sábado, 28 de enero de 2012
CAPÍTULO 3: EL SEGUNDO TALISMÁN
CAPÍTULO 3: EL SEGUNDO TALISMÁN
Eran las cinco pasadas cuando Tary salió del gimnasio. Revisó su móvil y vio media docena de llamadas perdidas de Ralta. La chica se preguntó qué demonios le pasaría a su amiga, ¿habría descubierto ya algo de aquel colgante? Decidió llamarla para salir de dudas, mientras caminaba por el parque de la rivera del rio que dividía en dos la ciudad.
-¿Ralta, qué te pasa? Me has llamado un ciento de veces.
-¡Tary! ¡Al fin! Ya me estaba desesperando…
-Ya sabías que hoy iba al gimnasio, las competiciones están cerca y tengo movimientos que mejorar.
-Perdóname por lo que voy a decirte ahora pero… ¡Al cuerno las competiciones! Esto que tengo que decirte es mucho más importante.
-¡Oh…! Discúlpame – masculló Tary, algo molesta.
-Ven pronto a mi casa y hablamos, por favor.
-No puedo, Ralta. Va contra mi horario. Además, de lunes a jueves nada de quedar con las amigas. Puedes esperar hasta mañana, o contármelo ahora – le dijo Tary, con voz firme. Si vacilaba, Ralta lograría convencerla.
Tary recibió un gruñido al otro lado de la línea telefónica. A Ralta le costó horrores pronunciar las palabras:
-Está bien… Tú ganas. Prefiero contártelo mañana, cara a cara. Quiero ver qué cara pones – se rió Ralta –. Intenta vivir toda la tarde con la angustia de saber qué es. Si te rindes, ya sabes, me vienes a ver.
-Tranquila, Ralta, sobreviviré.
Tary colgó con tranquilidad y siguió caminando por la rivera. El aire todavía era cálido, y la puesta de sol le daba al ambiente un toque apacible y relajante. Se levantó un viento que llevaba la humedad del río hasta el rostro de Tary y mecía sus cabellos.
Sabía que tenía que volver a casa rápido. Casi siempre regresaba recorriendo el parque de la rivera a toda velocidad para no ir en autobús, embutida como una sardina enlatada, en las horas punta. Sin embargo, aquel día algo la invitaba a pararse y disfrutar de la tarde junto al río.
Dejó la bolsa de deporte y la mochila en el suelo y se apoyó en la barandilla, cerrando los ojos y dejando la mente vacía. Solo sentía la humedad en la piel y el rumor del agua en los oídos. Los pájaros revoloteaban y piaban entre los árboles. A parte de eso, nada más. Tary se sintió agradablemente sola en el mundo.
No supo el tiempo que había pasado cuando abrió los ojos, pero se sintió como si hubiera estado durmiendo durante más de una semana.
-Parece que se ha levantado más aire… – pensó Tary al sentir como sus cabellos se agitaban a su alrededor.
Se volvió hacia atrás para recoger sus cosas del suelo, pero se quedó petrificada, conteniendo el aliento. “Oh, madre mía, ¿qué es esto?” Justo delante de ella, el aire había comenzado a girar, cada vez a más y más velocidad, formando un remolino, que acabó por ser un pequeño tornado.
-Esto… esto es… – musitaba Tary mientras sus pies se acercaban al tornado con voluntad propia –. ¡No! ¡No! ¿Qué estoy haciendo? ¡Quieta! ¡Quieta!
A pesar de sus gritos entrecortados, no se detuvo. Siguió avanzando, hasta que acabó por colocarse dentro del tornado. El aire giraba a su alrededor violentamente, y sin embargo, parecía acariciarla, elevar cada uno de los cabellos de su melena hacia arriba, formando espirales trazadas con esmero. El giro del aire no la elevaba, estaba perfectamente fija al suelo, y su sonido no era atronador, como ella había esperado, sino dulce y musical.
Sintió como algo con un tacto frío le rodeaba el cuello. Por pura curiosidad, se llevó la mano a la garganta para palpar qué era, pero al hacerlo, el tornado desapareció de golpe y Tary cayó al césped de rodillas. Afortunadamente, consiguió apoyar las manos para evitar caer de bruces al suelo.
Algo confundida, se levantó, sintiendo un cosquilleo en las manos. Se las miró y se quedó sorprendida al ver unas diminutas hojas verdes. Aunque más se sorprendió al ver que, justo donde había apoyado las manos, estaban creciendo dos rosas a una velocidad vertiginosa.
-¿Esto… esto es…? – se preguntaba mientras se miraba las palmas de las manos. Le brillaban con un tono verdoso extraordinario –. Esto se parece mucho a lo que le pasó a Ralta. ¿Tendrá algo que ver?
Se preguntó si tal vez debería ir a casa de su amiga para hablarle de eso. Agitó los dedos, indecisa. Aquel brillo estaba desapareciendo de sus manos, retirándose hacia sus brazos y reuniéndose en su pecho. Se llevó la mano hacia donde se dirigía el brillo y se topó con algo que le colgaba del cuello. Una cadena plateada con un colgante.
-¡Un tornado! Como el que ha aparecido… – pensó, algo asustada.
Decidió no darle vueltas al asunto y esperarse al día siguiente y hablar con Ralta en el instituto, ya que consideraba que cosas tan extrañas como las que les estaban sucediendo eran mejor hablarlas cara a cara.
Tary emprendió el camino de vuelta a casa, con la intención de pasar el resto del día como si de un día normal se tratara. Sin embargo, Tary no se imaginaba cómo iba a cambiar su vida a partir de aquella tarde.
A la mañana siguiente, Tary y Ralta llevaron a Furia a su rinconcito del recreo, donde conversaron de temas banales, hasta que Furia dijo:
-Chicas, no tenéis buena cara, ¿os encontráis mal? Dicen que hay un virus que corre por ahí…
-Tranquila – sonrió Ralta –. Lo hacen todo las ojeras. He intentado disimularlas, pero solo he conseguido un tono de piel amarillo – Tary se rió de forma escandalosa, atrayendo la atención de varios pares de ojos –. Ayer estuve despierta hasta tarde.
