era extraño pasarse días
enteros sin hablar.
-¿Y
ahora qué hago yo? – se preguntó de repente Ralta. Kiv advirtió en seguida de
qué se trataba –. ¿Qué le digo a Álvaro? ¿Y a Tary? ¿Y qué hay entre tú y yo?
-¿Alguna
pregunta más? – siseó él, en tono socarrón.
-¡Oye!
No te burles… Necesito alguna respuesta, ¿sabes? – le gruñó Ralta, frunciendo
los labios.
-Hacerte
preguntas solo te crea ansiedad por conocer las respuestas. A veces es mejor
darte con ellas en la cara que perseguirlas.
-¿Por
qué dices eso? – preguntó ella, acortando la distancia que les separaba.
Cuando
quedaron hombro con hombro, Kiv observó aquel espacio ausente con cierta
incomodidad y suspiró.
-Experiencia
propia.
-¿Te…
molesta que me haya acercado más a ti? – le preguntó Ralta al darse cuenta de
cómo había cambiado su expresión.
-No,
creo que no. Es solo que estoy acostumbrado a ser yo quien controla todo. Y
normalmente intimido a la gente, así que no suelen acercarse a mí – sonrió con
cierta amargura –. Simplemente es algo nuevo y raro.
-Has
estado muy solo.
Kiv
se percató de que no era una pregunta, pero aún así asintió.
-Me
gusta mi soledad. Lo único que va a cambiar es que mi soledad será algo más
luminosa.
Ralta
hizo una mueca pero no dijo nada, e intentó no pensar en ello para que Kiv no
leyese nada en su cabeza. De nuevo se quedaron sumidos en el silencio, hasta
que Ralta se dio cuenta de que debería volver a casa cuanto antes – siempre
cabía la pequeña posibilidad de que su padre o su madre se despertaran y se
dieran cuenta de que no estaba en su cama. Le deseó a Kiv buenas noches y se
dispuso a irse, pero antes, él la retuvo unos minutos más con un beso mucho,
mucho más apasionado que el anterior, que incluso hizo enrojecer a Ralta.
Cuando
volvió a casa, entró a hurtadillas, se puso el pijama y se recogió el pelo en
una coleta para dormir más cómoda. Al tumbarse en la cama no pudo evitar
preguntarse cómo podía dormir Kiv en un suelo frío y no en una cama cómoda y
calentita. “Pero bueno, él es un tío frío y duro. Frío y duro de verdad…” Se
arropó a sí misma para sentirse embargada por la calidez de su funda nórdica
mientras recordaba los apasionados besos de Kiv; notaba como el rubor que antes
había aflorado en sus mejillas se extendía por toda su piel y la arrastraba a
unos sueños en los que predominaban los ojos verdes del Asesino.
Cayó
profundamente en los brazos de Morfeo, olvidándose de la inquietud que le
habían provocado antes las palabras de Kiv: “Lo único que va a cambiar es que
mi soledad será algo más luminosa.” ¿Qué sentía Kiv por ella? Tal vez su
subconsciente se lo preguntase mientras dormía, porque cuando se levantó a las
siete para ir a clase se encontraba terriblemente cansada. O tal vez fuese solo
por el hecho de haber dormido menos debido a su escapada nocturna.
Ella
no fue la única que no durmió bien. Tary, como acostumbraba, durmió poco más de
cinco horas, alterada por pesadillas que ya se sabía de memoria y que ya apenas
la asustaban. Aunque desde que Siril las había dejado, los sueños parecían
haber cobrado fuerza, y además el final era algo diferente.
Veía
el momento justo en el que el hechizo de Shina impactaba contra su prima; pero
lo veía de frente, y no de espaldas, como realmente había ocurrido. Había
tardado un par de días en darse cuenta de que justo antes de morir Siril movía
los labios, como si tratara de decir algo. Y desde que se había percatado de
ese detalle, se había obsesionado con intentar entender qué decía.
Para
terminar de apañar la mala mañana de Tary, unos pocos minutos después de que se
levantara de la cama, mientras se estaba vistiendo, un pajarillo chocó contra
la ventana de su cuarto. Ella se quedó inmóvil. No era supersticiosa, ni tenía
extrañas creencias o costumbres, pero el hecho de que un pájaro se estrellara
contra su ventana lo asoció rápidamente a que algo malo iba a pasar. Recordó
que la última vez, y también primera, que vio algo así fue el día en el que se
rompió el tobillo.
“¿Acaso
puede quedarnos algo peor que perder a Siril?”, se preguntó entristecida
mientras se auto-convencía de que aquello no significaba nada.
Por
desgracia, no le funcionó, y pasó el día con el miedo en el cuerpo. La ansiedad
finalmente no le sirvió de nada, ya que fue un día terriblemente normal y
aburrido en el que nada parecía fuera de lo común. Un día en el que podría
haberse sentido como una chica corriente de no ser por las horas que pasaba en
el centro deportivo y, algo más tarde, practicando con su poder a unos niveles
que, cuando había comenzado a usarlos, jamás habría creído poder alcanzar.
