CAPÍTULO 20:
MANZANAS Y CADENAS
Durante
lo que parecía una tranquila clase de biología, el director del instituto entró
en la clase de Tary y Furia, sorprendiendo a todos los alumnos, que callaron de
inmediato. No era muy corriente que el director en persona fuera a las clases
para comunicar algo, así que debía tratarse, sin duda, de algo importante.
-Furia,
¿puedes acompañarme a mi despacho? Hay unos policías esperando para hacerte
unas cuantas preguntas.
-Claro
– respondió la chica, levantándose del sitio casi de un brinco.
Los
más de veinte pares de ojos de sus compañeros de clase se clavaron en su
espalda y la acompañaron hasta que desapareció por la puerta. Tary estaba
especialmente angustiada porque ya desde que habían entrado en clase Furia
había actuado de forma extraña. Sin embargo, esperó con paciencia a que su
amiga volviera y le contara qué había pasado.
Habían
pasado algo más de dos horas cuando Furia volvió a clase bastante alicaída.
-¿Qué
ha pasado, Furia? – le preguntó Tary, sin darle tiempo ni a respirar.
-Alguien
ha secuestrado a Fleur. Y yo soy de las últimas personas que la vio, así que la
policía me ha hecho algunas preguntas – susurró Furia, sin apenas voz.
-¡Madre
mía…! ¿Y saben algo? ¿Saben si está…? – Tary no pudo continuar la pregunta.
-No.
Lo único que tienen es el testimonio de un vecino de Fleur que asegura haber
visto a un chico raro merodeando por la urbanización, nada más – por primera
vez desde que la noche anterior la abuela de Fleur la llamara para preguntarle
dónde estaba su nieta, Furia rompió a llorar. Ya había aguantado demasiado –.
¡Espero que esté bien!
Tary
la abrazó con cariño, sabiendo que aquello no iba arreglar la situación, pero
esperaba que al menos Furia se tranquilizara un poco. Solo quería darle algo de
calor que la consolara en parte, ya que Tary sabía muy bien lo que se sentía en
situaciones así, y también sabía lo bien que sentaba un abrazo.
Furia,
que no era muy dada a las muestras de cariño, aceptó el abrazo con agrado.
Aunque, como todos sabían, no se solucionaba nada así. Tras aquello, la
siguiente y última clase comenzó y, para entonces, todos los profesores y
alumnos sabían que Fleur había desaparecido.
Aquella
última hora de matemáticas se les hizo especialmente larga e insoportable, y
cuando al fin el timbre les concedió la libertad de volver a clase, Tary se
encargó de alejar de Furia a todos los curiosos que intentaban acribillarla a
preguntas y la llevó hasta un lugar donde no la atosigaran. Sorprendentemente,
Ralta las esperaba allí.
En
cuanto vio a Furia, Ralta se abalanzó sobre ella y la estrechó con demasiada
fuerza, para pasar a abrumarla a preguntas – aunque a diferencia de la gran
mayoría de la gente, que solamente se preocupaba de intentar saber algo más
sobre Fleur y su misterioso y supuesto secuestro, a ella solo le interesaba
saber cómo lo estaba pasando su amiga.
Furia
les contó lo poco que sabía, y que era justo lo que le había dicho a la policía
una y otra vez. Había quedado la tarde anterior con Fleur para estudiar,
después dieron una vuelta por la calle y Fleur se marchó a su casa. Después de
eso, el rastro de la chica se había desvanecido. Por lo que un policía le había
comentado, andaban tomando declaración a los conductores de autobús de la línea
que Fleur tomaba para llegar hasta su urbanización y saber si, al menos, había
llegado hasta allí o el secuestro se había producido antes.
-Es
realmente terrible, pobrecita – murmuró Ralta –. Si apenas llevaba aquí unos
meses, ¿quién querría hacerle algún daño?
Tary,
que llevaba un rato callada mirando el cielo con aire abstraído, se aclaró la
garganta para hablar.