-¿Haciendo qué? – preguntó Tary, con un tono picarón.
Ralta miró a su alrededor y les hizo un gesto para que se acercaran más a ella y a la pared. Se quedó mirando hacia la pared, extendió la mano derecha y, aunque al principio parecía no suceder nada, pronto sus amigas se dieron cuenta de que una especie de energía se acumulaba en la palma de Ralta, conformando una masa más o menos esférica que soltaba chispas y garrampas.
-Alucinante… – murmuró Furia, mirando hipnotizada como el color de aquella cosa fluctuaba entre azul y fucsia, pasando por el violeta.
-Y hay más. Anoche en mi cuarto encendí la lámpara sin tener que pulsar el interruptor, y esta mañana he pensado que ojalá hiciera un buen día. Al levantarme estaba todo el cielo encapotado, en cambio ahora luce un sol esplendoroso – Furia y Tary la miraron, atentas a sus palabras –. Pero eso no es todo…
-¿Acaso puede haber algo más? – preguntó Tary, intrigada.
-Una mujer me habló en sueños. ¡Pero no era un sueño normal! – apostilló al ver la mofa creciendo en el rostro de Tary –. Se comunicará conmigo de esa forma. Me explicó cosas sobre este colgante y lo que representa. Y sobre sus poderes, que deberé usar para una “misión”. Pero creo que lo mejor será no contaros nada más, no sé si debería. Es información para mis compañeros.
-¿Tus compañeros? – preguntó Furia.
-Sí. Resulta que no solo yo voy a tener poderes. Tendré unos compañeros que me ayuden, pero antes tendrán que aparecer.
-Pues deja de buscar, Ralta, y empieza a contarme todo lo que te dijo esa mujer de tu sueño – exigió Tary.
-¿Y eso por qué? – le dijo, con algo de agresividad, ya que el tono de Tary le había parecido demasiado duro.
Vio que Tary se metía la mano por dentro de la camiseta y sacaba algo.
-¿Responde esto a tu pregunta?
A Ralta se le abrió la boca debido a la sorpresa y miró a su amiga, con los ojos como platos. Furia también observó asombrada el colgante de Tary.
La bruja se había aseado bastante, y estaba más presentable. El mayor susto se lo había llevado al mirarse al espejo. El cristal no le devolvía el reflejo que esperaba encontrar, el de su joven y felino rostro. Vio sus cejas finas, ojos alargados, nariz afilada y labios prácticamente inexistentes que dibujaban sonrisas crueles. Todo eso seguía igual pero…
-Mi piel está arrugada, más fina y frágil… Como capas de cebolla – se dijo, tocándose con cuidado las mejillas –. Al menos mis ojos siguen iguales.
Sus ojos, amarillos con las pupilas rasgadas, como las de un gato, permanecían iguales, siendo su símbolo de identidad. También reparó en que sus uñas estaban muy largas, demasiado largas, y su pelo era grisáceo.
-Tiempo. El tiempo es la clave – musitó, mientras entraba en el baño que Eclipse le había ofrecido –. Necesito descansar y recuperarme. Han sido dos siglos muy largos – se sumergió en el agua, sintiéndose viva, relajada. La tierra, las piedras y el polvo resultantes del estallido de su cofre se hallaban en sus cabellos, y al meter la cabeza debajo del agua sintió que le pesaba mucho menos –. La magia volverá a fluir en mí, y volveré a ser como antes.
Tras bañarse, se sintió más joven. Nadie que no fuera ella lo habría notado, sin embargo, Shina lo veía. Su marca de la frente estaba empezando a cobrar color. Sus cabellos, liberados ya del peso de la tierra y el polvo, se agitaban alrededor de su rostro, como víboras hambrientas.
Se vistió con un vestido negro sencillo que Eclipse le había cedido y que se ceñía a su cintura con una cinta roja. Anduvo por los pasillos del castillo, recorriéndolo, haciéndolo suyo. Tenía la intención de pasar mucho tiempo allí. “Necesito recuperarme. Este mundo rebosa magia, así que no tardaré mucho en estar en forma aunque… Recuperar mis poderes especiales me llevará mucho más tiempo. Pero cuando eso ocurra… ¡Prepárate Shaira, porque me vengaré!”, pensaba Shina, mirando por un ventanal el paisaje.
Tras caminar largo rato por el castillo para desentumecerse, se dirigió hacia la estancia donde percibía la presencia de Eclipse. Aquello era una buena noticia, estaba recuperándose muy rápido. “Es la magia de este mundo…, no hay duda.”
Entró en el salón del trono, en el cual se hallaba Eclipse, al parecer esperándola, con un lobo negro a sus pies. Cuando se acercó, el animal gruñó, pero Eclipse lo hizo callar con un silbido.
-Ya creía que te habías perdido, o que te habías ahogado en el baño – se rió Eclipse, intentando bromear, aunque en realidad, estaba molesta –. No me gusta tener que esperar.
Mientras le hablaba, con un tono imponente y altivo, se echó una capa de terciopelo, de color medianoche, por encima. Shina estudiaba cada movimiento de la mujer. Era elegante, cruel, con una mirada inteligente y dedos de pianista.
No sería fácil engañarla; pero era avariciosa y ambiciosa, y eso le daría una gran ventaja a la hora de ofrecerle tratos. Shina sonrió, mostrando su dentadura sucia y afilada, y dirigió una mirada cuidadosa a la reina, para estudiar cómo reaccionaba ante su sonrisa. Eclipse entrecerró los ojos, al igual que el lobo, al que además se le erizó el pelo del lomo.
-Ya podemos hablar largo y tendido – dijo Eclipse, intentando serenarse. Aquella mujer la estaba poniendo un poco nerviosa; no pensaba perderla de vista ni un solo momento.