Muchos más días fueron
bastante corrientes. Parecía que Furia, Ralta y Tary habían dejado a un lado su
deber como Elegidas de Shoz y pasado a ser muchachas de quince y dieciséis años
normales y corrientes, que hablaban de temas insulsos durante sus ratos juntas
en vez de comentar las maravillas que eran capaces de llevar a cabo. Con un ritmo
similar, funesto y aburrido, pasaron las semanas que las llevaban al mes de
diciembre, y con él, al fin del año.
domingo, 20 de mayo de 2012
Banda sonora, Tercera parte
Hoobastank - The reason
Evanescence - My inmortal
Carlos Nuñez - The moon says hello
Aerosmith - I don't wanna miss a thing
Skillet - Hero
The pretty reckless - Super hero
Black Veil Brides - Set the world on fire
Within Temptation - Forsaken
Avenged Sevenfold - Remenissions
The Used - I come alive
Cada vez añado más canciones, aunque debo deciros que de Linkin Park, Within Temptation y The Used ¡me sirven casi todas!
Evanescence - My inmortal
Carlos Nuñez - The moon says hello
Aerosmith - I don't wanna miss a thing
Skillet - Hero
The pretty reckless - Super hero
Black Veil Brides - Set the world on fire
Within Temptation - Forsaken
Avenged Sevenfold - Remenissions
The Used - I come alive
Cada vez añado más canciones, aunque debo deciros que de Linkin Park, Within Temptation y The Used ¡me sirven casi todas!
CAPÍTULO 16: VOLVEREMOS A ENCONTRARNOS
CAPÍTULO 16:
VOLVEREMOS A ENCONTRARNOS
Furia
se aseguró de que el pestillo del baño estaba echado y se acercó al lavabo,
lleno de agua. Dejó que un suspiro se le escapara de entre los labios mientras
colocaba las palmas de las manos sobre el lavabo. Estaba nerviosa. Pero Siril
le había aconsejado que lo mejor que podía hacer era relajarse, no preocuparse
y tomárselo con calma. Además le había dicho que cerrara los ojos para imaginar
mejor lo que quería lograr.
Cerró
los ojos e imaginó que el agua ascendía por tubos invisibles hasta mojar sus
manos. Se concentró, lo deseó con toda su alma. Con lentitud, abrió los ojos,
esperando ver agua flotando; sin embargo… no había agua.
-He
vuelto a evaporarla… – resopló, abatida.
No
movía el agua, ni la creaba, ni la congelaba; solo la evaporaba. Era
frustrante. Utilizaba el fuego prácticamente sin pensar nada. Incluso aparecía
a su alrededor sin que ella lo llamara; si se asustaba de su piel brotaban
llamas que actuaban como una medida de defensa instantánea.
Tary
dominaba sus poderes a la perfección, además era rápida y resistía bastante más
que Furia y Ralta debido a sus años entrenándose para ser gimnasta rítmica.
Como siempre, seguía siendo precisa y disciplinada, y eso hacía que las demás
no notasen que se estaba forzando demasiado. Ansiaba perfeccionar sus poderes
para poder ejecutar su venganza, aunque sabía que no podía luchar ella sola
contra Shina, Eclipse y Kiv. Era este último hacia el que más odio sentía, ya
que cada vez que se miraba los antebrazos recordaba su tortura.
Ralta
también estaba progresando. Estaba aprendiendo a controlar mejor la magia que
gastaba a la hora de atacar, aunque contaba con la ventaja de ser la que más
rápido recuperaba la energía. Habían pasado dos semanas desde que Kiv la atacó
y seguía preocupada por lo que Kiv le había dicho.
-¡Ayúdame,
Ralta!
Aquel
grito ahogado resonaba todavía en su cabeza. Había visto como sus ojos
cambiaban de color y tenía la certeza de que no era él, de que algo le ocurría.
Y por alguna extraña razón, tenía la sensación de que debía ayudarle a
recuperarse.
Tal
vez por eso se estaba esforzando en lograr un control tan perfecto de la magia
como el de Tary. O tal vez por esa mirada severa que de vez en cuando ella les
dirigía, como si quisiera exigirles que se pusieran a su altura.
En
aquellas últimas dos semanas, todas se estaban esforzando mucho en mejorar,
entrenando sin descanso. Ralta incluso se había arriesgado a probar su poder en
público. Aquella semana iban a pasar las clases de educación física corriendo
alrededor del patio, y Ralta odiaba correr. Había mirado a las blanquísimas
nubes que cubrían el cielo y, apretando los puños, deseó que descargaran toda
su agua con fuerza.
Y
así había ocurrido. La clase de educación física quedó suspendida y todos
pudieron volver a entrar en el instituto para resguardarse de la repentina
lluvia.
Siril
por su parte había dejado de ir a la universidad. Pasaba las mañanas en Shoz y
por las tardes las ayudaba con sus entrenamientos de magia mientras les
enseñaba las costumbres de Shoz. Cada día que pasaba estaba más segura de algo
malo se avecinaba. Había compartido sus sensaciones con Shaira, y la Irav estaba totalmente de acuerdo con
ella.
-Hace
pocos días sentimos desatarse una magia intensísima; mucho más fuerte que la
que Shina provocar en su estado actual – le comentó Shaira –. Y no hay muchas
personas con un poder semejante…
-Podría
ser el mago “del baile de cartas”. Shina le buscaba, ¿no?
La
Irav se quedó lívida.
-¿Cómo…
cómo sabes de él? – preguntó, descolocada. Se suponía que Shoz se había
deshecho de todo lo relativo a Elehdal para que nadie supiera de él y así
mantener a la gente lejos de él. Nadie deseaba que otro miembro de Shoz le
buscara y acabara infectado por las blasfemias del mago.