-Yo
tengo una teoría sobre eso.
-¿Qué?
– preguntaron Ralta y Furia a la par.
-Que
tengo una teoría. Furia, antes habías dicho que un testigo decía haber visto a
un chico raro merodeando por la urbanización de Fleur, ¿no? – la chica asintió
con la cabeza –. ¿Y a quién conocemos que es raro, capaz de averiguar en
cuestión de minutos donde vive alguien y, más importante todavía, capaz de
hacer que alguien desaparezca sin dejar rastro?
Furia
ahogó una exclamación de sorpresa cubriéndose la boca con las manos. Sin
embargo, Ralta negó lentamente con la cabeza.
-No
ha podido ser Kiv.
-¿Y
por qué no? Esa rata asquerosa es capaz de cualquier cosa – siseó Tary, con
aquella oscura ira que brotaba de ella cada vez que tenía que hablar del
Asesino.
-Lo
primero de todo es que no creo que Kiv sea tan descuidado como para merodear
por ahí dejándose ver, ¡al menos debería ser de sentido común para alguien como
él! Y lo segundo es que no debería tener ningún motivo para hacerle daño a
Fleur, ¿no creéis? – expuso Ralta, con absoluta calma.
“Además,
yo sé perfectamente que Kiv no está en este mundo ahora. A menos que me haya
mentido”, añadió para sus adentros. Por desgracia, la fe que por alguna razón
había depositado en el joven Asesino se tambaleó.
-Ahí
es donde te equivocas. Creo que ese desgraciado tenía una razón, o al menos, lo
que él considera una razón, para acabar con ella. Escuchad, cuando me trajo de
vuelta aquí e intentó chantajearos jugando con mi vida, estuve segurísima de
que él ya había estado en nuestro mundo. Así que le pregunté, y me contó que
una de sus tareas era eliminar a aquellos que huían de Go y de Eclipse.
-Muchos
de los que huyen de Go aparecen en nuestro mundo porque los tejidos entre ambos
mundos están conectados entre sí y no es muy difícil romperlos para crear
puertas pasajeras de uno a otro – interrumpió Furia –. Lo descubrí un día
mientras leía unos libros de Shoz.
-Exacto.
Y son muchos los que creen que escapando a un mundo sin magia como el nuestro
podrán pasar desapercibidos, pero no podrían estar más equivocados. Kiv los
descubre y asesina igualmente.
-Puede
que eso sea cierto, pero no nos demuestra que Fleur hubiera huido de Go. ¿Si
eso fuera así no creéis que Kiv habría
actuado antes? – protestó Ralta. Empezaba a sentirse algo molesta por aquella
situación. No se sentía capaz de odiar a Kiv frente a sus amigas, pero estaba
más que claro que defenderle no era una opción.
-Desde
que conocí a Fleur siempre hubo algo de ella que no acababa de convencerme,
como una alarma que me gritaba: ¡atención! Hace pocos días por fin estuve
bastante segura de por qué me pasaba eso. Un día le enseñé a Bob la foto de
clase que nos hicimos en aquella excursión al castillo de la sierra y le señalé
a Fleur diciéndole que era la alumna nueva y todo eso. Pero él no la vio en
persona hasta el día en que nos encontramos los cuatro en el parque,
¿recuerdas, Furia?
-Sí,
me acuerdo.
-Después
de ver a Fleur en persona, Bob me dijo que aquella no podía ser la misma chica
que la de la foto y que se había sentido fuertemente atraído por ella. Y eso
mismo les pasa a todos los chicos. La miran como si fuese realmente
impresionante cuando no es más que una chiquilla de lo más corriente.
-¿Insinúas
qué…? – empezó a preguntar Ralta.
-Sí.
Pienso que Fleur era un hada venida de Go – sentenció Tary –. Aunque siempre
había pensado que las hadas vivían entre florecillas y riachuelos, como en la
estampa de un cuento de hadas. No entiendo por qué Fleur no se “secaba”.