-¿Él tiene que estar? – preguntó Shina, refiriéndose al lobo.
Eclipse miro al animal, luego a la mujer, y por último, otra vez al lobo, al que le dijo:
-Márchate.
Shina se percató del momento de silencio que se creó entre el animal y la reina, como si tuvieran una conversación con sólo mirarse a los ojos. “Ya he descubierto uno de los secretos de esa bestia peluda, ¿qué más cosas oculta ese lobo?”, se preguntaba Shina, con mucha curiosidad. “Paciencia… el poder volverá muy pronto, y ya nada se me escapará”.
-¡He dicho que te marches! – berreó Eclipse.
El lobo enseñó los colmillos, pero se levantó con una lentitud pasmosa, como si quisiera regodearse de su osadía.
-Deberías adiestrar mejor a ese chucho – dijo Shina cuando éste hubo abandonado la estancia.
-Su orgullo es algo indomable, pero es fiel, y eso es lo único que me interesa. Vamos al grano. Poder. ¿Cómo piensas dármelo?
-Primero necesito un tiempo para recuperarme, todavía estoy débil. He pasado casi doscientos años encerrada – sonrió con amargura.
Eclipse la miró con incredulidad. “Doscientos años”, musitó.
-¿Cómo puedes…?
-Me alimento de magia. La magia me da la vida y me conserva. Si he sobrevivido todo este tiempo encerrada ha sido porque el propio cofre tenía magia. Yo me alimentaba de él, y él de mí. Todavía no sé muy bien como conseguí acumular más magia que el cofre para dirigirlo aquí.
-¿Por qué viniste a mi reino, a mi castillo? – quiso saber la reina.
-Solo me guié por mi instinto. Vine a un lugar rebosante de magia, por eso me estoy recuperando tan rápido. Pronto volveré a ser joven, como mi querida hermanita.
-Shaira… – murmuró Eclipse, recordando.
-Shaira – asintió la bruja.
-¿Qué tiene que ver ella con todo esto?
-Esa… mujer asquerosa – escupió Shina – tiene que ver con todo. Pronto vendrá gente a tu reino de parte de ella.
-¿Por qué? – quiso saber Eclipse – ¡Oh, no! Vendrán porque no está Rousse… ¡mierda! Si pretenden que renuncie al trono, no lo conseguirán.
Shina sonrió satisfecha. No se esperaba eso, pero le venía de perlas.
-Contarán con poderes, como los tuviste tú una vez.
-¿Cómo sabes eso? – preguntó algo alarmada Eclipse.
-Lo siento. La magia de Shoz sigue latiendo dentro de ti, y puedo reconocerla perfectamente. Tuviste la luz… Que irónico, ya no te queda nada de ella.
-A ti tampoco. Se supone que Shoz es un lugar de paz y luz. ¿Qué pintabas tú allí? – contrarrestó Eclipse.
-Maduré. Y sus ridículos rituales y costumbres me parecieron vomitivos y despreciables. No compartíamos los mismos ideales, ni pensamientos. Así que quise que fuera mío, y convertir Shoz en lo que yo deseaba – Shina hizo una breve pausa, mientras se detenía a mirar por un ventanal –. Obviamente, fracasé. Mi hermana fue elegida irav en vez de yo, pero después inicié una revolución que también fracasó.
Eclipse se dio cuenta de que se estaban desviando de los temas que a ella le interesaban. Ella quería poder, para defenderse de Shoz.
-¿Cuándo vendrá esa gente de Shoz aquí? – quiso saber.
-No lo sé con exactitud, pero no creo que tarden mucho. Por eso deberíamos de darnos prisa en obtenerlo.
-¿Obtener qué? – la forma en la que Shina había dicho “obtenerlo” le había intrigado sobremanera.
-Un Corazón. Un Corazón de piedra negra.
-¿Y eso para qué sirve? ¿Dónde podemos encontrarlo? – Eclipse sentía como se le aceleraba el corazón, ávida de más y más información.
-Todavía no tengo mis poderes, apenas tengo algo de magia. Déjame alimentarme de los ríos de magia que circulan bajo el suelo de tu tierra, y después ya podré emprender la búsqueda del Corazón.
-¿Vas a explicarme qué es eso de una vez? – casi gritó Eclipse impaciente, pasándose una mano por su mata de tirabuzones negros.
-El Corazón lo tienen las buenas personas. Personas con un alma blanca y pura. Al matarlas y realizar un hechizo que yo y pocas más personas conocemos, la pureza de su alma se condensa en un poder oscuro y tenebroso, capaz de muchas cosas. Creo que con eso bastará para deshacernos de los emisarios de Shoz – le explicó Shina, consciente de que era algo complicado de entender – Sé perfectamente cuál es el Corazón más poderoso de todos, pero todavía no me he conseguido hacer con él, a pesar de que lo intenté durante mi rebelión.
-El de tu hermana – adivinó Eclipse.
-Exacto.
-¿Te llevará mucho tiempo encontrar uno?
-No lo creo. Esté en el mundo que esté, encontraré uno muy pronto. Me alimento de ellos, además de la magia. Y estoy bastante hambrienta. Es comprensible, ¿no? Llevo unos dos siglos en ayunas – se rió Shina.
-Está bien – Eclipse silbó y el lobo reapareció –. Acompaña a nuestra invitada a los sótanos. Allí el influjo de la magia es mucho mayor. Aliméntate de ella todo lo que quieres, yo no sé cómo funciona eso.
El animal, gruñó y enseñó los colmillos, pero aun así le hizo un gesto con la cabeza a Shina para que lo siguiera y salió con parsimonia de la habitación. La bruja se rió entre dientes y caminó detrás del lobo.