-Aparecía
en un poema – Siril se lo recitó de memoria. Tenía aquellas palabras gravadas
en la cabeza y se las repetía constantemente, buscándoles un significado –.
¿Realmente sucedió algo así? ¿Caos, asesinatos?
-Sí,
pero es algo que ha querido borrarse de nuestra historia. Yo sé más bien poco
sobre ese hombre. Y la persona que mejor le conoce es Shina – Shaira suspiró y
dejó que sus brazos cayeran muertos a ambos lados de su cuerpo –. Si es cierto
que esa magia surgió del mago, solo pudo ser por Shina. Y si Shina le ha
encontrado no me cabe ninguna duda de que habrá absorbido parte de su poder.
-¿Shina
puede hacer eso? – preguntó Siril, sorprendida.
-Ella
se alimenta de la energía y el poder, pero no le durará mucho. Así que lo que
esté tramando lo llevará a cabo dentro de pocos días. Y hay algo más – el
rostro de Siril mostró desconsuelo –. Dentro de dos días las lunas de Go se
alinearán.
-¿Y
eso que quiere decir?
-Si
Shina no estuviera con Eclipse no pasaría absolutamente nada. Pero la conozco
lo suficiente como para estar segura de que mi hermana le habrá contado a
Eclipse la energía mágica que desprenden los astros cuando se colocan de
determinadas maneras. Y desde siempre, el hecho de ser el rey o reina de Go
permite almacenar y usar esa magia.
-Entonces
tenemos que evitar que Eclipse se haga con ese poder a toda costa.
-Exacto.
Y según las últimas noticias que tenemos, Eclipse reunió a cientos de jóvenes.
Al parecer quiere un nuevo esbirro entre sus filas; y teniendo en cuenta lo que
le gusta experimentar con almas…
-¿Almas?
-¿Conoces
a Kiv, no? – Siril asintió con malestar al recordar que él era quien le había
causado tanto dolor a su prima –. Él es su gran obra maestra. En su cuerpo
humano guarda tres almas corrientes y ahora un alma oscura. Eso le llevó un
gasto de magia tremendo. Es una suposición, pero como ahora tiene a Shina para
prestarle poder, va a aprovecharlo para crear a otro… monstruo.
-Irav, no comprendo por qué Shina va a
enseñarle a Eclipse a absorber magia. No entiendo por qué actúa así.
-Es
difícil entenderla, pero ella siempre actúa por un motivo concreto, y esta vez
nosotros somos ese motivo. Para llegar a Shoz necesita poder, y si se encuentra
junto a una persona poderosa eso le resultará más fácil. No creo que Eclipse
sea consciente de todo lo que está pasando, está demasiado ciega, y el punto
fuerte de Shina siempre ha sido manipular a las personas.
-Es
todo demasiado complicado, Irav –
musitó Siril, descorazonada ante todo lo que estaba escuchando –. Yo… no sé si
me siento preparada para poder seguir con esto.
-Siril
– empezó a decirle Shaira, tomándole con delicadeza las manos –, fuiste elegida
de entre los más de tres mil candidatos que habíais sido adoptados por Shoz.
Creo que eso ya es una buena razón como para creer que puedes con esto y mucho
más. Además, esas chicas te necesitan. Guíalas, dentro de dos días a Go, e
impedid que Eclipse recoja la magia de las lunas. Cambiad el destino de ese
mundo, y de todos los demás. ¿Crees que podrás hacerlo?
Siril
permaneció en silencio, con lágrimas a punto de derramarse por su rostro.
Después empezó a asentir con lentitud.
-Haré
lo que sea necesario para impedir que se hagan con esa magia.
Shaira
le pasó el dorso de la mano bajo la barbilla y le sonrió de forma adorable.
Estaba segura de que lo haría.
Siril
prefirió no contarles nada hasta que pasaron los dos días. Las citó a las tres,
sin falta, a las ocho de la tarde en su casa. Les explicó su conversación con
Shaira y lo que supuestamente Eclipse y Shina iban a llevar a cabo. Tanto Tary
como Ralta se mostraron ansiosas por entrar en acción, pero Furia… Ella se
limitó a asentir tras su cortina de pelo y a seguirlas.
Llegaron
a un lugar de Go en el que no habían aparecido nunca.
-He
intentado que llegáramos cerca de donde Shina haya preparado lo necesario para
el ritual de Eclipse – les susurró Siril.
Las
cuatro lunas brillaban sobre el cielo – cada una en una fase lunar distinta –
describiendo una perfecta línea recta e iluminando una amplia explanada de
césped esmeradamente cuidado. Varios metros a lo lejos se vislumbraba la luz
procedente de varias antorchas que trazaban una estrella de cinco puntas
inscrita en un círculo. Todavía estaban demasiado lejos como para ver que en el
centro de la circunferencia estaba sentada Eclipse.
-¿Vas
a tardar mucho más? – preguntó Eclipse, inquieta.
Shina
llevaba un buen rato pintando sobre su pálida piel cientos de antiguos símbolos
del poder. También le había añadido a la estrella de cinco puntas el círculo y
varias piedras canalizadoras sobre los vértices del pentágono interno de la
estrella. Estaba haciendo todo lo que podía para que Eclipse recogiese mucha
más magia que la que recogería una reina de Go corriente.
-Ya
está – contestó Shina, satisfecha –. Ahora simplemente relájate y entra en
trance. Abre las puertas de tu cuerpo para que la magia de las lunas sea tuya.
Llámala.
-¿Así
de simple?