-En
realidad, Fleur siempre llevaba un tarrito de crema en el bolso porque decía
tener la piel muy seca – rememoró Furia.
-¡Já!
¡Aquí lo tenéis! Teoría acertada.
-Puede
que Fleur fuera un hada venida de Go, pero todavía queda demostrar que fuera
Kiv quien se la llevó, viva o…
Furia
se encogió sobre sí misma.
-Supongo
que si fue Kiv las esperanzas de que Fleur esté viva desaparecen totalmente –
suspiró con dolor –. Será mejor que vuelva a casa antes de que mis padres se
preocupen. Tengo que contarles todo esto si no se han enterado ya por otros
medios.
-Vale,
nos vemos mañana – la despidió Ralta, con dulzura.
-Hasta
mañana, chicas.
Cuando
Furia ya estaba lejos, Tary encaró a Ralta.
-¿De
veras piensas que no ha sido él?
-Creo
que él es más listo que esto. No sabemos cuánto tiempo lleva matando gente aquí
en la Tierra y nunca se ha dejado notar. Puede que tenga que ver con Eclipse,
pero no creo que haya sido Kiv.
-¿Entonces
quién? – gruñó Tary, poco convencida.
-¡Y
qué voy a saber yo! No tenemos ni idea de cuantos sirvientes-asesinos tendrá
Eclipse a su servicio, ni si ha reclutado a alguien nuevo, lo cual explicaría
su “torpeza”.
-¿Otro
más como él?
-O
puede que más – dijo Ralta –. Ahora no sabemos nada… Ni qué trama Eclipse, ni
qué lleva haciendo durante todo este tiempo, ni si es verdad que tiene a
alguien nuevo bajo su mandato. ¡Nada de nada!
-¡Qué
frustrante! Dios… ¡Odio esta situación! ¿Crees que en Shoz sabrán algo? Porque
no nos han sido de ninguna ayuda hasta ahora, y yo no pienso ser más su perrito
faldero.
El
tono de Tary se iba volviendo más agresivo con forme hablaba, pero al terminar
resopló con fuerza y pareció calmarse algo. Señaló al suelo y de él comenzó a
brotar un pequeño árbol, del cual pronto comenzaron a colgar unas diminutas
manzanas. Tary arrancó un par de frutas y las devoró en cuestión de segundos.
-¿Cómo
has hecho eso?
-Tú
también tienes magia, ¿recuerdas? – sonrió Tary, con un ligero tono burlón.
-Ya,
ya. Me refiero a que no pareces ni un poco cansada y acabas de hacer brotar un
árbol de la nada – se explicó Ralta, todavía anonadada.
-Creo
que ya puedo decir que domino plenamente mis poderes. Intento practicar al
menos dos horas diarias. Pero la resistencia física la he conseguido entrenando
en el gimnasio. Sin fondo físico me resultaba imposible soportar el cansancio
que produce hacer nacer y crecer un árbol – le dijo Tary, con seriedad –. Eso
sí, las manzanas son deliciosas. Coge una y pruébala.
Ralta
así lo hizo, y no pudo quedar más sorprendida con lo dulcísimas que eran.
-¡Madre
mía! Es casi como comerse una cesta de dulces, pero sin tener que preocuparme
por las caries.
-¡Que
tonta eres! – exclamó Tary entre risas. Después su rostro volvió a
ensombrecerse y agachó la cabeza –. Te he echado de menos…
-Te
ha costado reconocerlo, ¿eh?
-Perdona
por haberte abandonado tanto, pero quería estar preparada para ser capaz de
defenderme yo sola, y para poder protegeros a ti y a Furia, pero sobre todo a
Furia. La veo tan débil e insegura de su poder – musitó Tary, rememorando el
sueño en el que su amiga moría calcinada en su propio fuego. Apretó los puños
con rabia –; pero en cambio sé que tú lo has afrontado bien. En realidad, tú
eres la fuerte de las tres.