La siguió por pasillos y bajó por grandes escalinatas hasta una serie de galerías de piedra con un trazado irregular y complicado, pero que él parecía conocer a la perfección. Al final llegaron a una gran sala irregular, tallada en el interior de la cumbre sobre la que estaba edificado el castillo. En el centro había una pequeña poza. Shina se preguntó cómo podía ser posible que hubiera agua allí, y supuso que sería resultado del agua de lluvia que antiguamente se filtraba por las rocas de la montaña y se había acumulado allí. Sin embargo, estaba muy limpia. “Cosa de la magia”, sonrió Shina.
Se acercó al agua y metió las manos dentro. Al volverse vio que el lobo, aunque estaba tumbado en el suelo, no le quitaba ojo de encima y estaba en tensión.
-Tranquilo. Puedes marcharte ya – pero el lobo no se movió ni un ápice, ni siquiera pestañeó –. Voy a meterme dentro del agua, te agradecería que te marcharas.
El lobo gruñó, pero se puso las patas delanteras sobre el hocico para taparse los ojos. Shina se rió y volvió a desnudarse para meterse en el agua. La reacción de la magia del agua con su cuerpo fue inmediata. Toda la poza se llenó de burbujas y el lobo miraba intrigado.
-Bueno, esto me va a llevar un tiempo. Si me vas a estar vigilando todo el rato, tal vez podríamos conocernos un poco, ¿no te parece? – el lobo volvió a gruñir –. Tengo la intención de pasar mucho tiempo aquí con Eclipse. Creo que deberíamos llevarnos bien.
-No tengo intención de llevarme bien contigo, no quiero trabajar contigo y no me gustas nada. Solo vas a traernos problemas – era una voz fría, metálica y vacía, la que sonaba dentro de su cabeza.
-Así que también sabes hacer eso, ¿eh? ¿Cuántos secretos guarda Eclipse en ti? ¿Cuánto poder se ha gastado para hacerte como eres?
-Eso no lo sabrás hasta que me conozcas. Y créeme, no quieras conocerme.
-¿Piensas que así vas a asustarme? – se rió Shina, mientras se sumergía bajo el agua, una y otra vez.
-El miedo solo te hace reaccionar de forma imprevisible, es mejor enfrentarse a alguien confiado.
-Como tú, ¿no? Se te ve demasiado confiado, orgulloso y soberbio – sonreía Shina, mostrándole sus afilados dientes –. Si me das problemas, será fácil acabar contigo.
-Por más piropos que me digas, no te vas a librar de mí, y menos aún, fácilmente.
-¿No piensas mostrarme tu otro cuerpo? – preguntó la bruja con curiosidad.
-Si vas a pasar tanto tiempo aquí, lo verás tarde o temprano.
-Espero impaciente descubrir tus secretos.
-Ya te lo he dicho, no quieras conocerme – la fría conciencia que había estado en su cabeza, se retiró, dando por finalizada su conversación.
El lobo permaneció toda la noche, vigilando a la mujer, que pasó todo el tiempo dentro del agua, rejuveneciendo poco a poco.
El elfo recorrió los pasillos, con suelos de mármol y delicadas cristaleras a modo de paredes, que colgaban a cientos de metros de altura, entre torre y torre. Finalmente llegó a la torre en la que se encontraba Shaira. Ascendió por las gigantescas escaleras de caracol que la rodeaban para llegar a la parte superior, donde se encontraba la irav, mirando el cielo con aire soñador.
Carraspeó levemente para hacerse notar, y Shaira se volvió hacia él, intentando esbozar una sonrisa que fuera lo suficientemente convincente.
-Guwass – saludó la irav al elfo de largos cabellos azabache. Era el único que había recibido los dones de un unicornio, y así lo demostraba la marca en forma de sol rojo que llevaba en el cuello –. ¿Sucede algo?
-Shaira, ya tenemos Elegida para el talismán del tornado. Parece que esta vez van a ser todo mujeres – sonrió.
-Seguro que Atrava está contenta con eso, aunque todavía nos falta el Elegido del fuego – le dijo Shaira mientras lo miraba con detenimiento. Guwass, Atrava y Serun eran los tres elfos encargados de vigilar los movimientos de las Gotas. Las Gotas eran esferas de luz que representaban el poder y el estado de cada uno de los talismanes. Eran los tres únicos elfos que habitaban en Shoz, y a Shaira le resultaban fascinantes. Por eso les tenía tanto cariño a aquellos tres jóvenes elfos. Los tres eran hermosos, de rasgos felinos y armoniosos, al igual que sus cuerpos; con largas melenas negras y ojos oscuros, rebosantes de conocimiento acumulado.
-Tengo la sensación de que os ocurre algo, irav – adivinó Guwass.
-A vosotros no os puedo engañar ni un poquito, ¿verdad? – el elfo negó con la cabeza y sonrió levemente –. Estoy muy preocupada. Shina recupera fuerzas demasiado deprisa… Aunque tardará tiempo en recuperar sus poderes especiales, dentro de nada ya será muy peligrosa. Temo por nosotros, pero sobre todo, temo por esas chicas que ya están destinadas a defendernos. No es que no confíe en que puedan acabar con mi hermana… Pero es que ella es demasiado poderosa.
-Confiad en que sean Elegidos dignos de nuestro poder y hagan todo lo necesario; ya sea acabar con Shina, o por lo menos corregir el destino que ha cobrado Go. Hemos descuidado mucho ese mundo, y están sufriendo. Si por lo menos arreglan eso, habrán cumplido con parte de su misión. Y si perecen, lo habrán hecho con honor y cumpliendo con su deber.
El tono sereno y firme de Guwass impresionó a Shaira. Casi no recordaba que él había sido capitán de uno de los ejércitos de Efilia, la tierra de los elfos, antes de recibir los dones de un unicornio. Entonces había abandonado las armas y se había pasado a la magia. Pero aun así conservaba su seriedad y mente fría de soldado, y sobre todo, su concepto sobre el honor y una muerte honorable como soldado, siempre cumpliendo las órdenes de su superior.