-Así
de simple. Mantén la concentración en todo momento, yo me encargaré de todo.
¿Confías en mí?
Eclipse
cogió aliento.
-Confió
en ti.
Shina
sonrió, orgullosa, en cuanto vio que los ojos violetas de Eclipse se quedaban
blancos, mirando hacia el cielo. Enseguida, los símbolos que había pintado en
su cuerpo comenzaron a brillar con un tono azulado. Había empezado su plan
maestro.
Cerró
los ojos y dejó que su percepción se extendiera por la explanada hasta
localizar lo que estaba esperando. “Ya llegan”, se dijo, sin apenas poder
contener la emoción. “Se acercan… Y vienen las cuatro.”
Cuando
abrió los ojos ya podía verlas, y como ya había decidido, no les dio tregua.
Antes de que pudieran ser conscientes de ello, la energía destructora de Shina
voló directa a ellas, como una gran esfera de maldad concentrada. Después de
eso, la bruja se sintió cansada, había usado gran parte de la magia de Elehdal
en un solo golpe. Pero era un golpe tan potente y repentino que sería
suficiente para aniquilarlas en cuestión de segundos.
“Es
un poder bien invertido. Ni tan siquiera van a poder acercarse a Eclipse”,
pensó, cayendo al suelo de rodillas. Puso las manos sobre el césped y absorbió
de él toda la energía que contenía, dejándolo seco y muerto.
Aquella
bola amarilla y negra atravesó la noche directa hacia las cuatro chicas, que
cuando se percataron de lo que pasaba ya era demasiado tarde como para huir o
intentar hacer cualquier defensa. Pero Siril todavía tenía una pequeña
esperanza.
Ella
era la que ya estaba delante. Ella era la defensa. Estiró los brazos hacia los
lados, proyectando una barrera para cubrir a Tary y Furia, que estaban más
alejadas de ella. Todo su cuerpo brillaba con un tono plateado que representaba
todo el poder que estaba poniendo en juego. No iba a bastar, y Siril lo sabía.
Aquella magia era demasiado corrosiva como para poder soportarla. “Y si no
logro soportarla…” No quiso pensar en lo que podía pasarles a su prima y las
demás. Solo le quedaba una opción.
“Puedo
hacerlo. Se lo prometí a Shaira”, se dijo a sí misma para darse fuerzas. Shoz
limpiaba los mundos de magia corrupta. “¡Y yo soy parte de Shoz! ¡Voy a limpiar
la magia de Shina!”
La
esfera mágica impactó contra ella. Nunca en la vida había sentido tanto dolor,
recorriéndola de parte a parte, como un torrente de ácido. Purificar aquello…
era imposible. Dolía. Dolía mucho. No lo quería dentro de su cuerpo. Intentó
sacarlo, pero fue todavía peor. Cuando consiguió sacarlo fuera de ella,
desintegrado, Siril ya había gastado toda su energía vital. Se desplomó sobre
el suelo boca abajo, muerta.
Tary
lo contempló, con la expresión desencajada y sin poderse creer lo que estaba
viendo. Todo su cuerpo temblaba, en shock y sin saber cómo actuar. Quiso gritar
de rabia, golpear el suelo hasta hacerse daño… pero estaba congelada.
La
única que pareció reaccionar ante lo sucedido era Furia, que se precipitó sobre
Siril para comprobar si seguía viva. Cuando la tocó, su piel ardía y tenía un
horroroso color negruzco. Sintió que los ojos empezaban a escocerle y lágrimas
de dolor pugnaban por aflorar.
-Chicas…
– suplicó Furia, sin saber muy bien qué hacer.
Pero
Tary seguía sin reaccionar y Ralta…
Ralta
estaba empezando a emitir una luz cegadora de forma inconsciente. La energía de
las lunas le estaba afectando y ella la estaba absorbiendo sin querer. Pero era
tanta que no cabía dentro de su cuerpo.
-¡Furia,
agáchate! – le gritó Ralta justo cuando un potente rayo de luz brotaba de su
cuerpo, en la dirección contraria a la que había seguido la esfera de magia
corrupta de Shina.
-¡¿Qué
demonios…?! – comenzó a preguntarse Shina, cuando vio aquella luz.
Deberían
estar las cuatro muertas, pero el poder de Shoz, el sacrificio del amor por los
demás de Siril, había salvado a sus otras tres compañeras. La bruja frunció el
ceño, tremendamente molesta. No podía ponerse a combatir en aquellas
condiciones. Cualquier error podría hacer que un hechizo alcanzara a Eclipse, y
en aquel estado, la reina era extremadamente vulnerable. Debía protegerla a
toda costa, y para ello, lo más prudente era llevarla al castillo
inmediatamente. Aunque antes tendría que desviar aquel rayo de luz.
Le
dolió tener que gastar más magia en aquello, pero era necesario. Después entró
en la estrella que había trazado y le puso una mano sobre el hombro a Eclipse.
-Todo
va bien. Sigue concentrada – le susurró. Las dos desaparecieron de allí como si
nada, dejando la muerte a su paso.
Tary
escuchaba las voces de dos amigas muy débiles, como si estuviesen demasiado
lejos de ella como para poder escucharlas con nitidez. Estaban preocupadas y se
preguntaban si la magia de Shina habría llegado a alcanzarla. Le habría gustado tranquilizarlas, pero no
podía. ¿Qué decir? ¿Qué hacer? Si miraba al frente solo veía el cadáver de su
querida prima.