-No
digas chorradas. Tary, eres la persona más fuerte que conozco, y la más
trabajadora y disciplinada. Además, presta atención. Vas a ser la primera
persona que va a ver esto.
Ralta
se alejó un par de metros de su amiga y extendió las manos hacia ella. Aunque
Tary no podía ver que nada cambiara, si que sentía como algo se movía a su
alrededor. Ralta debía de estar haciendo un gran esfuerzo porque comenzaba a
sudar y los dedos le temblaban, incapaces de mantenerse rígidos.
-Vamos,
tírame algo – le pidió a su amiga. Tary se encogió de hombros y tomó una
manzanita –. ¡Venga ya! No me hagas reír y coge un pedrusco de esos.
-¿En
serio quieres que te tire eso?
-En
serio. No hagas que me arrepienta antes de tiempo, por favor.
Desde
luego, Tary decidió no dejarle tiempo para que se lo replanteara. Agarró una
piedra de casi el tamaño de su cabeza y se la lanzó sin miramientos a su amiga.
La piedra voló directa hacia Ralta, pero antes de llegar a alcanzarla se
detuvo, como si chocara contra un muro invisible, y cayó al suelo con un golpe
seco.
-¿Cómo
lo has hecho?
-Le
encontré una utilidad a las clases de física. Me puse a pensar en que todo
posee energía y se supone que una de mis habilidades es controlar esa energía;
y después pensé en los muros de magia protectora que Siril era capaz de crear.
No podemos centrarnos en desarrollar un poder únicamente de ataque, así que
quise probar si era capaz de crear una barrera como las de Siril. Lo único que
hago es mover la energía y condensarla tanto a mi alrededor que los objetos
chocan contra ella y no pueden seguir avanzando.
-Realmente
impresionante – concedió Tary, asintiendo –. ¿Y de ataque como andas?
-Los
rayos que lanzo ahora son más poderosos que antes, y controlo bastante mejor la
cantidad de magia que gasto. Aunque me agoto en seguida.
-Podríamos
quedar para ir a hacer footing. Así trabajarías tu físico.
-¿En
serio tengo que hacer ejercicio? – Tary le contestó con una de sus miradas
penetrantes que parecían querer decir “¿en serio me lo estás preguntando?” –.
Está bien, pero solo dos días a la semana.
-Con
eso me vale. Será mejor que me vaya ya para el gimnasio. He perdido una hora de
gimnasia rítmica con todo este asunto de Fleur, pero era causa mayor. ¡Nos
vemos mañana!
-¡Adiós!
– gritó Ralta, viéndola correr calle abajo. En cuanto Tary estuvo lejos sintió
que por fin podía respirar de forma relajada. Se había sentido realmente
asfixiada por el odio que Tary sentía hacia Kiv, y ella se sentía realmente mal
por haberse dejado enamorar por los ojos verdes del Asesino.
Kiv
arrugó la nariz. Otra vez el aire le traía aquella peste. Era realmente asquerosa,
y se estaba acercando a él. Sentía que le era familiar, pero no supo
relacionarla con qué hasta que tuvo la respuesta delante de sus narices.
-¡Hola,
hola! – canturreó el recién llegado, exhibiendo una enorme sonrisa –. ¡Al fin
te encuentro! No sabes cuántos días llevo montaña arriba, montaña abajo. ¡Se me
han muerto cinco caballos por el esfuerzo!
-Varnat…
Así que tú eras quien traía ese hedor insoportable. ¿Qué estás haciendo aquí?
¿Y qué mierda llevas puesto?
El
recién llegado era un hombre alto, de casi dos metros, cabello negro a la
altura de los hombros – aunque en aquella ocasión se lo había sujetado a un
lado de la cabeza con unos palillos – y cuello más alargado de lo normal.
Protegía aquella débil parte de su cuerpo con una serie de argollas de metal
pegadas entre sí, igual que en sus antebrazos.