-Serán dignos – asintió Shaira, con una sonrisa.
Eran las cinco pasadas cuando Tary salió del gimnasio. Revisó su móvil y vio media docena de llamadas perdidas de Ralta. La chica se preguntó qué demonios le pasaría a su amiga, ¿habría descubierto ya algo de aquel colgante? Decidió llamarla para salir de dudas, mientras caminaba por el parque de la rivera del rio que dividía en dos la ciudad.
-¿Ralta, qué te pasa? Me has llamado un ciento de veces.
-¡Tary! ¡Al fin! Ya me estaba desesperando…
-Ya sabías que hoy iba al gimnasio, las competiciones están cerca y tengo movimientos que mejorar.
-Perdóname por lo que voy a decirte ahora pero… ¡Al cuerno las competiciones! Esto que tengo que decirte es mucho más importante.
-¡Oh…! Discúlpame – masculló Tary, algo molesta.
-Ven pronto a mi casa y hablamos, por favor.
-No puedo, Ralta. Va contra mi horario. Además, de lunes a jueves nada de quedar con las amigas. Puedes esperar hasta mañana, o contármelo ahora – le dijo Tary, con voz firme. Si vacilaba, Ralta lograría convencerla.
Tary recibió un gruñido al otro lado de la línea telefónica. A Ralta le costó horrores pronunciar las palabras:
-Está bien… Tú ganas. Prefiero contártelo mañana, cara a cara. Quiero ver qué cara pones – se rió Ralta –. Intenta vivir toda la tarde con la angustia de saber qué es. Si te rindes, ya sabes, me vienes a ver.
-Tranquila, Ralta, sobreviviré.
Tary colgó con tranquilidad y siguió caminando por la rivera. El aire todavía era cálido, y la puesta de sol le daba al ambiente un toque apacible y relajante. Se levantó un viento que llevaba la humedad del río hasta el rostro de Tary y mecía sus cabellos.
Sabía que tenía que volver a casa rápido. Casi siempre regresaba recorriendo el parque de la rivera a toda velocidad para no ir en autobús, embutida como una sardina enlatada, en las horas punta. Sin embargo, aquel día algo la invitaba a pararse y disfrutar de la tarde junto al río.
Dejó la bolsa de deporte y la mochila en el suelo y se apoyó en la barandilla, cerrando los ojos y dejando la mente vacía. Solo sentía la humedad en la piel y el rumor del agua en los oídos. Los pájaros revoloteaban y piaban entre los árboles. A parte de eso, nada más. Tary se sintió agradablemente sola en el mundo.
No supo el tiempo que había pasado cuando abrió los ojos, pero se sintió como si hubiera estado durmiendo durante más de una semana.
-Parece que se ha levantado más aire… – pensó Tary al sentir como sus cabellos se agitaban a su alrededor.
Se volvió hacia atrás para recoger sus cosas del suelo, pero se quedó petrificada, conteniendo el aliento. “Oh, madre mía, ¿qué es esto?” Justo delante de ella, el aire había comenzado a girar, cada vez a más y más velocidad, formando un remolino, que acabó por ser un pequeño tornado.
-Esto… esto es… – musitaba Tary mientras sus pies se acercaban al tornado con voluntad propia –. ¡No! ¡No! ¿Qué estoy haciendo? ¡Quieta! ¡Quieta!
A pesar de sus gritos entrecortados, no se detuvo. Siguió avanzando, hasta que acabó por colocarse dentro del tornado. El aire giraba a su alrededor violentamente, y sin embargo, parecía acariciarla, elevar cada uno de los cabellos de su melena hacia arriba, formando espirales trazadas con esmero. El giro del aire no la elevaba, estaba perfectamente fija al suelo, y su sonido no era atronador, como ella había esperado, sino dulce y musical.
Sintió como algo con un tacto frío le rodeaba el cuello. Por pura curiosidad, se llevó la mano a la garganta para palpar qué era, pero al hacerlo, el tornado desapareció de golpe y Tary cayó al césped de rodillas. Afortunadamente, consiguió apoyar las manos para evitar caer de bruces al suelo.
Algo confundida, se levantó, sintiendo un cosquilleo en las manos. Se las miró y se quedó sorprendida al ver unas diminutas hojas verdes. Aunque más se sorprendió al ver que, justo donde había apoyado las manos, estaban creciendo dos rosas a una velocidad vertiginosa.
-¿Esto… esto es…? – se preguntaba mientras se miraba las palmas de las manos. Le brillaban con un tono verdoso extraordinario –. Esto se parece mucho a lo que le pasó a Ralta. ¿Tendrá algo que ver?
Se preguntó si tal vez debería ir a casa de su amiga para hablarle de eso. Agitó los dedos, indecisa. Aquel brillo estaba desapareciendo de sus manos, retirándose hacia sus brazos y reuniéndose en su pecho. Se llevó la mano hacia donde se dirigía el brillo y se topó con algo que le colgaba del cuello. Una cadena plateada con un colgante.
-¡Un tornado! Como el que ha aparecido… – pensó, algo asustada.
Decidió no darle vueltas al asunto y esperarse al día siguiente y hablar con Ralta en el instituto, ya que consideraba que cosas tan extrañas como las que les estaban sucediendo eran mejor hablarlas cara a cara.
Tary emprendió el camino de vuelta a casa, con la intención de pasar el resto del día como si de un día normal se tratara. Sin embargo, Tary no se imaginaba cómo iba a cambiar su vida a partir de aquella tarde.
A la mañana siguiente, Tary y Ralta llevaron a Furia a su rinconcito del recreo, donde conversaron de temas banales, hasta que Furia dijo:
-Chicas, no tenéis buena cara, ¿os encontráis mal? Dicen que hay un virus que corre por ahí…
-Tranquila – sonrió Ralta –. Lo hacen todo las ojeras. He intentado disimularlas, pero solo he conseguido un tono de piel amarillo – Tary se rió de forma escandalosa, atrayendo la atención de varios pares de ojos –. Ayer estuve despierta hasta tarde.