“Es
increíble como sufrís los seres humanos por los lazos que desarrolláis hacia
otras personas”, le dijo aquella fría voz en su interior. Hacía días que no
daba señales de seguir dentro de ella, pero ahí estaba.
“Cállate.
No es el momento.”
“Tu
prima ha muerto por salvaros… ¡Qué heroico!”
“He
dicho que te calles.”
“Sabes
que no puedo callarme, solo soy una voz en tu cabeza. ¿Y sabes qué más? – Tary
no dijo nada; sabía que aquella voz seguiría hablando sin importarle su opinión
–. Ella lo sabía.
“¿Quién
sabía qué?”
“Siril.
Sabía que iba a morir.”
“No
digas idioteces. Si lo supiera no habríamos venido hasta aquí.”
“¡Oh,
Tary! Hay tantas cosas que no conoces todavía… Pero pronto te darás cuenta de
algo muy importante. Tu mayor enemigo puede ser quien más cerca está de ti.”
“¿Te
refieres a ti? Porque eres una molestia.”
“¡Qué
grosera! Ya acudirás a mi cuando sientas que todo está perdido. Tengo el poder
que necesitas para ser fuerte, y lo sabes.”
“Solo
sé que no me dejas en paz”, replicó Tary, temblando de ira. Detestaba de veras
aquella voz, siempre tan insoportablemente misteriosa.
Pareció
haberse disipado, pero de pronto susurró una última frase:
“Da
igual cuanto la mires. Está exactamente igual que cuando la viste. La habías
visto morir antes…”
-La
vi morir… justo así – musitó Tary.
-¿Qué
dices? – le preguntó Ralta.
-Digo
que yo ya había visto la muerte de Siril. Fue cuando me torturaron… Os vi morir
a todas, cientos de veces y de tantas formas distintas… – musitó Tary,
cubriéndose el rostro con las manos y cayendo de rodillas sobre el césped –.
¡No quiero que se cumpla ninguna más!
Después
se arrastró por el suelo hasta llegar a su prima y la abrazó, llorando a pleno
pulmón. Por fin las lágrimas brotaban de sus ojos. Por fin se exteriorizaba su
dolor y era capaz de reaccionar.
Los
dos elfos pasaron por los pasillos de Shoz corriendo, buscando a Shaira. Solo
se detenían para preguntar a aquellos con quienes se cruzaban en su camino dónde podía estar la Irav. Muchos de los ancianos les
reprendían por alterar de aquella forma la paz de Shoz, pero no tenían tiempo
para excusarse. Al final llegaron a la enfermería, donde Shaira y Guna estaban
visitando a Atrava y algunos jóvenes alumnos que habían salido heridos de sus
prácticas.
Entraron
como un vendaval, haciendo que la puerta casi se saliera de su marco.
-Guwass,
Serun, ¿qué pasa? – preguntó Atrava.
Shaira
no se sorprendió de que supiera que eran ellos sin poder verlos y se acercó a
ellos para esperar su respuesta. Guwass se quedó callado y miró hacia otro
lado. Le destrozaba ver a Atrava con los ojos vendados. Serun, aunque se encontraba
sin aliento, habló.
-Algo
grave, Irav. Mirad – dijo sacando de
una bolsa de terciopelo una pequeña esfera que parecía de cristal y
entregándosela a Shaira.
En
cuanto la vio, a Guna se le escapó un quejido. Shaira la sostuvo como si fuera
lo más precioso del mundo con delicadeza.
-¿Qué
pasa? – insistió Atrava al no escuchar ninguna voz. Solo oía los débiles
quejidos de Guna, intentando no llorar.
Serun
le contestó en élfico, dándole más detalles de los que le había dado a Shaira.
Después la Irav le puso en las manos
la esfera de cristal. Atrava la estrechó contra su pecho. Le temblaba el labio
inferior, y Serun supo que, de no tener quemados los ojos, su compañera estaría
llorando.
-Adios,
pequeña.
Tras
un solemne silencio, Shaira tomó el control de la situación.
-Guna,
organiza ya todo para celebrar que el alma de Siril se ha hecho una con Shoz. Y
que vengan las tres Elegidas. Deben estar presentes.
-Estará
todo listo en cuestión de minutos, Irav
– dijo Guna, recobrando la compostura rápidamente.
Efectivamente,
Guna cumplió su palabra, y en menos de media hora había movilizado a todo el
mundo para reunirse en el grandísimo salón que ocupaba gran parte de la mitad
inferior del edificio central de Shoz. Atrava había insistido en que quería
estar presente, así que Guwass y Serun la guiaban entre la multitud, apartando
con un gesto a todos aquellos que querían preguntarles por el estado de la
elfa.
-Estaré
ciega, pero no sorda, ni muda, ni soy estúpida – masculló Atrava en élfico –.
Puedo mandarlos yo misma a paseo.
-Es
mejor que no lo hagas, o creerán que tienes mal carácter – la reprendió Serun.
-No
tengo mal carácter, solo me toca las narices que me vean como a una… no sé. No
quiero ser una carga para nadie.
-Si
lo prefieres te soltamos las manos para que andes tú sola – dijo Guwass.
-No.
Es agradable sentir tu magia. Quiero teneros bien cerca de mí.
Tomaron
asiento justo detrás de Shaira, a cuyos lados estaban sentados Ninz y Guna
mirándose de reojo. Los cargos más altos también se sentaban cerca de Shaira,
mientras que el resto de la gente ocupaba los cientos de asientos restantes.