Su
cuerpo también era algo peculiar. Tenía los hombros anchos pero la cintura
estrecha, dándole el aspecto de un triángulo invertido. Aunque la parte más
escalofriante de él era su alargado rostro. Sin cejas, ojos negros y estrechos,
y aquella gran boca que disfrutaba mostrando su enorme y siniestra sonrisa.
En
aquella ocasión vestía un traje blanco y elegante, algo que no le pegaba para
nada – además, era el uniforme que vestían los emisarios entre Go y Seusash – y
sus inseparables alpargatas de esparto, lo cual le daba un aspecto chocante,
hasta incluso ridículo. Tampoco se había deshecho de sus dos únicas armas: una
cadena de más de dos metros de largo y que terminaba en una bola – la cual
tenía púas solo en una mitad – y su peculiar espada. Tenía una forma similar a
una hoz, pero angulosa, y con el filo exterior dentado, perfecto para
desgarrar.
-Celoso,
¿eh? ¡Mira! Mira que ropa tan perfecta para mí.
-Si
tú lo dices… – murmuró Kiv, poniendo los ojos en blanco –. Ahora responde: ¿qué
estás haciendo aquí?
-Me
manda Ettahí, así que supongo que todo es cosa de Eclipse. Soy tu compañero, tu
apoyo y, creo que también, el encargado de vigilarte. ¡Un pajarito va diciendo
por ahí que últimamente has cometido errores de principiante! – canturreó
Varnat –. Tendré mis ojos fijos en ti día y noche y…
-Y
vas a largarte justo por dónde has venido – le cortó Kiv, con decisión.
Varnat
alargó el brazo para pasárselo a Kiv por los hombros, con su espada en la mano.
Pero el joven asesino ya había previsto algo similar y procedió a colocar su
daga bajo la barbilla de Varnat.
-¡Bien
visto! Pero presta atención, principito, no pienso irme de aquí.
Kiv
hizo una mueca. Odiaba que los subordinados de Eclipse y Ettahí que le conocían
le llamasen “principito”.
-Retira
tu espada de mi garganta o te juro que te clavo la daga hasta que alcance tu
diminuto cerebro de cabeza hueca.
Varnat
soltó una carcajada y sus ojos brillaron con locura cuando dijo:
-¡Genial!
¡Siempre he deseado jugar a esto! ¿Quién crees que matará antes a quién?
-Estás
loco…
-No
es locura, principito, es la excitación ante la posibilidad de morir.
-Sí,
sí, lo que tu digas, pero o alejas tu arma de mí o te mato – amenazó Kiv, por
última vez.
-¡Venga
ya! Yo sé que no eres capaz de hacerme daño, principito. Más que nada porque si
lo haces tú “mamá” se enfadará mucho – canturreó Varnat –. Sin embargo, yo soy
incapaz de destrozar la suave piel de un niñito tan guapo como tú, principito.
Kiv
hizo una mueca de repugnancia ante semejante comentario y sintió como Varnat le
retiraba el brazo de sobre los hombros. Le dirigió una mirada fría y pudo ver
como el brillo de locura en los ojos del hombre desaparecía por completo y se
sosegaba.
-¿Vas
a dejar de hacer tonterías?
-Sí,
principito.
-Soy
tu superior, así que dirígete a mí con el debido respeto. La próxima vez que
vuelvas a llamarme principito no te avisaré de que voy a matarte, directamente
te abriré en canal y me importará bien poco lo que Eclipse me diga. ¿Me he
expresado con la suficiente claridad?
-Sí…
mi señor. Pero, si me permitís deciros algo, no os lo pondré fácil si intentáis
matarme – replicó Varnat, con seriedad pero sin borrar su perenne sonrisa.
-Eso
ya lo veremos – siseó Kiv. Resopló para serenarse. Varnat le sacaba de sus
casillas, y si iba a tener que convivir con él una temporada más le valía irse
acostumbrando a aquel insoportable –. Bien, supongo que habrá algo nuevo que
quiere Eclipse, ¿no?