-¿Haciendo qué? – preguntó Tary, con un tono picarón.
Ralta miró a su alrededor y les hizo un gesto para que se acercaran más a ella y a la pared. Se quedó mirando hacia la pared, extendió la mano derecha y, aunque al principio parecía no suceder nada, pronto sus amigas se dieron cuenta de que una especie de energía se acumulaba en la palma de Ralta, conformando una masa más o menos esférica que soltaba chispas y garrampas.
-Alucinante… – murmuró Furia, mirando hipnotizada como el color de aquella cosa fluctuaba entre azul y fucsia, pasando por el violeta.
-Y hay más. Anoche en mi cuarto encendí la lámpara sin tener que pulsar el interruptor, y esta mañana he pensado que ojalá hiciera un buen día. Al levantarme estaba todo el cielo encapotado, en cambio ahora luce un sol esplendoroso – Furia y Tary la miraron, atentas a sus palabras –. Pero eso no es todo…
-¿Acaso puede haber algo más? – preguntó Tary, intrigada.
-Una mujer me habló en sueños. ¡Pero no era un sueño normal! – apostilló al ver la mofa creciendo en el rostro de Tary –. Se comunicará conmigo de esa forma. Me explicó cosas sobre este colgante y lo que representa. Y sobre sus poderes, que deberé usar para una “misión”. Pero creo que lo mejor será no contaros nada más, no sé si debería. Es información para mis compañeros.
-¿Tus compañeros? – preguntó Furia.
-Sí. Resulta que no solo yo voy a tener poderes. Tendré unos compañeros que me ayuden, pero antes tendrán que aparecer.
-Pues deja de buscar, Ralta, y empieza a contarme todo lo que te dijo esa mujer de tu sueño – exigió Tary.
-¿Y eso por qué? – le dijo, con algo de agresividad, ya que el tono de Tary le había parecido demasiado duro.
Vio que Tary se metía la mano por dentro de la camiseta y sacaba algo.
-¿Responde esto a tu pregunta?
A Ralta se le abrió la boca debido a la sorpresa y miró a su amiga, con los ojos como platos. Furia también observó asombrada el colgante de Tary.
La bruja se había aseado bastante, y estaba más presentable. El mayor susto se lo había llevado al mirarse al espejo. El cristal no le devolvía el reflejo que esperaba encontrar, el de su joven y felino rostro. Vio sus cejas finas, ojos alargados, nariz afilada y labios prácticamente inexistentes que dibujaban sonrisas crueles. Todo eso seguía igual pero…
-Mi piel está arrugada, más fina y frágil… Como capas de cebolla – se dijo, tocándose con cuidado las mejillas –. Al menos mis ojos siguen iguales.
Sus ojos, amarillos con las pupilas rasgadas, como las de un gato, permanecían iguales, siendo su símbolo de identidad. También reparó en que sus uñas estaban muy largas, demasiado largas, y su pelo era grisáceo.
-Tiempo. El tiempo es la clave – musitó, mientras entraba en el baño que Eclipse le había ofrecido –. Necesito descansar y recuperarme. Han sido dos siglos muy largos – se sumergió en el agua, sintiéndose viva, relajada. La tierra, las piedras y el polvo resultantes del estallido de su cofre se hallaban en sus cabellos, y al meter la cabeza debajo del agua sintió que le pesaba mucho menos –. La magia volverá a fluir en mí, y volveré a ser como antes.
Tras bañarse, se sintió más joven. Nadie que no fuera ella lo habría notado, sin embargo, Shina lo veía. Su marca de la frente estaba empezando a cobrar color. Sus cabellos, liberados ya del peso de la tierra y el polvo, se agitaban alrededor de su rostro, como víboras hambrientas.
Se vistió con un vestido negro sencillo que Eclipse le había cedido y que se ceñía a su cintura con una cinta roja. Anduvo por los pasillos del castillo, recorriéndolo, haciéndolo suyo. Tenía la intención de pasar mucho tiempo allí. “Necesito recuperarme. Este mundo rebosa magia, así que no tardaré mucho en estar en forma aunque… Recuperar mis poderes especiales me llevará mucho más tiempo. Pero cuando eso ocurra… ¡Prepárate Shaira, porque me vengaré!”, pensaba Shina, mirando por un ventanal el paisaje.
Tras caminar largo rato por el castillo para desentumecerse, se dirigió hacia la estancia donde percibía la presencia de Eclipse. Aquello era una buena noticia, estaba recuperándose muy rápido. “Es la magia de este mundo…, no hay duda.”
Entró en el salón del trono, en el cual se hallaba Eclipse, al parecer esperándola, con un lobo negro a sus pies. Cuando se acercó, el animal gruñó, pero Eclipse lo hizo callar con un silbido.
-Ya creía que te habías perdido, o que te habías ahogado en el baño – se rió Eclipse, intentando bromear, aunque en realidad, estaba molesta –. No me gusta tener que esperar.
Mientras le hablaba, con un tono imponente y altivo, se echó una capa de terciopelo, de color medianoche, por encima. Shina estudiaba cada movimiento de la mujer. Era elegante, cruel, con una mirada inteligente y dedos de pianista.
No sería fácil engañarla; pero era avariciosa y ambiciosa, y eso le daría una gran ventaja a la hora de ofrecerle tratos. Shina sonrió, mostrando su dentadura sucia y afilada, y dirigió una mirada cuidadosa a la reina, para estudiar cómo reaccionaba ante su sonrisa. Eclipse entrecerró los ojos, al igual que el lobo, al que además se le erizó el pelo del lomo.
-Ya podemos hablar largo y tendido – dijo Eclipse, intentando serenarse. Aquella mujer la estaba poniendo un poco nerviosa; no pensaba perderla de vista ni un solo momento.