A
la señal de la Irav, seis magos se
acercaron al centro de la sala e invocaron a las Elegidas, que cuando
aparecieron allí se encontraban confusas y descolocadas.
Tary,
que segundos antes estrechaba a su prima en el suelo, ahora abrazaba la nada.
-¡Siril!
– gritó al ver que no estaba. Nada parecía estar donde había estado unos
segundos antes. Tardó algo en darse cuenta de que ya no estaban en Go.
-Es
Shaira – musitó Ralta. No obstante, era la única de las tres que había visto el
rostro angelical de la mujer, aunque había sido en aquel sueño que tan lejano
se le antojaba.
Al
fin pudieron ponerle rostro a la representante de Shoz. Y era verdaderamente
encantador, dulce y aniñado gracias a aquellos mofletes. Tary se preguntó cómo
podía ser hermana de Shina siendo que eran prácticamente polos opuestos. El
vestido blanco que llevaba, con delicados detalles en plateado y negro, se
arrastró por el suelo cuando se acercó a ellas. Al parecer aquellos colores
dominaban las vestimentas de la gran mayoría de los presentes.
-Bienvenidas,
mis amadas Elegidas – las saludó Shaira –. Es un placer poder veros en persona,
ya que os he estado observando de cerca. Lo que más siento es que tengamos que
vernos por esta razón. Tary, si eres tan amable, ¿podrías entregarme eso que
tienes en la mano?
Todas
las miradas se quedaron fijas en Tary, que solo en ese instante fue consciente
de que, entrelazado en sus dedos, guardaba el talismán de Siril. Extendió la
mano y, con un soplo de aire, lo condujo hasta la Irav. Ella lo recogió con cuidado y lo mantuvo suspendido entre sus
manos.
-Queridos
presentes, estamos todos aquí para presenciar el movimiento del universo. El
alma de Siril se unirá a Shoz tras haber estado fuera de él durante un tiempo.
Todo forma un ciclo; y tras este paso se restablece el curso de la magia. Con
la muerte de la sabiduría, el poder queda redistribuido y fijado para siempre.
La tradición queda sellada.
Mientras
había ido hablando, el talismán se fundía con el aire, desapareciendo. Pero eso
a Tary parecía no llamarle la atención. Todos parecían haber quedado prendados
de las palabras de Shaira, pero ella vio algo de lo que nadie más parecía
consciente.
-Un
momento. ¿Qué mierda está diciendo?
-Tary,
calla, por favor – le susurró Ralta, cogiéndola del brazo. Pero Tary no le hizo
ni caso, se liberó y dio un paso al frente.
-Me
ha parecido entender que están celebrando que Siril haya muerto porque ahora
ella ahora se “unirá a Shoz”. ¿Pueden explicarme qué significa eso? – se hizo
un incómodo silencio que nadie parecía dispuesto a romper –. Siril sabía que
iba a morir, y apuesto a que tú también lo sabías.
-No
deberías señalar así a la gente, es de mala educación – musitó Furia, incomodada
por la forma en la que Tary estaba señalando a Shaira.
-¡Me
importa una mierda lo que sea de buena o mala educación! – gritó Tary –. Lo que
de verdad me importa es saber si ellos creían que el destino de Siril era
morir. ¿Por qué no nos dijeron nada? Podíamos evitarlo.
-El
deber de Siril era protegeros – dijo Shaira, con dulzura –, y murió cumpliendo
con su deber. Deberíais entenderlo y estarle agradecidas. Quería que
disfrutarais de lo maravillosa que es la vida.
-No
puedo entender cómo habla de esto con tanta naturalidad y tranquilidad. ¿Es que
no se da cuenta de las cosas tan horribles que dice? La vida no puede ser
maravillosa si ocurren cosas así. Y se supone que son ustedes quienes velan
porque los mundos estén en paz…
-¿Cuestionas
nuestra autoridad? – preguntó con cierta incredulidad Ninz.
“Te
lo había dicho, ellos estaban cerca de ti y son tus enemigos. Shoz… ¿A saber
cuantas más veces se ha repetido esto a lo largo de la historia?”, intervino la
voz dentro de Tary.
-¿Lo
habéis sentido, Irav? – preguntó
Ninz. Shaira asintió con cierta preocupación –. Dentro de esta chica anida la
oscuridad. Y como ya muchos sabéis, hizo un pacto con Shina. No creo que
merezca ser una Elegida…
Los
murmullos se extendieron entre los presentes. Tary fulminó a Ninz con la
mirada, y apretó los puños contra las piernas. Sería tan fácil liberar su poder
y estrellar a aquel metomentodo contra la pared.
“¿Y
por qué no lo haces?”
“Cállate.
Me pones de los nervios.”
-Tary
tuvo que pactar con Shina para recuperar su colgante. No vimos que nadie
hiciera nada por ayudarla, así que actuó por su cuenta. No veo que tiene eso de
malo. Además, esto ya está hablado – dijo Furia, sorprendiendo a todos, incluso
a si misma.
-Ahí
la chica tiene razón – intervino Koren.
-Da
lo mismo. Lo hizo a espaldas de Shoz, y eso debería ser suficiente razón como
para echarla de aquí. Eso que tiene dentro es peligroso – protestó Ninz.
Al
parecer había bastante gente de estaba de acuerdo con lo que el candidato a Irav decía, a pesar de la mala cara de
Guna.