-Así
es, mi señor. Durante las últimas semanas te has dedicado a monitorizar el
avance de Edel y a entorpecerlo con cosas bastante tontas. Pero al parecer a la
reina le parece que Edel está avanzando demasiado deprisa y quiere saberlo todo
del enemigo.
-¿Todo?
– preguntó Kiv con cuidado. Dudaba de cuánto podía abarcar aquella palabra.
-Todo.
Efectivos, modo de organización, poder ofensivo y económico… Y, por encima de
todo, Eclipse quiere saber cómo lo hace su hermana para avanzar a semejante
velocidad.
-Por
pedir que no quede… – gruñó Kiv –. Adentrarnos más en el nuevo territorio de
Edel supondría no poder controlar su avance. Además la espía…
-Ettahí
me dijo que no te preocupes por esa rata – le interrumpió Varnat –. Dijo que ya
se encargaría él de advertir a los puestos fronterizos y a las ciudades más
próximas a Seusash de ella.
-Si
yo no logré ataparla, ningún otro podrá hacer nada.
-Os
lo tenéis bastante creído, princ…, mi señor – sonrió Varnat –. ¿Dónde se sitúa
Edel ahora?
-Parte
de su ejército está apostado en la capital del condado de Reinier. Pero creo
que ella y otra parte de su ejército volvió a Navette, aunque no tengo claro el
porqué.
-Tal
vez para reorganizarse o esperar más efectivos. He oído que el puerto de
Navette es impresionante. O puede que su rápido avance le haya pasado factura y
simplemente necesite descansar y recuperarse en un sitio que considere seguro.
-Eso
pensó yo. Pero Navette es más bien una gran ratonera si le cierran la salida al
mar. Así fue como ella logró conquistarla.
-Entonces
nos queda la opción de que están esperando la llegada de más tropas por barco,
¿no? – dijo Varnat.
-Sí,
es muy posible – murmuró Kiv –. Supongo que ya sabemos dónde ir.
-¿Meternos
en Navette dices? – preguntó Varnat. Kiv asintió y comenzó a andar –. Es un
auténtico suicidio. Me encanta.
Tras
dos días enteros andando sin detenerse para dormir, y parando lo justo para
comoer y tomar algo de aliento, Kiv y Varnat por fin se detuvieron para pasar
la noche y poder recobrar sus fuerzas. Kiv podría haber aguantado un día más
sin dormir, pero Varnat, que además acumulaba en su cuerpo el cansancio del
viaje desde el Anillo de Fuego hasta Seusash, parecía estar a punto de
derrumbarse en cualquier momento.
Seguramente
se debía a aquel cansancio que apenas hubiera abierto la boca mientras Kiv le
guiaba por caminos solitarios y montañosos, y a través de unas grutas que les
hicieron más corto el atravesar una de las cientos de sierras de Seusash. De
cualquier modo, Varnat se había comportado, y el premio que recibió por ello
fue poder dormir. Aunque primero deberían encontrar donde.
-Por
ahí se ve luz – señaló Varnat – Tal vez sea la casa de alguien. ¡Vamos allí!
-No.
Dormiremos por aquí. Busca un árbol alto.
-No,
no, no y no – protestó Varnat, parándose en seco y cruzando los brazos ante el
pecho, tal y como habría hecho un niño pequeño –. Si vamos a dormir quiero que
sea en un sitio cómodo y calentito. Además seguro que nos dan algo de comer.
-¿En
serio crees que…? – Kiv no pudo terminar su pregunta. Varnat ya había
emprendido la carrera hacia la luz, gritando y dando saltitos como un loco.
-¡Vamos,
vamos, princ…, mi señor! ¡Qué tengo mucha hambre y estoy cansado!
Cuando
Kiv alcanzó a Varnat frente a la casa, éste ya había echado la puerta debajo de
una patada.
-¡Toc,
toc! – canturreó –. ¡Por favor, qué bien huele! Definitivamente, nos quedamos
aquí a papear.