-¿Él tiene que estar? – preguntó Shina, refiriéndose al lobo.
Eclipse miro al animal, luego a la mujer, y por último, otra vez al lobo, al que le dijo:
-Márchate.
Shina se percató del momento de silencio que se creó entre el animal y la reina, como si tuvieran una conversación con sólo mirarse a los ojos. “Ya he descubierto uno de los secretos de esa bestia peluda, ¿qué más cosas oculta ese lobo?”, se preguntaba Shina, con mucha curiosidad. “Paciencia… el poder volverá muy pronto, y ya nada se me escapará”.
-¡He dicho que te marches! – berreó Eclipse.
El lobo enseñó los colmillos, pero se levantó con una lentitud pasmosa, como si quisiera regodearse de su osadía.
-Deberías adiestrar mejor a ese chucho – dijo Shina cuando éste hubo abandonado la estancia.
-Su orgullo es algo indomable, pero es fiel, y eso es lo único que me interesa. Vamos al grano. Poder. ¿Cómo piensas dármelo?
-Primero necesito un tiempo para recuperarme, todavía estoy débil. He pasado casi doscientos años encerrada – sonrió con amargura.
Eclipse la miró con incredulidad. “Doscientos años”, musitó.
-¿Cómo puedes…?
-Me alimento de magia. La magia me da la vida y me conserva. Si he sobrevivido todo este tiempo encerrada ha sido porque el propio cofre tenía magia. Yo me alimentaba de él, y él de mí. Todavía no sé muy bien como conseguí acumular más magia que el cofre para dirigirlo aquí.
-¿Por qué viniste a mi reino, a mi castillo? – quiso saber la reina.
-Solo me guié por mi instinto. Vine a un lugar rebosante de magia, por eso me estoy recuperando tan rápido. Pronto volveré a ser joven, como mi querida hermanita.
-Shaira… – murmuró Eclipse, recordando.
-Shaira – asintió la bruja.
-¿Qué tiene que ver ella con todo esto?
-Esa… mujer asquerosa – escupió Shina – tiene que ver con todo. Pronto vendrá gente a tu reino de parte de ella.
-¿Por qué? – quiso saber Eclipse – ¡Oh, no! Vendrán porque no está Rousse… ¡mierda! Si pretenden que renuncie al trono, no lo conseguirán.
Shina sonrió satisfecha. No se esperaba eso, pero le venía de perlas.
-Contarán con poderes, como los tuviste tú una vez.
-¿Cómo sabes eso? – preguntó algo alarmada Eclipse.
-Lo siento. La magia de Shoz sigue latiendo dentro de ti, y puedo reconocerla perfectamente. Tuviste la luz… Que irónico, ya no te queda nada de ella.
-A ti tampoco. Se supone que Shoz es un lugar de paz y luz. ¿Qué pintabas tú allí? – contrarrestó Eclipse.
-Maduré. Y sus ridículos rituales y costumbres me parecieron vomitivos y despreciables. No compartíamos los mismos ideales, ni pensamientos. Así que quise que fuera mío, y convertir Shoz en lo que yo deseaba – Shina hizo una breve pausa, mientras se detenía a mirar por un ventanal –. Obviamente, fracasé. Mi hermana fue elegida irav en vez de yo, pero después inicié una revolución que también fracasó.
Eclipse se dio cuenta de que se estaban desviando de los temas que a ella le interesaban. Ella quería poder, para defenderse de Shoz.
-¿Cuándo vendrá esa gente de Shoz aquí? – quiso saber.
-No lo sé con exactitud, pero no creo que tarden mucho. Por eso deberíamos de darnos prisa en obtenerlo.
-¿Obtener qué? – la forma en la que Shina había dicho “obtenerlo” le había intrigado sobremanera.
-Un Corazón. Un Corazón de piedra negra.
-¿Y eso para qué sirve? ¿Dónde podemos encontrarlo? – Eclipse sentía como se le aceleraba el corazón, ávida de más y más información.
-Todavía no tengo mis poderes, apenas tengo algo de magia. Déjame alimentarme de los ríos de magia que circulan bajo el suelo de tu tierra, y después ya podré emprender la búsqueda del Corazón.
-¿Vas a explicarme qué es eso de una vez? – casi gritó Eclipse impaciente, pasándose una mano por su mata de tirabuzones negros.
-El Corazón lo tienen las buenas personas. Personas con un alma blanca y pura. Al matarlas y realizar un hechizo que yo y pocas más personas conocemos, la pureza de su alma se condensa en un poder oscuro y tenebroso, capaz de muchas cosas. Creo que con eso bastará para deshacernos de los emisarios de Shoz – le explicó Shina, consciente de que era algo complicado de entender – Sé perfectamente cuál es el Corazón más poderoso de todos, pero todavía no me he conseguido hacer con él, a pesar de que lo intenté durante mi rebelión.
-El de tu hermana – adivinó Eclipse.
-Exacto.
-¿Te llevará mucho tiempo encontrar uno?
-No lo creo. Esté en el mundo que esté, encontraré uno muy pronto. Me alimento de ellos, además de la magia. Y estoy bastante hambrienta. Es comprensible, ¿no? Llevo unos dos siglos en ayunas – se rió Shina.
-Está bien – Eclipse silbó y el lobo reapareció –. Acompaña a nuestra invitada a los sótanos. Allí el influjo de la magia es mucho mayor. Aliméntate de ella todo lo que quieres, yo no sé cómo funciona eso.
El animal, gruñó y enseñó los colmillos, pero aun así le hizo un gesto con la cabeza a Shina para que lo siguiera y salió con parsimonia de la habitación. La bruja se rió entre dientes y caminó detrás del lobo.