-Muy
bien. ¿Es lo que quieres? Pues vale, es todo tuyo – dijo Tary, quitándose el
talismán y lanzándoselo a Ninz, con tan buena suerte que le acertó entre ceja y
ceja –. No lo necesito para nada.
Estiró
el brazo hacia el frente y del suelo comenzó a brotar una columna de tierra
alrededor de la cual se enredaba un rosal de flores blancas. Todos contuvieron
el aliento, mientras Tary elevaba aquel monumento hasta que le fallaron las
fuerzas.
-¿Ya
estás contento?
Ninz
le contestó con un gruñido. Tary le había hecho daño con el talismán, y no iba
a quedarse sin hacer nada. Él también extendió la mano hacia el frente e hizo
que un fuego negro prendiera las rosas. Guna se llevó las manos a la boca,
consternada ante aquella destrucción.
-Imbécil
– siseó Tary. Furia y Ralta la sujetaron por los brazos para contenerla y que
no cometiera ninguna imprudencia –. Eso era un regalo para Siril.
-Te
vendría bien saber que no eres la única capaz de hacer magia aquí. Solo eres
una más, y no eres importante – le dijo Ninz, con frialdad. Supo que había dado
hecho daño en cuanto vio la expresión dolorida de las tres chicas.
-Ninz,
lárgate – le ordenó Shaira –. Has vuelto a pasarte de la raya.
El
hombre alzó una ceja, mostrando su incredulidad ante lo que estaba escuchando.
-¿Te
parece que me he pasado defendiendo el rumbo de Shoz? Yo solo hago lo que creo
mejor para todos – preguntó Ninz.
-Lárgate
– la voz de la Irav no admitía
réplica.
Ninz
se encogió de hombros y abandonó la sala caminando con la cabeza bien alta. Algunos
de los presentes que estaban de su parte y consideraban exagerada la medida de
Shaira se marcharon con él. Tras los murmullos que ocasionó su salida, la sala
volvió a sumirse en un silencio absoluto y Shaira se acercó hasta las chicas,
que ya habían dejado de sujetar a Tary. Quería hablar con ellas en un tono algo
más confidencial.
-Tary,
creo que puedo entender tu preocupación, pero intenta entendernos tú a
nosotros, por favor. Siril fue elegida por el talismán como la persona más afín
a vosotras de entre más de tres mil personas de cientos de mundos distintos.
Preparamos a todas esas personas para que os enseñaran y os guiaran hasta que
aprendierais lo necesario; y os protegieran por encima de todo.
»Todos
estaban de acuerdo en ser capaces de entregar su vida por vosotras. Y Siril la
que más. Eres su prima. Desgraciadamente, Siril ya había perdido a su madre y
no iba a permitirse perderte a ti también. Siril hizo eso por propia voluntad,
porque os quería muchísimo.
-Eso
ya lo sé – gimoteó Tary –. Pero tengo la sensación de que ya sabía lo que iba a
suceder, y aun así…
-No
le des más vueltas, pequeña – le dijo Shaira a Tary con dulzura –. Ahora venid,
vais a conocer a quienes guardan vuestras Gotas.
-¿Qué
guardan nuestras qué? – preguntó Ralta, confusa.
Shaira
les hizo un gesto a los elfos, que se acercaron a ellas. Un elfo con una
agradable sonrisa que le dibujaba unas graciosas arruguitas alrededor de los
ojos, otro más serio y de porte bizarro, y una elfa que llevaba los ojos
vendados. Las chicas no supieron cómo reaccionar ante la incapacidad de esta
última.
Atrava
pareció darse cuenta de eso y les dirigió una sonrisita cálida.
-No
os preocupéis por esto – dijo, estirándose una venda –, me valgo perfectamente
con mis otros sentidos. Además, me alegro de estar ciega porque esto significó
que Tary incrementó su poder.
-Yo…
-Tranquila.
Al principio tuve miedo, pero ahora comprendo que era lo que tenía que pasar. Y
no puedo ser más feliz.
Guwass
miró hacia otro lado. Sabía que era mentira, aunque sonaba muy convincente.
Atrava ya les había contado todas las cosas que iba a echar de menos por no
poder verlas, y eso le partía su pétreo corazón de soldado.
-Chicas,
y especialmente Ralta, ella es Atrava, Guardiana de la Gota de la Luz. Tary,
este es Serun. Y Furia, él es Guwass.
Furia
tragó saliva. La mirada del elfo era dura e intimidante, y no pudo evitar
sentirse amedrentada. Serun se dio cuenta de aquel detalle y no tardó en romper
el hielo.
-Sí
que tiene cara de malas pulgas, pero tranquila, tiene un buen corazón.
-¡Ja
ja! Gracias por el apoyo – masculló Guwass.
-De
nada, compañero. ¡Pero es que intimidas a las chiquillas!
-Déjale,
es encantador a su manera – añadió Atrava, mediando entre los dos elfos –. Los
dos son un encanto, solo hay que cogerles el tranquillo.
Charlaron
un rato los siete juntos, olvidando momentáneamente el dolor que sentían por la
recientísima pérdida de Siril. Tuvieron algunos instantes divertidos, producto
de lo opuestos que eran Guwass y Serun, sin ser conscientes de la conversación
que estaba teniendo lugar en la torre de las habitaciones de los altos cargos
de Shoz.