-Y
tú definitivamente eres imbécil. ¿A quién se le ocurre romper una puerta y
después decir “toc, toc” tan tranquilo?
-¿A
mí? – preguntó Varnat, con tono inocente.
-¡Pues
claro que a ti, pedazo de idiota!
-Si
ya lo sabías, ¿para qué preguntas?
-¡Por
todos los dioses! Era una puta pregunta retórica – exclamó Kiv, fuera de sus
casillas.
-¡Ah!
Creo que ya lo entiendo. Uhm… no, no lo cojo – murmuró Varnat –. ¡Uy, mira!
Gente.
Varnat
señaló con su espada a los cuatro pares de ojos que les observaban, totalmente
atónitos.
-Pues
claro, la casa es suya… – suspiró Kiv. Ya se había arrepentido de parar aquella
noche a descansar.
-Hola,
niño – saludó Varnat al hijo pequeño de la pareja de propietarios de la casa.
Varnat dio dos zancadas y se plantó frente al pequeño, que estaba sentado
frente a la mesa. El niño agachó un poco la cabeza, pero Varnat le obligó a
alzarla con su espada. La madre contuvo el aliento, preocupada, y se aferró al
brazo de su marido –. ¿No te han enseñado tus papis a saludar? Empezamos otra
vez, ¿vale? Hola, niño.
-Hola,
señor – contestó, en voz muy bajita.
-Varnat,
deja en paz al crío.
-No
voy a hacerle nada. Me gustan los hombrecitos de tu edad, princ…, mi señor.
Anda, déjame en paz con mi nuevo amiguito y échale un vistazo a la niña. Tal
vez si te la tiras dejas de ser tan arisco conmigo.
-Lo
primero, no me apetece; y lo segundo, la cría es un puto cardo. No te ofendas,
chica.
La
niña rompió a llorar como una madalena.
-¡Pero
alégrate! Si fueras guapa estarías muerta en media hora – se rió Varnat –. ¡Qué
raras que son las mujeres!
-Sentimos
las molestias – le dijo Kiv al matrimonio –. Solo queremos algo de comer y un
lugar donde dormir. Nos marcharemos antes de que amanezca. Y no se preocupen,
Varnat está loco, pero no dejaré que le haga absolutamente nada a su hijo.
-Yo…
iré a por algo que daros de comer – dijo la mujer, levantándose de la mesa.
-Minnita,
ve a por un par de sillas para nuestros “invitados” – gruñó el padre. La niña
se levantó, todavía llorando a moco tendido. No parecía haberle sentado nada
bien el rechazo de Kiv, a pesar de que eso le había salvado la vida.
-¿Te
doy miedo, amiguito? – le preguntó Varnat al niño, que permanecía encogido en
su sitio y callado. Para contestar, el niño asintió muy débilmente –. Vaya
pena, amiguito. ¿Y quién te da más miedo, él o yo?
Él niño señaló a Kiv con el dedo.
-Tú
estás mal de la cabeza, pero creo que él es más listo. Me asustan más las
personas listas – susurró el niño.
-¡Ja!
Ese niño no tiene ni un pelo de tonto – dijo Kiv, complacido.
La
niña, Minnita, regresó con las sillas justo a la vez que la madre les servía un
par de cuencos de sopa con un par de trozos de carne en su interior para que
comieran.
-Aprovechad,
está calentita – les dijo mientras Varnat se abalanzaba sobre su cuenco.
Tras
lo que fue una cena de todo menos tranquila – en la que Varnat devoró en
cuestión de segundos dos cuencos de comida –, Kiv y Varnat se instalaron en una
pequeña habitación, fría, sucia y llena de trastos y provisiones de comida. Por
decisión de Kiv, durmieron por turnos para vigilar que ningún miembro de la
familia se pusiera en contacto con alguien que alertara de su presencia en
Seusash. Fue Varnat quien descansó primero, y horas después, Kiv.
-Menudo
aburrimiento – se dijo Varnat, tras llevar una hora andando de punta a punta de
la diminuta casa –. Los críos duermen, los papis duermen, Kiv duerme… ¡Kiv
duerme!