La siguió por pasillos y bajó por grandes escalinatas hasta una serie de galerías de piedra con un trazado irregular y complicado, pero que él parecía conocer a la perfección. Al final llegaron a una gran sala irregular, tallada en el interior de la cumbre sobre la que estaba edificado el castillo. En el centro había una pequeña poza. Shina se preguntó cómo podía ser posible que hubiera agua allí, y supuso que sería resultado del agua de lluvia que antiguamente se filtraba por las rocas de la montaña y se había acumulado allí. Sin embargo, estaba muy limpia. “Cosa de la magia”, sonrió Shina.
Se acercó al agua y metió las manos dentro. Al volverse vio que el lobo, aunque estaba tumbado en el suelo, no le quitaba ojo de encima y estaba en tensión.
-Tranquilo. Puedes marcharte ya – pero el lobo no se movió ni un ápice, ni siquiera pestañeó –. Voy a meterme dentro del agua, te agradecería que te marcharas.
El lobo gruñó, pero se puso las patas delanteras sobre el hocico para taparse los ojos. Shina se rió y volvió a desnudarse para meterse en el agua. La reacción de la magia del agua con su cuerpo fue inmediata. Toda la poza se llenó de burbujas y el lobo miraba intrigado.
-Bueno, esto me va a llevar un tiempo. Si me vas a estar vigilando todo el rato, tal vez podríamos conocernos un poco, ¿no te parece? – el lobo volvió a gruñir –. Tengo la intención de pasar mucho tiempo aquí con Eclipse. Creo que deberíamos llevarnos bien.
-No tengo intención de llevarme bien contigo, no quiero trabajar contigo y no me gustas nada. Solo vas a traernos problemas – era una voz fría, metálica y vacía, la que sonaba dentro de su cabeza.
-Así que también sabes hacer eso, ¿eh? ¿Cuántos secretos guarda Eclipse en ti? ¿Cuánto poder se ha gastado para hacerte como eres?
-Eso no lo sabrás hasta que me conozcas. Y créeme, no quieras conocerme.
-¿Piensas que así vas a asustarme? – se rió Shina, mientras se sumergía bajo el agua, una y otra vez.
-El miedo solo te hace reaccionar de forma imprevisible, es mejor enfrentarse a alguien confiado.
-Como tú, ¿no? Se te ve demasiado confiado, orgulloso y soberbio – sonreía Shina, mostrándole sus afilados dientes –. Si me das problemas, será fácil acabar contigo.
-Por más piropos que me digas, no te vas a librar de mí, y menos aún, fácilmente.
-¿No piensas mostrarme tu otro cuerpo? – preguntó la bruja con curiosidad.
-Si vas a pasar tanto tiempo aquí, lo verás tarde o temprano.
-Espero impaciente descubrir tus secretos.
-Ya te lo he dicho, no quieras conocerme – la fría conciencia que había estado en su cabeza, se retiró, dando por finalizada su conversación.
El lobo permaneció toda la noche, vigilando a la mujer, que pasó todo el tiempo dentro del agua, rejuveneciendo poco a poco.
El elfo recorrió los pasillos, con suelos de mármol y delicadas cristaleras a modo de paredes, que colgaban a cientos de metros de altura, entre torre y torre. Finalmente llegó a la torre en la que se encontraba Shaira. Ascendió por las gigantescas escaleras de caracol que la rodeaban para llegar a la parte superior, donde se encontraba la irav, mirando el cielo con aire soñador.
Carraspeó levemente para hacerse notar, y Shaira se volvió hacia él, intentando esbozar una sonrisa que fuera lo suficientemente convincente.
-Guwass – saludó la irav al elfo de largos cabellos azabache. Era el único que había recibido los dones de un unicornio, y así lo demostraba la marca en forma de sol rojo que llevaba en el cuello –. ¿Sucede algo?
-Shaira, ya tenemos Elegida para el talismán del tornado. Parece que esta vez van a ser todo mujeres – sonrió.
-Seguro que Atrava está contenta con eso, aunque todavía nos falta el Elegido del fuego – le dijo Shaira mientras lo miraba con detenimiento. Guwass, Atrava y Serun eran los tres elfos encargados de vigilar los movimientos de las Gotas. Las Gotas eran esferas de luz que representaban el poder y el estado de cada uno de los talismanes. Eran los tres únicos elfos que habitaban en Shoz, y a Shaira le resultaban fascinantes. Por eso les tenía tanto cariño a aquellos tres jóvenes elfos. Los tres eran hermosos, de rasgos felinos y armoniosos, al igual que sus cuerpos; con largas melenas negras y ojos oscuros, rebosantes de conocimiento acumulado.
-Tengo la sensación de que os ocurre algo, irav – adivinó Guwass.
-A vosotros no os puedo engañar ni un poquito, ¿verdad? – el elfo negó con la cabeza y sonrió levemente –. Estoy muy preocupada. Shina recupera fuerzas demasiado deprisa… Aunque tardará tiempo en recuperar sus poderes especiales, dentro de nada ya será muy peligrosa. Temo por nosotros, pero sobre todo, temo por esas chicas que ya están destinadas a defendernos. No es que no confíe en que puedan acabar con mi hermana… Pero es que ella es demasiado poderosa.
-Confiad en que sean Elegidos dignos de nuestro poder y hagan todo lo necesario; ya sea acabar con Shina, o por lo menos corregir el destino que ha cobrado Go. Hemos descuidado mucho ese mundo, y están sufriendo. Si por lo menos arreglan eso, habrán cumplido con parte de su misión. Y si perecen, lo habrán hecho con honor y cumpliendo con su deber.
El tono sereno y firme de Guwass impresionó a Shaira. Casi no recordaba que él había sido capitán de uno de los ejércitos de Efilia, la tierra de los elfos, antes de recibir los dones de un unicornio. Entonces había abandonado las armas y se había pasado a la magia. Pero aun así conservaba su seriedad y mente fría de soldado, y sobre todo, su concepto sobre el honor y una muerte honorable como soldado, siempre cumpliendo las órdenes de su superior.
-Serán dignos – asintió Shaira, con una sonrisa.
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