Muy
cerca de los aposentos de la Irav,
Ninz posaba un espejo que guardaba bajo la cama sobre la mesita. “Pronto, esa
habitación será la mía”, pensó. Aquella era su única aspiración, y pensaba
cumplirla, costara lo que costase – aunque eso supusiera controlar su mal
genio. Dibujó sobre la superficie del espejo una sencilla flor de ocho pétalos
encerrada en una circunferencia y esperó. Al cabo de unos pocos minutos, la
flor se iluminó para luego desaparecer y ser sustituida por el rostro de una
mujer.
-Ya
creía que ni ibas a hablarme nunca – protestó ella, con voz áspera.
-No
encontraba el momento, pero más te vale estar recuperándote rápido porque te
juro que no aguanto más a Shaira. Un día de estos la… – Ninz cerró las manos
sobre el aire, como si quisiera estrangular a alguien.
-Cálmate
un poco. Tú eres muy importante, así que no cometas imprudencias. Necesito más
tiempo. Puedo moverme por dentro de un mundo, pero no de uno a otro – le
explicó – Absorbo poder poco a poco y mis percepciones mejoran. Pero lo que
necesito es recuperar la proyección astral.
-¿Y
no podríamos hacerlo sin tu proyección?
-No
seas lerdo, Ninz. Es imprescindible. Acabaremos con Shaira, y tú serás el
siguiente Irav, y así Shoz estará
dominado. Es sencillo – sonrió mostrando sus afilados dientes –. ¿Qué tal mis
seguidores?
-Somos
más bien pocos… No llegamos a veinte. ¡Y pensar que hace años éramos casi
ciento cincuenta!
-No
importa la cantidad, sino cuanto se fía Shaira de vosotros. Esta vez llevamos
nosotros las de ganar. No tengo ninguna intención de dejar que vuelvan a
encerrarme.
-Todavía
me parece increíble que pudieras escapar – murmuró Ninz, llevándose la mano a
la frente dolorida. Notaba que el golpe con el talismán iba a hacer que le
saliera un buen moretón.
-¿Por
qué todo el mundo me subestima tanto? – se preguntó Shina, divertida –. ¿Qué te
ha pasado en la cara?
-Nada…
Supongo que sí que me pasé de la raya con esa chiquilla, Tary, la Elegida del
Aire.
-A
ella tampoco hay que subestimarla. Es la más poderosa de las tres.
-La
verdad es que siento haber creado tanta discordia… Ella parece no confiar del
todo en Shoz, no se traga las razones de Shaira.
-¿Hablas
en serio?
-Sí.
¿Por qué lo preguntas? – quiso saber Ninz. El rostro de Shina reflejaba
claramente que algo se le había pasado por la cabeza.
-Tal
vez ella no deba morir, y quiera unirse a nosotros. No obstante, lleva dentro
una semilla de oscuridad, ¿no?
Ninz
asintió.
-Aunque
no tengo ni idea de cómo sabes eso.
-Ha
perdido a su tía, a su prima y fue torturada hasta el borde de la locura. Su
alma, naturalmente, clama venganza; y eso hace crecer a un alma oscura. O
sucumbe a ella y se une a nosotros, o morirá ella solita – Shina se relamió –.
Cambiemos de tema. ¿Quién es por ahora el favorito para ser Irav, Guna o tú?
-Todo
el mundo sabe que Guna es la niña mimada de Shaira – gruñó Ninz.
-Eso
no es excusa. Tú eres mi niño mimado – siseó Shina – ¿Haces algo para ganarte
el favor de la gente?
-Creo
que ya hago suficiente estudiando… Aunque Guna parece tener tiempo para todo,
incluso ayuda a los enfermos. Ahora pasa mucho tiempo con Atrava, la elfa que
vigilaba las Gotas y que se quedó ciega cuando le devolviste a Tary su
talismán. ¡Ayuda a enfermitos! Que manipuladora… – resopló Ninz.
-Ya
sé que debes hacer. Te permitirá quedar como una buena persona interesada por
el futuro de Shoz y además seguir mejorando tus estudios – Ninz la miraba
expectante –. Pásate por la torre de los alumnos para ser su tutor.
-¡Joder!
Sabes que detesto a los críos – refunfuñó él, cruzando los brazos por delante
del pecho.
-Piénsalo
bien, es una gran idea. Además puedes introducir en sus mentes simplonas
ciertos interrogantes para los que Shaira no tiene respuesta, y nosotros sí.
Serán mis seguidores potenciales.
-Odio
a los críos – insistió Ninz.
-Vale,
te lo estaba pidiendo de buenas, pero ahora… ¡o lo haces o en cuanto vuelva a
Shoz serás el primero a quien mate! – cuando gritó, las pupilas se le
estrecharon tanto que casi desaparecieron, y sus cabellos se agitaron como
serpientes furiosas –. ¿Me he expresado con claridad?
-S-sí.
Perfectamente, Shina.
-Así
me gusta. Sabes que confío en ti, así que no me decepciones. Será mejor que
dejemos aquí nuestra conversación; alguien podría detectarla. Cuídate, Ninz.
-Recupérate
pronto – le deseó él, todavía temblando de miedo.
Cuando la imagen de
Shina desapareció del espejo, se permitió suspirar aliviado. Era mucho mejor
tener a la bruja como aliada de buen humor que contradecirla. Con pesadez se
levantó y se encaminó hacia la torre de los alumnos para pedir que le asignaran
algún grupo. Aquello iba a ser una pesadilla para él. “Odio a los críos”, se
repitió, frustrado.
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