Volvió
a la habitación intentando ser silencioso y se sentó junto a Kiv, apoyando la
barbilla sobre sus manos.
-¡Qué
mono que estás cuando duermes! – se rió contemplando al joven –. ¿Y si te
acaricio el pelo? ¿Te enterarás?
Cuando
apenas la quedaba un suspiro para llegar a tocarle el cabello, los ojos de Kiv
se abrieron de golpe, haciendo que Varnat diera un respingo.
-¿Qué
coño crees que estás haciendo? – gruñó.
-¡Ups!
Emm… ¡Buenos días, mi señor! Perdón… creía que dormías.
-No,
no puedo dormir. Y…
-¿Por
qué no? – interrumpió Varnat.
-Vete
a dar vueltas por la casa. Quiero descansar y me es todavía más difícil si sé
que quieres verme dormido – gruñó Kiv, cubriéndose mejor con la manta.
-¿Pero
por qué no puedes dormir? ¿Algo te preocupa o te inquieta? Pensaba que tú eras
un tipo frío al que le daba igual todo. ¿Qué puede perturbar tu descanso?
-¡Cállate
y vete! – le gritó Kiv para que dejara de preguntar.
-Sí,
mi señor. Jo… no me quieres nada, ¿eh?
-¡Qué
te largues! – bramó el joven, espada en mano.
-¡Me
voy, me voy! – Varnat salió de la habitación tan rápido como pudo –. Vaya mal
despertar que tiene este chico.
Kiv
resopló tranquilo cuando Varnat le dejó solo de nuevo. Se retorció en el lecho
intentando encontrar una postura para que el disparo del sueño le alcanzase,
pero no parecía haber ninguna correcta.
Tal
y como le había dicho a Varnat no podía dormir. El silencio y le quietud de la
noche le hacían recordar su última conversación con Ralta y su promesa de
volver pronto con una respuesta.
No
dejaba de darle vueltas a la misma pregunta: ¿qué clase de sentimiento era el
amor? Y, más importante todavía, ¿qué era lo que él sentía por Ralta? Sólo
tenía claras dos cosas: que mataría a todo aquel que le hiciera daño a la chica
y que ella era la única persona por la que daría la vida si era necesario.
¿Bastaba aquello para ser amor?
Pensó
en el momento en que todo había empezado. “No debería haber jugado con ella.
Debería haberla matado entonces, todo habría sido más fácil”, suspiró. “Sin
embargo, desde el mismo momento en el que nos miramos a los ojos… estuvimos
acabados. Vaya mierda, como no deje de darle vueltas a todo esto no voy a
dormir nada”, se maldijo Kiv, con un bostezo.
Tras
un rato, el sueño escuchó sus deseos y acogió al joven en su cálido abrazo y le
permitió descansar tres horas, algo suficiente para mantenerle activo un par de
días más. Aunque con aquellas tres horas no soportaría a Varnat mucho tiempo.
Se
levantó cuando aún no había empezado a despuntar el sol, pero con los primeros
rayos, tal y como había prometido, se largaron sin molestar más a la familia
que les había acogido. Les esperaban varios días de camino hasta Navette, y
conforme se acercaran más a la capital tendrían más y más dificultades para
pasar desapercibidos.
“Si
fuera yo solo me costaría algo menos, pero Varnat…”, pensó Kiv mientas andaba
por delante de su indeseado compañero. “Él llama demasiado la atención.”
Suspiró
y decidió no pensar mucho en eso. Ya encontraría la forma de avanzar sin que el
aspecto de Varnat les supusiera un problema.
-Apresúrate,
Varnat, quiero que estemos en Dar´sha antes de media noche – dijo Kiv, con
seriedad y apretando el paso.
-¿Dar´sha?
¡Se tarda dos días en llegar allí! – se quejó Varnat.
-Lo sé. Por eso te digo
que te des prisa.